FERIA DE CALI
Camilo Zamora, el hombre de la sonrisa que está en toda la Feria de Cali
Camilo Zamora es imagen de la 60 Feria de Cali. Bailarín, maestro, diseñador de moda y embajador del país en el mundo.
Este caleño está en todas partes, en las tarjetas del Mío, en los articulados, en los afiches, en las revistas, en las vallas, en las calles, en la Autopista Suroriental, en la Carpa Delirio, en la televisión, en la prensa y hasta en el Sambódromo de Río de Janeiro.
Su sonrisa grande suele instalarse en el corazón de quienes lo ven encabezar el Salsódromo y el Desfile de Carnaval de Cali Viejo.
Seguramente usted lo ha visto, Camilo Zamora es un gigante, no sólo por sus 1,96 metros de estatura ni por sus pies talla 44 sino porque es grande en todo lo que hace, bailando, diseñando y cosiendo su vestuario y el de otros, enseñando expresión corporal a sus pequeños alumnos, amando a su madre, siendo un hombro para sus amigos y un tío amoroso para sobrino.
También es inmensa su sonrisa, esa que, al igual que sus pies no se cansa. Esa que hace que, “así no esté con su performance encima”, como dice Juliana Londoño, directora de Comunicaciones de Corfecali, “todos quieren abrazarlo, pese a su tamaño, es de una suavidad increíble, de un humor único, de una dulzura y de un carisma, que muchos quieren tocarlo, besarlo, atrae a todos con su magnetismo. Es un embajador de Colombia en el mundo. Adonde va lo aman, es el rey de corazones”.
Y él habla con todo el mundo y sonríe siempre. Ahora está viviendo un sueño, es la imagen oficial de la 60 Feria de Cali, es su vocero, el abanderado de los desfiles más importantes, personaje, vestuarista y bailarín del espectáculo Delirio y profesor de expresión corporal en un colegio.
Ha sido invitado en estos dos últimos años al Sambódromo en el Carnaval de Río de Janeiro, y este lunes 25 de diciembre abrirá, como ya es tradición, el Salsódromo y el Carnaval del Cali Viejo en la Feria de Cali.
Camilo confiesa que si en el pasado Sambódromo, al sonar las primeras batucadas, los juegos pirotécnicos y los gritos de la gente, no pudo contener las lágrimas que amenazaron con arruinarle el maquillaje, cuando abre Salsódromo se le duermen los pies y la piel se le crispa.
Lo que muchos no saben es que detrás de este experto danzante hay años de práctica. Que sus medidas son desproporcionadas para lo que hace. Y que, por eso, no la tuvo fácil para abrirse camino en el medio artístico. “No tengo la talla normal de un bailarín, ni la estatura, peso 100 kilos, mido casi dos metros, calzo 43/44, soy ‘rodillijunto’. El tener 1,18 solo de pierna es como la mitad o más de la mitad del cuerpo normal de alguien”, dice. Él y Kanú, un colega suyo de Pioneros del Ritmo, son los bailarines más altos de Cali.
“No es fácil ser tan grande y poder bailar, por la coordinación, por la velocidad, por tantas cosas. No es fácil derrumbar ese paradigma, crear un estilo y destacarse teniendo tantas cosas en tu contra”, admite quien en sus inicios quiso hacer ballet clásico. “Descubrí que no servía para eso, mis huesos crecían agigantadamente, en comparación con los chicos normales de mi edad. Les llevaba una cabeza en estatura. Yo parecía de 13 y tenía 8”.
“Pero si no se pudo con el ballet, haremos folclor”, se dijo el sobrino nieto de ‘La negra grande de Colombia’, Leonor González Mina —hermana de su abuela Laura—.
Zamora nació en Cali hace 32 años y tuvo seis abuelos. Su papá biológico murió cuando Camilo tenía 59 días de nacido. “Mi mamá quedó viuda recién casada y se casó de nuevo ¡con un amigo de mi papá!. Él ha sido mi padre a lo largo de mi vida, al que adoro y me adora”.
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Es el del medio entre dos hermanas. Vivió en el barrio Siete de Agosto de la capital del Valle, pero la mayor parte de su infancia transcurrió en Jamundí, en el barrio Popular. Su mamá lo inscribió a los 8 años en la Casa de la Cultura en ese municipio y al cumplir la mayoría de edad, se fue a vivir solo a Cali. Fue muy pronto que en su casa descubrieron que Camilo tenía una gran habilidad y no precisamente en sus pies.
Sus manos elaboraban carteleras del colegio dignas de enmarcar, cosían vestidos para los reinados infantiles, y sus diseños hacían a sus compañeras merecedoras de la corona o del título a Mejor Traje.
Para nadie fue extraño que siguiera la carrera de Diseño de Modas y se especializara en vestuario para espectáculo, en la Academia de Dibujo Profesional y en el Instituto Popular de Artes, en Rosario, Argentina. O que se fuera para Miami, donde vivían su tía y su abuela, a realizar talleres de diseño de trajes de una sola puesta.
Lo que resultó una sorpresa fue que justo durante su viaje quedara fascinado con la rueda de casino cubana, un baile en círculo, en el que se intercambian las parejas. Y él, que es más cadencia que velocidad, quedó encantado con el estilo. “Este baile tiene más que ver con el sabor corporal que con ser ágil”, anota.
Recién llegado a Cali se inscribió en la escuela de baile Rucafé, que ensayaba en el Teatro Jorge Isaacs. Él tenía tan solo 18 años y pesaba 148 kilos. “Nadie daba un peso por mí. Empecé de cero, como a todo el que llega a Rucafé y le rompen los cartones. Hice curso de principiante y dieta. El director, Carlos Fernando Trujillo, me invitó a asistir a los ensayos de los bailarines representativos de la compañía, a ver cómo me iba”.
Cuando inició era el que menos condiciones tenía, el más grande, no encontraba pareja, pero cuando se graduó había bajado bastantes kilos.
Con Rucafé bailó por diez años, hizo giras con Raíces de Colombia y hasta hubo una época en la que modeló en pasarela. “Estuve casi al punto de la anorexia, y me vi enfermo. Comía galletas, lechuga, papaya, agua, no más. Me veía huesudo. Así que decidí que lo mío era el baile”.
Y como todo en su vida, por providencia divina, llegó a Delirio y ya lleva más de una década. Empezó como ayudante en IPB Comunicaciones, atendía mesas, decoraba, era todero. Pero no tardó en hacerse notar como artista. “Ahora tengo camerino solo, hago personajes y audiciono a los principales. Delirio me dio la oportunidad de bailar, de mostrar mis diseños y hasta de crear el vestuario del espectáculo”.
Camilo no canta como su tía abuela Leonor o como su abuela paterna, cantante aficionada, pero heredó el don de su abuela materna, “el fashionismo”. “Verla siempre tan bien maquillada y peinada, vestida acorde con las tendencias y amante de las pelucas de todos los colores, me producía admiración”.
Precisamente mañana, como todos los 24 de diciembre desde que Camilo está en el Salsódromo, en su casa todos se acostarán temprano para madrugar a celebrar la Navidad en el desfile. “Allá es que comen, se toman los traguitos y festejan”.
Para Camilo subirse en una carroza es un honor que, en Brasil, por ejemplo, se consigue después de muchos años de trabajo y él se lo ganó con su personalidad arrolladora y su talento. “En Cali, como abanderado, siempre desfilo a piso, que me encanta, es un privilegio”.
En Río de Janeiro, en febrero pasado, por segundo año consecutivo, desfiló en una pista de 800 metros con las escuelas Impero da Tiyuca, Vila Isabel y la Estación Primera de Mangueira. Se hacía entender en inglés y hasta por señas y desde las ‘arquibrancadas’ (tribunas), colombianos, argentinos, estadounidenses, europeos y brasileños lo aplaudían.
Él baila salsa cubana, timba, folclor afro pacífico, atlántico, africano, brasilero, salsa, folclor yoruba y salsa choke. No soporta el reguetón y el tango no se le da. Y es difícil para él encontrar quién le lleve el ritmo en el amor, aunque tiene muchos pretendientes.
Si usted aún no conoce a Camilo Zamora, el 25 de diciembre, desde las 6:00 p.m., lo verá encabezar el desfile del Salsódromo acompañado de más de 30 escuelas de baile, 8 escuelas infantiles, más de 200 bailadores sociales y 30 artistas de la vieja guardia.