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Poesía en la esquina

El último jueves de abril empezó ‘Poesía en la esquina’, la lectura de poemas de un autor consagrado de la región o del país, en la sede del Teatro Esquina Latina.

24 de mayo de 2017 Por: Julio César Londoño

El último jueves de abril empezó ‘Poesía en la esquina’, la lectura de poemas de un autor consagrado de la región o del país, en la sede del Teatro Esquina Latina. Es una idea del dramaturgo Orlando Cajamarca concretada por la poeta y fotógrafa venezolana Betsimar Sepúlveda, que presenta al poeta y modera, luego de la lectura, un conversatorio con el público (este formato será replicado desde junio en Salamandra, la sala de Pombo y Beatriz).

El espacio fue inaugurado por Horacio Benavides, que leyó sus últimos poemas, ‘El libro de las vocales olvidadas’, una obra que contrasta con su producción anterior, como bien observó Betsimar en la presentación. Es verdad que también aquí está su juego de espejos: el río y el caballo, y el caballo de palo, y el río en el caballo, en su pupila líquida. Y las dos rosas, la que perfuma y muere, y la otra, la intacta, la que ondula en el agua. Y el muerto que baja por el río trazando una curva sinuosa, y el gallinazo, que copia la curva en el aire. También aquí están la infancia y sus soles dorados, la noche y sus soles negros. Pero ahora los poemas son sencillos, casi translúcidos, como si Horacio traicionara su credo, su devoción por el verso oscuro, mitad música, mitad acertijo, y ensayara otro registro, como si entendiera de pronto que ya el universo es bastante misterioso como para redundar en ello con artificios retóricos.

"Mi madre calla, giran los círculos de maíz/ en sus manos de barro rojo/ La voz de mi padre afuera/ apacigua el resoplo del caballo".

Al final, en un corrillo, José Zuleta, Armando Barona, Carlos Patiño y Leonardo Medina le preguntaron algo. Yo llegué tarde y sólo alcancé a oír la respuesta de Horacio. “Yo siento una gran fuerza dentro de mí… desperdiciada, seguramente”.

Hay sujetos así, no desentonan ni cuando tienen hipo. Y cuando se les zafa una frase de estilista en chanclas (¡yo siento una gran fuerza…! ) corrigen de inmediato: desperdiciada, seguramente.

Mañana el invitado a ‘Poesía en la esquina’ es Fabio Ibarra Valdivia. No lo veía desde un sábado remoto en Cartagena, cuando acompañó a su hijo a recibir un premio de cuento. Pensé que estaba muerto. O que su rutina con las comunicaciones de una multinacional habían vuelto chicuca (perdón por el latinajo) al otrora aclamado y traducido poeta. Pues no. El autor de ‘Terceros habitantes’, el que sólo cometía pecados capitales (“Me has ofrecido tu cuerpo de arena humedecida. Haz despertado la caricia que dormía en la palma de mi mano”) regresa ahora, luego de varios lustros de silencio, con libros que le cantan a Emily, a Virginia, a Katherine y a otras amigas meramente espirituales.

“Acaso aún la toque, como una hebra de viento,

la voz de su madre llamándola entre la seda del ensueño…

¡Emily… Emily!”.


Si quisiéramos definir lo indefinible, hay seguir el dictamen de Horacio. “En los poemas de Fabio Ibarra no hay énfasis, ni confesión, ni queja; equilibrio sí. Una justicia cuya balanza pertenece por igual a los dioses del sol y la tiniebla. También hay inocencia. En su poesía, hasta la mano que levanta el puñal avanza, libre de culpa, por el río del sueño”.

Hoy, a las 7:30pm en Esquina Latina (calle 4 oeste con 35) tendremos la dicha de abrazar a este hijo pródigo, el privilegio de escuchar sus poemas de madurez y decirle: no estás regresando, porque nunca te fuiste. Durante todos estos años, tus poemas nos han ayudado a respirar. Gracias, Fabio.

Sigue en Twitter @JulioCLondono

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