Para muchas personas, migrar significa oportunidades de progreso o la búsqueda de un mejor futuro, pero también se convierte en un sentimiento de incertidumbre al no saber cómo serán recibidos en su destino.

En los niños, este sentimiento de desarraigo puede verse aun más, pues para ellos, el migrar significa abandonar un lugar donde han vivido prácticamente todas sus vidas.

No obstante, en últimos años, con la llegada masiva de ciudadanos venezolanos a Cali, se ha logrado evidenciar como los infantes del vecino país se han integrado en grupos de niños colombianos jugando y compartiendo, siendo un claro ejemplo que la migración se ve desde los ojos de los más pequeños.

De hecho, algunos niños colombianos y venezolanos afirman que hay múltiples cosas que les gusta de sus amigos de distinta nacionalidad, desde sus expresiones hasta los nuevos juegos que traen consigo.

Jhonny Sneider Aguilar, un niño colombiano que afirmó que algo de lo que más le gusta de sus amigos venezolanos son las nuevas frases y palabras que aquí nunca había escuchado. “Frases como ‘ay chamo’ o ‘esto es una vainita’, me hacen mucha gracia, me gustan”.

Por otro lado, organizaciones como Teatro Esquina Latina, los cuales trabajan en distintas comunas de Cali con menores de edad, han resaltado cómo  los niños migrantes son acogidos por los colombianos, aceptándolos e incluyéndolos casi que de manera inmediata a los grupos.

Iris Velásquez, madre venezolana, afirmó: “Mi experiencia con Esquina Latina, con los profesores y el grupo de niños ha sido maravillosa, porque ellos han acogido a mis hijos de una manera muy buena, integrándolos dentro de su grupo, sin importar que alguno de ellos tuviera una condición o que fueran migrantes”.

En todo la Sucursal del Cielo se pueden escuchar testimonios similares, porque los niños no ven la nacionalidad de una persona, observan a alguien más, un potencial amigo, otro niño o niña con quien compartir.