A través de un inodoro abandonado corren parte de las aguas que llegan al río Meléndez. Se trata de una corriente de color verdoso por la que fluyen algunos de los residuos de alcantarilla de los asentamientos subnormales de La Choclona, sector ubicado al costado izquierdo del río, en el sur de Cali. Al pie de la cascada, flota un juguete de spiderman, botellas y residuos orgánicos. Cerca, se oyen los clavados de seis jóvenes que viven en la zona.
Uno de ellos, Jhon Alexander Castillo, cuenta: “Aunque tengo amigos que por bañarse aquí les ha salido ronchas en la piel o dermatitis, a mí nunca me ha dado nada. Uno sigue viniendo aquí por dos razones: porque la suciedad nunca se estanca en el río y cuando llueve, todas las aguas residuales van hacia abajo”.
La Choclona existe hace alrededor de 20 años y por tratarse de una invasión, no cuenta con servicio de alcantarillado: las casas que no tienen pozo séptico para tratar las aguas residuales, las destinan con conexiones erradas hacia el río Meléndez, que nace en los Farallones de Cali y desemboca -junto con los ríos Lili y Cañavaralejo- en el Canal Interceptor Sur, cuyo paradero final es el río Cauca.
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“También hay gente que echa cadáveres de animales o balastro de construcción. A veces vienen pelados aquí a ‘malandrear’ (consumir sustancias psicoactivas)”, agrega Castillo.
Según Héctor Alejandro Paz Gómez, subdirector de Gestión de Calidad Ambiental del Dagma, aparte de que la naturaleza irregular de los asentamientos impide la instalación de redes, la construcción desordenada de los mismos hace difícil la tarea de realizar alguna estructura que canalice las aguas residuales.
Explica que además de estos vertimientos, secundados por los que producen algunas construcciones de La Buitrera y Villacarmelo, al río Meléndez llega una leve cantidad de desperdicios de las bocaminas de carbón que hay en el sector.
Pero solo hasta después de su paso por la zona urbana de Cali, la calidad del agua pasa de aceptable a mala, dado su encuentro con la contaminación que se halla en la Ptar El Caney y las aguas lluvias que desembocan en su cauce por conexiones erradas o filtración.
Es en ese punto de la Calle 48 con Carrera 80, en el que la calidad del río pasa de 0,77 a 0,49, siendo 1 el indicador de mayor calidad, según mediciones del Dagma.
Pero pese a ello, mucho antes, a la altura del Club Campestre de Cali, la tonalidad oscura del río ahuyenta a los antiguos vecinos que cada fin de semana se bañaban en el Meléndez.
Hermes Gerardo Villano, quien vive hace 40 años en el barrio del mismo nombre, recuerda con nostalgia esos tiempos.
“Mire ese parque que está al lado del río -dice mientras camina por la Carrera 99 con Calle 4-, ya ni los niños lo usan, está todo acabado, con el óxido en los columpios. Eso ya es una olla”.
Las familias de gallinazos que visitan Siloé en busca de alimento tienen a la Quebrada Aguarruz como uno de sus comederos predilectos: un afluente negro que es el depósito de los residuos sólidos y líquidos de cientos de hogares de la zona de ladera, un afluente que desemboca en el río Cañaveralejo, el más contaminado de Cali.
Ni siquiera el desarenador que recibe las aguas de la quebrada, ubicado sobre la Diagonal 53 con Calle 9 Oeste, es suficiente para resistir toda la basura que trae consigo. Los desperdicios cruzan con más facilidad luego del robo de las rejillas que evitaban su paso al otro lado.
Pero este solo es uno de los puntos críticos que contaminan al Cañaveralejo. De acuerdo con las mediciones del Dagma, la calidad del río es aceptable hasta detrás del Colegio Ideas, en la Diagonal 51 con Carrera 56, porque luego baja a regular a la altura de la Plaza de Toros, en donde empieza a correr como un canal sobre toda la Carrera 50, atravesando la ciudad; canal que no logra distinguirse de un caño y cuyo Índice de Calidad del Agua apenas registra 0,3 sobre 1.
El Subdirector de Gestión de Calidad Ambiental del Dagma indica que el Cañaveralejo también sufre impactos -aunque más reducidos- a poca distancia de su nacimiento en el sector de La Carolina: “Además de unas muy pocas casas que descargan sus aguas residuales en los primeros kilómetros, en algunos puntos de los sectores de El Mango y La Sirena ocurre lo mismo por falta de alcantarillado”.
El funcionario explica: “Las personas prefieren echar los residuos sólidos por la ventana, porque el operador de recolección de basura solo llega a cinco o cuatro cuadras en algunos barrios. En noviembre hicimos una prueba piloto en la Comuna 20 y en un día logramos recolectar 17 metros cúbicos de escombros. Es decir, hace falta un eficiente servicio público de aseo que llegue a las puertas de estas personas”.
La contaminación motivó que habitantes de las comunas 17, 19 y 20 formaran, hace seis meses, la Mesa del río Cañaveralejo, con el fin de darle una nueva cara a la cuenca. Una de la fundadoras de la Mesa, Tatiana Duque Hernández, afirma que pese a las tres campañas de limpieza y sensibilización que han realizado este año, todavía hay inescrupulosos que arrojan basuras al agua.
“La orilla del río, por detrás de la Plaza de Toros, ha sido tomada por el microtráfico y la prostitución”, asevera. “Así como la Administración ha dedicado bastante tiempo a los ríos Cali y Pance, deben tomar acciones fuertes con el Cañaveralejo. Deben solucionar de forma pronta las conexiones erradas, así sean de asentamientos subnormales”, concluye.
La llegada de aguas negras al río Aguacatal proveniente de algunos sectores de la Comuna 1, en el norte de Cali, no son las mayores causas de su degradación. Al menos así lo manifiesta el Subdirector de Gestión de Calidad Ambiental del Dagma, quien afirma que el mayor impacto se encuentra en la Quebrada El Chocho.
“Este afluente recoge varias aguas de bocaminas de carbón que, cuando afloran, se oxidan y se convierten en caparrosa (sulfato de hierro), que toma un color anaranjado. Y la espuma que a veces ven los pobladores de la zona es por el vertimiento de detergentes u otros productos químicos” , anota.
Aún así, líderes de la Comuna insisten en que sectores como Puente Azul, Bajo Aguacatal, Alto Aguacatal, Las Palmas o La Playita deben ser intervenidos para que cuenten con redes de tratamiento, pues los residuos de cientos de viviendas son vertidos día a día en el río. Esto, sin contar el aporte negativo de las marraneras y las invasiones.
“Los viaductos que cubrían esas zonas se los han llevado las crecientes del río y por eso exigimos que al menos haya un colector que reciba todas esas aguas y desde ahí empezar a conectar hasta la desembocadura del río Cali”, afirma Ramiro Avella Rivas, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Bajo Aguacatal.
¿Qué se ha hecho?
Con los recursos que llegaron de la tasa retributiva por alrededor de $21.700 millones, el Dagma hizo un convenio con Emcali para eliminar 21 vertimientos que llegaban al drenaje sur, que comprende los ríos Aguacatal, Cañaveralejo, Meléndez y Lili.
De las 1300 visitas que ha hecho la autoridad ambiental en el área de influencia del drenaje sur, 211 de ellas generan aguas residuales no domésticas (de empresas). Con esto, el Dagma les enseña a generar aguas de menor impacto posible para los ríos.
La CVC ha invertido $12.242 millones en el control y monitoreo de los tres ríos entre 2016 y 2019.
Con el ánimo de dejarlo listo este año, la CVC está analizando el nuevo Plan de Manejo y Ordenamiento de una cuenca, POMCA, de los ríos Cañaveralejo, Meléndez y Lili para trazar una hoja de ruta que permita tomar acciones específicas contra la contaminación.
Los desechos sólidos es otro de los causantes de la contaminación del río Meléndez, desde bolsas plásticos hasta cadáveres de animales, según vecinos.