Mauricio Umaña Perea y su esposa, Carolina Bonilla Gómez, solo estuvieron 10 minutos en el cumpleaños número siete de su hija Elena, el pasado 18 de marzo. Lo hicieron por videollamada. Tan pronto colgaron, la niña y su hermano Martín, de nueve, comieron pastel y se dieron a una guerra de almohadas en casa de sus abuelos. Para ese entonces, aún faltaban 68 días para que el emergenciólogo y la enfermera con especialidad en sonografía cardíaca abrazaran a sus hijos otra vez.
Solo cuando se enteraron el 23 de mayo que la cuarentena se mantenía indefinidamente, ambos padres resolvieron dar un paso atrás: sus hijos estaban de regreso al día siguiente.
“Da satisfacción recuperar actividades muy básicas como ver televisión juntos, cenar todos en la mesa... Y es porque desde que empezó todo esto, a uno le toca distanciarse del ser humano en general”, afirma Mauricio, quien trabaja en la UCI de Valle del Lili.
De lejos se oye a Elena jugar con su hermano. Sus gritos hacen eco en todo el apartamento. La niña de siete años cuenta: “ Puedo volver a jugar a las escondidas con mis papás otra vez”. Martín, en cambio, dice que ya retomó las clases de crossfit junto con su padre en la casa y sus jornadas de trote con su mamá.
Alejar a los hijos si uno es médico especializado en atender pacientes covid no es una resolución para nada extraña. Al contrario, es casi universal. Y dentro de esa universalidad también se encuentra Jorge Revelo, emergenciólogo de la Clínica Versalles, y su esposa Johana Albán Castro, médica general en urgencias. No vieron a sus dos hijos, Jerónimo y Valentina, por un mes completo, tiempo en el que ambos estuvieron en casa de un abuelo.
Lea también: ¿Qué tan cerca está Cali de alcanzar la 'inmunidad de rebaño' frente al covid-19?
Lea aquí: Amor en tiempos de covid-19, el apoyo familiar a los profesionales de la salud en la pandemia
“Uno no sabía qué era peor: llamar o no llamar, porque todas las veces que nos contactamos con ellos terminábamos con lágrimas”, recuerda el especialista. Johana se quedó a su lado, pese a ser asmática e hipertensa. No quería que su marido estuviese solo para lidiar con eso que él consideraba una “pandemia en la que uno dejó de ser médico para convertirse en una especie de militar”.
Pero estar separados de sus hijos no fue el único sacrificio de la pareja… sino también bajar de peso. Tener obesidad los convertía en un blanco fácil ante el covid, por lo que en marzo consultaron a un endocrinólogo que les recetó una dieta cetogénica, que restringe el consumo de carbohidratos y azúcares, mientras ambos llevaban a cabo un ayuno intermitente que los obligaba a no comer nada durante 16 o 18 horas seguidas. En tres meses, Revelo perdió 24 kilos de 106.5 que tenía inicialmente y Johana, 15 kilos de 85.
En las últimas semanas la pareja ya es libre de comer en un horario más amable. De hecho, ya con Valentina y Jerónimo en casa, retomaron hace pocas semanas una de sus actividades predilectas, muy relacionada con la comida: pescar tilapias, yamús, cachamas y carpas en un lago-restaurante de Rozo, Valle. Hay días en los que tienen la suerte de sacar hasta 15 pescados.
Amor de madre
El cuarto de Sebastián se asemeja más a un museo de juguetes que a una habitación. En un ‘stand’ reposan todos los miembros de los ‘Avengers’, el escritorio es adornado por los personajes de Mario Bros y en el suelo hay diseminados cientos de piezas lego. La madre de Sebastián, Mónica Patricia Vargas, conoce a la perfección el nombre de cada uno de ellos: si bien trabaja duramente en la UCI de Valle del Lili como anestesióloga intensivista, no deja de ser la eterna compañera de juegos de su hijo.
“Detrás de mi oficio de médica, está la cara de una ama de casa, de una madre, de alguien que ayuda a Sebastián a hacer sus tareas y a ver películas con él”, comenta la doctora.
Dado que su esposo, Rodrigo Figueroa Perdomo, también es anestesiólogo en la misma clínica de Cali, la pareja logró organizar desde marzo sus turnos de tal manera que mientras uno permanecía con Sebastián en su casa en el sector de Pance, el otro cumplía sus funciones laborales.
Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia de esta familia, en el barrio 12 de Octubre, Nidia Elvira Valencia, enfermera jefe de la Clínica Versalles, tomaba una resolución similar, salvo que en su caso lo hacía junto con su padre, un adulto mayor pensionado que se encargaría de cuidar a su hijo, Juan José, mientras la enfermera atendía al primer paciente covid que llegó al centro asistencial y al cual tuvo que asistir mientras lo intubaban.
“Eran tantos los nervios y la incertidumbre de todos en esos primeros días que no pude resistir las lágrimas cuando atendí a ese primer paciente, quien afortunadamente logró recuperarse”, expone Nidia.
El sacrificio de los héroes del Siglo XXI es paradójico: mientras salvan la vida de un desconocido para evitar un vacío en la familia de este, sin intención crean otro en los hijos y padres que ya no los ven tan seguido durante la pandemia.
Le puede interesar: Los medicamentos que han descartado en el tratamiento contra el covid-19
Y si bien es satisfactorio recibir un “gracias” de las personas a las que han salvado, por estos días de mayor libertad Nidia y la doctora Vargas prefieren socavar el aliciente que les provee el cariño de sus hijos. Ver cómo Juan José gana más destreza como francotirador en el videojuego Free Fire, en el caso de la enfermera... Ver cómo Sebastián es más ágil para construir complejos aparatos a partir de piezas de legos, en el caso de la anestesióloga... Ambas familias no se conocen, y quizá nunca lo hagan, pero en estos momentos de pandemia nunca fueron más similares la una de la otra.
Saludo recobrado
Arnulfo Castañeda ignoraba por qué una mujer que veía cada mañana al otro lado de la ventana se despedía de él como si fuese una conocida, agitando la mano derecha. Tampoco sabía que esa misma mujer lo abrazaba apenas unos meses atrás cuando debía ir a trabajar. Además, desconocía por completo su nombre: Yulieth Alejandra Castañeda, su hija, terapeuta respiratoria que desde marzo atiende pacientes covid en el HUV.
Ya era mayo y Yulieth aún implementaba el mismo régimen de prevención para con su familia: desvestirse casi al pie de la puerta principal, atravesar el pasillo hasta el baño mientras los demás (su mamá e hija) se resguardaban en sus habitaciones y después ducharse por varios minutos.
La terapeuta recuerda: “De los más de 100 pacientes que he atendido, hay un caso de un taxista que tengo muy presente... Cuando despertaba tras ingerir los sedantes, ignoraba por completo por qué estaba dónde estaba, quería saber qué era de su familia. El señor estuvo dos meses en UCI y había que hacerle ejercicios para actividades tan sencillas como sentarse y evitar que se ahogara por el desacondicionamiento físico de estar postrado en cama todo ese tiempo”.
Arnulfo, su padre, también permanece inmóvil desde el día en el que olvidó cómo se camina, producto del alzheimer que le diagnosticaron hace una década. Tampoco habla, pero ríe a veces. Si bien el hombre de 74 años nunca podrá volver a resolver cuestiones como las expuestas al principio de esta historia, ni mucho menos adivinar que se encuentra en el año más surrealista de este siglo, a veces da la impresión que sus ojos quieren hablar cuando su hija lo abraza por estos días de una cotidianidad más o menos recobrada.