Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes - Fotos Raúl Palacios
En Cali, las hostias de las parroquias se elaboran en el convento La Merced, justo donde, dice la leyenda, se celebró la primera misa de la ciudad el día de su fundación: 25 de julio de 1536.
El convento pertenecía en ese entonces a la comunidad de Los Mercedarios, una orden religiosa católica fundada por San Pedro Nolasco (de allí su nombre, La Merced) y luego de una reunión de mujeres de vida religiosa les confiaron la propiedad a las hermanas agustinas terciarias, que tras una reforma en la Iglesia pasaron a llamarse Misioneras Agustinas Recoletas (MAR).
Varias de las hermanas agustinas se dedicaban a la música. En los archivos del convento aún reposan sus partituras. La hermana Olivia Quintero, en cambio, tenía estudios en taxidermia (disecar animales) algo poco común en una mujer de 1940. Sus historias se darán a conocer en 2025, cuando se celebran los 200 años de la llegada de las hermanas a Cali y quienes, por cierto, cada vez son menos tanto en Colombia como en el resto del mundo.
En el convento La Merced viven 14 Misioneras Agustinas Recoletas. Su superiora, la hermana Myriam del Carmen Neira, asegura que hay una “innegable” crisis mundial en la vocación religiosa. Las niñas de hoy en día no quieren ser monjas y aquello se debe a varios factores, entre ellos la disminución de la natalidad. Las parejas o no tienen hijos, o quizá uno, dos como máximo.
El mundo moderno es diferente para la mujer, además, que tiene acceso a otras posibilidades que en el pasado, cuando el único destino era el matrimonio o la vida religiosa. E igualmente entre los jóvenes asuntos como la estabilidad, el compromiso a largo plazo, no es deseado, lo que es imprescindible para la vocación por Dios que, de otro lado, en las familias ya poco se promueve.
— En Europa son muchos los monasterios de vida contemplativa que se han fusionado. Están desapareciendo – dice la hermana Myriam, quien nació en Cali y estudió en el colegio Nuestra Señora de la Consolación.
Su vocación la descubrió viendo el trabajo de las hermanas en los días en los que el colegio aún funcionaba en el convento La Merced. Antes de entrar a la congregación, la hermana Myriam cursó ciencias de la educación con especialidad en física y matemáticas y alguna vez fue maestra de novicias.
La historia de la preparación de las hostias para las parroquias de Cali y varios municipios del Valle del Cauca se remonta a finales del siglo pasado, narra la hermana Myriam mientras se dirige hacia la cocina. Había una necesidad de ayudar en la evangelización y garantizar los insumos para las misas.
En los primeros tiempos, las hostias las preparaban solo las hermanas. Pero ante la escasez de personal debieron, poco a poco, contratar personal ‘seglar’, es decir católicos que no forman parte de la congregación. Las hermanas cuentan con el apoyo de tres colaboradores de planta, quienes trabajan ocho horas al día. Maricely Montoya, Jefe de Producción, completa 24 años de labores.
Las hostias, explica en la cocina la hermana María Clara Crespo Silva, se elaboran con harina de trigo y agua, nada más. No tienen conservantes. Ni siquiera sal. Es un pan ácimo, es decir, sin levadura. En la Última Cena, Jesús compartió un pan así, sin fermento. De allí que la preparación debe ser tan pura.
En la cocina, la mezcla de agua y harina pasa por unas batidoras y después, en una plancha caliente en forma de oblea, moldes que además tienen la figura de Jesucristo en la Cruz, se deja por unos cuantos segundos.
Después esa gran hostia que sale de la plancha es cortada en círculo y pulida por las hermanas en mesas de madera y según los diferentes tamaños.
La hermana María Clara detalla que son en total cuatro tipos de hostias. La hostia que reciben los fieles es la más pequeña y se empacan en bolsas de 200 unidades a $4.900. Las más grandes son las que utilizan los sacerdotes para consagrarlas y presentarlas en la misa.
El origen de la hostia se remonta a la Última Cena, cuando Jesús compartió el pan sin levadura y dijo que era su cuerpo, y compartió el vino, que representaba su sangre. Jesús añadió: “haced esto en conmemoración mía”.
Recibir la hostia, entonces, responde al dogma de la transubstanciación, que asegura que, durante la consagración, la hostia se hace la carne de Cristo y el vino, la Sangre de Cristo.
La hermana Myriam recuerda que para recibir la hostia “con dignidad” se sugiere antes confesarse.
— Así como uno se preparara para recibir una visita, si aceptamos a Jesús como salvador, debemos disponer nuestro corazón y por lo tanto hay que estar en gracia de Dios y para eso requerimos el sacramento de la reconciliación.
Solo para Semana Santa, las hermanas Misioneras Agustinas Recoletas del convento La Merced elaboran 12 millones de hostias para 100 parroquias de Cali y otros municipios cercanos como Palmira.
Pero no son los únicos clientes. No son pocos los ciudadanos que tocan la enorme puerta de madera del convento para comprar los ‘recortes’, es decir los sobrantes de la preparación de las hostias. Les gustan comérselos con manjarblanco, arequipe o mermelada.