El cirujano estético Giorgio Fischer, quien ideó la forma de extraer grasa del cuerpo en 1973, vino a Cali con su colega Pierre Fournier. 40 años de lucha contra la gravedad.

En los años 70, Giorgio Fischer estaba de vacaciones en Los Ángeles, California. Descansaba en la playa, pero un ruido interrumpió el rumor del vaivén de las olas. Miró atrás y a lo lejos vio cómo una máquina perforaba el suelo y extraía petróleo. Ese movimiento de taladrar la tierra, buscar y sacar el líquido, su mente de cirujano lo asoció al quirófano, y se preguntó: ¿Y por qué no hacer lo mismo para extraer la grasa del cuerpo humano? Así nació la lipoescultura.Giorgio Fischer es un médico italiano que toda su vida había trabajado al lado de su padre, Arpad Fischer, un médico reconocido como el padre de la cirugía cosmética en Nueva York, donde trabajó durante 16 años.Así que no fue casualidad que a su hijo Giorgio, se le ocurriera la idea que ha moldeado la figura y la vida de miles de mujeres en el mundo. “Mi padre me enseñó todo lo que sé”, dice Giorgio.Pero no fue fácil. En 1956 ya los Fischer habían tenido dificultades en Italia para realizar cirugías estéticas o cosméticas básicas. La Iglesia no aceptaba estos procedimientos y solo era permitida la rinoplastia o cirugía de nariz. Hasta el ‘lifting’ era considerado ‘pecado’ y cada que solicitaban el quirófano para realizar una intervención cosmética, daba la casualidad que las monjas que regentaban los hospitales decían que estaba ocupado.Dos años después, lograron una audiencia con el Papa Pío XII. Su Santidad dijo que “si la cirugía estética era para mejorar el espíritu del ser humano, era buena” y con esa bendición se abrieron los quirófanos a la cirugía estética. Giorgio conserva la página del diario L’Observatore Romano que registró ese pronunciamiento papal. Hasta 1974, cuando Giorgio hizo realidad su chispazo sobre la extracción de grasa del cuerpo como si fuera petróleo del subsuelo, la técnica usada era la creada por Yvo Pitanguy, el reconocido cirujano plástico brasileño.La del carioca era un corte horizontal inguinal que casi daba la vuelta hasta el glúteo. La cicatriz era tal que la paciente no podía lucir su recuperada figura en traje de baño. Una paradoja.Giorgio habló con su padre sobre la idea de no cortar o abrir el cuerpo para operarlo, sino hacerle unas pequeñas perforaciones en sitios estratégicos para actuar desde allí. Primero hicieron cien intervenciones en Roma y dos años después Giorgio estaba en la Moët Hospital de París haciendo su primera demostración pública de una lipoescultura ante reporteros de los medios más importantes de Europa. Era un evento totalmente novedoso, no lo veían posible. Ese fue el error del médico Fischer, que primero lo dio a conocer al público y luego lo quiso patentar, pero ya no fue posible. El protocolo científico dice que primero se patenta y luego se publica.“No fue una bomba atómica, fue una bomba anatómica”, dice el cirujano plástico, reconstructivo y estético Pierre Fournier, sobre este procedimiento que lo unió profesionalmente a Giorgio Fischer por más de 40 años. Tanto así que este lo llama “mi hermano”.Y es que si Fischer tuvo el lamparazo de succionar la grasa con cánulas, Fournier perfeccionó la técnica cuando dijo que el procedimiento podía ser más rápido y menos costoso si se hacía con una jeringa. “Una jeringa cuesta poco y hace el vacío que se necesita para succionar”, dice Fournier, mientras saca del bolsillo de su elegante traje azul una jeringa que siempre carga consigo, a donde quiera que vaya, confiesa el especialista francés y muestra el aditamento que cambió el concepto de juventud y belleza femeninas.Fischer usaba un aspirador que se movía con un motor y la cánula. Cada equipo de esos costaba US$15.000 en su época. “Así que ‘mi hermano’ tuvo una idea genial cuando simplificó todo esto con una jeringa”, dice Fischer.Con la jeringa se extraen 60 cc de grasa en 10 segundos. Eso significa que el paciente estará menos tiempo anestesiado porque la cirugía se reduce a la mitad y así mismo, el riesgo.“Esa fue la democratización de la belleza”, dice Fournier y agrega que hoy continúan aportando avances al desarrollo de esta ciencia. El más reciente es la lipoescultura ortostática, técnica que permite inclinar al paciente en la camilla y operarlo casi que en posición vertical. Así el cirujano ve hacia dónde se desplazan las masas adiposas y tejidos por efecto de la gravedad y logra la perfección en el moldeamiento de la figura.“Nuestro mayor enemigo es la gravedad. Por eso es que acostados todos somos lindos”, dice sonriente Fournier y añade que por eso en la mayoría de las pinturas de los artistas famosos las mujeres aparecen recostadas.De ahí que Giorgio aconseja que ‘la finitura’ de una buena lipo, debe ser en posición casi erecta. Y Fournier relata otra anécdota que sustenta su teoría: al terminar un tratamiento estético, a la paciente se le pasa el espejo cuando todavía está en la camilla. Eso lo aprendió cuando una mujer fue a pagar, se miró en el espejo que había en la registradora y no se vio igual. “La dueña de la sala estética mandó a quitar el espejo junto a la caja de pago”, dice con un fino sentido del humor el francés. Igualmente, Giorgio ha perfeccionado la instrumentología como las cánulas ‘cuello de cisne’ o ‘colmillo de elefante’: ahora ya no son rectas como antes, sino que tienen la curva natural de las distintas partes del rostro y del cuerpo, lo que da mejores resultados a la hora de extraer la grasa.Preguntado sobre los excesos de senos y glúteos con cinturas demasiado estrechas que en vez de moldear parecen deformar la figura femenina y que abundan en Colombia y especialmente en Cali, Giorgio responde con una frase contundente: “Seguimos los cánones de Leonardo Da Vinci”, aludiendo al artista que mejor estudió la figura humana con base en su armonía, simetría y proporcionalidad.“La belleza debe ser a la carta, según la nacionalidad, la cultura, el estilo de vida, y sobre todo, la edad”, apunta Fournier, quien se define como “un pequeño cirujano anti-Botero”, aludiendo a esa otra belleza, la de la obra del famoso pintor colombiano.De la piel en extremo estirada en mujeres maduras, opina que “cada edad tiene su belleza y muchas personas no quieren necesariamente lucir bellas, solo recuperar la normalidad”. Y ese rejuvenecimiento facial debe ser con grasa del mismo cuerpo inyectando en cada punto “en la dosis equivalente a un grano de arroz”. Esta misma técnica es la que aplican para modelar el cuerpo, incluso para levantar el busto sin recurrir a los implantes de silicona y sustancias extrañas.A este método llegaron por casualidad mientras ojeaban publicaciones en un mercado de libros en Inglaterra. Un pequeño tomo llamó la atención de Giorgio. Era el libro de cirugía estética publicado por el Dr. Willy en 1920. Allí descubrieron que ya en esa época, este cirujano refería la técnica de la inyección de grasa natural del paciente en partes del cuerpo o del rostro donde hacía falta. “No descubrimos nada, el método ya existía mucho antes”, dice Giorgio sobre lo que halló en esa joya de la medicina estética que le costó US$5.Sobre los riesgos que causan muertes por cirugías mal realizadas, los pioneros de la lipoescultura dicen que jamás se deben realizar varios procedimientos en una sola cirugía porque aumenta el riesgo de mortalidad. Hacer “el combo”, como se ofrece en nuestro medio, requiere más tiempo anestesiado y eso incrementa el peligro.Fischer y Fournier dicen que su invento médico los ha llevado por todo el mundo. Por Estados Unidos y Europa, pero últimamente desde Vietnam hasta Bolivia, desde Filipinas hasta Perú. Y ahora a Cali, Colombia, donde son profesores invitados internacionales a unos cursos para transmitir su experiencia a los cirujanos colombianos.¿Porqué la cirugía plástica es tan anhelada y común en países no desarrollados, como Colombia, donde para una mujer es a veces más importante acceder al bisturí que a la educación? Los cirujanos esgrimen que en Estados Unidos y Europa también se operan, como en todo América Latina.Fournier, quien opera como el filósofo de este dúo estético, narra que una vez atendió una mujer muy mayor que pedía un ‘lifting’. Cuando le preguntó por su insistencia en mejorar su aspecto, le respondió: “Cuando una mujer no puede agradar, debe tratar de no desagradar”.