Caminar hoy por las calles de Cali no es un gran placer. En el centro, por ejemplo, hay que moverse entre vehículos y ventas ambulantes; en algunos separadores principales, las basuras son el paisaje; en las estaciones del MÍO se saltan las barandas y se cuelan; los peatones deben esquivar carros y motos en los semáforos, esto sin contar la intolerancia general que reina.

Los caleños se muestran escépticos frente a todo. Una encuesta del Dane así lo evidencia. El 15 % de las personas desconfía de los vecinos, el 85 % no confía en los desconocidos y el 22 % de la población tampoco le cree a los científicos. Si se le pregunta a un ciudadano sobre el tema, seguramente todos quisieran tener otra ciudad.

Adalberto Sánchez, director del Instituto de Investigación y Desarrollo en Prevención de la Violencia y Promoción de la Convivencia Social, Cisalva, de la Univalle, comentó que algunos estudios demuestran que Cali es la ciudad de todos, pero de nadie, pues en los últimos 30 años la capital del Valle se ha construido, desde el punto de vista poblacional, a través de oleadas de migraciones producto de la violencia urbana y del conflicto armado del Suroccidente colombiano.

En Cali se concentra población del Pacífico, Chocó, Nariño, Putumayo, Tumaco, norte del Cauca (afros e indígenas), pero también de los departamentos de Huila, Tolima y el Eje Cafetero. Esto, considera el académico, generó un choque cultural de hábitos y costumbres diferenciales, que ha llevado a condiciones de exclusión y formación de guetos urbanos, sobre todo en la zona oriental.

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Dicha miscelánea de culturas ha construido unas barreras invisibles que aíslan a ciertos sectores poblacionales, razón por la cual, los expertos aseguran que se debe realizar un trabajo pedagógico intersectorial, que involucre a todos los grupos hacia un propósito común: La convivencia y el desarrollo social de la ciudad.

Al respecto, Alejandro Sánchez, coordinador del Observatorio Cali Visible, de la Universidad Javeriana, planteó que para pensar el sentido de pertenencia por Cali, se deben tener en cuenta dos ejercicios.

Primero, reconocer que se requiere la atención ciudadana, muestra de ello es la alta tasa de desempleo (cerca del 20 % en jóvenes). El segundo aspecto tiene que ver con las migraciones, que obligan a pensarse como una ciudad inclusiva, porque Cali está construida cada vez más por personas que provienen de fuera.

“Creo que hay que apostar por la construcción de bienes públicos en temas de seguridad, mejoramiento del transporte y alternativas de desplazamiento menos invasivas como las ciclorrutas”, expresó el directivo.

Además, según Sánchez, otro punto a tener en cuenta es que cuando no hay información política, hay pocas posibilidades de que los ciudadanos se apropien de su destino y de lo que significa la elección de gobernantes.

Por su parte, el sociólogo Edgar Benítez, considera que en Cali se debería dejar de insistir en el sentido de pertenencia, “porque no vamos a lograr ser de nuevo una pequeña ciudad. Desde mi experiencia, creo que deberíamos pensar más bien en cómo nos relacionamos en un espacio público compartido entre extraños”.

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“El arraigo es parte fundamental de la identidad de las personas. En otros palabras, quiénes somos depende de dónde venimos o dónde hemos vivido”, agregó Benítez.

Sin embargo, según su análisis, ciudades grandes como Cali o Bogotá, por la diversidad poblacional que poseen, tienden a perder el arraigo.
La propuesta de este sociólogo es que se generen unas intervenciones a la política pública que haga menos énfasis en la caleñidad y más en el respeto hacia el otro, en tanto todos son ciudadanos que comparten un espacio público.

Algunas experiencias

Para Camilo Mayor, docente y director de la emisora comunitaria Oriente Estéreo, algunos colectivos y personas están canalizando ese malestar social para crear puentes y, de alguna manera, “zurcir esta ciudad que creció escindida, pero debe ser una labor de todos: Gobierno, gremios, movimientos políticos y colectivos diversos, para generar confianza, consensos y salvaguardar el respeto por el otro, empezando por la vida”.

Aunque muchos atribuyen al estallido social del año pasado la falta de adhesión cívica de la ciudad, el docente fue enfático en que no se puede olvidar que desde tiempo atrás, muchos sectores de la población caleña han sido excluidos por su condición social o color de piel.

Por eso, “uno podría pensar que durante el estallido social se reivindicó ese sentido de pertenencia, toda vez que concitó diferentes actores: Jóvenes barristas, ‘parches’ de las esquinas, desempleados, personas que se dedicaban al microcomercio de estupefacientes, quienes, de alguna manera, se incorporaron a un asunto público que convocó a la ciudadanía caleña frente a una realidad que nos afectaba a todos”, precisó Mayor.

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Es importante mencionar que desde Cisalva se ha venido trabajando el tema desde la perspectiva de la convivencia, con estrategias pedagógicas que involucran a la comunidad.

El director de la organización explicó en qué consiste esta estrategia. “Hicimos algunos trabajos con grupos vulnerables excluidos de ciertas condiciones de tipo económico, social y beneficios de ciudadanía, para que se reencontraran nuevamente con ese proceso de construir una conciencia colectiva e identificaran el beneficio del seguimiento a las normas, como, por ejemplo, no tirar la basura a la calle, respetar las líneas de los carriles y las normas de tránsito”.

La estrategia, según dijo Adalberto Sánchez, mejoró las condiciones de convivencia y ciudadanía en las comunidades intervenidas.

Finalmente, Lina Martínez, directora del Observatorio de Políticas Públicas, Polis, de la Icesi, resaltó que la promoción de conductas a partir del ejemplo influye mucho. “Si Cali luce limpia, organizada, hay rendición de cuentas y se conoce qué se está haciendo con los recursos, la gente tendrá un comportamiento similar”.