Alguien introduce un celular por la ventanilla del carro. Graba a un hombre en el puesto del conductor, vestido de jeans y camisa roja, la sangre que corre por sus mejillas, la boca abierta como si acabara de ver un espanto. Apenas un par de minutos antes había sido asesinado por dos sicarios.

En las imágenes aparece enseguida un joven con brazos trabajados en gimnasio y camisa sin mangas que saca del carro a la hija de la víctima: una niña de dos años, la cabeza echada para atrás, los ojos cerrados. El joven de los brazos trabajados se arrodilla, y revisa el cuerpo de la niña, palpándolo con afán. ¡Tiene una herida, tiene una herida!, grita. Entre los curiosos que permanecen en la escena se percibe la misma angustia: ¡Una ambulancia hijueputa!

El video, en poco tiempo, se hizo viral en las redes sociales. Más tarde sucedería algo parecido cuando la niña fue atendida en el hospital Joaquín Paz Borrero. Personal médico la grabó mientras era intervenida. Sí: una niña de 2 años, con una herida de bala, en total indefensión, expuesta públicamente.

A algunos de los usuarios de Facebook el video se les empezó a reproducir sin que ellos hicieran click – los videos de esa red social se reproducen de manera automática– y no fueron capaces de sostener la mirada durante más de 3 segundos. ¿Qué sucede en una sociedad expuesta continuamente a este tipo de contenidos?

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Javier Darío Restrepo es experto en ética periodística. Dirige el Consultorio Ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI, donde ha sido maestro desde 1995. Allí ha estudiado esa frontera que a veces pareciera diminuta entre publicar, o no, contenidos violentos.

– Entre los efectos sociales de una multiplicación de videos de esta naturaleza está el que los crímenes así mostrados llegan a convertirse en costumbre; el dolor de las víctimas se mirará con indiferencia y, sobre todo, el crimen deja de ser una tragedia para la sociedad y se muta en mercancía– escribe a través del correo electrónico.

En el teléfono Alexander Camacho, subsecretario de Salud de Cali, plantea algo similar. Es tanta la exposición de contenidos violentos en la ciudad, que en Cali corremos el riesgo de banalizar la violencia. Es decir: la vemos tanto en las pantallas, que se nos podría hacer natural, una escena más del paisaje.

– Estos contenidos que se publican de manera tan reiterada afectan la sensibilidad de las personas. De repente ya no nos mueve ver a alguien que tenga una herida abierta, una fractura, una exposición ósea. Como pasó con el video de la niña en el hospital. Es muy conmovedor. Yo no fui capaz de verlo.

Camacho hace una pausa, y continúa su exposición.

– Estamos viviendo un proceso de aculturación de la violencia. Significa imponer a la fuerza una nueva cultura. La cultura del morbo, del voyerismo, el amarillismo, y vamos perdiendo esa parte humana: poder sentir que hay allí un ser indefenso y en vez de ayudar, lo que hacemos es sacar el celular para grabar cuando podemos emprender otro tipo de acción, o por lo menos respetar a quien está en estado de indefensión. Perdemos la solidaridad y en cambio difundimos la tragedia. Lo peor es que pareciera que gozamos con ello.

Javier Darío Restrepo considera que si se hace ese ejercicio de preguntar por qué en vez de ayudar se graba, la respuesta es que el crimen resulta algo curioso que no despierta rechazo sino curiosidad.

– ¿Puede una sociedad sobrevivir con decencia cuando mantiene esos criterios?

El psiquiatra Carlos Climent advierte desde su consultorio que estos videos pueden generar toda suerte de efectos negativos para la salud mental. Crear pánico en personas susceptibles, por ejemplo. O por el contrario, “darle alas” a personas igualmente susceptibles para que cometan actos violentos.

– Todo el mundo en Cali está afectado de una manera u otra por la violencia no solo de la ciudad, sino del país y del mundo. Por eso los medios tienen una responsabilidad muy grande de no estimular este tipo de videos y de informaciones morbosas.

Entre los reporteros en cualquier caso hay diferentes opiniones. En 2014 el fotógrafo italiano Oliviero Toscani visitó Cali. Fue quien incluyó por primera vez en la historia a personas negras en las campañas publicitarias de la marca Benetton. También se hizo famoso por fotografiar a la modelo Isabelle Caro, desnuda y en los huesos, posando en una campaña contra la anorexia.

Toscani decía en su visita a la ciudad que mostrar los muertos de la violencia era una manera de hacernos responsables de lo que estaba pasando en la sociedad, dimensionar lo que ocurría. Aunque a ello quizá habría que agregarle un ‘depende’; depende de la intención que se tenga con la imagen.

La periodista Olga Behar considera incluso que hay otras narrativas distintas a la imagen cruda para explicar una violencia que entre otras cosas, “ya no es nueva para nadie”.

Al Consultorio Ético de la FNPI llegó una pregunta sobre ese debate de si publicar o no la sangre caliente: ¿es ético publicar la imagen de niños muertos en una tragedia?

“Se vale de las imágenes para sensibilizar. Fue el caso del bebé hallado ahogado en una playa turca y que hizo sentir el drama de los migrantes. Pero, repetir estas imágenes innecesariamente pueden producir insensibilidad colectiva. Antes de publicar hay que preguntarse si la imagen aporta información y si puede producir daño”, respondió Javier Darío Restrepo.

En el teléfono el subsecretario de Salud de Cali, Alexander Camacho, pone como ejemplo la guerra en Irak.

– En occidente veíamos los carrotanques avanzando en el desierto y en el cielo luces que eran bombas. Nos parecía hasta entretenido. Pero si pasábamos al canal árabe Al Jazeera, veíamos otra cosa: el ser humano indefenso, violentado, en su más mínima expresión de vida, la tragedia de la guerra. En ese contexto es diferente mostrar las imágenes. Pero lo que está pasando en Cali con los videos es muy distinto. Acá cualquier cosa se muestra sin intención distinta al amarillismo. Hace poco se publicó un video de un señor atropellado por un camión. Tenía la pierna destrozada y uno en esos casos no le encuentra sentido al video, más allá del morbo. O las imágenes de la niña en el hospital, ¿qué sentido tienen? ¿Cuál es el objeto de grabarla cuando no solo con ese acto se le revictimiza a ella y a su familia sino que aplica una ley de protección infantil?

Según María Paula Ángel, investigadora del Centro de Investigación para los estudios jurídicos y sociales, Dejusticia, en el caso de la niña grabada en el hospital Joaquín Paz Borrero por personal médico (que ya fue destituido) se violaron varios derechos.

El video, para empezar, revela datos personales sensibles. En la ley los datos personales se dividen en varios ítems: los públicos, los privados, los semi privados y los sensibles, que están relacionados con la salud. Son los que más protección tienen porque pueden generar la discriminación de una persona al divulgarse asuntos muy íntimos.

– Por eso en la ley se prohíbe el tratamiento de estos datos, con ciertas excepciones. Una de las excepciones es que la persona autorice que sean revelados. En este caso es un niño. Y los niños no pueden autorizar. Quienes autorizan son los padres. Entonces solo en el caso de que los papás permitan esas filmaciones de la niña, es legal. Pero parece que no fue así. La grabación no contribuye a proteger los derechos de la menor – dice María Paula.

Según el Código Penal, se contemplan penas de entre 48 y 96 meses de cárcel y multas de 100 a 1000 salarios mínimos legales vigentes para quien viole los datos personales sensibles de las personas. Si se trata de un menor de edad, en teoría se deberían imponer las penas más altas, así que tanto los medios como cualquier usuario de las redes sociales deberían pensarlo dos veces antes de publicar contenidos de violencia que además involucren a un niño.

– Lo que procedería para contrarrestar esto es hacer campañas a nivel social para sensibilizar a las comunidades y que no viralicen este tipo de videos que violan la intimidad de las personas, porque aunque así sea en un espacio público, el derecho a nacer y a morir son sagrados. Si se expide algún decreto, alguna ley que regule el uso de Internet, se corre un riesgo: que se convierta en una herramienta de censura para unas redes que por otro lado denuncian en muchos casos lo que los medios por ciertos intereses no lo hacen –dice la periodista Olga Behar.

Desde su correo electrónico, Javier Darío Restrepo propone un ejercicio básico para quien pretenda publicar videos violentos, sea un editor de un medio de comunicación o un ciudadano del común. Preguntarse: ¿qué pasaría si el protagonista del contenido fuera él mismo o su familia.

– La consideración ética contempla una de las consecuencias de la publicación de estos videos: el dolor, la humillación o indignación de las personas cercanas a la víctima. Basta plantearse la pregunta sobre la propia reacción frente a un video con el asesinato de un hijo, o de los padres, o algún pariente cercano. El rechazo es explicable: se viola la intimidad de las personas.

¿Nos pueden grabar?

La especialista María Paula Ángel dice que en principio, para que alguien sea grabado, debe dar su autorización. A menos cuando no se trata de personas públicas.

“Los hechos en los que te graban, y los espacios, empiezan a aumentar o a atenuar la protección de los datos personales. Si yo como persona privada estoy en un espacio público, me pueden grabar”.

“Lo otro es el hecho en el que estás: si es un hecho de relevancia pública, o si es una misa, algo personal”.