Por Santiago Cruz Hoyos / Editor de Crónicas y Reportajes
A sus apenas 3 años de edad, cuando Raquel Lipsky Prada fue raptada en el Centro Administrativo Municipal, CAM, en Cali, el 5 de julio de 1982, sabía de memoria el teléfono de su casa y el de su abuela: 67 – 11- 32 y 64- 10- 12.
Un par de semanas después del rapto, una niña llamó llorando a la casa paterna y dijo que estaba bien, hasta que alguien le arrebató el teléfono. Los padres de Raquel, Henry Lipsky y María Eugenia Prada, están seguros de que era ella. Desde entones, hace 40 años, no escuchan su voz. Ellos continúan en la búsqueda de su hija.
Lipsky es un apellido alemán. El padre de Henry era un ingeniero mecánico aventurero. Cuando llegó a Colombia, recorrió el país de punta a punta. Eso explica por qué Henry nació en Ibagué, vivió en Neiva, en Bogotá, en El Espinal, estudió ingeniería mecánica en Pereira hasta que llegó a Cali.
En El Espinal nació un sueño familiar. El municipio es una enorme zona agrícola del departamento del Tolima. Lo llaman ‘la capital arrocera del centro de Colombia’, por lo que hay gran cantidad de tractores y maquinaria. En una ocasión, el padre de Henry le mostró lo que tenía en la palma de su mano: inyectores diésel. Le dijo que, a pesar de ser tan pequeños, costaban un montón de plata, luego, si él los podía calibrar y ponerlos a punto para los motores de los agricultores, les iría muy bien. Decidió montar un taller.
Enseguida comenzó a construir un local tan grande como la mitad de una cuadra para albergar tractores. Sin embargo, a mitad de camino, el constructor lo estafó y la edificación se quedó a medio hacer. Al padre de Henry se le ocurrió abrir otro negocio, una heladería, primero, y después, en Bogotá, un bar restaurante que fue famoso: Gambrinus. En Alemania, Gambrinus es el rey de la cerveza.
En el bar se presentaban las mejores orquestas de Colombia y asistían los famosos de la televisión. Con las ventas de un solo fin de semana cubrían los gastos del mes. Sin embargo, el padre de Henry, amable, cada que se sentaba en la mesa de sus clientes pedía una ronda para todos por cuenta de la casa. Empezó a tomar licor, lo que afectó el matrimonio. Prefirió vender el bar que arriesgar a su familia y, con el tiempo, se trasladó a Cali.
María Eugenia Prada, su esposa, nació en Charalá, en el departamento de Santander. El municipio es llamado la Cuna de la Libertad de América por sus aportes a la revolución de los Comuneros. Su padre salió de allí huyendo de la violencia. Iba en un camión. En Buenaventura se varó y el arreglo tardaba meses. Entonces decidió buscar un trabajo temporal, y lo encontró en la Armada. Se quedó hasta su jubilación.
María Eugenia estudió en el Gimnasio Femenino e hizo cursos y diplomados en administración de empresas. Con Henry se conoció en el centro de Cali, en una compañía que vendía cursos de inglés y de guitarra. Se casaron en 1975, tras dos años de novios. Karol fue su primogénita. Después nació Raquel y después Vanessa y Allen.
Cuando raptaron a Raquel, el 5 de julio de 1982, la historia de la familia se partió en dos. Desde entonces no se detienen en su propósito de encontrarla y saber qué pasó con ella, dónde está, cuántos hijos tiene, quién es hoy Raquel Lipsky Prada, qué nombre tiene.
En 1982, Henrry Lipsky tenía un taller de sincronización de carros. El local estaba en la casa donde vivía la familia, en la 44 con tercera del barrio Vipasa al norte de Cali.
El 5 de julio de ese año, Henry necesitaba ir al CAM. Después de algunos problemas con sus socios, quería hacer la diligencia para cancelar la razón social del taller y que el nombre y el teléfono dejaran de salir en las Páginas Amarillas del directorio telefónico.
La diligencia no era urgente. A Henry se le ocurrió ir después de que dos ingenieros con los que tenía citas esa mañana le quedaran mal. Nadie estaba en su oficina. Henry se dio cuenta de lo que ocurría cuando vio al portero de un edificio con el radio pegado a la oreja. Cayó en la cuenta que no era un buen día para programar ninguna cita: jugaban Brasil contra Italia en el mundial de España 82. “¿En qué mundo estás?”, le preguntó el guarda de una empresa a Henry.
Aquel partido es considerado uno de los mejores de todos los tiempos. Italia ganó 3 – 2, con un hat – trick de Paolo Rossi, con lo que la Brasil de Sócrates, Zico, Falcao, quedó eliminada. Brasil era el equipo al que le hacían fuerza los caleños.
Henry tomó su carro, un Volkswagen, como buen descendiente de alemán, y decidió ir al CAM a hacer la diligencia. Iba a ir solo. Por esas extrañas coincidencias, pasó por su casa y vio, afuera, a su esposa, María Eugenia, con sus dos hijas: Karol y Raquel. Estaban jugando y tomando el sol después del baño de la mañana. Henry les pidió que lo acompañaran.
Dejó el carro a un par de cuadras del CAM y los cuatro llegaron a pie. Había mucha gente, la plazoleta estaba repleta de vendedores ambulantes, funcionarios de la Alcaldía, ciudadanos pagando impuestos o los servicios públicos.
Henry hizo una fila y, al llegar a la ventanilla, le informaron que allí no era donde debía dirigirse, entonces lo enviaron a otra. En ese momento se le acercó Raquel, cansada, y le pidió que la cargara. Él le dijo que se fuera mejor para donde estaba su mamá. Raquel y Karol jugaban entre la gente que hacía fila.
Cuando Raquel fue hacia donde su mamá ocurrió el rapto. Fue en segundos. Ella estaba con su hermana, y Karol recuerda que se les acercó una señora con el rostro con barros, quien le dijo: “vaya dígale a su mamá si quiere chontaduro”. Karol salió corriendo hacia donde estaba María Eugenia y le dijo eso, que una señora mandó a preguntarle si quería chontaduro. María Eugenia se alarmó: ¿y Raquel?, preguntó.
Karol la condujo a donde estaba la señora y ya no vieron a nadie. Sintieron un vacío, una angustia, que 40 años después no se apacigua. Henry y María Eugenia decidieron separarse para buscar a la niña en diferentes direcciones. La gente los observaba como locos, no sabían qué ocurría. Henry y María Eugenia gritaban: ¡se robaron a la niña, se la robaron!
Henry se detuvo en un teléfono público. No le importó la fila, le arrebató el teléfono al que estaba hablando e introdujo una moneda para llamar a su casa. Quería pedir que le ayudaran a llamar a la Policía y a las emisoras para difundir la noticia.
Le extrañó lo que escuchó. Su hermana le dijo que alguien acababa de llamar a contarle que a Raquel se la habían robado. En la familia no saben quién llamó, ni por qué se enteró tan rápido, y además qué explica que tuviera el teléfono de la casa. Cuatro décadas después la duda persiste. ¿Quién fue? ¿Quién sabía?
El robo de niños no es mito. Tampoco un asunto del pasado. Según la Fiscalía, desde 2019 hasta julio de 2023, en Colombia hay 65 reportes de niños víctimas de desaparición forzada. Además, se han interpuesto 50 denuncias de niños secuestrados.
En 2021, el Instituto de Bienestar Familiar emitió una alerta: hay personas haciéndose pasar por funcionarios de la entidad para raptar bebés. Uno de los casos se conoció en San Antero, en el departamento de Córdoba.
Según el ICBF, entre 1999 y 2023, en Colombia secuestraron a 2379 niños. La mayoría tienen entre cero y un año. El Valle del Cauca es el departamento donde más ocurre.
La Policía pareciera no interesarse en estos casos. El día del rapto de Raquel, mientras Henry la buscaba desesperado por la Calle Primera, por la iglesia La Ermita, por el Parque de Los Poetas, abordó una patrulla para pedir ayuda. Los agentes le dijeron que debía ir a una estación a hacer el denuncio. Cuando Henry llegó, quien recibía las denuncias no estaba. Debió esperar. Después, a Henry, alterado, desesperado, no le quisieron recibir el denuncio. Cuando por fin lo logró, el policía escribió en el documento radicado: “no amerita para captura”.
Muchos meses después, en su búsqueda, Henry y María Eugenia supieron de una notaría en Tuluá donde las bandas dedicadas al robo de niños cambiaban sus nombres y sacaban nuevos documentos. Unos familiares se hicieron pasar por una pareja que quería un bebé para adoptar. Un integrante de una banda de trata de niños les preguntó cómo lo querían, si mono o trigueño, de qué color los ojos. Les mostraron fotos de niños en un catálogo. Como si fueran carros.
En otra ocasión, la Policía llamó a los Lipski para que se dirigieran al aeropuerto de inmediato. Una señora llevaba una niña envuelta en sábanas y pretendía sacarla del país. En el camino se enteraron del desenlace: una auxiliar de vuelvo tocó a la niña, (que por la edad no era Raquel), y descubrió que estaba muerta. La niña estaba llena de droga.
Cuando raptaron a Raquel, Henry y María Eugenia pidieron ayuda en Migración para conocer los reportes de los niños que habían salido del país en julio de 1982. Después de semanas de insistir en el aeropuerto, les mandaron un listado de nombres y apellidos sin más; sin edades ni datos que pudieran llevar a Raquel.
En 2021, Holanda suspendió la adopción de niños en el extranjero por parte de sus ciudadanos. El gobierno denunció que, en muchas adopciones, sobre todo en Colombia, los documentos de los menores fueron falsificados por funcionarios corruptos de ambos países. Muchos niños que fueron adoptados en Holanda en realidad eran víctimas de trata. Los casos se registraron desde finales de los años 60 hasta finales de los 90.
El día del rapto de Raquel, la casa de los Lipsky se llenó de gente: familia, vecinos, tratando de ayudar en lo que podían. Juan Manuel de los Ríos era el director del periódico El Pueblo. Su hijo era amigo de Raquel.
Juan Manuel ordenó una publicación en primera plana y a seis columnas con la noticia del robo de la niña. Henrry y María Eugenia hicieron por su parte volantes escritos a mano que distribuyeron en toda ciudad. “Raquel Lipsky Prada tiene tres años, tez blanca, ojos cafés, labios delgados, hoyuelos al reír. Al momento de su desaparición tenía el pelo mono, largo, liso, con capul. Usa botas ortopédicas. ¡Por Dios, ayúdenos a encontrarla!”, escribieron.
Pronto la ciudad se movilizó, tras las crónicas que publicaron otros reporteros como Gloria H, en la revista Cromos, o Luis Alfonso Mena, en El País. La Tipografía Central donó la impresión de los volantes; las empresas de buses ayudaban para repartirlos; César Ruiz, un amigo de la familia, que trabajaba de Goodyear, se propuso reunir cien mil pesos de la época, unos diez millones de hoy, para ofrecerlos como recompensa a quien diera información sobre el paradero de Raquel.
Desde el siguiente día del rapto empezaron a llegar pistas falsas. Gente que llamaba diciendo que a la niña la vieron en un super mercado y los Lipsky salían a toda velocidad, pasándose los semáforos en rojo. Cuando llegaban o no era Raquel, o ya no había nadie.
Otros llamaban para hacerle maldades a quien le tenían rabia. “Que a la niña la tiene mi vecino en X dirección”, decían, y la familia llegaba con policía y periodistas a la casa de esa persona que no tenía nada que ver en el rapto.
Emocionalmente, durante cuatro décadas, los Lipsky – Prada han vivido así: picos de euforia por posibles pistas que conducen a Raquel y la frustración de no llegar a nada. Henry Lipsky toma pastillas para la depresión. Karol, su hermana mayor, se pregunta quién le va a devolver el tiempo perdido, 40 años sin su hermana. Para la familia, en su imaginario, Raquel no ha crecido. Sigue siendo una niña de tres años. No la vieron creer.
Los ahorros de todos se esfumaron. En más de una ocasión llamaron a exigirles plata para entregarles a Raquel, pero resultaron ser estafadores. Una vez los citaron en el barrio Meléndez, en otra ocasión en Ciudad Jardín, también en Alfonso López y en ciudades como Palmira, Melgar, Girardot, Armenia. Los Lipsky han viajado por toda Colombia en busca de su hija.
Al principio, para identificar a una posible Raquel, todo era “al ojo”. No existían las pruebas de ADN. Algunos familiares y amigos acudieron a brujos y videntes. Henry y María Eugenia creen en Jesucristo, no en hechiceros. El brujo que alguien contactaba en Bogotá decía que la niña estaba en Santander de Quilichao, y el vidente con consultaban en Cali decía que Raquel estaba en Bogotá.
A mediados de 2009 la Fundación Plan Ángel se ofreció ayudarles con las pruebas de ADN. La fundación fue creada por Marcia Éngel para asesorar a personas como ella: adoptados en busca de sus padres biológicos.
Con la Fundación y con un programa de televisión de Los Informantes sobre el caso, surgieron una decena de posibles Raquel. Una está en Houston, otra en Chile, otra en Bogotá, una más en La Guajira.
En una ocasión Nora, la posible Raquel que está en Bogotá, llegó a Cali hasta la casa de los Lipsky. Mientras conversaban, Henry y María Eugenia se miraron y sin decirse, pensaron: ¡Es ella! En la sala, una manicurista le arreglaba las uñas a María Eugenia. Nora se puso a organizar los esmaltes según su color. Raquel es así: organizada. A sus 3 años su closet mantenía impecable, con las medias ordenadas por colores. Cuando Karol entraba a desordenarle el cuarto, Raquel protestaba. En las peleas con su hermana mayor se defendía con sus botas ortopédicas.
La prueba de ADN con Nora, sin embargo, resultó negativa. La pista más concreta del paradero de Raquel surgió gracias a un cuidador y vendedor de casas, quien llegó hasta el diario El País y dijo quién tenía a la niña: una mujer que vivía en el barrio Aguablanca, dedicada, también, a la venta de casas. El hombre decidió denunciarla luego de que la señora no le pagara una comisión de una venta.
Durante varios días se hizo un operativo de inteligencia en la cuadra. El que vendía los helados en realidad era un agente encubierto, así como el que barría la calle. Todo lo echó a perder un periodista que entró a la vivienda a preguntar directamente por Raquel, por lo que alertó a la señora y escapó.
En la casa había una mujer de 40 años a quien no la dejaban salir. Cuando por fin le pudieron hacer la prueba de ADN, no era Raquel, pero ella supo que la mujer con la que vivía tampoco era su mamá. La señora al parecer se dedicaba a robar niños.
40 años después del rapto de Raquel, los Lipsky – Prada siguen pidiendo lo mismo que escribían en los volantes en 1982: piedad. No les interesa tomar ninguna acción legal contra quien robó a Raquel. Solo quieren saber de ella, sanar, por fin, esa herida que sangra a diario, y eso solo será posible conociendo la historia: ¿qué pasó con Raquel Lipsky Prada? ¿Dónde está hoy? ¿Qué nombre tiene? ¿Cuántos hijos tiene?
Henry está escribiendo un libro sobre esta historia. El final, piensa, tal vez sea una fiesta familiar en la que esté Raquel, y todas las posibles Raquel que han surgido en cuatro décadas de búsqueda.