Varias enseñanzas dejó la crisis generada por el desabastecimiento de gas en el Valle del Cauca y especialmente en Cali, donde la gente no solo puso a prueba su capacidad de reponerse a las dificultades, sino también su recursividad y su instinto de supervivencia.
Desde el sábado 20 de mayo, la Transportadora de Gas Internacional, TGI, había anunciado que una anomalía térmica a la altura del Cerro Bravo, en Tolima, por donde pasa el gasoducto que surte al suroccidente colombiano, podría llevar al corte del suministro del combustible.
Sin embargo, a las viviendas seguía llegando el gas, razón por la cual nadie tomó muy en serio la noticia. Las cosas cambiaron drásticamente el miércoles, hacia las 9:00 de la mañana, cuando se agotó la llama.
La alarma se encendió aun más cuando se conoció que la solución podría tardar hasta quince días. Esto significaba que 674.434 usuarios que tiene la capital vallecaucana, la mayoría de estratos 1 y 2, deberían recurrir a medios alternativos para poder seguir garantizando sus alimentos.
Y así fue. Ese mismo día, miércoles, unos se abastecieron de arroz chino, atún, comidas frías: salchichas, salchichón, etc, para paliar el hambre. Otros, más afortunados, que contaban con olla freidora y arrocera, aprendieron a darles múltiples usos y servicios.
Muchos más corrieron a los almacenes de cadena y al centro de la ciudad, donde se vieron interminables filas para adquirir estufas eléctricas, ollas arroceras, freidoras y hasta cafeteras. Rápidamente estos productos se agotaron en el mercado, mientras la especulación iba haciendo de las suyas. El plan de contingencia anunciado por la Alcaldía nunca llegó.
Un recorrido por la angustia
Jueves en la mañana. Se cumplían 24 horas del corte y en la ciudad había una aparente calma, pero solo había que recorrer las calles, sobre todo de los barrios populares, para mirar de cerca la dimensión del caos.
Casi en cada cuadra había un fondo enorme en un fogón de leña. Los más afectados: restaurantes pequeños, panaderías y asaderos de pollos.
Sandra Milena Girón, dueña del restaurante Sabrosuras de Santi, cuenta que debió ir en horas de la noche a la Avenida del Río para recoger leña y hacer la comida. A pesar de la difícil situación sonreía y dijo que no se podían morir de hambre, tienen un hijo que mantener, por eso no pueden cerrar el negocio.
Una situación similar se vivía en la panadería Surtipanes, en el barrio Popular. No había panes pequeños ni desayunos. Solo sacaban los productos que más rápido se hacían. La pipa de gas instalada en la madrugada ya estaba a punto de expirar. No descartaban un cierre que afectaría a 20 empleados.
“Es todo un dilema, porque lo de los cilindros está complicado. Si no tiene el nombre de la empresa, no se lo cargan”. ¿Y el plan de contingencia?
En los hogares populares, la gente se volvió inventiva. En una lata de atún u otro recipiente metálico echaron aserrín y alcohol, y otros esponjas de brillo, para hacer combustión. Fue el caso de Giovanny, un guarda de seguridad, quien afirmó: “Hay que agotar todos los recursos para hacer de comer. Con alcohol pude hacer una estufa en un tarro de aluminio”.
La feria de los electrodomésticos
Los que sí hicieron su agosto con el desabastecimiento de gas domiciliario fueron los almacenes de electrodomésticos y de servicios. Se agotaron las arroceras, freidoras y los repuestos para conectar la estufa a la pipeta de gas.
Un joven se acercó a preguntar justamente por una arrocera. “Estamos consiguiendo lo que sea. Ayer (miércoles) compramos arroz chino para el almuerzo y hoy (jueves) yogurt y galletas para desayunar, pero tengo que solucionar el almuerzo de hoy”.
Los taxistas también vivieron su propio calvario. Este gremio fue uno de los primeros en quedar sin el servicio. Según Jhonny Rangel, director de la Mancha Amarilla, más del 70 % del parque automotor funciona con gas.
La reconocida cocinera de la galería Alameda, Basilia Murillo, quien pagó $200.000 por una estufa eléctrica que vale normalmente $60.000, $50.000 por un bulto de carbón que cuesta $20.000 y por una pipa de gas de 40 libras $200.000, aseguró que esta situación solo puede dejar una enseñanza.
“Esto me hizo retroceder a la pandemia, cuando hacíamos filas o teníamos que cerrar. Por eso, debemos aprender a ahorrar, a cuidar el agua, la energía, economizar el gas. A tener un plan B, en un rinconcito de la casa, guardar una estufa eléctrica porque no estamos libres de otros cortes”, repuso la mujer.
La suspensión del servicio también evidenció que la ciudad, la región, las distribuidoras de gas y las empresas que surten el combustible tampoco tenían un plan B para atender la emergencia.
El alcalde Jorge Iván Ospina manifestó que “no puede ser que hayamos tenido esta alerta y no encontremos una solución de fondo. (…) ya hemos pasado un susto, necesitamos aprender todos al respecto”.