Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
Ángela Neuhaus nació en Alemania, donde trabaja como profesora de biología y geografía. Pero sobre todo es una apasionada por los museos. En su país hace parte de tres sociedades que se dedican a cuidar el patrimonio. Una de ellas es la casa de bahareque del primer alcalde de su ciudad, Bonn Beuel, quien murió en 1825. Allí ofrecen charlas sobre las épocas pasadas y tures guiados.
Otro de los museos a los que pertenece es una casa, también en bahareque, que conserva una colección de muebles y objetos cotidianos del hogar que se utilizaban entre 1700 y 1900. Y además dirige una feria de arte en un castillo del Siglo XIII.
– Me encantan los museos, cada que viajo por el mundo lo primero que hago es visitar los museos de cada lugar – dice mientras camina por los alrededores del río Cali, rumbo al museo que acaba de fundar: Hernando Tejada.
– No podía creer que en Cali no existiera un museo de este artista tan importante, así que decidí abrirlo. Todo el mundo conoce el gato de Tejada, se toman fotos en el monumento, pero nadie sabe quién es el maestro que lo hizo – agrega en perfecto español con ese acento que todos llaman ‘gringo’, mientras abre la puerta del nuevo museo, ubicado a media cuadra del gato, en la Avenida 4 oeste # 1- 66, galería El Finestral, y a unas cuantas casas del Taller Tejada, donde ‘Tejadita’ (medía apenas 1:50) hizo gran parte de su obra.
Natalicio 100
Hernando Tejada nació el 1 de febrero de 1924, en Pereira, así que en este 2024 se celebra su natalicio número 100. A él sin embargo le gustaba celebrar su cumpleaños el 3. Por eso el museo se abrió este sábado. Esa noche también se lanzó una canción tan pegajosa que podría convertirse en un himno de Cali. Se llama ‘Tejadita miau miau’ y la compuso Sebastián Valencia Sayin, con un amigo suyo, Tomás Correa.
Sebastián es músico y sobrino - nieto de Hernando Tejada. Su abuela era la artista Lucy Tejada, hermana de Hernando. Y su padre es escultor, Alejandro Valencia, hijo de Lucy y autor de las novias del gato, las gatas que acompañan al monumento de Hernando frente al río Cali. Además, para más señas, Sebastián es el esposo de Ángela.
Es miércoles, y Alejandro, su padre, en el Taller Tejada, donde vive, fuma y enseguida se sonríe. Fue Julián Domínguez, presidente de la Cámara de Comercio en el momento, quien le propuso hacer las novias del gato para que acompañaran el monumento de Hernando. Alejandro recuerda que se imaginó el proyecto de inmediato, “fue una comunicación mágica”. Aunque le dio risa eso de las ‘novias del gato’. Hernando Tejada jamás usó esa palabra, no era de novias, sino de amigas o de amantes.
– Hernando nos hacía reír a todos. Era muy divertido y de muy baja estatura, pero no le importaba. Un hombre de pequeño formato, pero muy bien proporcionado. Era muy creativo y cómico. A él lo disfrazaron de Chaplin y eso como que lo contagió. Después se disfrazó de Cantinflas. Entre otras cosas, era un escenógrafo. Transformaba cualquier entorno en un momentico. Se disfrazaba, se sentaba encima de las muchachas y ellas se lo permitían, se comía las flores. Siempre hacía chistes. Una vez, cuando estaba trabajando aquí en el Taller Tejada su obra Manglares, se escondió detrás de un manglar a ver si lo encontraba unos de sus colaboradores. Jugaba con todo el mundo – dice Alejandro y, por la ventana de su cuarto, entra un gato.
A Hernando Tejada le atraían los gatos, así no los tuviera como mascotas en su casa. Decía que eran dóciles, cambiantes, misteriosos, de personalidad independiente, ágiles. De cierta manera se parecían a él. A todas sus amigas, y amantes, les regalaba gaticos que dibujaba o tallaba en madera.
El Gato del Río, en cambio, es una escultura de bronce de tres metros y medio y tres toneladas de peso. La realizó con el auspicio del gobernador de la época, Germán Villegas, y el alcalde de entonces, Mauricio Guzmán Cuevas. El monumento se inauguró el 3 de julio de 1996, después de que llegara a Cali proveniente de Bogotá en una cama baja. La obra debió fundirse en la capital del país porque en Cali no había dónde aplicar las técnicas que se requerían.
Tejada visitó casi a diario la escultura que lo hizo tan feliz durante dos años. Hasta que, tras 43 días de agonía, falleció el 1 de junio de 1998. Sus cenizas fueron esparcidas por Sebastián en el monumento y tal vez por eso se dice que el gato contiene el ‘espíritu Tejada’: alegre, pícaro, un artista satisfecho consigo mismo y su obra. “Hago arte para descansar”, decía Hernando.
Cosas del destino
Ángela Neuhaus no tuvo hijos, así que, con esa libertad, un día cualquiera en su natal Alemania decidió que quería recorrer el mundo. Pensó visitar Ecuador, pero una amiga le recomendó Cali.
– Te va a gustar por el clima, la gente, el ambiente.
En el aeropuerto de Bogotá, a Ángela la recogieron unos amigos de su amiga, que le prepararon una cena y, mientras conversaban, le mostraron el libro del artista “que más ha sentido a Cali”, Hernando Tejada. Atrás, en la contraportada, se lee: “Para mí lo vital es modelar y dibujar mis sentimientos; el arte es mi instrumento. Amo a las mujeres, la naturaleza y los animales. H. Tejada”.
El libro, con textos de Antonio Montaña, y editado por Alejandro Valencia, es un repaso por la vida y obra de ‘Tejadita’. Allí se narra que la familia llegó a Cali en 1937 y Hernando estudió primero en el colegio San Luis Gonzaga, de los hermanos maristas, e ingresó después a Bellas Artes. Durante unos años vivió en Bogotá, donde estudió en la Universidad Nacional, y quedó en la historia como el primer profesor de diseño gráfico en Colombia. Lo nombró en el cargo el pintor Alejandro Obregón.
Fue en la universidad donde Hernando aprendió la técnica del muralismo – es el autor de los murales de la estación del Ferrocarril de Cali, – y empieza a hacer sus primeros retratos. Después descubrió la madera y comenzó a hacer arte en ella. En su tiempo no lo entendieron: ¿cómo un muralista retrocede a la madera, se volvió acaso carpintero?, decían algunos intelectuales. Alejandro Obregón, en cambio, aseguró que ‘Tejadita’ era el gran artista de Colombia, pues logró hacer arte donde aparentemente no se podía, un tipo de madera blanda llamada el peine mono.
“Es el gran artista que retrocede a través del tiempo con la maestría de su oficio y talento encontrando una visión y a la vez logrando tener una propuesta dentro de lo naíf, el barroquismo exuberante y el Pop Art”, leyó Ángela en el libro, mientras les decía a sus amigos: “qué artista tan bacano”. Es tierno escuchar a una alemana pronunciar esa palabra tan colombiana, ‘bacano’.
En Cali, Ángela vivió un año trabajando como voluntaria en la Fundación Don Bosco en un proyecto de formación de excombatientes. Se enamoró de la ciudad y encontró al amor de su vida. Por esas casualidades del destino conoció a Sebastián, su esposo. Empezaron a salir, y Sebastián jamás mencionó que era familiar de Hernando Tejada. Tampoco habló de su abuela, Lucy Tejada.
Ángela se enteró cuando conoció al resto de la familia y fueron juntos a una charla sobre la obra de Lucy, donde Ángela dijo: “me parece que esta artista debería tener un cuadro en cada museo de arte moderno del mundo”. Enseguida recordó el libro que le habían prestado en Bogotá y le preguntó a Sebastián dónde quedaba el museo Tejada.
– No hay — le respondió.
Fue en ese momento cuando Ángela decidió abrir un espacio dedicado a honrar la memoria y obra del “maestro”. Se convirtió en su sueño. Pero había un problema: las obras estaban en Medellín. La familia la donó al Museo de Arte Moderno. Allá está, por ejemplo, ‘Estefanía, la mujer telefonista’, que Tejada hizo en madera de balso policromada; o ‘Teresa, la mujer mesa’; y ‘Sacramento, la mujer asiento; también ‘Abigaíl, la mujer atril’ y ‘Mónica, filarmónica’.
El proyecto era realizar, en Medellín, un museo en la Casa Tejada. La casa se vendió después de que el proyecto nunca se cristalizara. A Ángela, entonces, le ofrecieron las obras y los muebles que tenía Hernando en su casa en Cali, en El Peñón. Ella, de su bolsillo, los compró, junto con los objetos personales de Hernando. Lo guardó todo en su apartamento mientras encontraba un espacio para abrir el museo.
Hasta que conoció a Liliana María Ortiz Casas, quien quería recuperar la galería de arte El Finestral. Era el lugar perfecto para albergar el museo de Hernando Tejada, a media cuadra del gato.
– Era como si el destino me llevara siempre a Hernando Tejada: primero con el libro que me prestaron, luego conociendo a mi esposo, familiar de él, y ahora en este proyecto de crear un lugar para conservar su legado – dice Ángela y empezamos a recorrer el museo.
El mundo Tejada
El primer piso del museo Hernando Tejada es tertuliadero, un café para pasar la tarde con la brisa caleña frente al río. En el segundo piso están sus obras y sus objetos personales, como las libretas de teléfono. Están marcadas según la ciudad – Medellín – Cartagena – y en ellas hay dibujos suyos (tal vez los hizo mientras conversaba con alguien) y por supuesto, números telefónicos. La mayoría de los contactos son de mujeres.
Hernando se intentó casar cuatro veces y no lo logró. En su época, los artistas no eran considerados “buen partido”. Uno de sus amores más significativos, cuenta el escultor Alejandro Valencia, fue María. “María bonita”, le decía. Ella murió en el parto de un hijo de otro señor – amigo de Hernando– que se casó con ella. Cuando murió dando a luz, Hernando le hizo un retrato que siempre estuvo expuesto en la pared de su dormitorio.
Otra de sus parejas fue Sussy Bonilla. Pero pasó que Tejadita viajó a Europa y cuando regresó, Sussy ya se había casado. Entonces Hernando dijo: “ahora el que no se casa soy yo”.
– A la larga fue afortunado para su arte el no casarse. Tal vez el artista que es Hernando Tejada no hubiera existido por los menesteres del matrimonio. Pero pintó cualquier cantidad de mujeres. Le hizo un canto a ese ser con tanta ternura y gracia – dice Sebastián.
Hernando Tejada también fotografió a sus amigas y amantes. En el museo hay una pared con sus retratos. Además, hay películas – 19- en las que era el director, el fotógrafo, el productor, el sonidista; los actores eran sus amigos o integrantes del Teatro Experimental de Cali, de Enrique Buenaventura.
Tejadita fue un artista polifacético. Incluso ambientó escenografías para ballet y teatro e ilustro libros, como la biografía de ‘Jovita’, del poeta Javier Tafur. También elaboró títeres de madera. “Con estos fue invitado a representar Colombia en la República Checa en 1966. El viaje fue mágico, realizado en barco y también lo llevaría en el mismo viaje a exponer sus cuadros en la ciudad de Hamburgo, Alemania”, se lee en el recorrido por el museo, repleto de fotos de sus amigos.
Alejandro Valencia había dicho con una sonrisa pícara: “Hernando Tejada era un canalero impresionante”. Sus amigos lo querían tanto por lo divertido que era, que anhelaban estar con él, luego lo invitaban a almorzar. Hernando aceptaba gustoso de lunes a viernes. El sábado declaraba su independencia y ese día el que gastaba el almuerzo era él. Lo hacía en el café Los Turcos, por solidaridad con el restaurante de su hermana Lucy.
– El museo pretende recrear el mundo Tejada, la manera en que vivía. Su casa era de pequeños espacios llenos de muebles con sus obras, sus fotos, sus películas. Todos sus muebles fueron diseñados por él y la mayoría los construyó, así que también son obras de arte. Estos muebles los llenaba de cosas, como figuritas y vasijas de barro precolombinas, conchas y piedras del mar, regalos de amigos. Las paredes estaban repletas de estanterías con obras de arte. Su casa en sí era una obra arte – dice Ángela.
En un rincón del museo de Tejada se lee: “Casi siempre comenzaba dibujando, aun si el objeto final de su trabajo era tridimensional. A la hora de dar los pasos finales – cuentan sus asistentes – comenzaba a reír y con frecuencia a dar pasos de baile”.