Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
El primer huésped del único hotel en el mundo exclusivo para personas en silla de ruedas fue un hombre nacido en San Martín, una isla del Caribe, ubicada a 240 kilómetros de Puerto Rico. Lo habían operado en la isla y sufrió un daño en la médula espinal, que conecta el cerebro con los nervios de la mayor parte del cuerpo. No puede caminar.
Para rehabilitarse llegó a Cali, pero no encontró un lugar cómodo para movilizarse a sus anchas en su silla de ruedas, hasta que dio con el hotel, que se llama Kreenty y está ubicado en la Carrera 26 No 3 oeste 63 del barrio San Fernando. Al huésped de San Martín no le importó que aún hubiera maestros de construcción terminando las obras, y se quedó durante un mes.
El segundo huésped fue Geraldine, una niña de 9 años quien llegó a Cali desde una vereda de Sonsón, Antioquia. Geraldine tiene una enfermedad llamada mielitis transversa, que inflama la médula espinal, y por ello se transporta en una silla de ruedas. Para llegar a la ciudad y hacer las terapias, su familia debió hacer mil y un esfuerzos, desde vender rifas hasta organizar cabalgatas.
En Cali Geraldine se quedó primero en un sitio donde su papá debía cargarla para subir las gradas de un segundo piso, y después en un cuarto diminuto e incómodo, hasta que encontró el hotel, donde hay ascensor y las habitaciones son espaciosas para moverse en la silla de ruedas sin chocarse con ningún objeto.
Todo está hecho a la medida justa para alcanzar cualquier cosa desde la silla de ruedas: los closets para elegir la ropa del día, la ducha, el sanitario, la nevera, la estufa, el lavaplatos, las lavadoras. Las camas también fueron hechas a medida para pasar a ellas desde la silla de ruedas sin mayor esfuerzo y viceversa.
Además, en el hotel le inculcaron a Geraldine la independencia: vestirse sola, bañarse sola, mover la silla sola, amarrarse los zapatos sola, sin la ayuda de su padre. La independencia, recalca el fundador del hotel, es uno de los tesoros que necesitan encontrar con urgencia quienes por alguna razón no pueden caminar.
El tercer huésped fue un caleño que no tenía un lugar adaptado para vivir y se quedó dos semanas. Por estos días se hospeda un atleta paralímpico que permanece en concentración para una competencia en el exterior. Todos los días lee mensajes escritos en letras negras y grandes en las paredes como: “la confianza en ti mismo es tu PODER para vencer tus miedos”; o “Aunque te acompañen en este viaje, el único que tiene la fuerza para cambiar el destino eres tú”.
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A Giordano Pacheco – el fundador del hotel - le sucedió lo mismo que a sus huéspedes. Él, que nació en Bucaramanga, se encontraba en Chile haciendo cuentas. En Estados Unidos ofrecían un tratamiento para rehabilitarse después del accidente que sufrió en su moto y que le causó un daño medular. En su desespero por volver a caminar, Giordano concluyó que incluso si lo vendía todo – su apartamento, su carro, incluso el perro – no le alcanzaba para pagar la rehabilitación en ese país.
De repente, en Facebook, vio un anuncio de unas terapias que se realizan en Cali y no lo dudó para tomar un avión con su esposa. No conocía la ciudad y tampoco tenía familia aquí, y lo primero que notó es que Cali está muy lejos de ser incluyente. No hay andenes para las personas en silla de ruedas, los conductores no respetan las cebras ni los semáforos, no hay lugares para que una persona con movilidad reducida y su acompañante se queden a dormir con comodidad. La alternativa es una o dos habitaciones que ofrecen los hoteles más costosos.
Tampoco pululan los restaurantes con accesos para personas en silla de ruedas e ir a comer un helado a un centro comercial puede resultar molesto: no son pocos los que parquean en los espacios señalizados para las personas con movilidad reducida porque vieron “el papayazo”.
En su estancia en Cali, Giordano conoció más gente en su situación. Personas en silla de ruedas que se quedaban en un segundo o tercer piso y que debían cargarlas para llegar a su apartamento, y además se debían bañar en un patio, sentados en una silla plástica, con una manguera, porque en los baños tradicionales no cabe una silla de ruedas.
— Tras de que la estamos pasando mal por no poder caminar, encima te tienen que bañar en el patio con una silla plástica y a manguera… no jodás. Ahí me surgió la idea de hacer un hotel para personas con movilidad reducida – cuenta Giordano, mientras hace un recorrido por Kreenty en su silla. La domina de forma tan natural como Messi al controlar un balón.
El nombre del hotel le surgió en uno de esos momentos difíciles por los que se pasan cuando de repente te dicen que no vas a volver a caminar. Giordano, deprimido por la noticia, entendió que la única manera de salir de ese túnel “cien veces más difícil que los rally Dakar que corrí”, era creyendo en él. También ayudando a otros a hacerlo.
Por eso Kreenty no es solo un hotel, explica; es un movimiento por la inclusión en Cali. El próximo proyecto de Giordano es abrir el primer gimnasio del mundo exclusivo para personas con movilidad reducida, que solo en la ciudad son cerca de 60 mil personas; en Colombia, más de un millón.
— Nuestra intención es desarrollar la inclusión en Cali. Hay mucho por hacer. Uno va a un restaurante y no importa el precio: no hay baños para personas con movilidad reducida. En pleno 2024 en Colombia todavía la inclusión está muy subdesarrollada. Yo también quiero ir a comer una hamburguesa con mis amigos, tomarme una cerveza, sin embargo, la gente en silla de ruedas se queda en su casa porque no hay lugares cómodos. Pasa que los amigos dicen no, qué vamos a llevar a este ‘man’ si anda en silla de ruedas, vámonos callados. Eso pasa en muchas familias. La gente no sale o sale sin la persona con movilidad reducida, por eso terminamos excluidos. En otros países no pasa, a la gente la invitan a salir porque los lugares están adaptados. Yo vivo en Chile, y cualquier restaurante o bar, no importa el presupuesto, por ley, debe tener rampas y baños para personas con discapacidad – dice Giornado, mientras abre una de las habitaciones de Kreenty, 11 en total, todas con dos camas, aire acondicionado, Smart tv, baño. La noche cuesta 38 dólares, 150 mil pesos colombianos.
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Giordano ha sido deportista desde niño. Primero fue tenista, luego ciclomontañista, hasta que su papá le regaló una moto, a la que Giordano llama el amor – deportivo- de su vida.
En la moto recorrió Sur América y se convirtió en corredor. Ganó varios campeonatos nacionales y participó en tres ocasiones en la carrera más peligrosa del mundo, el rally Dakar (una en Perú y dos en Arabia Saudita).
Giordano incluso logró terminar un Dakar en la categoría más difícil, Original, en la que se corre en solitario, sin asistencia.
— Tú no puedes decir: voy a correr el Dakar, no. El Dakar te tiene que seleccionar. Depende de la hoja de vida que uno tenga como deportista. Yo tuve que correr rallys internacionales para ser convocado en el Dakar, demostrar que tenía la capacidad de correrlo. Era mi sueño.
Si la llaman la carera más peligrosa del mundo es por su exigencia. Se alcanzan velocidades de 180 kilómetros por hora en el desierto, donde no solo no se ve nada, sino que no hay señalización alguna de posibles peligros. Caerse a esa velocidad puede ser mortal. Además, se compite durante 12 ó 15 días, en los que se duerme apenas tres horas, y se sufre de las condiciones extremas de frío y calor.
— Es una carrera de mucho aguante y uno vive demasiadas emociones, alegría, tristeza, dudas. Es una experiencia en la que siempre, cuando terminas, dices: no vuelvo a correr esto, pero a los dos días tienes ganas de volver. Es como una droga que te hace sentir tanta adrenalina que uno quiere sentir de nuevo esas emociones.
Giordano se fracturó varios huesos durante su carrera como piloto de motos. En el Dakar se quebró unas vértebras y aún así terminó la carrera. Pero nunca imaginó que sufriera un accidente tan grave como para no volver a caminar. Sucedió en mayo de 2022 en una carrera de motocross del campeonato nacional de Chile.
— Era una carrera para ir a pasarla bien. Y en un salto, tenía un imperfecto en la salida. Era un salto largo, pero no era difícil. Un salto de unos 40 metros que se cogía rápido. Y lo cogí por un lado donde había una barriguita y cuando salté, la moto me botó de punta. Caí de cabeza. Con la moto de punta, yo cayendo de cabeza, el impacto fue muy fuerte. Me rompí los dos brazos, el omoplato, seis costillas, me perforé un pulmón, me rompí la espalda. Y ahí se me apagó el caset. Desperté a los tres días con la noticia de que tenía un daño medular.
Al principio, Giordano lo tomó con positivismo. Pensaba que la iba a lograr, que iba a volver a caminar, “para mí no hay límites”. Duró tres meses hospitalizado.
De la motivación pasó a la depresión, a hacerse preguntas sobre cómo es vivir el resto de la vida en una silla de ruedas, cómo iba a jugar con su hija pequeña, cómo iba a viajar. Es un cambio en la vida en un abrir y cerrar de ojos para el que no existe manual.
— Entré en un túnel y en una depresión muy dura. Llegué a pensar en que no quería vivir porque es un cambio de vida muy drástico en el que crees que ya no puedes hacer muchas cosas porque tu cabeza te dice ya no puedes hacer esto o lo otro, te sientes demasiado mal y te lo pintan tan malo que piensas en meterte un tiro. Después ves a tu familia, no solo tú estás pasando por este momento amargo, sino tu esposa, tu hija, todo tu entorno. Uno es al que tienen que ayudar, entonces de ser un deportista a pasar que te tengan que bañar, limpiar, vestir, transportar con una silla de ruedas que no cabe en ninguna parte, uno empieza a sentirse mal, a bajarse el autoestima, y claro, ves todo tan malo que entras en una depresión donde se mira todo oscuro.
Para salir del túnel hay que creer en uno mismo, aconseja Giordano. Y para empezar a creer hay que ir, poco a poco, conquistando la independencia. Nadie está acostumbrado a que lo limpien después de ir al baño, entonces se deben ir haciendo pequeñas conquistas para hacerlo de nuevo solo.
Giordano empezó por bañarse solo. Al principio lo hacía en una hora, ahora le toma diez minutos. Después empezó a vestirse solo. También le costaba un montón, ahora lo hace en cuatro minutos. Aprendió a manejar su silla de ruedas, a jugar con ella. Modificó su caro para, además, conducir. Arriesgarse a dar el salto a la independencia es el camino para salir de la depresión cuando no se vuelve a caminar, recuperar la seguridad.
— Te vas dando cuenta que en realidad todo se puede, y ves la luz. Empecé a tomarme la vida como un juego, como desafíos. Decir bueno, ando en la silla de ruedas pero la voy a pasar bien en la silla. Aprendí a bajar andenes, a parar las ruedas, y empecé a divertirme, a subir montañas, irme a Panaca con mi familia. Nos dimos cuenta que podemos hacerlo todo. Vamos a piscina y para salirme me basta con pedir ayuda, porque la gente está dispuesta a ayudar. Cambiaron un poco los planes pero la pasamos bien, y si la familia la pasa bien, yo estoy bien.
La familia sin embargo puede ser un arma de doble filo: que le hagan todo a una persona que no puede caminar la limita. Se corre el riesgo de quedarse ahí: que la bañen, la vistan, le cepillen los dientes. Y eso es necesario un tiempo mientras se hace el duelo, pero después hay que ir por la independencia. Es lo que hace la diferencia.
— Por eso creamos Kreenty. Para apoyarnos entre todos los que tenemos la movilidad reducida, asesorarnos en este tránsito, porque estamos excluidos en la sociedad. Kreenty no es solo un hotel, es un movimiento por la inclusión, estamos haciendo paquetes turísticos para que las personas de todo el mundo vengan a conocer la capital mundial de la salsa. Tenemos un auto adaptado, los llevamos al bulevar, después a la calle de la salsa, un lugar increíble, vamos al museo Jairo Varela donde las personas con discapacidad no pagan – dice Giordano, quien se hizo hincha del Deportivo Cali desde que fue a su estadio y pudo entrar sin problemas a ver el partido. Palmaseca es inclusivo.
Que la ciudad entera lo sea representa que las miles de personas que están en una silla de ruedas salgan de nuevo a la calle, vuelvan a vivir.
– Sí, hay cosas que no podemos hacer, pero hay mil que sí – dice Giordano, quien ya no juega al fútbol pero ama nadar.