Hasta la fecha el vehículo ha hecho siete recorridos para recoger los recados del Distrito de Aguablanca. Conozca la historia de los jóvenes detrás de esta iniciativa.

El jeep es blanco hueso. En el capó, sobre una pequeña tabla, tiene escrita la palabra Recado. Como si fuera un bus anunciando una ruta que se llame así, solo que no se trata de una ruta. Arriba, en el techo, carga tambores, racimos de chontaduros, canastas, hojas de sábila, un equipo de perifoneo. Adentro ha sido adecuado como  cabina de radio. Sus ocupantes, además, cargan cámaras fotográficas, de video, computadores portátiles y otros aparatos. El jeep circula por el Distrito de Aguablanca  y es algo así como un vehículo dedicado a la mensajería, o más exactamente,  a recoger recados en  la zona.   Evelin, una habitante del Distrito proveniente de San Antonio de Yurumanguí, un caserío ubicado a cinco horas en lancha desde Buenaventura, desea enviar uno.   Primero recuerda lo que más extraña de su pueblo, que es su familia, por supuesto,  y el río donde permanecía después de estudiar: el Yurumanguí. Entonces le canta una canción. “El agüita de mi río es clarita y transparenteeee; el agüita de mi río es clarita y transparenteeee; nosotros no la ensuciamos para que así se conserve. A mí me gustaaa mi ríoooo”. Enseguida, Evelin les cuenta a sus familiares que aún permanecen en el pueblo,  su suerte en Cali. Dice que se vino para la ciudad porque quería conocer el mundo, pero definitivamente extraña muchas cosas. Por ejemplo,  los juegos que hacían  con la pelota de aserrín.  Por último, saluda a sus padres,  don Evelio y doña María Lenis, a sus hermanos y primos. A cada uno lo menciona con nombre y apellido – en el Pacífico es importantísimo mencionar a las personas con nombre y apellido –  y termina cantando otra canción de su pueblo: La leche y la vaca. El jeep continúa el recorrido. En tiempos de las nuevas tecnologías, el recado de Evelin es un audio de 3 minutos y 36 segundos, pero hay otros  que son  videos animados o  álbumes de fotos con música de fondo o una poesía declamada.  Los temas, igualmente, son de lo más variado. En su recado, por ejemplo, Alan Steven Palacios cuenta que, aunque vive en el barrio San Marino del Distrito, quisiera vivir en la tierra de sus ancestros, el municipio de Timbiquí,  Cauca.  “Siento que me falta algo. Y eso que me falta es la música. Yo me imagino que en Timbiquí la gente es feliz tocando, cantando, jugando con uno”.  Después le envía un saludo a Marta Balanta, cantaora del pueblo. “Me gusta como tocas y como cantas. Yo quiero tener un video de ella en el que me cante, porque yo la admiro mucho”. Otros, en cambio, le mandan un saludo a un familiar desaparecido o hablan de la tierra a la que quisieran volver, pero no pueden por la violencia, o les cantan a sus padres su canción preferida. El jeep es conducido por los muchachos que hacen parte de la Asociación de Medios Alternativos de Jóvenes del Distrito de Aguablanca –  Colectivo Mejoda – que ya completan 10 años haciendo que el Oriente de Cali sea noticia por asuntos distintos a las balas perdidas, el parche caliente.  En 2015 ganaron el premio a la Mejor Producción de Televisión Comunitaria en los galardones India Catalina por su documental ‘Matachindé’. En 2007 les otorgaron una mención de honor en los premios Semana – Petrobras por “sus reportajes televisivos sobre discriminación racial”. En 2008 obtuvieron el premio. Mejoda, además, es la entidad que fundó el Festival Nacional de Cine y Video Comunitario que cada año se realiza en el Distrito de Aguablanca. Víctor Palacios, uno de los integrantes del colectivo, toma un sorbo de limonada y se dispone a contar a historia del Jeep que recoge recados en el Distrito. Todo empezó desde hace mucho, en 2011, cuando en Mejoda quisieron apostarle a un proyecto de largo aliento, un largometraje que se llamaría ‘Aguablanca, Pacífico Urbano’. Básicamente, la idea era contar la historia de cómo los desplazados e inmigrantes que han llegado al Distrito a lo largo de la historia lo han convertido en un lugar muy similar a su tierra de origen. Un Pacífico urbano.  Se ve en la arquitectura de las casas, en la gastronomía, en las expresiones culturales, en los hábitos de la gente. No es extraño que un domingo  el Distrito huela a sancocho de pescado o a sudado triple y que en las calle haya gente jugando dominó,  parqués o entonando décimas.  En la investigación previa para realizar el documental, explica Víctor,  descubrieron también que aún se conserva la tradición del recado o ‘atadito’.  Como en los 70, 80, no había celular, mucho menos Internet, la gente del Distrito se comunicaba con sus parientes en el Pacífico a través de recados.  Si un paisano iba hasta los caseríos o municipios de donde provenía una familia llevaba cartas, fotos, encargos y se devolvía igual: con cartas de respuesta, racimos de plátano, de chontaduro, un atadito  de mariscos. Así que a los muchachos de Mejoda se les ocurrió que Pacífico Urbano debería ser un proyecto más ambicioso que un documental. Debería ser una plataforma transmedia que incluya el largometraje claro, pero mucho más. El recado forma parte del nuevo proyecto. Lo que se hace entonces es identificar las colonias del Distrito donde hay gente de un determinado punto  del Pacífico: Guapi, Timbiquí, El Charco, Iscuand酠El Colectivo Mejoda anuncia su visita previamente a la zona, y cuando llega el día  la gente del Distrito acude al jeep para grabar su recado.  En unos meses,  el carro  recorrerá 15 municipios del Pacífico parallevar los mensajes y traer las respuestas de vuelta. La etapa  final del proyecto es crear una plataforma web donde la gente pueda subir sus recados con su celular y ver las respuestas en tiempo real.   Se trata de una forma de conectar a la gente del Distrito con su tierra, aprovechando en la zona rural  los puntos Vive Digital, dice Víctor. Pero sobre todo, es una forma de resguardar la dignidad de la gente. Porque quienes han llegado al Distrito desde tan lejos  los han discriminado  de muchas maneras en la ciudad. No solo negándoles un trabajo sino también mirándolos como extraterrestres por su cultura. Como si los que se burlan de quien vela a los difuntos en la sala de su casa, toca una chirimía, canta una décima, almuerza con un sudado quíntuple, no se hubieran dado cuenta de que Cali, desde hace mucho, es una ciudad afro, una ciudad con tradiciones del Pacífico. Sin embargo por la mirada, las burlas,  muchos en el Distrito sienten vergüenza de expresar su cultura, les da pena cantar los alabaos, conmemorar el gualí o chigualo, que es el ritual que se realiza cuando muere un niño. El cuerpo pasa de mano en mano, mientras se cantan plegarias para que el angelito llegue al cielo.  Entonces, dice Víctor,  que en la ciudad que los excluye nazca un proyecto para todo lo contrario, recuperar las tradiciones, en este caso el recado o atadito, es una manera de dignificar la cultura de los habitantes del Distrito, dignificar a la misma gente. Eso explica por qué se acercan al jeep sin ningún temor. No se atemorizan frente a una cámara, un micrófono. Joselino  envía un recado para su gente en Guapi. No crean que porque está en Cali, dice, se ha olvidado de su tierra, de sus costumbres. Y empieza a declamar una poesía.  Francisca, una habitante de El Charco, Nariño, envía un recado cantando:  “En el campo uno vivía, orgullosa y tranquila. Hasta que llegó el demonio y se cruzó en el camino, ay veee”.