En días en los que se celebra la vida con pólvora, las unidades de quemados de los hospitales permanecen agitadas. Van 244 casos en el país. Crónica de médicos sin descanso.
Es como en un huevo. La quemadura es como en un huevo. Cuando lo echamos en la olla caliente la clara se pone blanca, se coagula. Es el mismo fenómeno que sucede en nuestra piel. Somos 80% agua. Cuando nos quemamos, nos coagulamos como claras.Martha está sentada en una cama de la unidad de cirugía de mujeres del Hospital Universitario del Valle. Tiene su cabeza y el lado izquierdo de su cara vendados. Apenas está descubierto su ojo derecho. El antebrazo y la pierna izquierda también tienen vendajes. Sufrió quemaduras de segundo y tercer grado. En el primer caso el fuego afectó la piel, penetró más allá, quemó las glándulas sebáceas y sudoríparas. La quemadura grado tres no solo afectó eso, sino que también alcanzó los vasos sanguíneos. Somos frágiles como un huevo.Una bolsa de suero cuelga de un soporte. En la mesa de noche hay un envase con jugo, un celular sin teclado en el que sin embargo se escucha reggaetón a bajo volumen, y junto a la mesa un ventanal ofrece una magnífica vista de Cali. Los días de Martha se pasan así. Mirando la cuidad desde su cama y conversando con su marido, John, que permanece en un asiento de plástico. Ahí incluso duerme. Martha se quemó con pólvora y hace parte de una estadística macabra. En los primeros 13 días de diciembre en Colombia se han contabilizado 244 quemados por esos fuegos pirotécnicos con los que celebramos la vida y a veces encontramos la muerte o una amputación. Pero puede haber otros casos no registrados.Para evitar las sanciones, algunos padres de niños quemados por pólvora no llevan a sus hijos a los centros hospitalarios. En cambio, les suministran remedios caseros. Les untan crema dental, les esparcen café sobre las llagas. El principal riesgo de muerte de un paciente quemado son las infecciones.A veces, también, los padres suministran información falsa. Una dirección errada, un teléfono inexistente. Los hospitales sin embargo cruzan la información de los registros civiles de los niños con los datos del sistema de salud al que están afiliados para no llevarse sorpresas. Martha mira hacia la ventana. Enseguida jura que después de lo que le pasó, su hija Aliz Samara, de dos años, jamás quemará pólvora. Nunca, nunca, repite con la cabeza gacha y la voz apenas audible. Martha está cansada, débil. Apenas ha pasado una semana desde la explosión. Perdió el ojo izquierdo. Sucedió exactamente el tres de diciembre. Todo empezó por un acto espontáneo. Un simple impulso que no pensó demasiado. - ¿Por qué no compramos pólvora para quemar en el Día de las Velitas, como el resto de la gente?, le preguntó a su marido. John hizo caso. Tampoco le vio problema. Al fin y al cabo son mayores de edad. Martha tiene 23 años. John, 25. Qué se van a andar quemando con pólvora, pensaron. Ni estúpidos que fueran. Suponían que los únicos que se queman son los niños, que son imprudentes y no tienen idea de medir riesgos. John compró en la calle media caja de totes. Le costaron veinte mil pesos. Traía 250 de esas piedritas que se lanzan al suelo y estallan. Sin duda les alcanzaría para toda la noche. Sería la primera vez que Martha iba a quemar pólvora. Ni de niña lo había hecho. Pero no pudo hacerlo.Ese tres de diciembre llegaron a la casa para guardar la caja. John se quedó afuera. Tenía algo por hacer. Martha sí entró. De repente, la caja de totes se le cayó de sus manos. Explotó. Martha quedó aturdida. Sintió un extraño sonido en el oído. El zumbido que se escucha cuando se prende un televisor viejo. Después quedó sorda por unos minutos. Las llamas le alcanzaron el antebrazo, la pierna izquierda. El humo por poco la ahoga. Su rostro estaba bañado en sangre, por las esquirlas. Su ojo izquierdo se había estallado.-Fue una cosa del diablo- dice ahora, mientras se acomoda muy despacio en la cama. John se toma su cara por momentos. Sentado en el asiento de plástico, lee el Nuevo Testamento. Dos pisos más abajo, en la Unidad de Quemados del Hospital Universitario, el doctor Juan Pablo Trochez mueve su cabeza de un lado a otro. - Lo más triste de todo es que tragedias como la que le sucedió a Martha se pueden evitar. Podemos celebrar la Navidad sin pólvora, tranquilos. Las tres hijas del doctor Trochez solo tienen permiso de ver los fuegos artificiales desde las ventanas de sus cuartos, lo más lejos posible. Al fondo, en una de las camas de la Unidad de Quemados, un niño llora. IIEl vendedor está en plena vía, sobre la Carrera Quinta, en el centro de Cali. Su local es una carreta atestada de luces para árboles navideños, extensiones, mangueras con bombillos led. Junto a él hay ventas de medias, cosméticos, películas, venenos para cucarachas, pomadas de marihuana, cds con las canciones del Deportivo Cali que suenan a todo volumen. Ríos humanos avanzan por los andenes. - ¿Tiene chispitas?El vendedor duda en responder, guarda silencio, mira desconfiado de izquierda a derecha. Por fin se anima a hablar. - Sí, pero aquí no. O mejor dicho, no las tengo aquí, por la Policía. Me las puede encargar. O vaya a la Carrera 9, pero por estos días que no son fechas especiales casi no se saca pólvora para la venta. Está guardada. Cuando se acerque el 24 sí va a haber bastante. ¿Cuánto necesita para traérselas?A pesar de los operativos de la Policía, conseguir pólvora en la ciudad es tan sencillo como quemarse. En los primeros días de diciembre han incautado 600 kilos. Agentes con perros antiexplosivos salen a las calles del centro, o al oriente, a barrios como El Vallado, tras la pólvora. Lo hacen de día y de noche, gracias a las denuncias de los ciudadanos. En la estación de Policía de Fray Damián está una de las incautaciones más recientes. Doce kilos de chispitas, volcanes, cohetes, silbadores.El capitán Jhon Freddy González Padilla, vestido impecablemente de verde, asegura que los hallaron camuflados en una carreta que se encontraba en un parqueadero del centro. Es una de las formas que tienen los vendedores para camuflar su mercancía. También la esconden en medio de cajas de frutas o cds piratas. En el cargamento hallado, las cajas de chispitas tienen escrito un curioso mensaje en mayúsculas: LA PÓLVORA NO ESTÁ PROHIBIDA EN COLOMBIA. Es como si sus fabricantes quisieran tranquilizar a los compradores. Como si quisieran decir: no importa lo que digan. No importan las noticias, los quemados. Todo está bien. Disfruten. Prendan la mecha. Y no. En realidad es una verdad a medias. En el país no está prohibida la pólvora, pero sí está restringida. No cualquiera puede manipularla. Por lo menos no en las grandes ciudades. En Cali, un decreto de numeración larguísima 4110200726- así lo determina. Ese decreto dice, por ejemplo, que están suspendidos los permisos para la venta y comercialización de cualquier tipo de pólvora. También está prohibido que un menor de edad manipule fuegos artificiales. Si se quema, y se comprueba que los padres fueron negligentes, deberán pagar una multa de hasta cinco salarios mínimos vigentes, tres millones de pesos. El año anterior se reportaron 40 menores de edad quemados por pólvora en el Valle. En ese entonces 14 padres fueron amonestados. Debieron asistir a cursos pedagógicos. A ocho se les abrieron procesos en la Fiscalía para determinar si fueron responsables por acción u omisión. El capitán Jhon Freddy González habla por su radioteléfono. Tiene información de que en una bodega del centro hay pólvora camuflada. Sin embargo aún no puede ir tras ella. El perro antiexplosivos de la Sijín todavía no llega. Y han reportado el hallazgo de un presunto cadáver dentro de un costal. Cuando un agente lo destape, se encontrará con un habitante de la calle masturbándose. El operativo contra la pólvora debe aplazarse.IIIEl cirujano Ricardo Ferrada junta su dedo índice con el pulgar. Está sentado en su consultorio de la Clínica Amiga de Comfandi. Trabaja en varias instituciones médicas de la ciudad. Esos dos dedos, dice, fueron los que perdió un amigo suyo que llegó de México y le dio por quemar pólvora en un diciembre como este. El hombre pensó que la herida era leve. Pero perdió los dedos, justo esos dos que funcionan como pinza y son el 80% de la mano. O intenta agarrar algo con los otros dedos a ver qué sucede.- No existe una quemadura leve por pólvora, dice Ferrada. En realidad es un arma letal que mutila manos sobre todo, generalmente la derecha. Tampoco existe la pólvora inofensiva para niños como la ofrecen vendedores clandestinos. El fósforo blanco que contiene algunos artefactos puede generar una intoxicación tan grave como para morir. Una niña de 8 años que jugaba con chispitas terminó quemándose la mitad de su cuerpo. Tenía medias veladas. Y sin embargo los quemados por pólvora siguen llegando a los hospitales. En 2012 y lo que va de 2013 van 12 registrados oficialmente en el Hospital Universitario. Una cifra mucho menor a la que se registraba a finales de la década del 90, cuando el alcalde de entonces en Bogotá, Antanas Mockus, prohibió la pólvora y el resto de los alcaldes lo siguieron. Antes de la prohibición, en la Sala de Quemados del HUV se atendían en promedio 200 pacientes quemados por fuegos artificiales en Navidad. Hubo días en que eran tantos, que debían ubicarlos en camillas de otros pisos, en corredores. Doce, sin embargo, siguen siendo demasiados. El doctor Ricardo Ferrada fue justamente el que gestionó que se crearan las salas de quemados del Hospital. Aunque nació en Chile, lleva 40 años viviendo en Colombia. Aún conserva intacto su acento. En la década del 70 temía que su país se convirtiera en la segunda Cuba. Estaba de moda ser comunista, dice. Y él no lo era. Entonces se montó en un avión con destino a Cali. Fue el actual alcalde, Rodrigo Guerrero, en ese tiempo director del programa de intercambios de la Universidad del Valle, el que lo contrató como jefe de urgencias del HUV. El doctor Ferrada ha atendido a por lo menos 15.000 pacientes quemados en la ciudad. Sus nombres están escritos en letra diminuta sobre libretas que él llama Ipads. Justo ahora tiene trabajo por hacer. VEn el Hospital Universitario Martha, en la cama, mira hacia la ventana y espera. Deberán pasar algunos días para que su párpado izquierdo sane y le puedan practicar un implante. - Le agradezco a Dios que me haya dejado viendo. ¿Se imagina yo ciega, sin el ojo derecho? ¿Qué sería de mi hija? ¿Cómo atendería mi negocio de venta de minutos? A la gente le digo que no queme pólvora, que no se confíen. Cualquiera se puede quemar y cambiarle la vida para siempre. Martha está llorando. La puerta de su habitación se cierra. Dos pisos más abajo, en la Unidad de Quemados, el doctor Trochez camina presuroso. Tiene 14 pacientes. Unos indígenas se electrocutaron con una línea primaria; un jovencito y su novia estaban pintando su casa y de un momento a otro hubo fuego y la mujer, desesperada, tomó gasolina pensando que era agua y se la lanzó a las llamas. Tiene quemaduras en el 80% de su cuerpo.Fernando, un niño de 12 años, estaba cocinando y se quemó el pecho, mientras que a Éider Andrés, de 4 años, le cayó una olla de agua hirviendo que le arrasó la mitad de su pelo y le quemó parte de su espalda. La tragedia definitivamente no se da respiros.Todos los días en Colombia suceden en promedio 1430 accidentes laborales. Uno cada minuto. Solo durante el año 2012 se registraron 609.881 y cientos de ellos fueron por quemaduras con energía, con químicos, con líquido industrial hirviendo. Nadie está exento. Un hombre que iba manejando una moto terminó electrocutado de un momento a otro. Una cuerda de alta tensión se soltó y le cayó encima.Los quemados son millares, una tragedia insospechada que se agranda por una tontería como la pólvora. En realidad son más vidas las que están en riesgo que las que dicen las estadísticas. Son tantos los que se queman por otros motivos, que quizá alguno se quede sin atención por estar curando las heridas que deja un tumbarranchos, un volcán, un cohete. Mientras todo eso ocurría en la Unidad de Quemados del HUV, por cierto, el Centro Regulador de Urgencias y Emergencias del departamento emitía su más reciente comunicado. En el Valle del Cauca ya son 21 los quemados por pólvora en lo que va de diciembre.