Si las 19 medallas y los 19 trofeos de Valentina Rodríguez pudieran hablar contarían historias sobre las victorias y los viajes que ha tenido con apenas 13 años. Durante su infancia practicó muchos deportes. Pero ninguna disciplina la había cautivado tanto como el deporte blanco. Ella sentía la necesidad de enorgullecer a su padre y a su abuelo, quienes durante muchos años fueron tenistas.

Al igual que su abuelo, Eduardo Rodríguez, esta tenista de ojos grandes y sonrisa contagiosa, fue campeona a nivel nacional y por eso ya le han llegado propuestas de dos becas para que juegue en los EE.UU. y espera hacerlas efectivas en el futuro. Pero, aunque Valentina ha conocido el sinsabor de la derrota nunca había estado en una confrontación en la que jugaría no por un trofeo o una medalla sino por su vida misma.

Antes de ese gran partido por su vida, la fatiga y los mareos acompañaban a esta joven, estudiante de noveno grado en el Colegio Juan XXIII, de Yumbo. Su sed por entrenar cada vez más era tan grande, que estaba debilitando su cuerpo. Siempre que veía el color naranja ladrillo del campo de tenis y el verde lima de las pelotas, sentía un impulso tan irresistible por entrenar que podía dedicarle a ello horas enteras. Esa disciplina la llevó a representar al Valle del Cauca en el torneo de cuarto grado de Fedecoltenis en Pereira. Sin embargo, sus padres no querían que ella participara, en vista de que su agotamiento era más que evidente, pero ella decidió viajar, aunque en el fondo ellos sabían que ese sería un partido perdido.

El pálpito de la derrota se hizo realidad el 1 de marzo del 2021. Valentina perdió el partido y luego de finalizado, ella y su padre, Carlos Rodríguez, se montaron en el Renault Sandero blanco que los llevaría de regreso a Cali. Padre, hija y conductora emprendieron el viaje junto con dos compañeras de equipo. Valentina estaba sentada al costado derecho, al lado de la ventana, como si quisiera que el aire fresco se llevara el mal sabor de su derrota.

Todo fue muy rápido. Diez minutos después de que dejara de llover, un choque inesperado contra un obstáculo en una curva muy cerrada hizo que el carro se deslizara sobre una fina capa de agua ocasionando un sobreviraje. El vehículo se movió sin control hacia la derecha y la conductora no pudo impedir el fuerte impacto contra la arboleda del separador de la vía Tuluá- Andalucía.

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Bastaron unos minutos para que Carlos Rodríguez reaccionara después del impacto, estaba atrapado y conmocionado por el choque, y pese al dolor en el costado izquierdo y a unos cuantos raspones en los brazos, como pudo se libró del cinturón de seguridad del auto y salió del vehículo. Rodeado de árboles y tierra mojada, notó que la conductora y las dos niñas estaban en buen estado, pero no vio a Valentina por ningún lado. Se dirigió a la parte de atrás y la vio tumbada en el reposapiés, la llamaba, pero ella no contestaba. Con el miedo en sus entrañas, le tomó los signos vitales. Aún respiraba.

Pese a que el dolor en su costado se hizo más intenso, sacó a Valentina del vehículo y la puso al borde de la carretera. Carlos gritaba con todas sus fuerzas pidiendo auxilio y por eso los vecinos de la zona se acercaron y se detuvieron también varios conductores para ayudar en semejante tragedia. Se ofrecieron a llevarla a un hospital, pero Carlos no permitía que nadie distinto a personal de la salud se llevara a su hija. Él intentaba reanimarla con respiración boca a boca.

Las ambulancias no tardaron en llegar. Una de ellas condujo a Valentina hasta la Clínica María Ángel, de Tuluá. Aún con la conmoción del choque, Carlos tuvo la suficiente lucidez para hacer dos llamadas: la primera a Yorman Álvarez, alguien familiarizado con el ámbito del tenis en Tuluá, quien se convirtió en el primer ángel en socorrerlo. La segunda, quizá la más difícil, a su esposa, Diana Rodríguez, quien poco después llegó al hospital con el corazón en las manos.

Aunque Valentina estaba en cuidados intensivos, los primeros exámenes indicaban que pronto despertaría y saldría de allí. Pero luego de tres días sin abrir los ojos se realizó una junta de médicos en la que decidieron hacer una segunda tomografía. Esta arrojó que padecía un trauma craneoencefálico severo. Los doctores les advirtieron a los padres que las probabilidades de morir de su hija eran muy altas y que si sobrevivía las secuelas serían irreversibles.

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Esas palabras derribaron a Carlos y a Diana, pero ellos seguían confiando en que Valentina se recuperaría. “Si mi hija se va quedar así, yo me la llevo para Cali y busco una segunda opinión”, fue la respuesta de Carlos. Sin embargo, hubo algunas complicaciones que impedían el traslado, por ello el presidente de la Liga Vallecaucana de Tenis, Mauricio Naranjo, al enterarse de la situación hizo gestiones con Carlos Felipe López, gerente de Indervalle, y Nora Helena Núñez, subsecretaria de Salud de Cali, quienes autorizaron el viaje el 6 de marzo desde el municipio de Tuluá hasta Cali.

En el Centro Médico Imbanaco fue evaluada por el grupo de pediatras y por Luis Fernando Santacruz, neurocirujano amigo de la familia que por suerte estaba de turno ese sábado. Al recibirla, notó que llegó en estado de coma severo y que tenía paralizado el lado derecho de su cuerpo. “Se hicieron estudios imagenológicos, una tomografía cerebral simple con protocolo de neuronavegación y se evidenció que había compromiso en su cerebro con edema en la parte basal”.

Rápidamente, fue llevada a cirugía en la que estuvo durante una hora porque realizaron una ventriculostomía externa, una intervención neuroquirúrgica que consiste en hacer un orificio en un ventrículo cerebral para drenarlo. “Luego pasó a la Unidad de Cuidados Intensivos en donde fue tratada con fármacos para disminuir la presión intracerebral; durante todo ese proceso estuvo intubada y ventilada con una monitoría estricta de 24 horas”, expresó Margarita Torres, pediatra de cuidados intensivos pediátrico.

La condición de la adolescente era crítica. Se realizó una resonancia con paquete vascular que arrojó un daño axonal difuso, una enfermedad traumática microscópica muy seria. Los médicos que estaban en la Unidad de Cuidados Intensivos le transmitieron a su mamá que el pronóstico de Valeria no era el mejor, debido a que las personas que están en coma por trauma su probabilidad de recuperación es de seis meses a un año.

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Entre tanto, la deportista caleña recibía la alimentación por gastrostomía (una sonda incrustada en el estómago que pasa el alimento directamente a su aparato digestivo). Luego de dos días de la cirugía, se le retiró el soporte ventilatorio. No obstante, su inconciencia era profunda, abría los ojos, pero no se conectaba por completo, se tocaba su rostro como si lo estuviese conociendo por primera vez, y de nuevo, cerraba sus ojos. A pesar del dolor que sentían sus padres mantenían la fe intacta, había algo en ellos que les decía que su hija se iba a levantar de esa cama.

El 14 de marzo salió de cuidados intensivos y la trasladaron a la habitación 606. Los médicos no creían que ella despertara, pero Valentina fue un milagro inesperado, porque después de 14 días en coma, volvió a la vida. Sus padres, familiares entrenadores, maestros y amigos sintieron inmensa felicidad. Pero, aunque ella comprendía lo que sus padres y médicos le expresaban, ella no podía hablar. Trataba con todas sus fuerzas de emitir palabras, pero no le salían, era como si su garganta ya no le obedeciera. Solo se comunicaba por medio de señas. Por ello los galenos de la Clínica Imbanaco realizaron un manejo multidisciplinario en el que participaron especialistas en fonoaudiología, terapia física, ocupacional, psicología, nutrición, entre otras.

Todos los días recibía terapia, la parte de su cuerpo que estaba paralizada mejoraba progresivamente, podía dar unos cuantos pasos con ayuda de médicos, terapistas y con el apoyo de sus padres, pero aún no hablaba, aunque ella lo intentara, sus palabras no eran muy claras. Luego de una noche larga por las terapias, el padre de Valentina se sentó a su lado y le contó lo mucho que lo habían apoyado emocional y económicamente las personas de la Liga Vallecaucana de Tenis, pues llamaban a diario a preguntarle por la salud de ella, incluso, ciudadanos que él no conocía. Antes de acostarse a dormir y quizá con la agobiante sensación de pensar que su hija nunca volvería a hablar, le susurró “te amo hija” y Valentina contestó: “Yo también, papá”. Asombrado y emocionado por tanta alegría, Carlos encendió la luz y le pidió que hablara de nuevo. “¿Me puedes escuchar?”, le preguntó Valentina. En ese instante, la felicidad de Carlos era desbordante, porque luego de 18 días había escuchado de nuevo la voz de su hija. Esa madrugada ambos se quedaron hablando hasta las 6:00 de la mañana.

Los días avanzaban y ella mejoraba gradualmente, ya podía hablar coherentemente y comer por vía oral. La primera comida que le dieron fue pescado con maduro cocido, le supo a gloria porque lo que más le gusta es comer. Los médicos se empeñaron en hacer un arduo trabajo para que Valentina mejorara, pero la rapidez con la que avanzó los tomó a todos por sorpresa. “Sus avances eran inmensos, tuvo una recuperación progresiva a tal punto que salió sin gastrostomía y con un estado de alerta muy bueno”, declaró Liz María Aguirre, pediatra de hospitalización. Las valoraciones tanto de neurología como neurocirugía apuntaban que ella quedaría con una lesión que requeriría de muchas ayudas para su día a día. Por eso, para el neurocirujano Luis Fernando Santacruz, “el hecho de que ella despertara tan rápido y progresara de esa manera es simplemente un milagro”.

En dos meses esta joven promesa del tenis cumplirá 14 años y está muy emocionada porque mejora cada vez más. “Yo solo me siento eternamente agradecida con Dios porque tengo otra oportunidad para vivir y soñar”, manifiesta. Hoy Valentina continua con sus terapias, camina sin ayuda, da pasos lentos, pero seguros. Anhela viajar y ser la mejor la tenista del mundo. Habla constantemente, como si tratara de recuperar el tiempo que estuvo sin voz. No tiene pesadillas ni recuerda el momento del accidente. Con lo único que sueña ahora, pero despierta, es con triunfar como tenista.

Logros

Sus 19 medallas son de los torneos llamados ‘festivales’, cuando todavía no estaba en la categoría de 12 años.

Los 19 trofeos son producto de sus participaciones en los Juegos Federados.

Su primera beca de la Academia IMG, de Florida, en Estados Unidos, la obtuvo luego de ganar la Copa Santiago de Cali en el Club Farallones en el 2019.

Su segunda beca para la academia Evert Tennis, del tenista Chris Eder, la ganó en el torneo de ‘Chiquitines Pereira’ en el 2019, donde quedó campeona a nivel nacional.

Ambas becas son invitaciones de los clubes para que Valentina mejore su rendimiento en este deporte.

Ella espera hacer uso de las becas lo antes posible, pues su viaje a los Estados Unidos estaba programado para el 2020, pero debido a la pandemia del Covid-19 debió posponerse.