Recientemente, en operativos liderados por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), la Fiscalía General de la Nación, la Secretaría de Seguridad y Justicia de Cali y la Unidad Administrativa Especial de Protección Animal de la ciudad, fueron rescatados 102 monos nocturnos pertenecientes a una especie vulnerable, seis monos ardilla y 180 ratones que habrían sido o serían usados en experimentos para crear una vacuna contra la malaria. Dicha vacuna aún no existe.

Ahora que estos 288 animales están a salvo, bajo condiciones adecuadas y a cargo de un equipo profesional —situación completamente opuesta de aquella que padecían en la Fundación Centro de Primates, el Centro de Investigación Científica Caucaseco y el Centro Internacional de Vacunas— es hora de pensar en las lecciones derivadas de este crítico caso de negligencia y abuso.

La Resolución 0314 de 2018, por la cual se adopta la Política de Ética de la Investigación, Bioética e Integridad Científica, señala que el uso de animales silvestres en investigación biomédica desconoce “todos los acuerdos, los parámetros y las guías internacionales al respecto.” Además, la Sociedad Primatológica Internacional recomienda que las instalaciones biomédicas dejen de usar primates capturados en la naturaleza ya que esto está diezmando las poblaciones silvestres.

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Los monos nocturnos, a quienes la CVC rescató, fueron capturados en sus bosques nativos en el departamento de Sucre. En 2017, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible declaró a esa especie como vulnerable, pero ya lo era desde el 2015 de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Primera lección: es hora de articular las normativas y prohibir de una vez por todas la captura de animales silvestres para su confinamiento y uso en instalaciones biomédicas.

La solución, sin embargo, no es establecer “criaderos” de monos “destinados” a la investigación biomédica. Por el contrario, el camino es reconocer —como cada vez más personas en el ámbito científico lo han hecho— que experimentar en animales es una industria fallida: el 95 % de los nuevos medicamentos que son seguros y eficaces en pruebas en animales fallan o causan daño en los ensayos clínicos en humanos; el 90 % de la investigación básica, que en su mayoría usa animales, no conduce a ningún tratamiento para los humanos dentro de los 20 años siguientes; y hasta el 89 % de los experimentos no se puede reproducir, aunque la reproducibilidad es un componente fundamental de la investigación científica.

Con base en estas serias falencias, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) dejó de requerir experimentos en animales para la aprobación de nuevos fármacos. Ahora, se pueden usar métodos basados en la biología humana, como los órganos en chips, las técnicas derivadas de células madre humanas, la genómica y la proteómica, la imagenología y el modelado por computador, por ejemplo.

Segunda lección: los recursos públicos deben destinarse exclusivamente a financiar estas técnicas innovadoras y otros métodos sin animales. Corolario: la vacuna contra la malaria no se va a producir torturando animales. Esto parece saberlo inclusive el abogado de Caucaseco, según sus declaraciones a este mismo medio.

La CVC y la Alcaldía de Cali hicieron su trabajo y rescataron 288 animales. ¿Cuántos animales más podrían estar en este momento confinados en laboratorios en condiciones deplorables y “destinados” a experimentos inútiles?

Tercera lección: hacer la diferencia entre la vida y la muerte es posible. Las autoridades del Valle lo comprobaron y en otros departamentos podrían seguir su ejemplo.