Con la demolición de muchos inmuebles en El Calvario, la diáspora de habitantes de calle se ha ido dispersando hacia barrios circunvecinos, formando una especie de pequeños ‘calvaritos’ en esa zona céntrica de la ciudad.
Los inquilinatos y casas de expendio de drogas psicoactivas que fueron derruidas para dar paso al proyecto de renovación urbana Ciudad Paraíso dejó este fenómeno social literalmente en la calle, problemática que ha migrado a barrios aledaños donde antes no se veía.
Los habitantes de calle andan como judíos errantes por la Avenida del Río Cali y la Avenida Sexta y Centenario (Comuna 2). Merodean por los barrios Junín, Guayaquil, Belalcázar y Obrero (Comuna 9). San Bosco y San Pascual (Comuna 3) y Santa Elena y San Judas (Comuna 10), son santos de su devoción. Barrios lejanos como Villacolombia y La Floresta (Comuna 8) ya les resultan cercanos.
Si algún barrio está invadido de habitantes en situación de calle, es Sucre, también incluido en los planes de Ciudad Paraíso, pero en la tercera fase, por lo que aún no hay intervención. La Calle del H, refugio de adictos a la heroína, que le da su nombre, ahora atrae a consumidores de todo tipo de alucinógenos.
Es la Calle 18, entre carreras 13 y 14. De noche y de día, allí se amontonan para entregarse al consumo de heroína inyectada, fumada e inhalada, seres humanos que parecen casos perdidos. Los esfuerzos del Programa de Atención Integral al Habitante de Calle de la Secretaría de Bienestar Social de la Alcaldía parecen minúsculos ante la magnitud del problema.
Para citar solo un caso, la comunidad informa que hay una mujer moribunda en la esquina. Era consumidora de drogas y es discapacitada, pero debe arrastrarse porque le robaron la silla de ruedas.
El 95 % de los habitantes de calle son consumidores de sustancias psicoactivas, admiten funcionarios de Samaritanos de la Calle, operador del mencionado programa institucional. Cifra devastadora considerando que Cali alberga unas 6000 personas en esa situación. Las hay que no consumen drogas, pero son pocas.
También se han corrido más hacia la derecha de El Calvario. Entonces, la Carrera 14, entre calles 11 y 12, es la calle de Los Piolines –por la línea de microtráfico que allí delinque–, está saturada de esta población vulnerable. La Carrera 12, entre calles 9 y 10, del barrio San Bosco, donde está el Hogar Sembrando Esperanza, de Samaritanos, está a reventar. No hay andén para tanta gente.
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Los habitantes de calle deambulan como zombis a lo largo y ancho de Cali. Han formado asentamientos en sitios tan lejanos como arriba del barrio Meléndez (Comuna 18), al sur de Cali, o en la zona periférica del Distrito de Aguablanca, en las comunas 13, 14 y 15, junto al jarillón del río Cauca.
También hay corredores como el par vial de la Calle 25 y Calle 26, que están invadidos de personas en situación de calle, que levantan sus cambuches, cocinan y parquean sus carretillas en la zona verde que separa ambas avenidas, o en las zonas verdes de las orejas del puente de la Carrera 15. Entre los muros que soportan esas estructuras cuelgan hamacas.
Martha Cecilia Jiménez, coordinadora del equipo de calle de dicho programa institucional, operado por Samaritanos de la Calle, admite que con las demoliciones en El Calvario, el fenómeno “se atomizó” y llega a sectores donde no había presencia de esta población.
Karen Hurtado, educadora comunitaria del barrio San Pascual, denuncia que para el proyecto Ciudad Paraíso no hubo trabajo social con la comunidad. “Había gente que les alquilaba una pieza para pasar la noche; ahora con solo decir que vienen de El Calvario, nadie les alquila y están en la calle”, sostiene.
Al respecto, Esaúd Urrutia, secretario de Bienestar Social de la Alcaldía de Cali, confirma que la dispersión o movilización de los habitantes de la calle hacia diferentes sectores de la ciudad dificulta y encarece los procesos de atención a esta población en el territorio.
“Al estar mayoritariamente en un sector de la ciudad, en este caso el centro, facilitaba la focalización de servicios; ahora ya no estamos focalizados en El Calvario, San Pascual y San Bosco, sino que estamos en toda la ciudad”, explica el funcionario.
Esto implica que se debe hacer una búsqueda de los sectores a donde se han desplazado para facilitarles el acceso a la oferta de servicios. Sin embargo, el que se alejen del centro de la ciudad, donde la Secretaría de Bienestar tiene los hogares de paso, dificulta y limita su acceso a los dispositivos de atención.
El programa brinda atención integral en los hogares de San Bosco y Santa Elena, en la Unidad Móvil que hace rutas por las comunas y en carpas de servicio que se instalan en sitios clave. Además, activa las redes de servicios institucionales, pero también las redes sociales del habitante de calle, como es la familia, y le motiva a ingresar al programa de recuperación y resocialización.
Pero no es fácil competir con esa ambivalencia del frenesí y el deterioro que producen las adicciones a las drogas. “Todo depende de una decisión personal que debe tomar él. No se le puede obligar”, aclara Martha Cecilia.
Por ejemplo, si han salido de la cárcel, no admiten el encierro, se sienten asfixiados, y para ellos, la calle es su hogar. Si son adictos a la heroína y van al dormitorio de Samaritanos, no soportan el síndrome de abstinencia y a media noche “piden puerta”, es decir, su voluntad de salir a la calle, a drogarse. “Son situaciones muy complejas, se observa que la persona padece un sufrimiento muy fuerte”, explica Martha Cecilia.
Karen sugiere que hay que empezar por establecer contacto con ellos, ganarse su confianza y finalmente “hacer que se enamoren del programa de recuperación”.
Buena parte de los habitantes de calle en Cali son de la ciudad y de otras poblaciones del Valle del Cauca. Pero reconocen que también hay muchos de Manizales, de Medellín, del Eje Cafetero. Al parecer, Cali resulta atractiva para ellos.
Aparte de que las autoridades señalan que Cali está a 45 minutos de la zona proveedora de todas las drogas, como es el departamento del Cauca, habitantes de calle confiesan que “Cali es una ciudad muy acogedora”, en parte porque les ayuda el clima para amanecer a la intemperie, y porque la gente es muy solidaria.
“Pero también hay unas nociones erradas de caridad que estimulan esas prácticas de mendicidad, porque hay gente que les da plata, comida y reciclaje”, se queja Martha Cecilia.
La funcionaria enfatiza en que es importante educar a la ciudadanía en que si quiere ayudarlos, lo haga de una forma diferente. Para ello, la Secretaría de Bienestar Social está articulando las acciones de todas las fundaciones y voluntariados de Cali, para formarlos en un nuevo concepto de solidaridad al realizar sus actividades filantrópicas.
“En Cali hay gente que cree que se gana una esquina en el cielo dándoles plata, comida y reciclaje al habitante de calle, pero esa es la peor decisión porque lo mantiene en la misma situación”, sentencia el Secretario de Bienestar Social.
El funcionario se refiere a que, esta supuesta ayuda de la gente, hace que el habitante de calle no busque la oferta institucional que da el Estado, que con criterio técnico y profesional, le brinda la opción de la recuperación y de la resocialización. “No hagan eso porque para ello estamos nosotros”, comenta.
Por eso, la Secretaría de Bienestar Social, fortalece los procesos de sensibilización comunitaria y hace un mes inició operaciones el Equipo de Reacción Inmediata para la Atención al Habitante de Calle, que atiende los llamados de la comunidad y articula esfuerzos de las distintas secretarías del Municipio y la Policía, con recorridos diarios en las zonas de mayor afectación del fenómeno.
“Esto ha contribuido a bajar la presencia de habitantes de calle en sectores aledaños al río Cali, como Centenario, Juanambú, El Peñón y Granada. “Pero esto implica la dispersión de recursos técnicos y financieros”, concluye Urrutia.
Mientras tanto, residentes de los barrios donde los habitantes de calle migran por vías, parques y andenes, se quejan por la explosión de ‘calvaritos’.
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