Quién no recuerda las ansias por romper con desenfreno el papel que recubrían las caja en las que estaban envueltos los regalos de Navidad.
Era inevitable preguntarse qué había dentro. A veces la etiqueta con el “de” no importaba, lo único que se leía en medio de la emoción era el “para” y, cuando las letras marcadas con bolígrafo tenían nuestro nombre, no dudábamos un segundo en quitar del medio ese pliego enemigo de colores.

¿Será un balón? ¿Un Power Ranger? ¿Una Barbie? ¿Un horno de cocina con plastilina? ¿Una bicicleta? ¿Un carro a control remoto? ¿Un rompecabezas? En muchas ocasiones, después de romper el papel, los ojos no podían creer que lo que era solo un deseo días antes se volviera real en nuestras manos en la noche del 24 de diciembre o en la madrugada del 25. Quizá en otros momentos hubo decepciones por encontrarse con un par de medias o unos calzoncillos. Eso sí, sin importar qué pasara, la ilusión no cambiaba para el año entrante.

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Freiman tiene ocho años y nunca ha recibido un regalo en Navidad. Él nació en Bocas de Satinga, en Nariño, pero desde hace un par de años vive junto a su madre y sus dos hermanos en una casa en Las Palmas, una loma de la Comuna 18 en la que las casas se construyeron una tras otra y donde reside buena parte de los migrantes de la costa pacífica del país que huyeron de la violencia o, simplemente, buscando un mejor porvenir.

Él aún cree en el Niño Dios. De hecho, su lista de deseos para esta Navidad es larga. Lo más básico por nombrar sería el balón para jugar fútbol o el carro a control remoto que tanto le serviría para dejar de jugar con tapas de gaseosa o empujando los carritos de plástico que tiene en casa. A él también le gustaría recibir un celular o una bicicleta, asegura.

Edwin, el hermano mayor de Freiman, lleva dos de sus quince años en Cali, a donde llegó escapando del reclutamiento de grupos armados ilegales que querían aprovecharse de él para empuñar un fusil.
A diferencia de su hermano, él no cree en el Niño Dios ni Papá Noel. Pero eso no le quita la ilusión de que este fin de año alguien quiera regalarle una guitarra o un acordeón que haga más intenso ese cariño que tiene por el arte.

“Yo quiero ser artista, actor o pintor. Aquí paso todas mis mañanas porque no estoy estudiando, pero entro a la escuela en enero. En las tardes me siento a escribir letras de canciones, quién quita que pueda cantarlas después”, cuenta Edwin, quien por sus 180 centímetros de altura y contextura fornida parece estar lejos de ser un adolescente.

Ambos hacen parte de los más de 400 niños entre seis y catorce años que ocupan su tiempo libre en las cuatro sedes de la Asociación Cristiana de Jóvenes, una organización que se dedica a acoger los menores que han sido víctimas o están en riesgo de trabajo infantil y otros que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad.

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Cuenta Yuli Velasco, quien es trabajadora social de la sede que tiene esta organización en El Jordán, en la Comuna 18, que en este sitio los niños reciben clases de piano y guitarra, refuerzo escolar y realizan actividades deportivas y de recreación en sus tiempos libres.

“La mayoría de nuestros beneficiarios son de la costa pacífica, del Cauca, Nariño. Muchos de ellos tienen carencias tanto materiales como emocionales que buscamos fortalecer con actividades de liderazgo para que utilicen su tiempo libre en cosas productivas y se alejen de los peligros y tentaciones que hay en las calles”, cuenta Yuli, quien señala que la organización completa 33 años en Cali.

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‘Shoqued’ significa “Dios ve” o “Dios vigila”, en hebreo. Teniendo en cuenta las carencias que hay en el Distrito de Aguablanca, los peligros y el exceso de tiempo libre que tienen los jóvenes, Lucelly Ballesteros, una lideresa del barrio Manuela Beltrán, creó una fundación con ese nombre hace nueve años para que los sábados los pelados entre dos y diecisiete años se dedicaran a talleres de canto, de inglés y de danza.

Uno de los 250 niños que hace parte de la fundación es Daniel, un joven moreno de 13 años que no falta cada quince días a los talleres de Shoqued. Para esta Navidad quiere tener celular, un computador o una bicicleta.

Esos mismos deseos tienen sus hermanos Javier, 11, y Manuel, 7, quienes desde ya tienen una afición por la tecnología. Sí, hoy en día los juegos en los parques no son tan populares ni atractivos como las pantallas.

Lucelly asegura que los regalos que los niños reciben en Navidad “son recuerdos que cuando sean adultos van a reforzar sus valores y a sus familias. Cada regalo va a fomentar en los niños el amor, la unidad y más adelante eso se convierte en altruismo y reciprocidad. Los regalos son nutrientes emocionales”.

Precisamente Freiman, Edwin, Manuel, Daniel y Javier son tan solo algunos de los 2000 niños que este 21 de diciembre esperan recibir un regalo que les alegre el día, en el marco de la campaña ‘Un regalo, una sonrisa’, que lidera El País en compañía del Noticiero 90 Minutos, Blu Radio, la Cruz Roja Valle y Almacenes La 14.

Sumarse a esta causa es fácil. Solo debe dirigirse con el detalle que le nazca, que esté nuevo y sin envolver, a cualquiera de los puntos de recolección dispuestos en las ocho oficinas de El País en Cali (ver recuadro), en la sede de la Cruz Roja Valle (Carrera 38 bis # 5-91), en el barrio San Fernando; y en los almacenes La 14 de Cosmocentro, Pasoancho y Calima.

Recuerde que no se aceptan juguetes bélicos, pero por qué no darle a un niño un balón, un Power Ranger, una Barbie, un horno de cocina con plastilina, una bicicleta, un carro a control remoto o un rompecabezas. ¿Por qué no cambiar un regalo por una sonrisa?

Otros puntos para dejar los regalos

Los detalles para los niños se pueden entregar en cualquiera de las ocho sedes del periódico El País:

Carrera 4 # 11-25.
Avenida 4N # 22-57.
Carrera 2 # 24-46.
Local 547 de Chipichape
Local 207 de Unicentro
Isla 211 de Palmetto
Local 2RR de Cosmocentro.