Es Viernes Santo. “Por aquí no”, dice uno tras girar la cabeza a la derecha. “Y por aquí tampoco”, exclama cuando tuerce los ojos a la izquierda. Es definitivo. Ningún habitante (o casi ninguno) del barrio San Bosco ha colgado el santo pañuelo blanco en sus puertas o ventanas, esa tela de ceremonia religiosa que ha sido reemplazado por un trapo de color rojo tan intenso como el de un estómago con hambre.
Algunos son tan grandes como banderas patrióticas y otros, tan pequeños cual limpiones. Pero aparte del tamaño del trapo, tiene mayor importancia fijarse en su suciedad: el polvo acumulado en su tela indica qué tan atrás en el tiempo fue colgado al pie de la fachada de docenas de casas. Uno de los más empolvados se encuentran en un inquilinato ubicado sobre la Carrera 13 con Calle Octava.
“¿Qué más, Manolo? Entonces voy a responder unas preguntas para una película llamada ‘La Pandemia’, ¿no?”, saluda con gracia uno de los inquilinos, Casimiro Aragón, a quien prefiere que lo llamen por su diminutivo, ‘Miro’. Se trata de un hombre rollizo, de 61 años, con barba de cinco días y de cuyo cuello pende una llave que da acceso al lugar en donde ha vivido en los últimos tres años y medio, la habitación # 18, una alcoba de cuatro metros de largo por tres de fondo.
Después de que la cuarentena iniciara el 24 de marzo en todo el país y la mayoría de las tiendas de San Bosco y sus alrededores cerraran, ‘Miro’ no ha podido dedicarse de nuevo a su labor de “oficios varios”: mandadero de tiendas o reciclador de chatarra.
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Afortunadamente para él (y las casi 30 personas que viven en el lugar), no le han cobrado el arriendo diario que debe pagar en condiciones normales.
“Me toca pedir cualquier ayuda afuera, porque ¿qué más voy a hacer? A veces me consigo un pancito, una lechita con el aventón de vecinos que me conocen o de Samaritanos de Calle, aunque no sea indigente. Y en la noche, me como cualquier ‘mecato’ y me voy a dormir”, afirma ‘Miro’, quien recuerda que el trapo rojo de su inquilinato cuelga desde hace 20 días.
Y dos semanas atrás, según cuenta el ocupante de la habitación # 18, los visitaron dos carros de la Alcaldía que estaban entregados mercados, pero que les habrían explicado “que las ayudas solo eran para familias con menores de edad, que luego veían cómo nos inscribían y que hasta luego. No han regresado desde entonces”.
La voz de ‘Miro’ se oye como si estuviese atrapada dentro de un recipiente, que en su caso sería un tapabocas verde de tela que lleva desde hace ocho días. A simple vista, está tan gastado que los hilos ya empezaron a desprenderse poco a poco.
Si bien el hombre de 61 años ha lidiado medianamente con la búsqueda de una comida ocasional al día, no ocurre igual con los implementos de higiene: “Así como es bastante difícil encontrar guantes o tapabocas, ocurre igual con el jabón y la crema de diente. Imagíneme a mí, con esta a edad, que me contagie del virus: estaría acabado y sin un peso”.
El fenómeno de los trapos rojos no es exclusivo del barrio San Bosco, ni siquiera de Cali, en donde también se manifestó la semana pasada en la Comuna 18, zona de ladera, sino de diferentes ciudades de Colombia, como Barranquilla, Bogotá o Medellín. Un objeto que antes no aspiraba a ser más un limpión no tardó más de ocho días en convertirse en un llamado de auxilio, una exclamación de hambre.
Son las 10:45 de la mañana en San Bosco. Un malabarista de acento argentino hace malabares con pelotas y clavas en medio de una vía sobre la que no se alcanza a avizorar ningún carro o moto. Cerca, se encuentra Yurani Guzmán, mujer de 23 años que vive con su esposo en otro inquilinato de pago diario en el sector.
“Aquí vivimos 20 personas. Yo, por mi parte, comparto alcoba con mi esposo y mi hermano. Hemos sobrevivido del corazón de algunos vecinos o tiendas de la zona. Como los inquilinos no tenemos estufa, cada noche hacemos la tarea de conseguir leche para cocinar en la parte trasera. Solo estamos comiendo una vez al día, que es el almuerzo. Aquí nos preocupa que haya gente con asma y también adultos mayores”, explica.
Dos cuadras atrás, sobre la Carrera 14a con Calle Octava, detrás de la Parroquia de San Juan Bosco, hay más trapos rojos que cuelgan de segundos o tercer pisos. Uno de ellos fue colgado el pasado miércoles por Julio César Santana, un venezolano de 39 años originario del estado de Aragua, en donde hacía de operario de producción, y que luego llegar a Cali hace dos años, se dedica a la construcción.
“Trabajaba en obras de casas pequeñas o edificios grandes, en lo que saliera. Pero una vez comenzó la cuarentena, todo está detenido; igual yo”, comenta César, quien vive junto con su comadre y los dos hijos y hermanos de esta. “Sobrevivimos de las ayudas de nuestros compatriotas, bien sea con una librita de arroz, una lenteja, lo que sea”.
Y pese a que los trapos rojos están expuestos ante calles deshabitadas de vehículos o transeúntes, el episodio ya llegó a oídos de Agemiro Cortés, secretario de Desarrollo Económico de Cali, quien aseguró que una vez el Municipio termine por reunirse con las Juntas de Administración Comunal y Local, JAL y JAC, se esperaría que el lunes se expida un decreto para crear “comisiones de seguridad alimentaria” en las 22 comunas de la ciudad.
Es decir, de acuerdo con el funcionario, sería la misma comunidad la que determine a quién entregarían los mercados y bonos que distribuiría la Alcaldía en las 22 comunas de la ciudad. “Es cierto que en la Alcaldía a veces no nos damos cuenta o somos un poco lentos, pero con esta iniciativa buscaremos descentralizar la entrega de mercados a trabajadores independientes, vendedores ambulantes y hasta profesionales que están necesitados”, indicó.
Son las 11:15 de la mañana de un Viernes Santo. Hace calor y la poca brisa que hay en el ambiente agita con calma los trapos rojos del barrio San Bosco. La tela se mueve como si fuese una mano que saludara y espera que le respondan.
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Según el Ministerio de Vivienda, uno de cada cuatro colombianos está pasando la cuarentena en viviendas con condiciones deficientes (hacinamiento, sin servicios públicos, etcétera).