Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
John Canaval le puso a su primer hijo ‘Joel’ por el profeta que menciona la Biblia en el Antiguo Testamento. A su segundo hijo, dos años menor, lo llamó ‘Jael’, también un nombre bíblico.
Sentado en una librería, y sin lograr contener las lágrimas pese a que lo intenta, John muestra en su celular el video que subió Jael a sus redes sociales. Son imágenes de los momentos que vivió con su hermano, el estudiante de Economía y Negocios Internacionales de la Universidad Icesi a quien una ‘bala perdida’ le quitó la vida el viernes 26 de julio, mientras conducía su vehículo y esperaba desprevenido el cambio del semáforo en la Calle 16 con 87, unos metros más adelante del Centro Comercial Jardín Plaza, en el sur de Cali.
El video de Jael tiene de fondo una canción de Residente: “Rompimos un par de ventanas; corríamos por la calle sin camiseta; éramos inseparables hasta que un día, lo mataron; mi alegría sigue rota, se apagaron las luces en el parque’ de pelota”.
Joel y Jael compartían el amor por el fútbol; por América. Hay una foto de los dos en una playa, sonrientes con la camiseta del equipo puesta. Joel jugaba de defensa central. Hizo parte de la academia de Héctor Hurtado, ‘el vagón’, exjugador del equipo. En la Universidad Icesi sembraron junto a la cancha un árbol en su honor. Es un guayacán amarillo.
John señala hacia la ventana de la librería y cuenta que su hijo mayor se graduó del bachillerato muy cerca, en el Colegio Católico. En ese momento no sabía si dedicarse al fútbol o estudiar negocios. Eligió lo segundo, en parte por el ejemplo de John, un comerciante del centro de toda la vida, y del primo Harold, quien trabaja en el exterior en una multinacional. Joel quiso seguir su camino.
En sus últimas vacaciones ya ponía en práctica lo que había aprendido en tres semestres de universidad. Con un compañero de clase, se dedicó a vender por toda la ciudad fresas con crema que ofrecía en redes sociales.
– Era ‘pepo’. Y como jugaba al fútbol, así era en el estudio. No le gustaba que una jugada no le saliera y le daba hasta que le salía. Quería progresar. En la universidad me dijo que iba a necesitar clases de cálculo. Joel se encerraba a estudiar hasta tarde, cuando le tocaban los parciales. Del último lo exoneraron. Eso me motivaba. Le pude regalar un carrito. Yo tenía uno que usaba para Uber, y lo arreglé para su cumpleaños, el 5 de mayo. Acababa de cumplir los 18. Él casi no iba a fiestas. El viernes cuando pasó lo que pasó, lo vi con sus shorts y sus camisas, bien vestido, y le pregunté si iba a salir. Me dijo que no. Que ya iba a entrar a estudiar el lunes y se iba a concentrar en sus estudios. Estaba en vacaciones. Se pasó las vacaciones llevado al hermano a los entrenos. Jael también juega con Héctor Hurtado.
John menciona que, tras el asesinato de su hijo mayor por esa bala perdida, entendió lo que se dice con frecuencia: la vida cambia en un segundo.
— Con lo que le pasó a mi hijo lo comprobé. Uno se pregunta: ¿por qué a mí? Mi esposa también se cuestiona. ¿Por qué cogimos esa ruta si nunca la tomábamos? Yo la entiendo. Ese viernes decidí acompañar a Joel a recoger a Jael de su entreno, cerca de la sede del Deportivo Cali. Yo llevaba dos días operado de la rodilla y estaba aburrido en la casa. Joel manejaba el carro, yo a su lado y atrás estaban Jael, el profesor de fútbol y un amigo. Siempre cogíamos la 125 y tomábamos la Simón Bolívar, pero ese viernes bajamos por Ciudad Jardín, pasamos Jardín Plaza, para dejar al profesor que vivía cerca. Íbamos sin ninguna preocupación. La preocupación era que pasáramos el semáforo de la Calle 16, porque veníamos desde la planta de Coca Cola muy despacito. Eran las 6:45 de la tarde, hora pico. Cuando escuchamos los tiros.
El carro que conducía Joel estaba en el carril de la derecha. En el medio había otro carro, y en el tercer carril, otro vehículo. A ese carro se le acercaron motos con hombres armados y hubo un intercambio de disparos. Una de las balas entró por el paral de la ventana trasera del carro de Joel. Su hermano tenía la cabeza apoyada sobre su mano izquierda, recostado hacia la ventana. La bala le rozó su dedo pulgar y el índice. Aún se hace curaciones. El proyectil siguió en dirección a Joel.
– Esa bala pudo haber matado a mis dos hijos. Yo escuché dos o tres tiros, pensé que era lejos, cuando el niño, Jael, me dice: ‘papá, estoy sangrando’. Yo me le tiré encima y le alcé la camisa, lo tocaba, lo miraba, porque sí vi sangre, pero no sabía de dónde venía. No lo veía herido, solo las manos con sangre. Cuando veo a mi otro hijo, tenía la frentecita inflamada. La bala le entró por detrás de la cabeza. Su piecito quedó sobre el acelerador.
Todos los días, John publica anuncios en sus redes sociales. Pide que testigos del hecho aporten las pruebas, videos, para que las autoridades encuentren al responsable de la muerte de su hijo. Quien los tenga, se puede comunicar de forma anónima con el Fiscal 5, de la seccional de la Unidad de Vida en Cali. Su teléfono es el 602 – 3927900, extensión 1002 o 1700. La Alcaldía ofrece $50 millones de recompensa por información.
John menciona que un dolor como el que carga no se lo desea a ningún papá. A veces se levanta a la madrugada y llora. O ni siquiera duerme. Lo delatan las ojeras. En otras ocasiones, mientras conduce hacia su terapia de rodilla, las lágrimas se escurren de repente. Es un vacío que tal vez, si se hace justicia, calme, aunque nada le devolverá a su hijo, reconoce.
Un vacío y el miedo. John permanece alerta, mirando los espejos, sospechando de cualquier motociclista. Lo mismo le sucede a su esposa y a Jael. Las secuelas psicológicas de las ‘balas perdidas’ siguen latentes.
— Oro por mi esposa. Yo no hubiera querido recibir esa llamada que le hice. Ella se dedica a hacer eventos. Todo empezó porque cuando nuestros hijos cumplen años, ella les decora la casa. Sus amigas le empezaron a pedir que hiciera decoraciones. Ese viernes, cuando pasó lo que pasó, ella terminaba un evento. Venía por la Avenida Cañasgordas. Cuando la llamé a decirle que Joel estaba herido por una bala perdida, se tiró del carro y no supo más. Entró en shock. Atrás venía su proveedor de telas. Él le pidió a un ayudante que le manejara el carro y la llevó en el suyo a la Clínica Valle del Lili, donde yo estaba con Joel después de parar una ambulancia. Mi esposa a veces se va, se eleva. Tengo que hacerme el fuerte. Unos amigos nos han brindado apoyo y eso nos llena, fortalece. Nos invitaron al partido de Colombia contra Argentina para salir del encierro. El día del funeral me quedé aterrado. Eran carros y carros. Estaban los guardas y la gente no se movía. Querían acompañar a Joel.
A John le sorprende lo que le escriben en redes: testimonios de personas que le dicen que vivieron lo mismo; un primo que iba desprevenido por la calle y una bala de quien sabe dónde lo mató, una abuela que se asomó a la ventana de su casa y sucedió lo mismo. Y eso no puede suceder, dice. Una sociedad no puede permitir que maten gente inocente así, sin más, pero las víctimas siguen cayendo.
El pasado domingo 18 de agosto una bala perdida le quitó la vida a una joven de 22 años que se encontraba en un establecimiento ubicado en la Calle 5 #35-22 del barrio San Fernando. Lo que se sabe es que hubo una riña dentro del local, sacaron a uno de los implicados, este regresó en una moto e hizo tiros al aire. Uno impactó en la joven que se encontraba en una ventana.
Lo mismo pasó dos días después en Puerto Tejada, Cauca, donde una menor de 17 años perdió la vida por una bala perdida en el barrio Villa Clarita, y la historia se repitió en el barrio El Retiro de Cali, cuando una bala perdida asesinó a Nikol Dayana Montaño Herrera, una menor de edad que anhelaba ser psicóloga.
La víctima más reciente es la sobrina de la alcaldesa de Jamundí. El jueves 22 de agosto, a las 8:30 p.m., fue herida en una pierna después de una balacera.
En el Hospital Universitario del Valle, de 360 jóvenes que llegaron heridos, 60 aseguran ser víctimas de balas perdidas. Hacen parte del programa Transformando el Círculo de la Violencia Juvenil. Cali y la región están armadas. En lo que va del año la Policía lleva 794 armas de fuego incautadas.
El Centro de Recursos Para Análisis del Conflicto, Cerac, es la única entidad que estudia el fenómeno de las balas perdidas. Advierte que en Colombia, la proliferación de armas de fuego y su mal uso, principalmente en entornos urbanos, “continúa generando daños. De las formas de violencia con armas, la violencia por balas perdidas es la más injusta: su carácter es aleatorio, afectando de manera desproporcionada a inocentes”.
Según investigaciones del Cerac, entre 1990 y noviembre de 2013, en Colombia se registraron 2.969 víctimas de ‘balas perdidas’. De estas, el 27.5% (818) recibieron heridas letales. Los grupos de edad que concentran el mayor número de víctimas son personas entre los 10 y 19 años y los 20 y los 29.
Cali y el Valle siguen siendo los lugares del país donde más casos se presentan según los reportes de los medios de comunicación y los motivos continúan siendo los mismos: riñas por intolerancia entre civiles armados, conflictos entre pandillas, acciones sicariales, operativos de la Fuerza Pública.
“Desde 1990, se tiene que el porcentaje de casos en el que se desconoce la naturaleza del victimario es del 80 % (2393)”, dice el Cerac y agrega: “la judicialización de los victimarios es casi nula”.
Una bala perdida no lo es tanto. Alguien tuvo que apretar el gatillo. Lo que sucede es que la justicia parece no tener la capacidad de investigar.
John, el padre de Joel, piensa en tal vez ayudar a otras familias de víctimas. Están solas. No hay fundaciones que las acojan, les brinden apoyo psicológico, ni leyes que las reparen. Ayudar, considera John, quizá es el camino a seguir, una manera de rendirle tributo a su hijo, quien siempre estuvo presente para los demás. A Joel no le importaba dejar a sus compañeros en la puerta de su casa así el tanque de la gasolina de su carro bajara a reserva; en la mañana de su último día, acompañó a un amigo de un centro de acondicionamiento físico a trastear los implementos a un tercer piso.
— Mi esposa se soñó con Joel. Él dijo que estaba bien. Que donde él estaba no había negatividad. Mi esposa le preguntó en el sueño: ¿qué estás haciendo? Y él dijo: ayudando – cuenta John.