Su sonrisa luminosa es una señal inequívoca de victoria. Como lo son también sus palabras, reflejo de la madurez de una guerrera que a sus 40 años ha sobrevivido a mil batallas y ha ayudado a tantas más a librar las suyas. Claudia Yurley Quintero Rolón, Mujer Cafam 2022, se ha convertido en el símbolo de la lucha contra la explotación sexual en Colombia, un delito que en el mundo mueve 32.000 millones de dólares de ganancias al año, siendo el tercero más lucrativo, luego del tráfico de drogas y armas.

Claudia es sobreviviente de la trata de personas, del conflicto armado y de múltiples violencias. Prefiere hablar poco de las cicatrices que la hicieron más fuerte, aunque ellas sigan allí, como reflejo de lo sufrido y del impulso dado para levantarse y seguir. Hoy, después de dar muchas vueltas por el país y el mundo, ha encontrado en Cali su hogar, la ciudad donde se siente feliz y la define como ese lugar del mundo donde ya no se siente desplazada.

Desde aquí lidera todas las acciones que a través de su fundación Anna Frank, en transición, y Empodérame, en constante avance, impactan departamentos como Valle, Cauca, Nariño y Putumayo, región a la que representó en el codiciado galardón, al que fue postulada por la periodista Jineth Bedoya. Son 500 mujeres al año las que reciben atención en su fundación y alrededor de 30 las que se recuperan al año en su refugio, en busca de una nueva vida, lejos de la crueldad de la explotación. Estos son cinco momentos que han marcado el camino de esta cucuteña, nacida el 3 de diciembre de 1980, en el Hospital San Juan de Dios:

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La primera guerra
En 1999 ocurre la masacre de La Gabarra, una de las más atroces perpetradas por el Bloque Catatumbo de las AUC, en la que hubo alrededor de 40 asesinatos. El padre de Claudia es perseguido y amenazado por los paramilitares. Las AUC causaron un daño colectivo en su comunidad, cambiaron la forma de resolver los conflictos, de cobrar las deudas. La familia Quintero permanece en la zona y Claudia lidera grupos para evitar el reclutamiento forzado de jóvenes entre 11 y 14 años. Se convirtió en un objetivo de los alzados en armas y sufrió en carne propia la violencia sexual dentro del conflicto armado. Tuvo que salir huyendo de su tierra, rumbo a Bogotá, con Sury, su niña pequeña, y embarazada de su segundo hijo, Samuel; su pareja de entonces negó ser el padre del niño, asumiendo que la criatura era producto de la violación, pero el tiempo y los rasgos del niño dijeron lo contrario.

La segunda guerra
“Por el desplazamiento forzado, llego a la zona de tolerancia de Bogotá, era innegable chocarse de frente con esa realidad, sentir frío, soledad, vivir con personas de calle y prostitución… sufrí un proceso de explotación sexual, siempre estuve insatisfecha con lo que pasaba, sabía que estaba sufriendo una violencia, acepté esa situación, pasé por mucho como mujer negra y desplazada. Posiblemente uno nunca sane totalmente pero sí puede ser feliz y luchar”, rememora, desde su centro de operación en el sur de Cali.

Claudia relata, además, en su libro ‘Sobreviviente: cuerpos de dolor a cuerpo de paz’, que estuvo en situación de absoluta vulnerabilidad, que tuvo a su segundo hijo en medio del frío y la miseria que obliga el desarraigo, “mis bebés lloraban por hambre y yo como madre, mujer sola en una ciudad hostil, salí a la calle con las cicatrices de la cesárea aún frescas y la leche goteando de mis senos, en una esquina desolada en el barrio Santafé en el centro de Bogotá. No puedo decir el día de hoy que lo hice porque quise, porque fue lo más fácil, esto es una gran mentira para nosotras… conocí la humillación, el desprecio, el dolor de ser usada como un objeto. Conocí a otras mujeres que, como yo, luchaban día a día, que se tragaban sus lágrimas para ver sonreír a sus hijos cuando podían comerse un pedacito de pan o tenían otra noche para dormir en cuartitos de cartón”.

Refugiada en otras tierras
Tras vivir esa pesadilla, Claudia y su pareja de entonces se fueron a Argentina, donde pidieron refugio y lo consiguieron, por ser víctimas del conflicto. “Mi pareja, feliz porque nos daban todo. Tengo ciudadanía argentina. Nos fuimos porque sufrí amenazas. En Cazucá trabajé con mujeres, nos tomábamos las oficinas del Gobierno porque había hambre.

Me amenazaron porque estaba defendiendo mis propios derechos y los de otras mujeres. Yo me reconocía víctima del conflicto, más no de la explotación”.

En Argentina estudia producción de cine y televisión, pero sigue con su explotador. Vivían en Matanza, en el Gran Buenos Aires. Poco a poco, Claudia comprende que la ayuda humanitaria y la educación pueden ser la salida de ese mundo. Luego empezó a sufrir depresiones fuertes, tuvo H1N1... los inviernos eran duros. Subió tanto de peso que llegó a los 150 kilos. Ella lo entendía como parte de su estrés postraumático. “Yo quise hacerme fea, dejada”, agrega.

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La vida en la posguerra
Con la esperanza del proceso de paz, Claudia y su pareja regresan a Colombia y se radican en el Cauca. Allí una mujer le dio trabajo e inicia estudios de producción multimedia. “Es la primera mujer que me pone un sueldo en la mano y ahí empiezo a creer que puedo dejarlo (a su pareja). Ella me ayudó para comprar un apartamento. Y con mis hijos logramos que él se fuera”.

Así se libraba de su explotador y continuaba gestando procesos de ayuda, ahora con mujeres desplazadas a las que se les llevaban las niñas para el Bronx a prostituirlas. También luchaba contra una dura enfermedad que le dejaron los años de explotación sexual: el virus del papiloma humano. Poco a poco se recuperó, bajó los kilos que había ganado y se abrió otro camino.

El Iguano, uno de los comandantes del Bloque Catatumbo, que le había causado tanto daño a su familia y a su comunidad en Santander, le pide perdón: “Soy Juan Iván Laverde. Este mensaje es para ti, Claudia Quintero, y para cada uno de los miembros de su familia a quienes con mi accionar irresponsable e injustificadamente volvimos sus vidas trizas. Quiero pedir perdón desde lo más profundo de mi corazón y gracias a usted y a todos los que han enviado mensajes para seguir por el camino de la paz y no desfallecer”.

Claudia le contesta públicamente que ya lo había perdonado. Desde ese hecho, en 2019 se potencia más su trabajo y es porque logra cerrar ese círculo “al escuchar a esa persona que destruyó tu vida, que estuvo involucrado en 35 masacres, que era responsable del ataque sexual que sufrí, me decían ‘no perdones’, pero yo insistía en que este es el país que nos tocó, de víctimas y victimarios. Uno también ha dañado gente, no con armas pero sí con palabras. Perdono muy fácil y es porque entendí que a quien mucho le perdonas también perdona. Pedí perdón a mis hijos porque también permití que ellos sufrieran abuso, cosas muy duras. No podría ser la líder que soy ahora sino pudiera estar bien con mis hijos y con mis victimarios”.

Sobreviviente y empoderada
Con el perdón y el reconocimiento, Claudia fortalece su trabajo en la Corporación Anne Frank, conformada por mujeres sobrevivientes a la explotación sexual. Entonces se hace mucho más visible en el país y es invitada a la Corte Constitucional, donde da el discurso de la dignidad que estremeció a los magistrados: “...Nunca un ‘trabajo’ me hizo tanto daño como la prostitución. Acabó casi con mi vida. No he olvidado cada noche en que pasé frío, los golpes machistas que recibí, porque creían que por haber pagado por sexo tenían derecho a maltratarme los proxenetas que me castigaban enviando a la Policía a pegarme porque no quería ir al prostíbulo. Fue una vida de dolor. ¿Una vida que elegí?

Digamos que sí, pero con una pistola simbólica apuntando a mi cabeza. Una pistola cargada de desplazamiento forzado, guerra, indiferencia, discriminación, abuso, falta de oportunidades, falta de educación...”.
“...Señores magistrados, como mujer, negra, desplazada, pobre y violentada estuve inmersa en una violencia de género. Salir de la prostitución fue titánico, por eso les hago un llamado para que nos escuchen, escuchen a las sobrevivientes. Este no es un discurso de lástima, es un discurso de dignidad y valentía. Que mis hijos lo sepan hoy y siempre”.

Así condujo su mirada abolicionista de un delito que no concibe bajo ningún punto de vista y que le trajo muchas amenazas por las denuncias hechas. Por eso, desde su ahora Fundación Empodérame guía un trabajo distinto, de construcción, de acompañamiento. Allí, en un segundo piso del barrio El Limonar, laboran día a día abogadas, psicólogas, trabajadoras sociales y mujeres que tratan de sanar las heridas, después de la explotación.

“Aquí llegué porque Claudia estaba dando una conferencia y pidió voluntarias. Varias nos unimos y con el tiempo afianzamos el trabajo. Todas las historias me han marcado, ¿cómo fueron capaces de llegar hasta aquí?, me pregunto. Es imposible que estén sonriendo a pesar de todo lo que han pasado. A una de ellas, que fue muy significativa, la acompañé en varios procesos, pero insistió en la explotación, era muy joven, la sacamos un tiempo pero volvió a ese mundo”, cuenta Laura Rojas, trabajadora social.

A su testimonio se une Diana Ortiz, abogada del equipo jurídico de la fundación. “En el feminismo, Claudia es un ícono desde sus luchas. También padecí la explotación sexual virtual webcam. Era algo de lo que no estaba consciente. Con el tiempo me hice profesional y hemos podido trabajar contra las violencias sexuales. Hay muchas historias que nos marcan, como la de una mujer lesbiana lideresa en Cartagena que ha logrado un proceso exitoso y hoy tiene muchos retos para salir adelante”.

La lucha en Empodérame sigue. La semana pasada, en Cartagena. El jueves, en una conversación de la ONU con supervivientes de la explotación; el próximo martes, en el Foro de Liderazgo y Equidad de Género. No hay tiempo que perder. “¿Que por qué hago este trabajo? Lo hago para salvarme a mi misma, en cada caso y cada logro, me sano más”, concluye Claudia.

Si busca apoyo, quiere apoyar o conocer más de esta causa por las víctimas de explotación sexual, escriba a contacto@ empoderame. org