Es 25 de un mes perdido en el calendario. Zobaida Tenorio regresó a casa luego de cosechar. El hijo de su hermana, Henry, está a las afueras de la propiedad jugando con su hija. Ella, como tantas otras tardes, entró para cocinarles. Minutos después llegó la tragedia que marca esta historia.

Su hija tiene una bala en la rodilla, mientras que Henry no respira. “Mi hijo criado murió de una vez. La balacera duró hasta la noche y no pudimos hacer nada”, recuerda. El dolor, en ella, no se refleja en lágrimas. Desde ese día sufre de la presión y la han internado en UCI dos veces en Cali, además del insomnio que ataca de vez en cuando.

La obra 'Pasos, relatos y vivencias de las mujeres víctimas del conflicto armado en el Pacífico colombiano' fue un ejercicio de catarsis para los sobrevivientes. | Foto: Corporación Pi3nsa

La única alternativa se convirtió en huir de Tumaco a Cali. “La guerrilla nos amenazó con matarnos. Mientras escapábamos con nueve personas más, me caí en una zanja y hasta hoy no puedo mover bien el brazo. Además, todo el trayecto, fue con mi hija herida”, dice.

Vida en Cali

-Cuando llegamos a Cali, llevé a mi hija al hospital Isaías Duarte para que la atendieran. Mi otro muchacho quedó allá muerto. Quienes quedaron se encargaron de enterrarlo-, comenta Zobaida.

No tenía a nadie en Cali ni tampoco a quién acudir. No tuvo de otra que entrar a una invasión al oriente de la ciudad y, con el tiempo, el Estado le dio una casa en la que, en la actualidad, vive con una nieta.

Organizaciones como la Corporación Pi3nsa brindan herramientas para empoderarse y lograr sanar sus heridas mediante el arte. | Foto: Corporación Pi3nsa

Sin embargo, tras salir de un entorno violento se enfrentó a otra realidad desoladora: nadie la contrataba para trabajar. “No puedo recuperar mi vida, tampoco consigo trabajo por la edad que tengo. Hago cosas como puedo”, reconoce.

Por su parte, Natalia Escobar, coordinadora del Observatorio para la Equidad de las Mujeres, expresó que las mujeres del Pacífico colombiano son afectadas por racismo y machismo: “terminan haciendo los trabajos más sucios, que implican menos remuneración y mayor precarización”, comenta.

Pese a que la historia no puede cambiarse, desde el proyecto le enseñaron mecanismos de resiliencia, empoderamiento y cómo transformar sus emociones. “La obra que realizaron en el marco del proyecto es algo que toca fibras y que las personas deberían conocer. Realmente nos sorprendió mucho el talento, la capacidad y potencial para que los diversos sectores de la sociedad conozcan más del conflicto armado”, añade John López, director de Pi3nsa.

Tenorio, desde entonces, se reconoce como una artista. Sin embargo, pese a que lo intenta borrar, en sus recuerdos se mantendrá que vivía en Tumaco, en el kilómetro 35; que cada mañana salía a cosechar y, cuando el ocaso llegaba, regresaba de trabajar y se topaba con Henry, su hijo de crianza, y su hija, mientras jugaban en el jardín de casa. Algunos años después llegó la resignificación que marca esta historia.