El 7 de agosto de 2022, cuando Gustavo Petro se posesionó como el nuevo presidente de los colombianos, impartió la orden de llevar la espada de Bolívar desde el Palacio de Nariño hasta la Plaza de Bolívar, comenzando los recuerdos de la lucha contra el M-19, no solo porque el entonces grupo guerrillero había robado la espada en 1974, sino porque el hoy presidente había formado parte del “eme”, como le decían sus simpatizantes, y porque en su momento el grupo le había causado mucho daño al país: secuestros, ataques, homicidios y venta de marihuana y cocaína a cambio de armas.
Según el Código Penal, era evidente que los miembros del M-19 eran guerrilleros y delincuentes. Por medio de un proceso de paz, llegaron a la legalidad; de lo contrario, Petro no sería hoy el presidente de la República. No podemos borrar la historia. Por eso, cuando el M-19 se integró a la sociedad, trajo paz y legalidad al país.
“Me pregunté: ¿Cuál reconciliación?”. Y me repetí: “¿Cuál reconciliación?”. La estadía en la plaza se hizo larga y hacía mucho calor. Mientras tanto, yo miraba la urna y pensaba que pronto llegaría para nosotros la espada de la persecución. Pensé: “Nos quieren acabar y nos van a perseguir. ¿Quién esgrime una espada el día de su posesión?. Llegaron a mi mente los años tempranos de mi carrera en la Policía, cuando muy joven, a los 21 años, pertenecía a la Dirección de Investigación Criminal, la Dijin” afirmó el general (r) Jorge Luis Vargas.
“En esta unidad tuve la oportunidad de integrar un equipo altamente profesional, experto en la lucha contra el terrorismo, integrado por seres humanos valerosos y hombres con principios y mucha experiencia profesional. Cuando llegué, el grupo ya tenía la tarea de recopilar información que permitiera llevar a la justicia a los cabecillas del M-19. En 1988 y 1989, yo no conocía de la existencia de Gustavo Petro; está nunca fue una de nuestras misiones asignadas” dijo Vargas.
Según Vargas en ese momento las prioridades eran otras. “Las prioridades eran otras. Carlos Pizarro era uno de los grandes cabecillas de la organización y ya tenía órdenes de captura por múltiples delitos; por lo tanto, estábamos tras él. Teníamos información confirmada, según la cual Pizarro llegaría a Bogotá. Lo sabíamos porque contábamos con una persona dentro del M-19 que nos pasaba información. Era lo que nosotros llamamos en nuestro trabajo de inteligencia una “fuente humana”, personas a las que después de varios análisis reclutamos y les pagamos dinero para que nos colaboren con información. Fuentes humanas y técnicas nos confirmaron la llegada de Pizarro a Bogotá”.
En ese entonces, los miembros del M-19 se comunicaban entre ellos como radioaficionados en lenguaje cifrado y simulado. El punto nodal desde donde se organizaba la venida de los cabecillas a la capital era una casa ubicada en la calle 39 con carrera 15, y quienes la frecuentaban se hacían pasar por vendedores de finca raíz y por abogados, pero su dinero provenía exclusivamente del apoyo de las filas militares del M-19.
“Sabíamos de la existencia de alias ‘Arturo’, un hombre que aparentemente no tenía relación alguna con el M-19, pero que estaba a cargo de muchas tareas de logística. Era un eslabón desconocido para el común de los ciudadanos, un fantasma dentro de la organización, pero era definitivo. El grupo de inteligencia sabía quién era, y lo habían seguido durante varios años, y cuando llegué a formar parte de esa unidad, me asignaron como miembro de ese grupo de trabajo”.
Cabe destacar que el M-19 quería traer a los cabecillas de Bogotá para hacer contactos pseudopolíticos, entrevistarse con congresistas, hacer extorsiones y darles instrucciones a las redes urbanas. “‘Arturo’ era el contacto principal y teníamos información de que Carlos Pizarro se reuniría en Bogotá con unos sacerdotes activos pertenecientes a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que llegaron de Córdoba. En esa época existía la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, la cual reunía a las FARC, el M-19 y el Ejército Popular de Liberación (EPL), mientras que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) quería ingresar”.
“Dos días antes de la fecha prevista para la llegada de Pizarro, iniciamos un control permanente sobre ‘Arturo’ y nos dimos cuenta de que hacía movimientos que no eran normales, como no ir a su supuesta oficina. Su casa quedaba cerca del barrio Metrópolis, en ese entonces una zona residencial, con poco movimiento, por lo que hacerle seguimiento no era tan fácil. No había celulares y contábamos con equipos técnicos muy precarios, así que usábamos mucho la técnica del disfraz. Vestidos de civil, nos poníamos pelucas, anteojos, nos cambiábamos los suéteres, las chaquetas, para poder hacer los seguimientos sin que nos notaran. Estacionamos el carro a una distancia prudente de la casa de ‘Arturo’, lo cambiamos por otro a las pocas horas para que los vecinos no sospecharan y comenzamos a pasar los días en esas calles, sin dormir, sin almorzar, alguno de pie en una esquina, otro sentado en una cafetería cercana” dice Vargas.
“Pasadas unas cuantas horas, algunos nos cambiábamos de ropa (llevábamos dentro del carro una maleta con mudas) y hacíamos una nueva caracterización para continuar con la vigilancia de manera segura. Usábamos binóculos y, en muchas ocasiones, nos comunicábamos entre nosotros por señas. ‘Arturo’ comenzó a tener muchos “automáticos”, es decir, reuniones muy rápidas, especialmente en cafeterías o pequeños “caspetes” —como se les dice popularmente a los lugares de comida para las construcciones— o restaurantes, la mayoría en el centro de Bogotá. Lo que se acostumbra hacer en el trabajo de inteligencia es seguir a estos nuevos contactos para obtener información, pero en ese momento no contábamos con gente suficiente para ello y nuestro objetivo principal era ‘Arturo’ para capturar a Pizarro. No podíamos perderlo de vista” relata en su libro memorias.
“Sabíamos que era él quien lo iba a recoger. ‘Arturo’ tenía un automóvil Monza, rojo, de muy buen cilindraje. Conducía muy rápido, con todas las técnicas de vigilancia y contravigilancia para hacer lo que nosotros llamamos “botar la vigilancia”; por ejemplo, meterse en contravía para evitar que lo siguieran. El día anterior a la llegada del cabecilla, ‘Arturo’ llegó a las dos de la mañana a su casa, y a las once salió de nuevo. En la calle 44, abajo de la Caracas, como en la 17, una persona salió de un carro y se subió muy rápido al Monza. ‘Arturo’ manejó hasta la estación de gasolina de la Caracas con calle 32, estación que ya no existe”.
Uno puede capturar a mil delincuentes que no tienen poder en una organización criminal y no cambia nada dentro de esta; en cambio, con la captura de los cabecillas comienzan las luchas internas por el poder en las estructuras delincuenciales.
“Producto del proceso de paz con el M-19 recibimos la instrucción de cesar inmediatamente las operaciones contra ese grupo terrorista, y así comenzó la persecución contra los cabecillas del narcotráfico y sus estructuras, una nueva etapa de mi carrera. Nunca más volví a saber de los movimientos o situación de los exmiembros del M-19″.
“Participé y dirigí operaciones en las que murieron en procedimientos militares y de policía o fueron capturados más de 276 cabecillas de las FARC, 162 del ELN, más de 573 cabecillas del clan del Golfo y de Grupos Armados Organizados Residuales (GAOR), 300 narcotraficantes de primer nivel y 330 de Los Pelusos y Los Caparros, todos miembros del crimen organizado. También, como director de la Policía, tomé decisiones que contribuyeron a mejorar la institución, con el retiro de 1.200 miembros en tres años, por diferentes motivos. Todo esto lo hice con equipos conformados por grandes policías, trabajando muchas veces en los ríos, las montañas y las selvas de Colombia; en paisajes únicos, como los del golfo de Urabá o los del Putumayo, atravesando cascadas escondidas”.
Normalmente, el director de la Policía recibe unas 100 llamadas al día de diferentes miembros del gobierno para preguntar por hechos de delincuencia, confirmar datos o hechos y pedir asesoría en la toma de decisiones frente a complejas situaciones de seguridad pública, seguridad nacional y ciudadana, pero durante una semana, luego de que Petro tomó posesión, las llamadas se redujeron sustancialmente.
“Mientras me rodeaba este silencio por parte del nuevo gobierno, en la Policía el ambiente estaba enrarecido: me llegaban versiones de que le habían pasado al presidente Petro falsas informaciones sobre mí y sobre policías que han realizado las operaciones más exitosas de la historia contra el crimen en Colombia; también me decían que conmigo serían retirados muchos otros generales. Lo único que le había pedido al nuevo ministro de Defensa era que me informara de mi retiro antes que a los medios de comunicación”.
Así sucedió: El 12 de agosto el presidente Petro lo llamó por teléfono y le dijo que el nuevo director de la Policía sería el entonces Mayor General Henry Armando Sanabria Cely. Esto significaba el retiro de 23 generales, que habían formado en la Escuela de Cadetes ‘General Santander’. “Para ese día ya sabía que mi salida era un hecho, porque uno entiende que el presidente es quien decide. Le había dicho personalmente al ministro Velásquez que estaba listo para lo que el gobierno decidiera”.