Cada nombre es un destino. Pero el sábado, 18 de julio del 2009, cuando Ana María Manzanares Méndez trajo al mundo a su primer y único hijo, aún no estaba segura de cuál llevaría su pequeño. Javier Alejandro Vera Gómez, su esposo, había propuesto que lo llamaran Francisco, y aunque para ella sonaba “a nombre de viejo”, apelando a su sensibilidad ecológica, él insistió en que, precisamente, Francisco de Asís es el santo de los animales y la naturaleza, y sería bello que el hijo de ambos creciera bajo esa figura tutelar.
Doce años después de su nacimiento, cuando alguien pregunta a Google por “Francisco el ambientalista”, el buscador no se confundirá con el Papa Francisco, sino que encontrará más de 2 millones de referencias en las que aparece la figura de 1.39 metros de estatura, rostro siempre sonriente, enmarcado por unos gruesos lentes que lleva desde los 4 años, del colombiano Francisco Vera Manzanares, quien a su corta edad se ha convertido en el activista más querido de la lucha contra el cambio climático en Colombia.
Desde muy temprano en su vida, Francisco sintió una fuerte conexión con la naturaleza, en parte debido a que cuando tenía 2 años sus padres se trasladaron de Bogotá, su ciudad natal, al municipio de Villeta (Cundinamarca) donde creció en medio del campo cundiboyacense y rodeado de animales silvestres, en la finca de sus abuelos. Allí los papás empezaron a observar el don que Francisco tenía para identificarse con su entorno.
Por su activismo no han faltado los reconocimientos: en 2019 fue nombrado Embajador de la Buena Voluntad por la Unión Europea en Colombia, recibiendo el título como Defensor del Medio Ambiente. También, en 2021 fue incluido dentro de la lista de los 100 niños prodigio, en la categoría social, escogidos entre 150 países, de los Global Child Prodigy Awards.
El último gran logro de Francisco Vera Manzanares es la publicación de su primer libro: ‘¿Qué es el cambio climático?’ (2022), donde enseña los principales aspectos de este fenómeno del clima (dióxido de carbono, efecto invernadero, la huella de carbono), y cómo afectan a nuestro planeta, al tiempo que comparte sugerencias para actuar con consciencia ambiental.
¿Qué lo motivó a escribir un libro?
Creo que cada uno quisiera escribir un libro. Y realmente escribir y leer son dos de las cosas que más me gustan. Como antes había escrito varias columnas de opinión para KienyKe, esto me dejó un entusiasmo por seguir escribiendo. Desde que soy activista quise escribir un libro que plasme las ideas ambientales y las causas climáticas que yo abandero, pero hablar al mismo tiempo de la diversidad de nuestro país. Estas dos cosas me llevaron a escribir un libro que es una herramienta para la educación ambiental, la verdadera educación para la vida.
¿Por qué considera importante promover la educación ambiental?
Hoy estamos en la mayor crisis de la historia de la humanidad, que es el calentamiento global. Estamos avanzando hacia la sexta extinción masiva de la especie, ¿cómo hemos llegado a este punto? A través de la explotación de los recursos naturales y los combustibles fósiles, porque nosotros no vemos a la Tierra como una hermana, como si perteneciéramos a ella, sino que la vemos como la despensa del ser humano.
Esa crisis ya nos está afectando, en Colombia con el huracán Iota y en Centro América con el Eta, así como lo hemos visto en todo el sudeste asiático y bastantes países del Pacífico, y todo eso nos lleva a concentrar nuestros esfuerzos en la educación ambiental. Y para mí la educación es la semilla de una sociedad. Entonces, debemos tener una educación que tenga en cuenta el medio ambiente, que eduque a los niños y niñas para vida, y que les dé espacios para alzar su voz.
¿Cómo nació su amor por la lectura?
Nace por mi familia, ellos han sido mi motor y los que me llevaron a leer por mi propia cuenta. Antes de que pudiera leer, ellos me leían y esa práctica tan bonita me hizo enamorarme de los libros, además creo que este acto ha cultivado dentro de mí un pensamiento crítico.
¿Qué está leyendo ahora mismo?
Ahora mismo estoy leyendo un libro que se llama ‘El diario violeta de Carlota’, de una escritora que se llama Gemma Lienas, habla de una forma muy divertida sobre nuestra sociedad que es tan machista y patriarcal. Y esto no es nada divertido, porque en ese orden, si los hombres nos creemos superiores a las mujeres, también como humanidad nos creemos superiores al medio ambiente y a las otras especies.
¿Cuál es su posición frente al feminismo?
Me parece una causa necesaria, porque históricamente a las mujeres, así como a los niños, nos han excluido de las decisiones, y hoy en día todos estamos siendo afectados por el cambio climático, algo que es producido por unos pocos, empresas que contaminan el 60% del medio ambiente, que hacen daño a miles de millones de personas. Eso quiere decir que mi lucha por el medio ambiente también está asociada con la igualdad de género, porque sin justicia social no hay justicia ambiental. Y sin justicia de género tampoco hay justicia social.
Entonces, es necesario tener unidas todas estas causas y avanzar en todas. El medio ambiente no es ajeno a la igualdad, son causas integrales, como lo muestra la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en ella se plantean retos tanto económicos, sociales, educativos, ambientales, como de género. Lo que nos demuestra que todos están conectados, son fundamentales.
Al final del libro plantea que estamos ante un dilema, dejarnos llevar por la ecoansiedad o actuar por la ecoesperanza, ¿cuál es el mensaje para inclinarse más por la alguna de estas opciones?
Hay algo que se llama la ecoansiedad y efectivamente muchas personas la padecen, están constantemente ansiosos y preocupados por la situación climática del planeta, pero a partir de esa idea, lo que yo hice fue proponer algo más optimista que llamé la ecoesperanza. En vez de tener miedo por el futuro de la humanidad, mejor es animarnos a hacer algo para que cambie y seguir adelante, porque es cierto que debemos reconocer una realidad que todos sufrimos, que el cambio climático es una amenaza gravísima para la supervivencia, pero hay que conservar la fe y la esperanza, empezando por hacer algunos cambios individuales en nuestros hábitos.
¿Y cuáles son sus ecoesperanzas?
Las mías están en los niños y jóvenes que luchan por generar cambios en defensa de la vida. Mis esperanzas están puestas también en que los gobiernos se decidan a hacer algo por el planeta y que cada uno pueda aportar a ese cambio que necesitamos.