En la universidad leíamos su Caja de Herramientas del Narrador, aquel texto en el que Germán Castro Caycedo compartió su método para escribir crónicas, “cómo manejo los clavos y el martillo a la hora de narrar”.
“En la crónica se pide que en cada párrafo haya información. Si se logra que todos los párrafos tengan información, el relato va a adquirir una cosa que se llama ritmo”, decía.
Desde que yo era un estudiante de periodismo lo quise entrevistar. A la distancia, en su programa Enviado Especial, o en sus apariciones públicas, parecía sin embargo un hombre muy serio, de rostro adusto. Cuando se lo menciono a su hija, Catalina Castro Blanchet, se sonríe.
— En el libro cuento cuando mi papá les dice a sus nietos que le quedó el susto de la primera vez que estuvo frente a las cámaras y por eso parecía muy serio. Además, es que no siempre trataba temas dulces, entonces era su manera de transmitir. Pero en la intimidad del hogar era un personaje absoluto, complejo, lleno de claros y oscuros.
El libro al que se refiere Catalina es ‘Mi padre, Germán Castro Caycedo’, (Planeta), un viaje por la vida de quien es considerado uno de los mejores cronistas de Colombia, su metodología para ejercer el oficio, además de un relato íntimo de sus últimos días.
También es la crónica familiar, el diario de la relación de Catalina con su padre, a quien admiró desde niña, la cotidianidad de un hombre que era hincha de Millonarios, aficionado a los toros, autodidacta, que en 56 años de periodismo recorrió Colombia de punta a punta, que repetía las películas de Cantinflas, que andaba con una plancha para la ropa, “un dandi de tiempo completo”, que a la 1 de la tarde hacía siesta así estuviera en una moto cubriendo la Vuelta a Colombia, que hablaba como escribía con una voz que ‘hipnotizaba’, que fumó hasta que tuvo problemas cardiacos, lector empedernido, que lo marcó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, así como el abandono de su padre, que desde niño supo que su vida era el periodismo y siempre transcribió él mismo las entrevistas, palabra por palabra, “porque así me empapo de la historia”, y quien recordaba: “En el periodismo, la objetividad no existe”.
Eres arquitecta, pero leyendo el libro, uno se pregunta si acaso la hija de Germán Castro no hubiera querido ser también cronista, por la pluma que se manifiesta. Aunque también lo aclaras: nunca quisiste ganar méritos por ser ‘la hija de’…
Realmente mi elección de ser arquitecta no fue tanto una actitud de rebeldía frente al oficio de mi papá y de mi mamá, sino que la arquitectura fue una pasión desde que tengo conciencia de existir. Pero la pluma, digamos, que generosamente la llamas, tal vez se explica porque la escritura y la literatura han estado en mí. Siempre escribí para mí, o para mi círculo más íntimo, poemas, cuentos. Soy apasionada de la literatura, pero jamás pensé que la vida me diera la oportunidad de poner en palabras historias, y sobre todo que se leyeran por otros. La escritura me ha habitado, pero desde una manera diferente, no desde el periodismo ni con la pretensión de ser leída por otros. Este libro sobre mi padre es una gran oportunidad que la vida me puso.
Hay un trozo del libro en el que hablas de la muerte del torero Pepe Cáceres, amigo de tu papá. Él hizo un informe enfocado en cómo quería que recordaran a Pepe. ¿Cómo quieres tú que recuerden a Germán?
Como lo que fue: un gran periodista, que contra viento y marea mantuvo su independencia, que no tuvo pelos en la lengua para denunciar, pero también con una sensibilidad a flor de piel que llevaba muy en las venas para sacar la Colombia olvidada.
Uno de los objetivos de este libro es hacer perdurar el nombre de mi papá, pero no por vanidad, sino por el legado que las nuevas generaciones de periodistas deben conocer, con una metodología que se inventó que es muy profunda y que es lo que en realidad funciona: ir hasta el lugar de los hechos, mostrar las caras de la moneda y entender el país desde sus diferentes culturas, desde su geografía disímil, desde los pueblos olvidados. Lo que yo quisiera es que los nuevos periodistas tengan en mira el trabajo tan completo que hizo mi papá y que abordo a lo largo del libro, que al final es un viaje por la vida de mi padre y de la mía a su lado, en el que detallo su metodología de trabajo como cronista. Eso me gustaría que fuera recordado y transmitido.
Fue un hombre muy afortunado, desde niño supo que quería hacer, periodismo. A los 7 años ya había publicado un libro…
Totalmente. Él siempre subrayó esa fortuna, porque muy pocos tenemos la suerte de encontrar nuestra vocación temprano. Yo en una carta le digo sí, claro, una gran fortuna, pero tú cazaste tu destino, es decir, descubriste qué querías hacer y lo perseguiste hasta el último día de vida. Eso refleja la personalidad de alguien inteligente: es darse cuenta de lo que quiere, y tener la claridad de inventarse cómo buscar oportunidades, porque no nació con ellas.
Logró vivir de escribir...
Exactamente. Por eso cuando yo a mis 12 años le digo que había decidido ser arquitecta, él lo aplaudió tanto y me lo patrocinó desde todos los ámbitos. Yo por ejemplo no dibujo bien, no tengo una capacidad digamos manual, y todo el mundo me decía ‘pero si usted no sabe dibujar no puede ser arquitecta’, y mi papá me defendió y ponía su ejemplo: “Yo no sé escribir, pero es lo que me gusta, y si uno hace con pasión su oficio logra llegar a la meta”.
A Germán Castro Caycedo le fascinó la selva. ¿Por qué?
Cuando mi papá era niño, pasaba por una quinta en Zipaquirá que permanecía cerrada con una reja y él veía a lo lejos un camino de árboles gigantes. Desde ahí empezó su amor por la naturaleza. Cuando pudo hacer su primer viaje a la selva, sintió que esa reja se abría. Su fascinación por la selva es por los misterios, sus culturas. Pasó meses incrustado en esa selva sin ninguna comodidad y compenetrado con los pueblos indígenas. Pensó que eran seres superiores que tenían un conocimiento de su medio que ‘el blanco’, entre comillas, no ha logrado.
Era un liberal, amante de los toros. ¿Cómo veía el país en sus últimos días, y qué decía sobre la paulatina prohibición de la tauromaquia?
Sobre cómo veía Colombia, mi padre se sintió muy triste de ver que, pese a lo que luchó desde el periodismo, todo lo que había revelado estaba o en el mismo estado, o peor. Él decía que, si volviera a escribir ‘Colombia Amarga’, se llamaría ‘Colombia más Amarga’. Trató en sus últimos años de alejarse de los temas de violencia, porque lo agobiaban, sentía un verdadero dolor de país. En cuanto a la abolición de las corridas de toros, él mismo al final de sus días se desencantó de los toros pero no por el debate que encierra la abolición, sino porque los toros de lidia habían sido genéticamente modificados y ya no había ni la misma casta ni la misma transmisión de una pasión de un torero hacia los tendidos, la emoción se fue yendo. No quiero entrar en polémicas del debate actual, la tauromaquia fue una pasión que compartí con mi papá, nos unía.
Desconocía que Germán Castro tuviera una relación con Cali, fue jefe de prensa de los Panamericanos y una crónica con Pancho Villegas, técnico del Deportivo Cali, le abrió puertas en El Tiempo. ¿Cómo era esa relación con la ciudad?
No tengo mucho conocimiento de la relación de mi papá con Cali y el Valle, más allá de ser una región a la que le gustaba mucho ir. Pero en su época de reportero deportivo viajó mucho a Cali. En esa crónica con Pancho Villegas está el talento que lo caracterizó en cualquier tema, el deporte, los toros, o las denuncias que hacía. Lo que le interesaba era el ser humano. Sus crónicas deportivas son geniales porque no se centraban en describir un partido, una vuelta a Colombia, sino en los personajes desde su humanidad. Esas crónicas se pueden consultar en códigos QR que incluyo en el libro. En la medida en que avanzábamos en la investigación, íbamos subiendo artículos que me parecen una herramienta indispensable para el público en general que quiera adentrarse un poco más en el trabajo de mi padre, pero sobre todo para las generaciones de nuevos periodistas.
Leer esta biografía hace que se quiera volver a los libros de Germán. ¿Cuál es el que más le gusta?
‘El cachalandrán amarillo’ (leyendas populares de Colombia) que no es el más conocido. Es escuchar a mi juglar contarme cuentos antes de dormir para espantar mis miedos, así que lo tengo en un lugar muy especial de mi corazón. Ahora, lo que me dices que leyendo este libro produce ganas en el lector de volver a retomar la obra de mi papá, es para mí el mayor premio, porque la idea es prolongar su trabajo. Es decir que si eso lo logré en un lector, para mí es un éxito invaluable.
Hablemos del periodismo hoy. Cada vez hay menos tiempo de escribir. Germán decía que la peor desgracia del periodismo era la falta de tiempo. Y hoy cada vez hay menos tiempo de hacer trabajo de campo, escribir. ¿Cómo veía él los nuevos modelos en las redacciones?
Siempre fue una lucha suya, incluso cuando dictaba charlas en las universidades o en sus entrevistas en los medios. Le preocupaba mucho la inmediatez. El fenómeno de la chiva, el tener que sacar todo en cuestión de minutos, como sucede hoy. Con ese modelo ningún reportero puede lograr la profundidad que requiere un tema. Siempre dijo que su gran fortuna fue haber tenido medios que le dieron todo el tiempo necesario para adentrarse en las culturas, sin exigirle un número de palabras determinadas, sino váyase, investigue, y cuente la mejor historia. Le preocupaba mucho que ni siquiera la falta de tiempo era culpa de los mismos periodistas que estaban en el terreno, sino de los mismos medios. Es una tendencia mundial. Mi padre veía ese fenómeno de la falta de tiempo con mucha tristeza.
¿Cómo era ese ejercicio epistolar que tenían padre e hija?
Es una parte muy importante de nuestra relación. Mi papá comenzó esta relación epistolar el día que nací. La primera carta que me escribió fue la crónica de mi nacimiento. Y a partir de allí, cuando viajaba, me mandaba una postal, una carta, contando lo que le sucedía. Fue una relación muy cercana a través de la escritura. Y para mí ese archivo fue fundamental en la estructura del libro, porque como empecé a escribir ya no teniéndolo a él a mi lado, traté de echar mano de los recursos que tenía a mi alcance, como las cartas. Aunque también nos comunicábamos en silencio. No necesitábamos decirnos lo que pensábamos, o lo que sentíamos, porque lo sentía muy fuerte, y eso me ayudó no solo en el libro sino que ha sido un tesoro en mi duelo, y ahora que mi papá no está, esa comunicación sigue ya no en palabras o en cartas sino en ese sentimiento profundo de saber lo que el otro siente y piensa.
¿Cómo eran sus ausencias, por su trabajo? ¿Cómo se lidiaban sus momentos de peligro?
En el libro no solo abordo las ausencias físicas de mi padre, sino algunas cuando estaba presente, pero lo que sí es cierto es que aunque tuve un papá que viajaba muchísimo, nunca lo sentí lejos. Por un lado, por las cartas, pero también porque cuando hacía Enviado Especial, él trataba de organizar su tiempo para que estuviera máximo una semana por fuera, o dos, pero intentó siempre que los fines de semana fueran sagrados para la familia. Nos íbamos para una casa de campo que mis padres tenían, que era como nuestro templo de reunión. Nunca lo sentí lejos y como te digo incluso hoy, que no está físicamente, lo sigo sintiendo muy cerca.
Los momentos de riesgo por su trabajo como periodista también estuvieron presentes, y ese miedo de perder a mi papá me persiguió desde muy niña. Convivimos con el peligro propio de los temas que abordó, pero él siempre dijo que su chaleco antibalas eran la independencia y la precisión para abordar todas las caras de un hecho. Por su experiencia profesional tenía sus métodos de seguridad, como poner contraseñas para entrevistar a los personajes de riesgo. Si venían a recogerlo y no le daban la contraseña que él había dado, no se iba y eso le salvó la vida, sobre todo con Pablo Escobar.
¿Qué tanto ayudó escribir este libro para elaborar el duelo por la muerte de tu padre?
Me ayudó muchísimo. Primero porque me enfrentaba a un mundo totalmente desconocido como escribir un libro tomando su arma. Pero por la manera como abordé la estructura, ese viaje por la vida de mi papá y por mis recuerdos, me ayudó a afianzar la gran fortuna que tuve de este camino de vida con él. Me ayudó mucho a verlo no solo como un súper héroe sino también los lados más oscuros, lo que nos queda de comportamientos aprendidos que no siempre son positivos. Era también hacer un balance de nuestra vida y a través de la escritura lo sentía aún más presente y me ayudó a prolongar su vida tres años más.