Por: Hugo Mario Cárdenas López - Reportero de El País
Con el número de niños que han reclutado los grupos armados ilegales de las comunidades indígenas del Norte del departamento del Cauca en los últimos cuatro años, se podrían llenar 38 salones de clase con un promedio de 22 estudiantes cada uno.
De acuerdo con las estadísticas de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, Acin, en las filas de los grupos armados ilegales, especialmente de las disidencias de las Farc, se encuentran 817 menores con edades entre los 11 y los 17 años, que fueron llevados por la fuerza o con engaños para fortalecer sus estructuras armadas.
Una cifra que aunque aterradora, está lejos de dimensionar la realidad. Entre otras cosas porque muchas familias de los niños reclutados no se atreven a denunciar para no poner en riesgo sus vidas o porque algunos otros menores han logrado escapar como es el caso de Maicol.
Ese no es su verdadero nombre, pero es el alias que tenía pensado cuando terminara su etapa de formación y adoctrinamiento, y pasara a formar parte de los hombres en armas de la columna Jaime Martínez.
Aunque aún tiene la voz original de cuna, acumula en solo 12 años de vida las vivencias y los términos propios de viejos estrategas de guerra. Habla como los grandes de armamento, de desapariciones, de operativos, juicios políticos y ejecuciones.
“De las cosas que más me daba rabia es que se inventaban mentiras para llevarse muchachos a investigarlos y con esas mentiras los condenaban o los acusaban de ayudar al Ejército y era solo para matarlos”.
“Yo tuve que acompañarlos a coger muchachos que luego mataron o que la familia dio como desaparecidos y por eso no quiero volver más; porque yo sé dónde están pero no puedo decir nada porque me matan a mí”, relata.
Lo primero que revelan estos hechos y estas cifras, de acuerdo con Edwin Mauricio Capaz, defensor de derechos humanos en el Cauca, es un aumento exponencial del reclutamiento de niños indígenas en los últimos cuatro años. “Significa que en la reorganización de actores armados luego del acuerdo de paz, lo que afectó en su mayoría es a esta población indígena en particular, la de la niñez y juventud en el norte del Cauca. Significa que hay una decisión sostenida de los actores armados en mantener una presencia militar con base al reclutamiento de niños y niñas adolescentes indígenas en la medida de su facilidad de adoctrinamiento”.
“Desafortunadamente, aquí está pasando un fenómeno también muy complicado y es que parece que el Cauca está exportando jóvenes para la guerra. Si se hace seguimiento a las noticias, donde mueren combatientes en el Tolima, en Nariño y otras regiones, no deja de haber un caucano entre las víctimas. Es como si el Cauca reuniera condiciones alrededor de la niñez, fácil para reclutar y fácil para exportar a escenarios de guerra”, explica el defensor de DD.HH.
Se suma a este subregistro de menores reclutados y desaparecidos el hecho de que los grupos armados ilegales entierran a sus hombres en fosas comunes en sus zonas de guerra y como parte de su táctica militar de no evidenciar bajas en combate.
Para los pueblos indígenas, explica Ana Deida Secué, mayora indígena del Cric, el reclutamiento de niños indígenas es una vulneración a la población civil, a la armonía, al equilibrio y al territorio en cuanto a la convivencia de las familias a las que se les recluta a un familiar.
“También afecta al colectivo porque la búsqueda de ese niño o esa niña no es un asunto solo de la mamá sino de toda la comunidad. Un asunto que pone en riesgo cuando se inicia la búsqueda de muchos compañeros de la comunidad y la vida de quienes lideran el proceso de búsqueda de los niños y las niñas. Así las cosas, son muchas las afectaciones sicológicas y territoriales”, explica Ana Deida.
¿Qué hace un niño en la guerra?
Solo en un conflicto armado degradado y perverso como el que hay en Colombia, de acuerdo con los expertos, se puede llegar a pensar que un niño de 12 años de edad tiene la estructura corporal y mental para ser parte de un ejército.
“Hemos conocido casos de niños que son utilizados como informantes, casos de traslado de logística, traslado de información o mensajería... Esto hace que un niño esté mucho antes en el ejercicio de combatiente y por eso se conocen casos de menores de 14 y 15 años de edad cuyos procesos se iniciaron desde sus colegios o veredas con la instrumentalización, el adoctrinamiento y luego la incorporación como tal a los actores armados”, resalta Edwin Mauricio Capaz.
Sin embargo, lo que para el grupo armado es el fortalecimiento de su estructura militar, para los menores de edad no es más que una salida a distintos escenarios de vacíos estructurales, familiares, comunitarios y de abandono del Estado.
Queda también claramente definido que a diferencia de las antiguas Farc, las disidencias están realizando periodos mucho más cortos de adoctrinamiento porque en la dinámica de la guerra, la falta de hombres, la necesidad de controlar territorios y controlar economías se ha estrechado la franja entre el alistamiento y el hecho de ser combatiente, y esos niños que no tienen una experiencia o una formación de tipo militar terminan convertidos inevitablemente en víctimas.
Dentro de esos grupos que se han fortalecido con niños y menores de comunidades indígenas se encuentran, en su orden, las disidencias de las Farc, luego la delincuencia, viene también el ELN y algunos grupos de seguridad alrededor de la economía del narcotráfico.
Todas esas organizaciones, asegura el analista Diego Luis Sánchez, “con presencia territorial, con una dinámica tremenda en los territorios, con millonarios recursos invertidos en estos espacios, con estructura y con la logística suficiente para seducir a estos niños ante la clara desventaja en que queda la comunidad indígena”.
“Hay algunos vacíos que las comunidades indígenas intentan contrarrestar, pero no cuentan con la suficiente capacidad; sin embargo, las comunidades indígenas organizadas han logrado contrarrestar parte de este accionar de los grupos armados aunque a un costo muy alto. De no ser así, sería mucho más elevado el nivel de reclutamiento de estos niños por parte de las organizaciones dedicadas a economías ilegales”, explica el analista y catedrático.
Las niñas en la guerra
Hay que recalcar que las comunidades indígenas conciben la niñez y la adolescencia como una etapa especial dentro del ser indígena; es decir, en esa etapa en particular hay una serie de ritualidades que intentan ligar al niño o adolescente a la comunidad; al servicio comunitario, al servicio de protección de la identidad, al servicio de las comunidades y a los distintos procesos organizativos.
“Lo que uno logra saber es que las utilizan para mandados, para incitar o motivar a otros a que hagan parte de estas estructuras, a que convenzan a otros niños para ser parte de grupos y donde se les ofrece un cambio de vida, más economía y es a través de estos niños que se les da a conocer los supuestos beneficios y muchos de ellos se van engañados”, asegura la mayora Ana Deida Secué.
“Las niñas terminan siendo engañadas en el tema de la sexualidad y aparte de ser mandaderas se las llevan y terminan teniendo relaciones a temprana edad. Entonces es complejo porque les hacen creer a esas niñas que en ese estilo de vida, con un arma y un uniforme, son mucho más fuertes”, agrega la mayora Secué.
En el caso de quienes huyen, les ha tocado abandonar sus territorios junto a sus familias para evitar ser asesinados por miembros de estos grupos armados ilegales y eso afecta la armonía de los niños y de cada uno de sus familiares que salen huyendo.
“Toda guerra y militarización, independientemente de donde sea, tiene unas facciones machistas. Es decir, ahí hay una cultura machista y más alrededor de estos escenarios de actores armados que han ligado su acción en respaldo de economías ilegales. No solamente la utilización como combatientes, sino la explotación sexual, la utilización de esa mujer para ser reclutadora de otros niños por su condición de mujer y bueno, todos estos tipos de actos alrededor de lo que se concibe ser mujer para las comunidades indígenas, aparte de que se llevan a una semilla de vida”, explica Edwin Mauricio Capaz.
“Es la utilización no solamente para fines militares sino de posible explotación sexual, aunque no lo han reconocido así de esta manera, todo este tipo de cosas es lo que uno diría que son actos bastante complejos, delicados, que no se conocen muchos, que no se habla mucho. Desafortunadamente, tampoco hay mucho rastreo o hay casos documentados alrededor del reclutamiento de niñas”, agrega.
Sobre la desaparición forzada
Otra situación no menos dramática es la que obedece a la desaparición forzada de niños y niñas indígenas en el norte del departamento del Cauca.
Una problemática, según el defensor de derechos humanos Edwin Mauricio Capaz que obedece “en algunos casos a etapas iniciales de reclutamiento, luego a muertes en combate y desaparición de sus cuerpos. Hay zonas en donde los cuerpos no han podido ser recuperados y claro la calidad de desapariciones se da”.
“Hay muchos casos de niños que sus familias siguen preguntando o que no tienen respuesta de si los tienen estos grupos armados o no. Algunos de ellos son regresados muertos, otros no, algunos se les ha perdido el rastro y el contacto con sus familias y hay situaciones que ponen a las familias en un drama del que jamás logran salir porque nunca conocen su ubicación o el lugar donde fueron sepultados.