Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes

Los lectores a veces cazan libros en lugares insospechados. Irene Vallejo recuerda haber encontrado uno en una carretera. Alguien lo habrá lanzado de un carro – quién sabe – y las huellas de los neumáticos estaban sobre su lomo. Irene se detuvo y observó aquella portada atropellada: ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, de Mark Twain, decía.

Ella se lo llevó a su casa con la sensación de haber recogido a un huérfano. Pegó sus páginas sueltas, lo forró, lo protegió. Aún lo conserva en su biblioteca con la certeza de que aquel libro merecía mejor suerte.

De alguna manera adoptas libros – dice ella en un salón del Hotel Intercontinental de Medellín, un día antes de su charla con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en el Congreso Nacional de Asocajas, ‘Futuros Posibles’.

Irene Vallejo ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Ensayo por su libro ‘El infinito en un junco’, el Premio Aragón y el de las Letras Aragonesas. Foto: Jorge Fuembuena. | Foto: Jorge Fuembuena

Lleva un vestido verde, como sus ojos. El tiempo se pasa rápido a su lado. Su trato es dulce, casi maternal. Me hace sentir de los suyos. En el salón todos la esperan. El exprocurador Fernando Carrillo aguarda por su firma. Los periodistas tenemos 15 minutos para entrevistarla, pero Irene Vallejo procura que la charla se extienda. Además de escritora y filóloga, ejerce el periodismo. Entiende el oficio, la importancia del tiempo para escuchar y entender al otro.

En el salón la mayoría tenemos un ejemplar de su libro ‘El Infinito en un junco’, la historia de cómo se inventaron los libros en el mundo antiguo, cómo se conservaron, se tradujeron, se guardaron en bibliotecas, se lucharon por ellos. Hubo ejércitos que recorrieron las civilizaciones cazando libros. Para quienes cada semana hacemos algo parecido – ir a librerías de nuevos o usados acechando la próxima presa – ‘El Infinito en un junco’ representa parte de nuestra historia personal.

A Irene le propongo contar su vida desde ese hábito de cazar libros que adquirió desde su infancia en Zaragoza, España, su tierra. Fue en la biblioteca de sus padres, contará días después, donde conoció a Colombia a través de los libros de Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Después Julio Flórez, Fernando Vallejo, Evelio Rosero. Ella acepta y toma su ‘lanza’, la palabra.

Irene Vallejo también ejerce el periodismo. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con El País de Semanal, de España. El periodismo ha influido en su escritura literaria, dice. Foto Jorge Fuembuena | Foto: Jorge Fuembuena

Yo creo que nuestra relación con los libros tiene que ver con ese apetitito, esa búsqueda, esa exploración, esa peripecia de los cazadores con los que inicia ‘El Infinito en un junco’. Vas buscando los libros, a veces no los encuentras, no encuentras el que necesitas, pero cuando por fin lo logras es un momento fulgurante que te conmueve y te sacude totalmente.

Sucedió por ejemplo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, cuando descubrió el manuscrito del libro de Emma Reyes.

Tuve esa oportunidad de ver las cartas de Emma Reyes. Poder verlas, tocar los originales, tener ese acceso, de alguna manera es algo que te permite atisbar la vida privada de los escritores que han formado parte de tu vida. En Uruguay tuve la posibilidad de ver los manuscritos de Horacio Quiroga, de Juan Carlos Onetti, de Juana de Ibarbourou, y es algo que realmente te emociona. También he tenido acceso a los manuscritos de Gabriel García Márquez, o a la colección de Emily Dickinson. Ahora, como escribimos en ordenador, se está perdiendo el manuscrito. Es una maravilla ver un manuscrito tachado, con los retoques, con las cosas que cambiaron, es algo que añoraremos en el futuro. Yo intento seguir haciendo muchas cosas manuscritas y guardarlas porque es parte del proceso y es bonito seguir en contacto con la escritura manual.

¿Cómo construyó esa relación tan íntima con los libros que se percibe en ‘El Infinito en un junco’?

En la infancia. Tuve la suerte de que mis padres eran muy aficionados a la lectura, algunos de mis abuelos - tres de mis cuatro abuelos - eran maestros de escuela, entonces en la familia había mucho amor por los libros. Yo llegué a una casa que estaba a rebosar de libros. Había libros por todas partes, sobre las sillas, sobre las mesas, al punto que te dejaban sin espacio, así que desde el principio tuve esa relación tan especial con la lectura.

A mis padres les gustaba mucho los libros, incluso hacían su propio código, en sus conversaciones tenían sus claves, sus referencias, como guiños de los libros que habían compartido. Entonces claro, ya esto estaba en el ambiente, y me llevaban a bibliotecas, a librerías, desde pequeña, así que mis padres estimularon eso. Mis padres se dieron cuenta que me gustaban los libros y me leían cuentos antes de dormir, me estimulaban mi creatividad, me animaron a escribir desde muy pequeña, ellos lo impulsaban porque lo valoraban mucho. No tuve que abrirme el camino. Lo encontré hecho en mi casa.

Irene Vallejo participó en el Congreso Nacional de Asocajas, en Medellín. | Foto: El País

¿Cuál fue el libro de su infancia?

Hubo varios libros que según mi familia me gustaron mucho, pero uno de ellos fue uno de Fábulas de Esopo, con unas ilustraciones muy divertidas, que yo llevaba a todas partes. Hay fotos de infancia en las que estoy en el campo, en una fuente, en la calle, con el libro como talismán. Sin embargo, el libro que más me impactó en la infancia fue La Odisea, pero La Odisea que me contaba mi papá con sus palabras. La Odisea de la que me enamoré fue la de mi padre, que no está escrita en ningún sitio, pero él me contaba las historias del libro y me parecían maravillosas. Me gustaban tanto las mitologías que empezaron a regalarme libros de mitología egipcia, griega, nórdicas, relatos tradicionales, de distintas culturas, de América, de pueblos originarios que se han conservado, de chinos, de japoneses. Más que los cuentos de hadas, me gustaban relatos tradicionales. Ese acervo de narraciones autóctonas de distintas culturas es lo que me fascina.

De hecho, al leer ‘El Infinito en un junco’, uno se siente en Las Mil y una Noches

Sí, realmente el libro intenta ser una especie de ‘Las mil y una noches, no un ensayo académico al uso, sino esa especie de jaleo, de personas que van y vienen, entran y salen, historias que se conectan, que se interrumpen, que se entretejen. Esa era la idea: a través de muchos relatos ir recuperando vivencias personales de gente que inventó, que espió, que persiguió libros, que los defendió cuando estaban amenazados por la censura, para encontrar el hilo de ese comienzo del mundo de la lectura en Egipto, en Mesopotamia, en las más importantes civilizaciones antiguas, y cómo se va configurando todo ese mundo del que somos herederos, pero que tuvo sus primeras veces. Hoy vemos los libros y nos parecen objetos cotidianos, pero hubo que inventarlos, guardarlos, salvarlos, luchar por ellos, copiarlos, toda esa historia que yo pensaba que es nuestra genealogía. Si algún lector lee ‘El Infinito en un junco’, va a decir: es mi historia.

‘El infinito en un junco’, 2021. | Foto: Penguin Random House

¿Cuál fue el momento en el que decidió ser escritora?

Desde niña me gustaba escribir y todo lo que tenía que ver con las historias, a los adultos les pedía que me contaran un cuento. Y yo escribía mis pequeños relatos, pero hay un momento importante cuando, en torno a los 8 años, empecé a sufrir acoso escolar, bullying, en parte porque me gustaba tanto la lectura, estaba tan ávida de conocimiento, que mis compañeros me comenzaron a poner apodos. Pensaban que yo lo hacía por halagar a los profesores, y no, era por el placer que encontraba en aprender, en descubrir cosas, en saber, que por suerte me ha acompañado toda la vida. Pero es un momento importante porque aunque no lo sepas explicar en esos términos, cuando sufres acoso tienes dos opciones: o cambiar tu forma de ser para que te acepten, o seguir siendo quien eres. Entonces ahí hubo un momento en el que todo estuvo en juego, pero yo encontré mi refugio para seguir siendo quién era y sentirme apoyada y comprendida, en los libros.

Y es ahí cuando tomo la decisión por esa dimensión mía de leer, de escribir, de imaginar, una dimensión que no la voy a cambiar así no me acepten los demás. Eso marca toda la personalidad: construirte de acuerdo a lo que eres y lo que amas, aunque sea en conflicto con todo lo que está alrededor.

Pero a mí los libros me dieron esperanza porque los que yo leía entonces, y me acuerdo de ‘La historia Interminable’ de Michael Ende, donde el protagonista es un niño que sufre acoso en el colegio y se refugia en el mundo de la fantasía, pues en esos libros veía que había gente como yo. Pensaba que quienes escribían esos libros me habrían entendido y mi idea fue seguir adelante hasta que encontrara personas que me comprendieran, igual como me comprendían mis padres y mi familia. Tuve que esperar unos años para que eso ocurriera, apretar los dientes y salir adelante.

Irene Vallejo nació en Zaragoza, España. Foto: Toni Gala | Foto: Toni Galan

¿Cómo es su relación hoy con los libros? ¿Cómo ‘caza’ libros?

Siempre le pregunto a la gente qué está leyendo. Con amigos nos reunimos una vez al acabar el año y hacemos la lista de los libros que más nos han impresionado y también estoy muy atenta a las recomendaciones en redes sociales, en periódicos, para intentar leer autores jóvenes. En las redes soy muy activa y hago un esfuerzo por recomendar libros que están fuera de los circuitos, editoriales independientes. Porque creo que leemos muchos libros en inglés, traducidos, pero nos leemos menos entre las lenguas más periféricas, el portugués, el italiano, el español. Los españoles tendemos a leer menos de lo que deberíamos autores latinoamericanos, entonces mi idea un poco es: vamos a hacer un frente, el frente sur, y si nos leemos mutuamente entre nosotros, somos muchos lectores que podríamos ayudar a despegar nuestra literatura que siempre pareciera que está en una posición subsidiaria.

¿Cómo es la biblioteca de Irene Vallejo?

No sé cuántos libros tengo. Pero por el espacio que hay en casa, van empezando a colonizar demasiado, y de vez en cuando hago una revisión y separo libros para donar en las bibliotecas, o a personas. Me desprendo de los libros, de lo contrario me tocaría comprarles una casa aparte. Antes sí que los rayaba, me gustaba hacer notas en las márgenes, pero ahora, como soy consciente de que muchos de mis libros pueden acabar donados o reglados, pues trato de mantenerlos con etiquetas que se puedan quitar y tomo las notas en documentos que guardo en el ordenador y aunque el libro lo regale, las notas las conservo. Los libros son una posesión transitoria, que los prestas y no te los devuelven. Es lógico que los libros tomen su vuelo y vayan de mano en mano y a lo mejor un libro que tú no valorabas mucho llega a alguien a quién le cambia la vida.

‘El infinito en un junco’, 2021. | Foto: Penguin Random House

Los profetas que decían que el libro impreso se iba a extinguir, fracasaron rotundamente…

Sí, pero los libros electrónicos también están con nosotros para quedarse, y hay que valorarlos. Ofrecen almacenamiento, por ejemplo, poder viajar con una biblioteca entera. O hay personas que viven en otros países que no tienen acceso a sus novedades de su literatura. Y luego también están quienes tienen problemas de visión, pueden ampliar el tamaño de la letra. Ofrecen todas esas ventajas. En la pandemia mucha gente compró libros electrónicos cuando no podías bajar a la librería. Yo creo que el libro en papel y el electrónico no compiten, uno no va a desterrar o eliminar al otro, yo creo que se colaboran. O los audio libros. Mi madre estuvo operada de la vista, y estuvo muy entretenida con los audio libros, de lo contrario hubiera estado huérfana de lectura, o hubiéramos tenido que dedicar el tiempo a leérselos. Entonces no hay que elegir, no somos de un bando o de otro. Pero en mi caso personal, me pasa que trabajo todos los días en el ordenador, y cuando voy a leer lo quiero hacer en papel.

Hablando de su proceso de escritura, usted dice que su bagaje previo al iniciar un texto son las dudas. ¿Cómo es eso?

He llegado un punto en que si no estuviera asustada antes de escribir casi que me alarmaría. ¿Qué está pasando? O como cuando vas a entrar a un escenario a dar una charla, tienes ahí esa tensión, que no es necesariamente nerviosismo, pero sí que estás alerta, y que vas a tratar de concentrarte para dar todo lo mejor de ti. Así sucede con la escritura. Si nadie espera nada de ti tienes la sensación de que tienes que demostrar que vales por ese libro, y si ya hay expectativas tienes que estar a la altura. Pero siempre es como un esfuerzo por dar lo mejor de sí mismo y todas las dudas del proceso forman parte inevitable de cómo lo abordo, qué punto de vista elijo, qué tema, interesará o no, estoy captando lo esencial, estoy dejando algo importante. Dudar es un buen síntoma. En la cabeza todo siempre parece más perfecto y cuando le das forma en el papel se oscurece, se vuelve más opaco, no tiene como ese brillo rutilante que tienes en tu cabeza. Y siempre estás ahí en esa lucha en la que aprendes nuevos recursos, nuevas palabras, y nunca se acaba porque la lengua es tan prodigiosamente fértil, que no acabas de conocerla totalmente.

Irene Vallejo fue la invitada a dar el discurso inaugural de la Filbo. | Foto: El País

¿Cómo influye el periodismo en su escritura?

Yo escribo columnas en prensa desde hace mucho tiempo, y eso me ayudó mucho. Yo venía de la universidad, me había dedicado mucho tiempo a la investigación y a la publicación, y claro, el lenguaje académico está destinado a especialistas que tienen su jerga, sus formalismos, y muchas veces eso es incomprensible para la mayoría de la gente. Hacer periodismo me obligó a pensar siempre en todos los lectores posibles, no en especialistas, sino en que cualquier persona pudiera leer el texto. Esa sensación de que tienes que atrapar la atención del lector, no puedes presuponerles conocimiento, ese ejercicio constante de explicar cuestiones muy complejas de la forma más transparente y atractiva posible, es un entrenamiento que me dio el periodismo. Yo lo llamo ‘el gimnasio de la escritura’, porque todas las semanas estás publicando columnas, luego no te puedes permitir no tener ideas, si no tienes ideas tienes que encontrar algo porque tienes un espacio en blanco que te está esperando. Cuando llevas años haciendo eso se te pasa un poco el miedo al vacío, porque lo vas resolviendo, unas semanas mejor, otras veces peor, pero van pasando los años y lo logras.

Tengo una curiosidad: ‘El Infinito de en un Junco’ representó un éxito y una fama y un reconocimiento que antes no tenía. ¿Asusta tanto el éxito?

Te cambia la vida en muchos aspectos, y obviamente está el miedo a defraudar a las personas que te han leído, quieres que esa experiencia sea importante para ellos, y las charlas, y las participaciones en festivales y lo que vas escribiendo, sabes que va a tener un listón muy alto de exigencia. Y eso está ahí. Pero siempre digo que era peor antes. Era peor estar en la trinchera de la escritura y no salía adelante, y los libros se vendían muy poco, y la familia decía ‘cuándo vas a buscarte un trabajo de verdad’, y ese cuestionamiento permanente, pensar muchas veces que a lo mejor no valgo para esto, debería estar haciendo otra cosa, eso era peor, no llegar a fin de mes. Eso era más duro que este grado de exigencia de hoy.

Irene Vallejo se posesionó en Bogotá como ‘miembro correspondiente extranjera’ de la Academia Colombiana de la Lengua, la más antigua de América Latina. Su discurso lo tituló ‘Palabras, anatomía de un misterio’. | Foto: El País

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En el Congreso de Asocajas, Futuros Posibles, en Medellín, Irene Vallejo conversó ante un auditorio a rebosar con Juan Gabriel Vásquez. Ella dijo que jamás pensó que pudiera conversar con ese escritor a quien leía con admiración en su casa en Zaragoza. “Siento que soy un aprendiz que habla con mis maestros”.

Después, charlaron de asuntos como la relación entre los libros, la literatura, con la democracia. Los relatos antiguos, explicó Irene, ya tenían la simiente de una organización social, porque alrededor de las historias que se contaban se ordenaban los pueblos. Además, la palabra ‘lector’ se parece a ‘elector’. Las dos le apuntan a un mismo verbo: ‘elegir’. “La lectura tiene que ver con escoger una mirada sobre el mundo, una serie de ideas, la forma en que vamos a afrontar las realidades complejas, y es ahí donde se une la literatura, la palabra y las democracias”.

A la semana siguiente, Irene Vallejo viajó a Bogotá, a la Academia Colombiana de la Lengua, la más antigua de América Latina, donde tomó posesión como ‘miembro correspondiente extranjera’.

Irene Vallejo. Foto: James Rajotte | Foto: El País

Allí, entre otras cosas, contó que conoció a Colombia en la biblioteca de sus padres, y agregó en un discurso titulado ‘Palabras, anatomía de un misterio’:

“Antes de visitarla por primera vez, ya llevaba Colombia en el torrente sanguíneo del idioma. En Colombia encuentro una lengua prístina, clásica, espléndida. Es el idioma de quienes saben relatar, acariciar la palabra. Y soy consciente de poder entender y gozar tan solo una fracción de su mosaico idiomático, que se despliega en más de sesenta lenguas nativas. Reconozco mi fascinación irrefrenable por los proyectos de bibliotecas colombianos, de los que en todo el mundo se habla con admiración. Desde los bellísimos Parques Biblioteca de Medellín a los biblioburros que conocí en Cartagena, de las mareas de lectores en la Feria del Libro de Bogotá hasta las champas de libros de mi querida Velia Vidal en el río Atrato o la labor de Espantapájaros y esa Casa imaginaria de Yolanda Reyes, todo el país está surcado por esta pasión de lecturas compartidas. Allá donde viajo, menciono con fascinación sus iniciativas y su creatividad. En todo el mundo nos interpela su decisión de confiar colectivamente en el arte para restañar las heridas de la violencia. Sabia ruta, camino osado y pausado. Porque leer entronca con la búsqueda de sentido –y es un canto al sentido de la búsqueda”.