Mientras su hija, Laurens Sofía, de 11 años, interpreta con su violín la música de Johann Sebastián Bach, Duván Londoño cuenta que fue muy cerca de donde nos encontramos, la sede de la Fundación Propal en el municipio de Puerto Tejada, Cauca, donde mataron a su hermano.

Sucedió a escasos 30 metros. Era 31 de diciembre, amanecer primero de enero, y yo tenía 13 años. Todo pasó porque a un amigo de él le habían robado unos zapatos. Cuando le contaron a mi hermano, se fue a reclamar. Ahí sucedieron los hechos. Nunca olvidé las que terminaron siendo sus últimas palabras. Cuando nos dimos el feliz año, me dijo: ‘quiero que usted sea alguien en la vida. No como nosotros, que anduvimos por ahí porque no nos gustó el estudio. Yo quiero que usted sea un profesional’. Fue como si eso se me hubiera quedado grabado.

Ahora, Laurens toca música de cámara junto a sus compañeros de la Escuela de Violines de la Fundación Propal, y Duván, con ese brillo en la mirada de los padres orgullosos, continúa con su historia.

La Escuela de Violines de la Fundación Propal en Puerto Tejada, Cauca, surgió hace 13 años tras una conversación de su actual directora, Marcela Martínez, quien es violinista, con el director de la época, pianista. Foto Jorge Orozco. | Foto: El País

La muerte de su hermano, y encima la partida de su papá de la casa, le generaron un dolor tan profundo, a veces rabia, lo que lo llevó a tomar decisiones equivocadas en un municipio como Puerto Tejada, donde en cada barrio hay más de una pandilla. La Policía asegura que son 37. La más reciente Alerta Temprana de la Defensoría del Pueblo, indica que son 47. Los habitantes del municipio aseguran que la cifra pasó por ahí de largo. En Puerto Tejada hay 41 barrios.

Entonces, ese dolor por la muerte de mi hermano, en parte hizo que yo entrara a una pandilla. Los jóvenes ingresan a estos grupos porque se vuelve moda. En el barrio se comenta que el que no está en la pandilla, no está en nada. Es además una forma que tienen los jóvenes de expresar cosas que los adultos no identifican. Uno como padre hace preguntas muy limitadas: ‘¿Cómo te fue en el colegio?’ Los hijos dicen ‘bien’, y listo. No, hay que preguntar qué hicieron, con quién, qué clase vieron, abrir la oportunidad para que el joven pueda contar y estar atentos a si le pasó algo. En esta comunidad pasa mucho que el papá no se entendió con la mamá, se fue de la casa, y cada mes le pasa una plata para la comida y ya. Padres proveedores solamente. Y como no alcanza la plata, la mamá sale a buscar recursos y deja al hijo con la abuelita. Y la abuelita es todo amor, no corrige, los muchachos van viviendo sin reglas. Y cuando uno menos piensa, se pierden. En Puerto Tejada los niños están muy solos – dice Duván.

Laurens, su hija, por su parte, continúa tocando el violín. Durante el embarazo, Duván y su esposa le ponían música clásica. A él le hubiera gustado interpretarla, pero jamás aprendió a tocar algún instrumento. Laurens, en cambio, cuando tenga familia, podrá tocarle el violín. A veces los hijos cumplen los sueños de sus padres.

Todos los niños y jóvenes que integran la Escuela de Violines, estudian. EL 15% está en primaria, el 65% en el bachillerato y en pregrado, el 20%. Foto Jorge Orozco. | Foto: El País

Que Laurens haga parte de la Escuela de Violines de la Fundación Propal es protección para ella en un entorno de violencia. Duván no lo duda: si los niños y jóvenes ocupan el tiempo libre, jamás ingresarán a una pandilla o empuñarán un arma.

En su caso, si logró salir de esos grupos, fue porque recordó las palabras de su hermano. Duván decidió no irse de excursión con sus amigos del colegio y con el dinero que tenía se matriculó en la Universidad del Valle, de donde se graduó como contador público.

La clase de violín continúa. La dirige el maestro Jaime Cifuentes, quien comenta que la música tiene un poder insospechado: nos sensibiliza.

El violín transforma a cada persona que lo interpreta, porque nos convierte en seres que apreciamos más, que valoramos más. Si apreciamos una melodía, un instrumento, apreciamos la vida. Y marca una diferencia: un niño que aprende a tocar violín es distinto a uno que no toca violín.

La Escuela de Violines de Puerto Tejada de la Fundación Propal surgió hace 13 años tras una conversación entre su actual directora, Marcela Martínez, quien es violinista, y el director de la época, Eduardo Posada Corpas, pianista.

El maestro Jaime Cifuentes enseña violín y violonchelo. Foto Jorge Orozco. | Foto: El País

A ambos se les ocurrió brindar la posibilidad de que los niños del municipio ocuparán su tiempo libre después del colegio aprendiendo un instrumento que era nuevo para la región, implementando el Método Suzuki, cuya premisa es que ninguna habilidad se hereda, sino que se aprende. “El talento se educa y se desarrolla”, decía el creador del método, el violinista y pedagogo japonés, Shinichi Suzuki.

Pronto, los niños comenzaron a llegar. Para evitar que en el barrio les robaran el violín que les entregó la Fundación, lo escondían en bolsas de la basura. Entonces se decidió que mantuvieran los violines en la sede de la Fundación, y practicaran en la casa con otros, para no exponerlos en la calle.

El 80% de los alumnos viven en barrios considerados por las autoridades de alto y medio riesgo; zonas donde las balaceras entre pandillas son parte del paisaje cotidiano y pocos se atreven a salir después de las 10 de la noche.

Cuando comenzaron las clases, y meses más tarde los conciertos de violín, sucedía algo curioso: eran pocos los papás que iban a ver tocar a sus hijos, como confirmando que Puerto Tejada es un municipio donde los niños y jóvenes están solos.

Cada año, los niños y jóvenes de la Escuela de Violines de Puerto Tejada se presentan en un gran concierto. Foto Jorge Orozco. | Foto: El País

Sin embargo, aquello comenzó a cambiar. Los alumnos de la Escuela de Violines empezaron a ser reconocidos como los referentes del barrio, del colegio, de la familia. Tocaban violín en cumpleaños, matrimonios, bautizos. Durante el confinamiento a causa de la pandemia del Covid - 19, calmaban la ansiedad de los vecinos mientras ensayaban en sus casas. No pasó mucho tiempo para que sus padres y hermanos y tíos empezaran a ponerse sus mejores trajes para ir a verlos en sus presentaciones, lo que unió a las familias.

Jhoanna Albornoz, la mamá de Einy Melissa Torres, violinista a los 13 años, reconoce que es una mamá orgullosa.

- Mi hija era una niña muy tímida, pero el violín le ha dado esa confianza en sus capacidades. Hay papás que me han dicho ‘qué bonito como ella toca violín, cómo hago para ingresar a mi hijo a la Escuela de Violines’. Hay una niña que hoy está en la escuela porque escuchó a Einy tocar– cuenta Jhoanna.

Mientras se toma un descanso, Einy confirma que era tímida. Le gusta cantar, pero, antes del violín, lo hacía solo para ella. El instrumento le dio la confianza para hacerlo en público. Einy toca en la iglesia. Como muchas de las familias de Puerto Tejada, es adventista.

Con una propuesta, de escuelas de música a través de violines, Carvajal y Propal, ayudan a niños de Puerto Tejada, en el norte del Cauca, para tratar de minimizar los riesgos y la vulnerabilidad social de este municipio, azotado por las bandas criminales y el microtráfico. Foto Jorge Orozco. | Foto: El País

Hasta hace unos meses su plan era ser médica, pero reconoce que la música la ha puesto a dudar. No sabe qué camino tomar. Jhoanna, su mamá, le aconseja que no elija carreras para impresionar a los demás, sino lo que en realidad le hace vibrar su corazón. Einy sabe que aún tiene tiempo de sobra para decidirse, así que de momento no se preocupa.

Con ella, como con el resto de sus compañeros de la Escuela de Violines, se confirma la frase que se ha mencionado desde siempre: “quien empuña un instrumento difícilmente empuñará un arma”.

Janis González Mina, 21 años, diez de ellos en la Escuela de Violines, estudia Trabajo Social en la Universidad del Valle. Los niños y jóvenes de la escuela de violines de la Fundación Propal en Puerto Tejada tienen excelentes resultados académicos, en parte porque la disciplina, la persistencia y la concentración que se requieren para aprender a tocar el instrumento, lo trasladan a sus estudios. Ya lo había dicho el maestro Jaime Cifuentes: un niño que toca violín es distinto a un niño que no lo hace.

Davison Yesid Perlaza Lucumí, quien ingresó a la Escuela de Violines hace 4 años después de ver a una amiga suya tocar el instrumento, dice:

Cuando toco el violín siento que estoy en paz, no importa los problemas que tenga. Es mi lugar seguro en el mundo.