El papa Francisco fue hospitalizado en junio de 2023 por algunos quebrantos de salud. Mientras estaba internado, su santidad, en Roma, llegó hasta el lugar la colombiana Natalia Bernal, una abogada que se ha caracterizado no solo por una mujer que rechaza la ley de abortos en Colombia, sino que también, se ha interesado en el proceso de beatificación de la llamada niña Omaira, la misma que quedó en la memoria y corazones de muchas personas en el mundo al verla agonizar frente a miles de cámaras durante la tragedia que destruyó la población Armero con la avalancha que generó la erupción del volcán Nevado del Ruiz el 13 de noviembre de 1985.
La abogada relató a la revista Semana que llegó aproximadamente a las 9 de la noche al centro de salud y como obra divina no vio guardas o un despliegue de seguridad amplio como se imaginó que estaría custodiada la cabeza de católica a nivel mundial. “No había un sistema de seguridad para impedirnos entrar al hospital. Nadie nos preguntó. Subimos al décimo piso donde fue la cirugía del papa”, dice la creyente antes de entregar detalles del contenido de la carta que le hizo llegar al papa Francisco.
“Recordemos que los milagros y bendiciones provienen solamente del amor y de la misericordia de Dios. Omaira tan solo es un instrumento. No deseo hacer todo este trámite de beatificación para que se rinda culto a Omaira y se le atribuyan a ella milagros. El Señor tiene en cuenta el sacrificio de Omaira y el ofrecimiento de su vida para que se salven muchas vidas humanas y muchas almas se acerquen a Dios. Mucha gente frecuenta la tumba de Omaira y muchos hacen brujería y espiritismo allí, lo que buscamos es que se construya con el tiempo una iglesia o una capilla y la beatificación nos ayudará”, aclara Bernal.
Bernal, con su carta en mano, entró a una sala en la que estaban dos guardaespaldas personales del papa, ubicada a dos pasos de la habitación del pontífice, según describe la mujer. El hombre de confianza del Vaticano recibió la carta y al parecer se la entregó directamente al papa Francisco. “Días después, le dieron de alta al papa y mucha gente estaba allá, fue necesario que acordonaron el lugar, en ese mismo momento entendí que Dios abrió caminos para que esa noche pudiéramos entrar con facilidad, no hay otra explicación”, concluye la abogada.
Una de las cosas que le da certeza de que el papá y su equipo más cercano sí leyó la carta, que ha de ser una entre miles, es que en el mismo sobre en el que iba la carta iba otra misiva dirigida al cardenal del dicasterio de la causa de los santos del vaticano solicitando una audiencia formal para poder contar la historia personalmente y el cardenal le respondió positivamente, están por definir la fecha del encuentro.
La respuesta le llegó a Bernal a través de la Anunciatura Apostólica Francesa. Teniendo en cuenta que ella vive en ese país. Allí también la citaron para que la colombiana cuente los testimonios. “Las cosas se han dado de una manera tan milagrosa, porque es muy difícil que a uno le presten atención en el Vaticano. Muchas personas se quedan esperando respuestas. En el hospital tampoco nos pusieron problemas ni por horarios de vista, ni por autorizaciones”, enfatiza.
Los agradecimientos a la niña Omaira siguen llegando día a día, pero aun el obispo de la región no ha logrado recopilar los testimonios, que se puedan probar con documentos demuestren, por ejemplo en el tema de salud, que las curaciones sobrepasaron lo científico y se dieron de manera sobre natural, pero al parecer, no solo los milagros son necesarios para lograr una beatificación, demostrar el martirio también puede ser otra vida, pues lo un santo sería capaz de ofrendar su vida para salvar a otros, como lo habría hecho Omaira, cada vez que pedía a los rescatistas que fueran a auxiliar a otras víctimas. Y recibir su muerte con resignación y dignidad pese a la corta edad que tenía.
La historia de Omaira
La casa de Omaira Sánchez, la pequeña de 13 años que vivía en Armero con su familia, fue arrasada 200 metros cuando la furia del Nevado del Ruiz despertó la noche del 13 de noviembre de 1985. A las 21:30 una corriente de agua con lodo bajaba a 7 kilómetros por hora; 30 minutos después la velocidad aumentó a 65 kilómetros por hora, llevándose todo lo que encontraba por delante. Casas de dos pisos quedaron cubiertas. A las 22:30 el pueblo más grande de Tolima ya no existía.
El padre de Omaira la tomó de los tobillos para impulsarla hacia la superficie y evitar que se ahogara, una de sus tías la acaballó sobre sus hombros, y los dos murieron en el intento de salvarla. Pero sus cadáveres le dieron soporte para que la niña Omaira sobreviviera durante 60 horas atrapada en el fango. Gustavo Lastra fue el socorrista que la encontró mientras caminaba entre tantos muertos.
Se cuentan 25.000 víctimas y cientos de desaparecidos. “Vi su cabello crespito y negro que sobresalía entre un charco, movía su cabeza tratando de esquivar de su nariz y boca el agua lodo, que ya olía a azufre y putrefacción”, describe a Semana el hombre que para ese entonces tenía 20 años. Él se dio cuenta de que dos paredes tenían atrapado medio cuerpo de Omaira y que sacarla no era tarea fácil, menos cuando ni siquiera había motobombas para evacuar el barro. Gustavo y sus compañeros de la Defensa Civil cogían las vasijas que veían en el piso y empezaban a sacar de a pocos el agua.
Acompañó a la niña durante 60 horas, practicaron las tablas de multiplicar porque en esos días eran exámenes finales de matemáticas, hablaron de que su mamá estaba en Bogotá visitando a un tío. “Pero entre lo más hermoso fue que me enseñó a orar”, relata el socorrista 37 años después. Lastra dice que en ese entonces solo se sabía el padrenuestro, pero la niña rezaba otras oraciones como la avemaría y salve reina y madre, que él repetía como loro mientras encontraba la manera de sacarla. La niña entonó varias canciones de alabanza.
“Omairita siempre estuvo esperanzada de que Dios la salvaría”, relata el socorrista. Incluso frente a las cámaras ella pidió oración. Una de sus frases más célebres fue: “Mami, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude”.
El desenlace conmovió al mundo entero. La niña, minutos antes de morir, vio cuando se acercaba un helicóptero y alzó su mano para saludarlo. Con la inocencia de cualquier niño, dijo: “Mami, te quiero mucho, papi, hermano. Adiós, madre”. Siempre estuvo serena entre tanta tragedia. Pidió a los socorristas ir y ayudar a otras personas. Compartía las pocas bebidas hidratantes con quienes estaban alrededor suyo, priorizaba el bienestar de los demás, según describen los testigos.