“La comunidad de Timbiquí promueve los principios del perdón y la reconciliación como estrategias hacia la paz”. La frase se lee en una de las vallas ubicada en el parque principal del municipio, un sitio que ha vuelto a congregar a la gente sin el temor y la zozobra que sentían dos años atrás, cuando no se había firmado la terminación del conflicto con las Farc.

“Cuando el conflicto estaba muy agudizado cambió el horario de las eucaristías; pasaron de realizarse de las 7:00 de la noche a las 6:00 de la tarde, con el fin de que la comunidad llegara más temprano a sus casas, porque en ese tiempo las personas empezaron a ser diurnas, no transitaban las calles de noche porque tenían miedo de quedar en medio de enfrentamientos, por eso la gente dejó de bailar, de salir a discotecas, de reunirse en el parque, y apenas terminaba la misa se iban para sus casas”, cuenta Jairo Palomino Párroco de Timbiquí.

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Según el sacerdote, los timbiquireños hoy tienen más confianza y “sienten la guerra como historia patria”, pero hay otras violencias que siguen acosando a la comunidad y que tienen su origen en la permanencia de grupos armados, la disputa territorial y las economías ilegales que afectan a todo el andén pacífico: la coca y la minería ilegal, como lo ha advertido la Defensoría del Pueblo.

“Ha habido asesinatos en nuestra parroquia que no sabemos quién los hace, pero que también infunden miedo porque recuerdan aquellos tiempos que vivimos una violencia bastante grande”, añade el párroco y resalta que “en estos pueblos antes sucedía algo y todo el mundo sabía, pero ahora reina el silencio”.

A su vez, Édgar Valencia, habitante del barrio San José, afirma que aunque sí sienten mayor tranquilidad tras el proceso de paz, “también tememos que eso se caiga porque uno ve que esas personas que se fueron quieren como armarse otra vez”.

"Tenemos derecho a la minería"

En Timbiquí las fuentes de economía han sido la pesca, la agricultura y la minería. Sin embargo, esta última pasó de ser una alternativa de sustento digna cuando se realizaba de manera artesanal, a una amenaza para el territorio debido al uso de la maquinaria pesada, según señala Edward Herrera, representante legal del consejo comunitario Renacer Negro.

“Hemos vivido de la minería, pero tratamos de que sea sostenible con el medio ambiente. Necesitamos que el Estado reconozca que tenemos derecho a hacer la explotación minera con garantías y respetando el espacio, pero a su vez, que deje de estarle titulando a terceros nuestro territorio para hacer explotaciones con grandes maquinarias”, señala Herrera.

El alcalde de Timbiquí, Edinson Castro Lerma, asegura que en este municipio caucano la minería se realizó de manera “fuerte” entre 2008 y 2013, “cuando hubo mucha maquinaria, pero ya se ha ido en un 95 %”.

“Nos hemos sostenido en minería tradicional, el tema de minería ilegal es que el mismo Gobierno Nacional la ha permitido, por ejemplo, acá estuvo una compañía rusa, que llegó con un permiso que les dio el gobierno”, explica Castro.

Para el líder Herrera, del consejo Renacer Negro, es necesario que a Timbiquí llegue apoyo con proyectos productivos y que la siembra de coca deje de ser una fuente de sustento para su pueblo.

“Hoy estamos implementando 120 hectáreas de cacao y queremos que de acá se siga apoyando los proyectos productivos porque somos cultivadores ancestralmente, siempre cultivamos pancoger (maíz, fríjol, yuca, plátano, papa, etc), pero hoy, como lo decía el doctor Carlos Alfonso Negret (Defensor del Pueblo), tenemos la intervención de una mata que mata. Es importante que sepan que hoy somos discriminados por la coca, es una lucha incansable, y tenemos que levantar la voz porque a Renacer Negro, a partir del 2002 empezó a llegar la coca fue por falta de alternativas, por falta de condiciones para darle un buen vivir a nuestras familias”, expresa Herrera.

“Vivimos del agua de la lluvia”

Martha Balanta habita en una humilde casa de madera del sector Buenos Aires, a unos metros del río Timbiquí, y desde su ventana observa el afluente, que luce de color oscuro, y afirma con nostalgia que décadas atrás su agua era cristalina: “las minas nos tienen contaminados, nos dañaron el río, esto era un río bonito, con el agua clarita, ahora yo no me lavo ni los pies ahí”.

Y el agua es, precisamente, una de las necesidades básicas que padecen los timbiquireños porque además de las malas condiciones de su principal afluente, no cuentan con acueducto.

“Aquí casi todos vivimos del agua de la lluvia y cuando no llueve, como hace unos quince días que no llovía, tenemos que comprar botellas y el porrón de agua para cocinar, porque con el agua del río no se cocina ni un arroz”, precisa Balanta.

Según el alcalde Edinson Castro, en el 2017 se alcanzó a montar una planta de tratamiento para tratar el agua que abastecerá a sus 25.000 habitantes, pero los recursos no alcanzaron para ponerla a operar.

“Necesitamos $11.700 millones para el acueducto, ya presentamos el proyecto al Viceministerio de Vivienda, tenemos fe en que este Gobierno del doctor Duque y todo su equipo nos den la mano para solucionar el problema de agua potable”, precisa Castro y añade que a la deuda social también se suman necesidades en infraestructura educativa y salud.