El hibisco es un arbusto que se caracteriza por sus bellas, delicadas y coloridas flores. La belleza de esta planta llena de vida y color los jardines donde se han plantado. Sin embargo, para que logre una adecuada floración requiere de varios cuidados especiales.
Al Hibisco se lo conoce popularmente con un sinfín de nombres populares. En Argentina se lo suele llamar Rosa china, mientras que en Bolivia se le dice “Pedro II” y en Colombia “Cayena”.
Dentro de esta familia hay de 150 especies aceptadas y más de 1000 descriptas. Algunas de ellas se las denomina simples por la cantidad de pétalos y otras dobles, ya que sus flores son más complejas.
Cómo hacer que el hibisco florezca
Al tratarse de una planta nativa de Asia, el hibisco o cayena disfruta de zonas y climas tropicales, por lo que quienes la siembran deben de proporcionarle las condiciones que emulen este contexto, para que crezca saludable y florezca. Y es que a diferencia de otras plantas, esta especie no se adapta con facilidad a otros entornos.
Así es que para lograr que el capullo salga y no muera antes de abrir, se deben tener en cuenta las siguientes recomendaciones:
Ubicación de planta: El hibisco requiere de un lugar soleado o a media sombra, nunca en la penumbra. Esto es muy importante si se ha decidido plantarlo en el jardín, ya que luego el trasplante puede complicar las cosas.
Fertilización: Esta planta necesita de suelos ricos en nutrientes y materia orgánica. Además, la fertilización debe ser muy frecuente durante el periodo de floración. Lo ideal es que sea con un fertilizante líquido para que lo absorba con más rapidez.
Riego: Este es un punto central para la floración. El exceso de agua puede ser la principal causa que provoque que las flores no lleguen a abrirse. Sin embargo, la sequía tiene las mismas consecuencias. Por eso es un tema muy complicado de afrontar.
Además de incorporar en el sustrato una buena cantidad de arena que asegure el drenado, se debe hacer un riego balanceado. La mejor técnica para no cometer errores es esperar a que la superficie del sustrato esté completamente seca antes de volver a incorporar agua.