Por L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País
La periodista española Mado Martínez, especialista en historias sobrenaturales, afirma: “No creo en fantasmas, creo en las personas que han visto un fantasma”. Pero, esto no puede llevar a pensar que los relatos de experiencias con “el más allá”, o de eventos inexplicables, carezcan de valor. Martínez, también antropóloga, sostiene que “todos y cada uno de ellos hablan de nosotros, son un reflejo de nuestros sistemas de creencias”.
De acuerdo a esto, Cali es una ciudad con un rico repertorio de historias paranormales: para empezar, su mito fundacional tiene como protagonista a un demonio que fue enterrado en el Cerro de las Tres Cruces. Conocido como Buziraco, se instaló en tiempos de la Colonia en Santiago de Cali.
Primero había sido expulsado de Cartagena por un monje agustino, así llegó a nuestra ciudad calurosa, donde empezó a incendiar los cerros, esparcir la peste y corromper a las personas.
Según la leyenda, para el año 1837, dos monjes jesuitas decidieron exorcizar la ciudad, subieron al cerro y erigieron tres cruces de guadua que reprimieron al demonio. Las cruces se reemplazaban cada cierto tiempo, solo cien años después, en 1937, se construyeron la Tres Cruces en hierro y concreto, una obra encabezada por Marco Tulio Collazos, el párroco de Santa Rosa.
La leyenda de Buziraco está asociada con la ancestralidad africana, de hecho, algunos estudiosos de la tradición oral encontraron testimonios que ubican la llegada del demonio con los barcos negreros (de esclavos africanos), y que huyó a Cali, porque encontró gran población afrodescendiente en la ciudad. Para algunos, Buziraco también ha sido relacionado con la deidad africana Changó, de modo que se trataría de una manifestación de sincretismo religioso. En este relato, como puede evidenciarse, subyacen algunas posturas racistas heredadas de la colonia, y de la forma como la Iglesia Católica intentó demonizar las creencias de los africanos que habían sido secuestrados y traídos a territorio colombiano como esclavos.
De Buziraco a las apariciones del diablo en Juanchito hay solo un paso, en una ciudad donde muchos de sus habitantes han experimentado hechos insólitos, de otro mundo y otros mundos. Algunas historias y testimonios.
Aplausos de un público fantasmal
El Teatro Municipal Enrique Buenaventura, una joya arquitectónica de Cali, fue inaugurado en 1927. Hasta ese momento, la ciudad no tenía un teatro adecuado para grandes
producciones, por lo que se convirtió en el escenario de los eventos más importantes de esta capital, reuniendo personas de todas las condiciones, cada semana, por años ininterrumpidos, hasta hoy.
Según Mado Martínez, en su libro ‘Misterios del mundo’, “hay lugares marcados con una mácula invisible, la del recuerdo de hechos y personas que los habitaron”, y en el Teatro Municipal se han experimentado manifestaciones de la intensa actividad que ha tenido el edificio.
Según testimonios de empleados del Teatro Municipal, recogidos en un informe de este diario en 2018, cuando el edificio está vacío suele escucharse la presencia del público.
“Dicen que esos gritos y esos aplausos en cualquier momento pueden fluir cuando están las instalaciones solitarias”, comentó Álvaro Muñoz, luminotécnico del Teatro Municipal.
Pero esto no es lo más aterrador que le ha sucedido al operario. “Yo entré reemplazando a una persona que falleció, que era muy entregada a su trabajo y estuvo como por 30 años. A él no le gustaba que nadie tocara sus cosas, entonces, cuando empecé a trabajar, sentía que alguien me vigilaba, que me estaba mirando, como alguien que estaba todo el tiempo detrás de mí”. También, algunos vigilantes del lugar han contado que en el Teatrino, ubicado a un lado del edificio, se han visto figuras humanas, lo que atribuyen a que, al parecer, en los años 20, allí vivió una familia contagiada con lepra.
Los poltergeist de Coltabaco
La Compañía Colombiana de Tabaco construyó una de sus sedes en Cali, el edificio Coltabaco, que se terminó de construir en 1936, y hasta 1991 albergó a los funcionarios de esta empresa, hoy extinta. Después, la edificación pasó a una inmobiliaria que la rentaba para oficinas en el centro de la ciudad. Más reciente fue la adquisición del inmueble por la empresa Celsia que entregó este patrimonio arquitectónico a la capital del Valle, en 2016. En el año 2021, la Alcaldía de Cali determinó que el edificio sería la nueva sede principal del Instituto Popular de Cultura (IPC), por lo que iniciaron una serie de adecuaciones y remodelaciones en su interior, que continúan en la actualidad.
De los años anteriores al inicio de estas mejores estructurales, en la época que albergaba oficinas, se han conocido testimonios de presencias sobrenaturales que frecuentan el edificio.
En el informe publicado por este diario en 2018, cuando se habían instalado temporalmente algunas oficinas de la Alcaldía de Cali, la abogada Viviana Albarracín confirmó que ella y sus compañeros, “hemos sentido movimientos de chapas, golpes muy fuertes en las mesas”.
Estos fenómenos son conocidos como poltergeist, definidos por Mado Martínez en su libro, como “manifestación de actividades insólitas, como objetos que se mueven solos, grifos que abren, luces que se apagan y se encienden, ruidos inexplicables y fenómenos físicos extraños”.
La abogada también relató que una noche, sobre las 8:00, mientras trabajaba sola en el segundo piso, “sentí que golpearon muy fuerte la mesa, y las ventanas estaban cerradas, y minutos antes había pasado verificando que estaba sola”.
Agregó que una persona de mantenimiento le contó que en el tercer piso había saludado a alguien, que le devolvieron el saludo, pero cuando revisó, todo el lugar estaba deshabitado.
Tecleo en una Redacción solitaria
El diario El País de Cali empezó a circular el 23 de abril de 1950, y continúa publicándose 73 años después. Desde los años 70, está ubicado en un edificio de cinco pisos en el barrio San Nicolás, desde donde hoy sigue registrándose el acontecer diario de la región.
En esta edificación, por la que han pasado diferentes generaciones de periodistas, se han experimentado hechos que espantarían a los más valientes.
Como recuerda Ingrid Selene Calvo, secretaria general de la Redacción de El País, y quien ha estado en vinculada al diario por más de 25 años. “A veces, algo nos da como una palmada en la espalda, o sentimos que nos soplan al oído”.
Otro hecho curioso, es que cuando hay pocas personas en la redacción, “se escucha el tecleo de alguien en un computador, pero no es ninguno de los presentes”, agrega.
En el segundo piso, desde las oficinas administrativas, refieren que se aparece una mujer con traje antiguo acompañada de sus niños, que va caminando al ascensor, donde desaparece.
Durante la pandemia, algunos reporteros gráficos y videógrafos debían pasar la noche en la Redacción. En una ocasión, dos de ellos estaban caminando y hablando cuando vieron a un vigilante que trataba de dormir en el sofá de la recepción, pasaron por su lado. Después llamaron a portería para disculparse, porque quizá habían molestado con su ruido al guardia que estaba descansando. Pero les dijeron que nadie había entrado en los últimos minutos.
Uno de los que vivió esta experiencia describió a la secretaria cómo era aquel hombre, y coincidió con la fisonomía del vigilante de apellido Candela, quien había muerto años antes, cuando se dirigía a su trabajo.
Los espectros del 7 de agosto, en el museo MULI
El Museo Libre de Arte Público de Colombia (Muli) está ubicado en la antigua estación del ferrocarril de Cali, junto a las oficinas de MetroCali.
Como explica Carolina Jaramillo, directora del Muli, esta edificación se utiliza desde los años 50, y se conectaba por túneles con lugares cercanos. Tras la explosión del 7 de agosto de 1956, “los túneles fueron utilizados como morgue temporal para los de cadáveres que encontraron”.
“El edificio siempre ha tenido como una carga energética bastante fuerte, hay anécdotas desde hace muchos años, de que, especialmente, en el tercer piso, a todas las personas, como a los funcionarios de MetroCali, les mueven las sillas, les tumban las maletas, les esconden las cosas”, afirma la directora.
Son muchas las historias referidas por empleados y visitantes, pero algunas de las más escalofriantes son las siguientes: en el ala norte del edificio, donde están las líneas férreas, una noche, un vigilante observó a un bombero que se acercaba, tenía el traje y sombrero que usaban en los años 50.
Dos exempleadas de MetroCali sintieron tanto la presencia de algo sobrenatural que se manifestaba, particularmente en Navidad, que pidieron ayuda espiritual y descubrieron que se trataba de una niña. Finalmente, lograron liberar su alma para que descansara.
Los fantasmas son tan comunes en Muli, que ya tienen su propia exposición, por lo que todos los interesados en temas sobrenaturales no pueden dejar de visitar este lugar.
La torre, entre narcos y Ovnis
La Torre de Cali es el único rascacielos de la capital del Valle, con 45 pisos, y 186 metros de altura, que domina el paisaje caleño. Desde su inauguración en 1986, se convirtió en epicentro de grandes empresas, bancos y eventos de ejecutivos. Pero, 37 años después, ha acumulado una serie de historias que van de lo grotesco a lo enigmático.
Entre los hechos trágicos que marcaron la historia de la Torre de Cali se encuentra que, durante su construcción, entre los años 1978 y 1985, más de 20 trabajadores fallecieron cuando un andamio instalado sobre el piso 37, a 154 metros de altura, colapsó.
Entre los años 80 y 90, la Torre de Cali albergó las oficinas de unos empresarios muy pujantes, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, quienes después serían capturados y procesados por narcotráfico. El piso 27 era el lugar que tenían para sus operaciones, por lo que, según han testimoniado exempleados del edificio, en este lugar pudieron haberse cometidos crímenes, como asesinatos y torturas.
Por esta misma razón, al quedar deshabitado, por extinción de dominio, el lugar es hoy un piso fantasma. Allí algunas personas aseguran escuchar ruidos alarmantes, y en ocasiones, ver que se encienden luces de forma inesperada.
En la primera década de los años 2000, mientras el camarógrafo Andrés Durán grababa una panorámica de Cali, observó un objeto extraño que atravesaba la Torre de Cali y se perdía en el cielo. El hecho fue registrado por los medios de aquella época, y sigue envuelto en el misterio. Algunos aseguran que se trataba de una nave espacial, similar a las que se han visto en otras partes del mundo. En redes sociales se pueden encontrar diferentes videos de ciudadanos que han captado objetos voladores no identificados en el cielo de Cali.
El diablo baila en Juanchito
En la novela ‘Música para levantar muertos’, del escritor caleño Édgar Cuero Córdoba, se narra una leyenda urbana, quizá la más popular de todas las que tiene la Sucursal del Cielo: se trata de la aparición, o apariciones, del diablo en los bailaderos.
Algunos estudiosos de la tradición oral relacionan esta leyenda con la de Buziraco, puesto que en algunos relatos, este demonio bajaba del cerro para festejar con los habitantes, principalmente con los afrodescendientes que lo adoraban como al orisha Changó. Cabe aclarar, que en estas leyendas, también se evidencian prejuicios racistas heredados de tiempos coloniales.
En tiempos de furor salsero, en los años 70 y 80, la rumba se estiraba hasta el amanecer y las discotecas más populares se encontraban en el sector de Juanchito.
Para Brandon Aragón, más conocido como el ‘cazafantasmas’ de Cali e investigador de las leyendas urbanas locales, aunque la historia es mucho más antigua, la mayoría de relatos coinciden en que “el diablo se apareció una noche en Juanchito, un Jueves Santo, en la discoteca Agapito”. Otros afirman que ocurrió en la discoteca de enseguida, la muy conocida Changó.
Se trataba de un hombre, “algunos dicen que blanco, otros que negro, pero siempre es muy apuesto, que llevaba un sombrero, o gafas oscuras, por lo que no se le veían los ojos. El hombre llama mucho la atención, y las mujeres se sienten atraídas, finalmente sale a bailar con una de ellas, y mientras lo hacen, el personaje pide que no le mire los pies. Pero ella mira y descubre horrorizada que tiene patas de toro, o de cabra”.
La mujer cae inconsciente, el hombre desaparece y el lugar queda oliendo a azufre, es la conclusión de la historia. Algunos agregan, que la dejó loca.
Sin embargo, la historia tiene un trasfondo moralizante relacionado con el comportamiento casto que se debe mantener durante la Semana Santa. Por otro lado, la aparición del diablo en fiestas, locales nocturnos, no es común solo en Cali. Hay relatos parecidos de Medellín y Bogotá, por ejemplo.
De hecho, una de las leyendas medievales más conocidas en Europa, la de Fausto y el pacto demoniaco, narra un episodio en el que el diablo se aparece en una taberna y se embriaga con los presentes.
La Loma de la Cruz, una historia de amor y fantasmas
Cuenta Brandon Aragón que la leyenda de la Loma de la Cruz también está relacionada con una aparición de los tiempos coloniales. Según el investigador, “de acuerdo a una tradición oral, la historia de por qué está esa cruz allá, se debe a que allí se aparecía un espanto, al parecer, un afrodescendiente que era esclavo liberto”.
“En mis investigaciones encontré que en esa parte de la ciudad, la Calle Quinta, había una hacienda donde vivía una joven, hija del dueño, que se enamoró de un negro esclavo. Es decir, se trató de un noviazgo interracial o intercultural, que era prohibido en esos tiempos, y pues el papá no aguantó y asesinó al pretendiente negro para que no cortejara a su hija”.
“Dicen que lo enterró allí, donde está hoy la Loma de la Cruz, por eso se aparecía en el lugar y atemorizaba a los habitantes. Entonces, como en el caso del Cerro de las Tres Cruces, pidieron a unos monjes franciscanos que exorcizaran el lugar. Parte de eso incluyó ubicar una cruz, a la que debe el nombre”, concluye Aragón.
Presencias en la Facultad de Salud
La Facultad de Salud de Univalle está ubicada en el barrio San Fernando, y se conecta con el Hospital Universitario ‘Evaristo García’. Generaciones de profesionales en Enfermería y Medicina se han preparado en sus instalaciones.
Las edificaciones de la facultad tienen largos pasillos que, en las noches, quedan casi deshabitados, excepto por profesores y alumnos que continúan sus labores.
Una fuente anónima, que trabajó allí, cuenta que experimentó en carne propia hechos paranormales.
“Allí asustan, pasan cosas raras. Una vez, era tarde, estábamos reunidos un grupo de personas y las ventanas estaban cerradas. Al salir vimos que todas las lámparas estaban quietas, excepto una, que se movía mucho, como un columpio. Me dijeron que eso pasaba cuando la persona de esa oficina estaba presente. Cuando la persona abandonó su oficina, la lámpara dejó de moverse”.
“Dicen que los fantasmas son como niños. Al parecer, antes de la Facultad de Salud, allí hubo un orfanato”, contó.