Subterráneo, así puede traducirse la palabra inglesa “underground”, utilizada para nombrar las expresiones artísticas y manifestaciones culturales que crecen, como plantas de asfalto, en los márgenes de la sociedad. Allí, bajo la tierra, proliferan música, literatura, cine y gráfica, que se rebelan al arte convencional, aceptado en una época y lugar determinados. Así se originaron el pop art, el cómic y la novela gráfica, el punk, el heavy metal y el hip hop, la salsa, el movimiento grafitero y el cine fi-lo, entre otros, pero cuando la sociedad está dominada por una dictadura, la cultura es el único espacio de libertad y aire puro, en especial para los más jóvenes.
En ‘Ciertos chicos’, la más reciente novela de Alberto Fuguet y que marca su regreso a la ficción ocho años después de ‘Sudor’, los protagonistas son Clemente Fabres y Tomás Mena, jóvenes talentosos y sedientos de libertad que están a punto de asfixiarse en la dictadura chilena de los años 80, cuando se encuentran en la disquera Lado B, un nicho de culto en las calles perdidas de Santiago, donde la juventud rebelde y crítica intenta crear una contracultura libre “bajo la tierra”, un espacio para expresarse, formando una comunidad diversa, colorida y casi feliz, en tiempos de oscuridad.
Es una novela totalizadora, ambicioso retrato de un tiempo y una comunidad, por lo que Alberto Fuguet emplea con destreza todas sus herramientas literarias y su pasión por la cultura underground, creando con detalle un movimiento generacional que, como dice el himno de Leonard Cohen, “abre una grieta en todo, para que entre la luz”.
La primera vez que el escritor, periodista y cineasta chileno estuvo en Cali, llegó obsesionado por la obra y leyenda de Andrés Caicedo, de este encuentro resultaría el libro ‘Mi cuerpo es una celda (autobiografía)’, que Fuguet editó con cartas y documentos inéditos del escritor caleño. Ahora regresa como invitado de la décima versión del Festival Internacional de Literatura Oiga Mire Lea, para hablar de esos jóvenes que, como el autor de ‘El atravesado’ y ‘¡Que viva la música!’, se inventaron su propia ciudad.
¿Por qué se impuso el reto narrativo de escribir la novela de una generación?
Esta novela no se había escrito en Chile y tampoco en América Latina, los libros que había sobre jóvenes, incluyendo los míos, eran más individualistas, incluyendo la obra de Andrés Caicedo. Luego pensé en hacer una novela sobre Chile, pero que fuera latinoamericana, sobre una generación, la importancia de los discos y el mundo análogo; una novela política, pero más que eso, una historia que mezcla los tiempos. Pensé que sería como una novela tipo boom latinoamericano, pero donde hubiera ternura y se hablara de las emociones, que me permitiera usar el material pop como materia prima.
¿Cómo logró abarcar todos esos elementos en una sola novela?
El mayor reto fue dominar el mar, el no hacer una novela de 1500 o 2000 páginas, encontrar un narrador fue clave, para que resumiera y se fijara en los detalles. El libro es una estructura parecida a una serie de crimen, como capítulos unitarios que van avanzando, que se pueden leer como cuentos. Más adelante me doy libertades como cambiar el narrador o el punto de vista, de repente unas chicas escriben en plural y hay un capítulo que está en segunda persona.
También usé elementos como Manuel Puig en su momento, incluyendo diálogos, fragmentos, lo principal para mí es que fueran dos personajes principales, que la novela no solo fuera ideología o temas de género. Hay muchos libros que dicen muchas cosas, pero no cuentan una historia y no construyen personajes. Yo quería contar una historia y crear dos personajes. Es un libro gordo que en el siglo 21 no se va a leer un domingo, pero está hecho de que puedas descansar. Puedes leer dos o tres capítulos y seguir la próxima semana, como con las series.
¿Por qué retratar a la juventud de los años 80?
Quizá porque no me siento muy ligado a las generaciones de mi edad, no me gustan las historias que ellos han vivido y tengo una vida distinta de la gente que tiene mi edad. No me dediqué a criar hijos, no me queda hacer un trabajo en oficina. Hay algo en los jóvenes que me atrae en todos los sentidos.
¿Hay una intención de demostrar cómo la cultura pop hizo resistencia a la dictadura?
Sí, estos chicos son como “detectives salvajes” o guerrilleros, gente que está apostando a la cultura pop su identidad, usándola como resistencia. El fanzine y la radio, la disquería, son lugares de resistencia, porque el mundo es más que lo político, las revoluciones son culturales y artísticas, sexuales y musicales y artísticas, y como novelistas tenemos que escribir de ellas. La cultura es una forma de hacer política y de cambiar las vidas, por eso quise mostrarlo, pero no lo tenía del todo claro, no soy tan intelectual, me parecía que algo así no se había escrito.
En 1975 volvió a Santiago, después de vivir 11 años en Los Ángeles (EE. UU.), ¿la cultura fue un refugio para usted en la dictadura?
En aquellos años, para mí la cultura pop era como estar en la guerrilla. Aunque yo sabía que el mundo guerrillero a mí no me servía, porque eran gente intolerante, aburrida, inculta y yo no tenía ni una conexión estética y tampoco ética con ellos. Y el lado del gobierno de una dictadura era mucho peor, entonces había que buscar una tercera vía.
Lo que yo sí intuía es que no estaba tan equivocado, que lo que a mí me gustaba tenía su valor en sí, no todo era desechable o estúpido como decían, o sea que Cyndi Lauper podía decir cosas profundas, que ‘E.T.’ es una película de ciencia ficción, pero habla de la orfandad de familias, que algo estaba ocurriendo en la moda, que cuando los chicos sonaba ‘Boys don’t cry’ de The Cure, se estaba hablando sobre nuevas masculinidades, que el mundo podía ser distinto y más libre, donde, entre otras cosas, como es la portada del libro, el día mañana podían existir hombres más frágiles, que tuviesen miedos, hombres con un componente femenino y capaces de tener afectos y miedos y dudas.
Por eso me interesó mostrar a dos chicos que antiguamente podrían decir que tienen características de chicas, aunque sus problemas son la soledad y la falta de afecto. En últimas es un libro sobre chicos, también queer y político, pero no es un libro militante y cualquiera puede leerlo, identificarse sin importar su orientación y edad. Y, aunque sea esté ambientado en los 80, de verdad creo que es sobre el futuro, o sea el ahora, porque las cosas que le interesan a Clemente y Tomás son las que hoy existen.
¿Cómo ha cambiado su relación con la literatura del Boom Latinoamericano, desde 1996 cuando editó la antología y manifiesto McOndo de escritores que renegaban de las vacas sagradas como García Márquez, Vargas Llosa y Carlos Fuentes?
Ya no tengo edad para manifiestos, en su momento eso tuvo que ver también con rebeldía y con la necesidad de marcar una bandera. Yo te diría que ‘Ciertos chicos’ es un libro McOndo, aunque no hace falta decirlo y muchos los lectores ya ni siquiera saben lo que es McOndo, porque ya no es necesario, puesto que nuestros principios ya están asimilados. De hecho, que el libro ‘Cien años de soledad’ ahora vaya a ser una serie de Netflix, es también el triunfo de lo pop, que una obra clásica ahora sea vista por todo el mundo, incluso por personas que no son lectoras.
Yo jamás tuve conflictos con la obra de García Márquez, incluso siento que hay mucho de él en mi novela, no me refiero solo a que un personaje aparece leyendo ‘Cien años soledad’, sino porque traté de pensar cómo narra el pasado y cómo se reconstruye un mundo. En ese sentido, ‘Ciertos chicos’ tiene cosas del Boom, algo de Conversación en La Catedral, aunque yo diría más que conversación en el Lado B o conversaciones en la discoteca.
Pero, claramente, el libro tiene mucho, del para mí, más importante de los escritores de aquellos años del Boom, si bien no perteneció realmente a esta tendencia, que era Manuel Puig. Es un libro que intenta hacer esas novelas como totalizadoras, al estilo del boom, porque quise contar una época, una ciudad y una sociedad, pero en clave pop, así que mi lazo con Macondo está muy bien, pero ya no hace falta hablarlo, no porque me dé vergüenza. Es que como diría Juan Gabriel, “lo que se sabe no se pregunta”, y hoy el mundo es mucho más McOndo que Macondo, aunque este último sigue siendo muy importante, no hace falta destrozarlo ni mucho menos, pero ahora estamos en una nueva realidad.
Programación Oiga Mire Lea, martes 3 de septiembre
En la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero se desarrolla gran parte de la programación, pero se puede consultar el resto de los días y lugares donde se lleva este evento en el sitio oficial oigamirelea.com.
- 4:00 p. m. ‘De viento y de sal’, una historia de diez mujeres que, entre el amor y el dolor, tejen el rumbo de una familia. Novela de Margarita Cuéllar. Auditorio Jorge Isaacs.
- 4:00 p. m. Presentación de Cien Cuyes, Premio Alfaguara 2023 de Gustavo Rodríguez. Biblioteca Pública José María Obando, Obando.
- 5:00 p. m. Presentación de la novela ‘En la piel’ de Nicolás Buenaventura. Auditorio Diego Garcés Giraldo.
- 6:00 p. m. Inauguración.
- 7:00 p. m. Presentación de ‘Ciertos Chicos’, Alberto Fuguet. Plazoleta Central
- 7:30 p. m. Concierto de La Mambanegra.