Por María Teresa Arboleda Grajales, reportera de El País
Los cuatro años que estuvo Esperanza Luengas Santamaría en la cárcel de mujeres de Cali le bastaron para sentirse “realizada” y solidarizarse “con el drama que padecen las mujeres que han sido privadas de la libertad”, asegura la abogada caleña.
Aunque los primeros días allí fueron de inquietantes preguntas sobre si habría hecho lo correcto al aceptar aquel empleo, que consistía en contabilizarles las horas de trabajo a las internas para descontarles tiempo de penas.
Corría 1984 y ella cursaba tercer año de Derecho en la Universidad Libre. Acababa de vender su jardín infantil Angelitos, así que ahora cambiaba un tierno espacio infantil por uno con largos pasillos y celdas a cada lado, con ropa colgada en las paredes, fotos de familiares de las reclusas y tarjetas con mensajes de amor… Y ellas, con su mirada anhelante de libertad, asomadas entre los fríos barrotes de hierro. Sin embargo, para esta especialista en Derecho de Familia, aquella experiencia marcaría su vida con grandes satisfacciones.
“Llegamos a compenetrar tanto, que no digo que fuera amistad, pero ellas contaban mucho con nuestra ayuda”, relata Esperanza, al destacar que “la alegría del servicio era compartida con la directora de la cárcel (Yolanda Teresa Gómez) y con el resto del recurso humano.
Todavía hay exreclusas que le manifiestan su gratitud. Una de ellas vive en España y desde allí rememoró lo “privilegiada que fui por el trato que recibí; nunca nos discriminaron por ser reclusas, nos daban trabajo, hacían actividades de entretenimiento, celebraciones, nos ofrecían buenos alimentos. No hay palabras para calificar el trabajo de la doctora Esperanza”, expresó, quien estuvo detenida en Cali tres años y medio.
Otra ocasión de ayudarlas la tuvo Luengas Santamaría después, cuando trabajó seis años como Abogada Defensora del Menor y la Familia, asignada a la Cárcel de Mujeres de Cali y al Centro de Formación Valle del Lili.
Escribía artículos en la revista de la Personería Municipal, en la que pedía que la “ley penal fuera más justa con la mujer y más aún, con la que es cabeza de familia”, explica la psicóloga infantil y educadora preescolar.
Y fue más allá, convirtiendo su experiencia de trabajo en la cárcel en un proyecto de vida y también editorial, al escribir el libro ‘Una esperanza de libertad’, el cual fue lanzado meses atrás en la Biblioteca Departamental.
Allí se reunió con amigos y familiares, pues por motivos de seguridad tuvo que radicarse en Estados Unidos. No obstante, viene con frecuencia a la ciudad a dictar conferencias y tiene en mente visitar centros carcelarios donde se requiera.
Relatos entre rejas
Históricamente, explica Esperanza, las mujeres reciben no solo un castigo cuando son privadas de la libertad en una misma condena.
El primero, y más cruel, “es perder a sus hijos menores, quienes quedan bajo la protección del ICBF o de un familiar y muchas veces no tienen otra vía que engrosar la delincuencia callejera”.
Hasta hace unos años, otro castigo era negarles el permiso a las visitas conyugales. “Nunca entendí por qué los hombres sí tenían este derecho y las mujeres no”, expresa quien basó su tesis para optar al título de abogada en el tema: ‘Visitas conyugales en los centros de reclusión femeninos’.
Uno de los recuerdos que la conmueven hasta las lágrimas y que está en su libro, es la de dos bebés que estuvieron a punto de morir al quedar desamparados a pocos días de nacer. Su mamá fue llevada al penal, aún bajo los efectos del bazuco.
“Mi doctorcita”, dijo, mirando a Esperanza, “yo quiero hablar con usted, mire, hace solo cuatro días que yo parí a unos mellizos y recuerdo que ayer les di teta y ellos comieron bien. Luego salí al rebusque y una llavería me embaló con unos paqueticos, que se los guardara. Cuando apareció el tombo, no alcancé a descargarme de eso y me trajeron acá. Pero mire, mis críos están en el garaje detrás del edificio de Justicia. Recójalos, porque se van a morir de hambre o se los van a comer las ratas”, prosiguió la angustiada madre.
Una vez en el lugar, “mi corazón se aceleró frente a dos cuerpecitos indefensos, cuya única señal de vida era una mueca de llanto”, recuerda Esperanza Luengas.
De inmediato los llevaron al Hospital Club Noel y al retirarles los pañales, los días que pasaron sin cambiarlos, ocasionó que estos se adhirieran tanto a su frágil cuerpo, que la piel quedó en carne viva.
Lo que vino después fue la intervención del ICBF y la adopción de los niños por parte de una pareja australiana. En cuanto a la madre, al cumplir con su condena, murió en una riña callejera.
Otro día triste para Esperanza fue cuando dijo adiós en el penal.
Para despedirla hubo una emotiva celebración con sancochada, música a cargo de uno de los guardianes que llevó su guitarra, palabras de gratitud y lágrimas, sobre todo, cuando le dedicaron la canción ‘Zamba de mi esperanza’.
Por su parte, esta abogada de las reclusas les dejó un emotivo mensaje: “La esperanza de libertad se asoma cada día que pasa, prepárate para cuando llegue ese día, puedas romper las rejas, abrir los candados y ya rehabilitada, rehacer tu vida y volver a empezar”.
“Su trabajo nos llena de orgullo a los vallecaucanos”
El psicólogo y escritor Anuar Bolaños, quien tuvo a cargo la corrección del libro ‘Una esperanza de libertad’, destacó sobre su autora valores “que podríamos nombrar tradicionales, de nobleza, respeto, amabilidad y una enorme conciencia social, al no dejar invisibles las necesidades de los menos favorecidos. En ella no solo sobresalen la solidaridad y compasión, sino la defensa legal, aguerrida, valiente, sin caer en sentimentalismos innecesarios. Es una persona con una visión de equilibrio, de futuro, y sobre todo, de justicia”.
El profesor resaltó también “su transparencia, así como la vehemencia al momento de argumentar sus ideas y hacerlas oír para que produzcan un cambio en la sociedad”.
Por su parte, la exgobernadora del Valle del Cauca, Dilian Francisca Toro Torres, quien al igual que Esperanza Luengas Santamaría es egresada de la Universidad Libre, manifestó que “por más de 30 años Esperanza ha sido un ejemplo de vocación de servicio. Su trabajo en favor de las mujeres que viven el drama de la reclusión nos llena de orgullo a los vallecaucanos.
Es una profesional que sabe ganarse el respeto gracias a su inteligencia y dedicación para apoyar a quienes la necesitan, lo cual queda plasmado en las páginas de su libro. De ahí que su pensamiento, reflexiones y vivencias se constituyen en grandes enseñanzas para la vida”, afirmó la excongresista.
Yolanda Teresa Gómez, quien fue directora de la Reclusión de Mujeres de Cali en el tiempo que Esperanza trabajó allí, se mostró complacida de haber compartido con ella, y también porque, años más tarde, puede leer su libro, en el que recopila muchas de las “vivencias y experiencias de vida inigualables” de aquella época.
Agregó que “nuestra experiencia en los establecimientos carcelarios nos llevó a discernir sobre la constante violación de los Derechos Humanos, que se refleja más sobre las mujeres cabeza de hogar que llegan a estos sitios y donde, como lo expresa en su libro, no hay políticas claras e institucionales que permitan su resocialización, sino que todo es un vaivén de acciones que no perduran y por ello no se logra el objetivo”.
Propuestas
Si bien Esperanza Luengas celebra algunos avances en las leyes, critica al Inpec y al sistema judicial, pues “están en deuda con la sociedad, porque han enfocado su potencial únicamente en convertir las cárceles en focos de crimen y escuelas de disociación”.
Entre sus propuestas para mejorar las condiciones de las reclusas, la abogada destaca:
- Aplicar un enfoque de género ayudaría a la Justicia a reivindicarse con la discriminación que por años ha tenido con las mujeres cabeza de familia. En sus sentencias, los jueces de penas deben involucrar alternativas a la privación de la libertad, como casa por cárcel, trabajo comunitario, entre otros. Es decir, eliminar la correlación que siempre ha habido entre delito y cárcel. También sería una forma de acabar con el hacinamiento, en el que las prisiones lucen más como bodegas humanas, donde no se cumple con el objetivo de rehabilitar y de resocializar.
- Promover la terapia ocupacional como herramienta fundamental para que las mujeres trabajen y se capaciten para reinsertarse a la sociedad. En ese sentido, se pueden vincular entidades como el Sena, lo cual ayudaría a asegurar el sustento de sus familias cuando terminen su condena.
- Asimismo, las reclusas podrían abastecer su propio alimento, sembrando y cosechando hortalizas y otros productos en los espacios carcelarios. ¿Por qué comprar el pan, por ejemplo, pudiendo producirlo, e incluso, abrir una panadería al público? Sería de gran utilidad, pues con trabajo tienen el beneficio de descuento en sus condenas.