Una mujer encerrada en su casa, esta parecería la escena de una novela decimonónica. Salvo porque, a su alrededor, hay una pandemia por un virus altamente contagioso y, como ella, todos en el mundo están condenados al mismo encierro. Parecería una novela distópica, no obstante, esta mujer está acompañada de sus hijas, su esposo, sus animales y sus objetos útiles, obsoletos, viejos, nuevos que nunca se usaron, ocultos, que la han acompañado silenciosos toda su vida, y que ahora revelan las conexiones que tienen con sus dueños, con la época a la que pertenecen, contando una historia que termina por humanizarlos, haciéndolos algo más que objetos.
Los objetos revelan la historia íntima de las mujeres y su relación con la casa, un aspecto central de ‘Geografía doméstica’, libro de Margarita Cuéllar Barona, un híbrido entre novela y ensayo, que aborda el universo hogareño desde sus objetos, pero con una mirada crítica y a la vez poética. Una máquina de coser que su hermano le regaló, la lleva a recordar su visita al Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero no para reflexionar sobre las “grandes” obras maestras que contiene, sino para describir una colcha tejida de la edad media, “pensé en las manos de quienes las hicieron, en el cariño y la dedicación que narran, en el calor y el color que aportaron a las casas de quienes las albergaron. Me alegré de verlas colgadas, dignificadas, en las paredes del museo (...) Pienso en estas colchas como esculturas en tela, que se usan de manera cotidiana, pero esculturas al fin y al cabo”.
Como cuenta Margarita Cuéllar Barona en el libro, su sensibilidad “de abuela” viene desde muy niña. Nacida a mediados de los 70 en Cali, fue a los 8 años cuando su tía Susana le enseñó a coser, pero su amor por los tejidos venía de su madre, que la llevaba a pasear por las tiendas de telas en el centro o a visitar veteranas modistas salidas de una novela de Jane Austen, como las hermanas Orozco, Alicia y Amelia, que nunca se casaron. Así describe su infancia hasta los 12 años.
Que una niña —sin importar su condición social— aprendiera a coser en la Cali de los años 80, parecería un rezago de las costumbres hogareñas de la burguesía del siglo XIX, algo que superficialmente podría verse como una muestra de la opresión femenina. No obstante, estamos ante una sensibilidad extraordinaria, como la adulta en que se convirtió confiesa: “fui feliz rodeada de hilos y telas”.
Pero, desde el terreno del hogar, Margarita Cuéllar Barona atraviesa radicalismos y prejuicios, para evidenciar con perspicacia y humor: el complejo tejido de relaciones de poder, afectos familiares, convenciones sobre la edad y estrategias de subversión femenina que se esconden tras la puerta, y que actualmente es un universo que está siendo reordenado para brindar seguridad, igualdad y libertad a las mujeres. La autora reivindica el universo textil como un espacio de arte y resistencia, aunque por siglos haya sido reducido a “asuntos de mujeres”.
Margarita Cuéllar Barona, quien se presentará hoy a las 3:00 p.m. en el Festival ‘Oiga Mire Lea’, habla de su relación con el arte textil y cómo encontró el hilo, a veces invisible, que lo anuda con el feminismo.
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La historia se narra desde el presente, no obstante, los objetos que va presentando son vórtices al pasado. ¿Cómo surge la idea de escribir este libro, antes o durante la pandemia?
Las dos cosas, tenía un proyecto literario: ‘Mobiliario’. que pretendía narrar la vida de las personas a través de los objetos, mostrando cómo estos recogen memorias, cómo sin pretender serlo van configurando nuestras casas y dándonos sentido. Cuando arrancó la pandemia, Juan David Correa, editor de Planeta y que tiene una editorial independiente: Peregrino Ediciones, me invitó a que hiciera parte de una colección Migrantes, donde publican escritos sobre viajes a diferentes culturas: Asia, África, Europa, etc. Pero debido al confinamiento, el ensayo debía tratar sobre un viaje a la casa. Acepté y escribí un ensayo corto. Le gustó mucho y me dijo que qué posibilidad había de ampliarlo y publicarlo con Tusquets Editores. Acepté y retomé ese proyecto que tenía muy esbozado sobre los objetos domésticos y lo fundí con este ensayo sobre el confinamiento, que se convirtió en ‘Geografía doméstica’.
¿Cómo halló el hilo que une el oficio textil con el feminismo?
Soy profesora e investigadora, pero por nunca me ocupé de trabajar los temas textiles, me parecía que ese gusto de mi vida íntima no era un tema digno de ser estudiado. Cuando descubrí que considerarlo un tema menor estaba muy ligado con asuntos de machismo y exclusión, de una cultura patriarcal en la que los temas mayores son los de los hombres, no los de las mujeres, supe que tenía que estudiar ese fenómeno. Allí había algo precioso para mí, que es el hacer textil, un legado de las mujeres de mi familia, y un arte conmovedor, pero que había escogido no conocerlo a fondo. Eso me parecía gravísimo. Cuando decidí estudiarlo entendí que no era la única que había pensado así.
En los saqueos de las tumbas faraónicas cuando abrían las tumbas, rasgaban las telas con las que cubrían a sus difuntos, buscando oro u objetos, considerados hoy más valiosos. El valor de la tela, que ha estado asociado con lo femenino, ha sido invisibilizado. En Grecia, las mujeres solo podían dedicarse a tejer, y una vez al año salir a la calle y lucir sus telas. Cuando me di cuenta que mi poco interés sobre este tema que amaba se debía a una invisibilización en torno a lo textil, que se ha correlacionado con las mujeres, empecé a convertirlo en objeto de estudio desde hace seis años. Cuando nacemos nos reciben en una tela y al morir nos envuelven en otra, y nos parece algo mundano, pero la tela es con lo que hacemos la vida. Así como cuidar que ha sido el trabajo de las mujeres por siglos, es un trabajo clave para la vida, es igualmente invisibilizado.
Margarita Cuéllar Barona es profesora y directora del Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Icesi de Cali. Y directora y editora de la revista
Papel de Colgadura.
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En el libro critica las convenciones sociales en la Cali de los años 80, a esa posición que pretendían asignarle a las mujeres de su generación...
Cuando pensé en cómo quería educar a mis dos hijas, me di cuenta de que muchas mujeres hemos tenido pensamientos feministas desde muy pequeñas pero que nunca consideramos que lo fueran, nos daba miedo el término o nos parecía muy brusco, o no éramos los suficientemente conscientes para llamarnos así. Pero cuando tengo mi primer hija, y me regreso a vivir a Cali, y me pongo a pensar en cómo puedo lograr que sea una mujer independiente y libre, me encuentro con que es muy difícil pasar de una educación tradicional judeocristiana a una para ser libre, pero eso no nos impide cuestionar esos patrones de comportamiento y encontrar formas de minimizar su influencia. Preguntas como: ¿por qué se visten las niñas de rosado? ¿por qué las mujeres tienen que ponerse vestidos? Ponen en cuestión esos roles y abren las perspectivas para educar a dos niñas, como mis hijas más despojadas de esos tapujos con los que fuimos educadas, pero la lucha es que uno se encarga de quitarlos y la sociedad pretende ponerlos de nuevo.
Hay una intención de desacralizar el rol de la madre, ¿considera que las mujeres sienten la obligación de ocultar sus vulnerabilidades?
Hay una resistencia a expresar públicamente lo difícil que es la maternidad, porque a las mujeres se nos juzga constantemente. Si un hijo sale cafre o bueno, es culpa de la mamá, por acción u omisión. Admitir las dificultades se ve como debillidad. Yo sufrí depresión posparto y no sabía nada para entender mi estado o buscar ayuda, después me enteré que hay hospitales en países nórdicos, donde escanean el cerebro de las madres antes de darles alta, porque la depresión posparto es muy frecuente. Cuando me enfrenté a esta situación sentí gran culpa, incluso vergüenza. Después leí relatos de mujeres valientes, que escribieron sobre la lactancia, las pérdidas de los embarazos, interrumpidos involuntarios y voluntarios, y entendí que en ese narrar algo que estuvo callado por tanto tiempo, hay una guía de gran valor, nos permite relacionarnos con esas experiencias de las que hay pocos referentes literarios, pero resultan trascendentales para las mujeres.