Por L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País
El relato es la forma más antigua y poderosa de entretener —y enseñar—, como lo supieron los grandes maestros de la humanidad: Sócrates, Buda y Jesús, de quienes curiosamente no se conserva nada escrito, pero usaron las historias (mitos, cuentos y parábolas) para transmitir oralmente su sabiduría, logrando que todos sus discípulos, seguidores y creyentes, aun en nuestros tiempos, las guarden en su memoria.
Después de dos influyentes libros de ensayo, ‘Biografía del silencio’ (2012) y ‘Biografía de la luz’ (2021), en los que Pablo d’Ors desentraña la relación del cristianismo con la meditación y hace una lectura literaria del Evangelio, el escritor y sacerdote español, siguiendo el ejemplo de sus maestros, regresó a la narración con ‘Los contemplativos’, su nuevo libro de relatos, compuesto por siete historias donde aborda los temas más significativos de la búsqueda espiritual.
A su paso por la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo 2024), donde convocó a cientos de lectores y guio una meditación masiva, Pablo d’Ors habló de sus dos vocaciones, la literaria y la religiosa, que terminaron por converger en una sola.
¿Por qué abordó en ‘Los contemplativos’ temas como la meditación, el autoconocimiento, el perdón y la identidad, en la forma de relatos?
Me he sentido siempre más escritor de ficción que de ensayo, de hecho tengo 8 novelas, 2 libros de relatos y 2 de ensayos. Creo que cada escritor tiene vocación por algunos géneros, en ese sentido, para mí los ensayos son ideales para transmitir ideas, mientras que las narraciones transmiten imágenes. Las ideas son para amueblar la cabeza, pero las imágenes son para alimentar el alma, y el escritor tiene la pretensión de llegar al alma de los lectores y de sí mismo. Por eso me he sentido más a gusto como narrador y también, como a mí me interesa el mundo de la espiritualidad y la interioridad, al final, los relatos son mucho más abiertos, dejan un horizonte de exploración personal mucho mayor.
Por el contrario, el ensayo tiende a indicarte lo que deberías pensar, pero la narrativa se abre para que tú pienses con libertad, es un espacio más ambivalente y menos dirigido, como la música, donde cada uno puede escuchar cosas distintas.
No es común que un escritor de la actualidad se enfrente con grandes temas, ¿cómo resolvió el dilema entre escribir para entretener o para enseñar?
Estos relatos apuntan al autoconocimiento, tienen un contenido existencial y he querido moverme en esa dirección, porque considero que la gran literatura es aquella que no se limita a entretener, sino que busca hacer grandes preguntas sobre el sentido la vida.
¿Cómo fue la escritura de cada uno de estos relatos? ¿De qué modo las ideas se transformaron en historias?
En el fondo es como preguntar qué vino antes: ¿el huevo o la gallina? Pero solo puedo decir que las historias se fraguan porque tú ya tienes esos grandes temas adentro, las ideas sobre el vacío, la sombra, el perdón, la identidad, entre otras, hacen parte de mi interior y, justamente, por eso me motivaron a escribir, aunque esta vez tenía ganas de que fueran relatos, no novelas, porque sentía la necesidad de un formato más breve, quizá porque tengo una vida bastante activa y muchos compromisos públicos.
Una novela requiere de una vida bastante privada, no tan pública como la que he tenido estos últimos 34 años. Pero un relato, como yo lo planteo, con sus periodos extensos, de 30, 40, o 50 páginas, incluso más, son desafíos creativos para trabajar en un par de meses o un trimestre, a diferencia de una novela que como mínimo me llevaría un par o tres años.
¿Cómo surgieron estas historias?
Todo fue dándose en paralelo, algunas historias nacieron en estos últimos cuatro años, que fue cuando decidí escribir este libro, y otras eran historias que me acompañaban desde hace décadas. Pero, quiero aclarar que los relatos no son exactamente una trasposición literal de lo que he pensado, fueron surgiendo paulatinamente, como un diálogo en que te vas poniendo de acuerdo con tu interlocutor, de modo que hay allí algo de inspiración y arte que el escritor no controla. Los libros son como seres vivos y, por tanto, no una simple traducción de ideas, así que como escritor eres sorprendido por las historias que vas configurando de manera orgánica.
¿Considera que sus libros continúan la tradición de literatura sapiencial y espiritual de escritores como Hermann Hesse y Thomas Mann, entre otros?
Sí, totalmente. Yo provengo de la escuela centroeuropea, de donde son los autores que a mí me han interesado más, por ejemplo, he leído mucho ‘El Danubio’ de Claudio Magris, un libro que hace un recorrido por todos los autores que me animan. Me interesan escritores como el húngaro János Székely, como Stefan Zweig y Hermann Hesse, que efectivamente han conformado mi mundo literario.
En mi propio peregrinaje como escritor hay evidencia de esa filiación literaria, de hecho mis libros están agrupados en trilogías, y esto no es casualidad, sino que realmente cada trilogía aborda un gran tema de sabiduría y espiritualidad. Como en mi trilogía del fracaso, con la que comienza mi literatura, donde hago una exploración de la sombra. Luego escribí una trilogía sobre la ilusión, que está más ligada a la tradición centroeuropea, y más recientemente una trilogía sobre el silencio, muy espiritual, y la última que es una trilogía sobre el entusiasmo, donde hago un canto a la vida.
Sus libros descienden a las oscuridades del ser, pero transmiten esperanza, ¿a qué se debe esta paradoja?
Creo que los escritores hemos de vivir nuestro oficio como un verdadero ejercicio espiritual, de entrar en lo más profundo de nosotros mismos y, al menos por lo que yo he podido experimentar, no es la oscuridad lo que habita allí, sino que es la luz. Sin embargo, muchos escritores se han enamorado de la sombra, quedándose en el corazón de las tinieblas y viajando temporadas al infierno. Son pocos los que se atreven a hablar de lo hermoso sin caer en lo kitsch.
¿Qué fue primero la vocación religiosa o la literaria? Y, ¿cómo alterna los dos oficios?
En realidad, mi vocación literaria es cronológicamente anterior a la religiosa, empecé a escribir novelas con 14 años y me he dedicado a ello toda la vida. Tengo ya 60 años, o sea que son casi 50 años de oficio literario. Por otro lado, mi vocación religiosa surgió un poco más tarde, en torno a los 20 años. Puedo decir que la historia de mi vida es la de cómo ambas vocaciones, la artística y la espiritual, han peleado por tener la primacía, porque ambas son muy poderosas. Pero ahora ya no lo vivo como un conflicto, sino que congenio ambas de manera muy serena.
Creo que eso se puede comprobar en ‘Los contemplativos’, un libro tan literario como espiritual, donde no hay ningún tipo de confrontación, pero claro, me ha costado 40 años de vida llegar a una síntesis en la que mi mensaje literario y el espiritual son exactamente el mismo.
En su novela ‘El amigo del desierto’ redescubre el hesicasmo, una forma de meditación del cristianismo primitivo, ¿por qué volvió a traer esta práctica espiritual a nuestros días?
En torno a los 40 años tuve una crisis personal muy profunda y, siendo sacerdote católico, empecé a practicar la meditación zen, que yo mismo había buscado, porque no encontré en mi propia tradición religiosa una práctica de interiorización y de silenciamiento tan rigurosa y seria. Estuve durante siete años indagando en el budismo zen y practicando con distintos maestros, pero curiosamente esta doctrina oriental me fue reconduciendo a mi propia tradición cristiana, enseñándome que también existía en el cristianismo una práctica silenciosa y mística, que es lo que se llama el hesicasmo.
Se trata de una corriente espiritual nombrada con la palabra griega “hesykhia”, que significa “búsqueda de la paz por medio de la quietud”, que en definitiva también es lo que se hace en la meditación zen, es decir, silenciar la mente y aquietar el cuerpo para alcanzar la serenidad.
Con este descubrimiento entendí que el cristianismo también se había propuesto la meditación, pero que esta práctica había permanecido siempre subterránea o marginal, por eso con mi obra, y con la comunidad de Amigos del Desierto, esta red de meditadores que existe en Europa y Latinoamérica, estoy intentando redescubrir este camino místico y de autoconocimiento, dentro de la tradición cristiana. En el entendido de que no hace falta emigrar espiritualmente a otras tradiciones religiosas, dentro de la propia tenemos esta práctica que yo y otros estamos cultivando.
En la actualidad, cuando la vida está invadida por la tecnología y el exceso de información, ¿qué importancia tiene la meditación?
Tiene una importancia enorme, de hecho mis dos vocaciones, la literaria y la religiosa, para mí son las dos caras de la misma moneda, son la poética y la mística, o si se quiere: la palabra y el silencio. En este mundo de tanta palabrería y tantos estímulos, cuando estamos todos hiperconectados, precisamente la llamada a la interioridad y al silencio es más necesaria que nunca.
De hecho, está emergiendo cada vez con más fuerza lo que podíamos llamar el nuevo paradigma de la realidad, que es la interioridad, y la palabra clave para el mundo contemporáneo es: conciencia. Porque, tanto desde la ciencia, ahí tenemos la física cuántica, como desde la espiritualidad, cada vez se está dando más importancia a qué es la conciencia. Y en mi trabajo, de manera muy modesta, intento moverme en estas coordenadas. Porque todas las tradiciones religiosas y todas las búsquedas filosóficas serias, de alguna manera, tienen que plantearse el problema de la conciencia. Algo que, en definitiva, ya estaba anunciado en el oráculo de Delfos con el “conócete a ti mismo”, pero no podemos conocernos si no somos capaces de dejar de poner la mirada afuera y mirarnos —escucharnos— un adentro.