Miedo, incertidumbre y preguntas. Las evadimos aunque sean parte de la fórmula con la que se prepara la vida de todos los días. Esa realidad caótica es la que la autora chilena María José Navia retrata en su conjunto de cuentos ‘Una música futura’ (Himpar). La doctora en Literatura y Estudios Culturales de la Universidad de Georgetown, y profesora de literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile, bien lo dice en ‘Cuidado’: “Lo que tememos es bueno”. Sin temor al temor, Navia nos invita a recorrer un conjunto de cuentos que deja expuestas las dudas e insinuadas las angustias, siempre punzantes y atravesadas por la tecnología imparable, para que cada lector decida qué hacer con ellas.

—En ‘Una música futura’ reúne cuentos que son reflejo de fantasmas y asuntos perversos en una sociedad desilusionada. ¿Cuáles son esos fantasmas para usted?

Creo que los fantasmas en todos mis libros tienen que ver con la memoria de los distintos personajes, sobre las decisiones que han tomado o no. Acá, a diferencia de mis otros libros, los fantasmas vienen del futuro y no del pasado. Tal vez da más miedo porque es algo que está por venir, es el fantasma de la incertidumbre, de no saber qué va a pasar. Estos cuentos hablan un poco del afirmarse, de ciertas tecnologías como una forma de encontrar una raíz muy inestable; el fantasma de la maternidad, de los hijos que no son, que no van a ser. Todo tiene que ver con eso: con los fantasmas del futuro, sobre todo en esta época. El libro fue publicado en 2020 en Chile y ahora llega acá, y cada vez va encajando mejor con todo lo que pasa, de una manera muy perturbadora esta incertidumbre con el futuro, la crisis climática, etcétera.

—Con el cuento que da nombre al libro pienso en el cliché sobre niños y niñas como el futuro de la humanidad, pero, en cambio, allí nos encontramos a un niño enjaulado…

… porque el futuro también está enjaulado, quizás. Parto del mismo cliché y a la vez trato de hacer otra cosa. Cuando una piensa en el futuro, una de las primeras cosas que se vienen a la cabeza es que los niños o los jóvenes lo son. Yo quería que en mi cuento hubiese muchos niños en situaciones de violencia y precariedad. Es un futuro que también se ve precario, vulnerable e incierto. El cuento ‘Una música futura’ parte de un hecho real que son los niños migrantes que cruzan de México a Estados Unidos y los centros de detención que se veían sobre todo durante el gobierno de Trump. Me chocaban mucho esas imágenes, también por esa lectura simbólica del futuro enjaulado, encerrado. Quise partir de allí para crear algo un poco distinto y le incluyo elementos un poco sobrenaturales e inquietantes: a esos niños se les empieza a caer el pelo, les salen escamas, se empiezan a transformar en estos campos de espera. Se comunican a través de los silbidos y la música que va asustando a los guardias, y se empieza a generar algo ahí. Es un tipo de resistencia muy pequeña, que es distinta e inesperada, y por eso mismo va alterando las cosas. Es un cuento triste y para nada optimista, lleno de pequeños gestos.

—¿Por qué hizo protagonista a la tecnología?

Desde que empecé a escribir siempre ha sido una presencia, un fantasma mío como escritora que se ha intensificado hasta esto que lees hoy. La tecnología, las redes sociales son mecanismos que nos ayudan a crear ficción a todos, no solo a los escritores. Cuando uno postea en redes sociales está construyendo un personaje. No digo que uno esté mintiendo, pues ficción no significa mentir. Etimológicamente ficción significa construir; es algo que está construido, elaborado. Nosotros nos construimos como personajes detrás de las redes sociales y me gusta ese mecanismo, el tener esa otra vida que no necesariamente es mala e incluso puede ser liberadora, y que también nos permite ir contando un relato. Me interesa mucho cómo todas las relaciones humanas hoy tienen ese correlato virtual.

—Para muchos es una necesidad casi vital…

¡Claro! Todo eso me fascina. Estamos rodeados de eso aunque no nos guste y no queramos estar conectados. Me parecía que, si mis historias iban a tratar de relaciones humanas, tenía que estar el componente tecnológico en alguna parte. El último capítulo de ‘Kintsugi’ termina con la tecnología comiéndose a una familia; de repente van apareciendo aparatos tecnológicos, se comunican por pantallas y termina como una suerte de reality show de una pareja. Este libro continúa un esa visión, un poco más ominosa de la tecnología que también tiene muchas cosas buenas, aunque es más oscuro. Parte con ese cuento del centro de rehabilitación de adictos a la tecnología, con esa desconexión general, y termina con un personaje leyendo en un contexto bien distópico al final, donde se vuelve a los libros. El otro asunto es ver cómo muchas veces nos apoyamos en la tecnología para resolver problemas y solucionar carencias; es como una muleta. Por eso está el cuento ‘Los tíos’ con esta pareja que no tiene hijos pero que a través de una aplicación del teléfono puede arrendar hijos por hora para poder juntarse con los amigos. Me interesaba mucho la tecnología muleta y fantasma que nos acompaña y no nos deja nunca.

—‘Panda’ empieza con ‘I don´t like Mondays’ y ‘Vueltas’ con una canción de Elton John. ¿De dónde nace esa conexión entre la música y su literatura?

Creo que cuando uno escribe, absorbe todo. A veces a los escritores nos preguntan qué libros nos inspiran, pero me parece que el asunto va más allá: no solo la literatura nos inspira o nos desafía a escribir, sino que también está la música que uno escucha, las películas y series que uno vio, las conversaciones que uno escucha al pasar. Incluso me río mucho y me da particular placer leer los nombres de los productos de belleza femeninos. Una vez me compré un labial solamente porque se llamaba Antígona. Todo lo que tenga que ver con el lenguaje, me llega. Siempre escribo con música porque se va metiendo en lo que escribo y me gusta que el lector también sienta que estas canciones están atravesando la historia. En el caso de ‘Panda’ yo quería ese tono con ‘I don´t like ondays’ pues habla de un tiroteo, que es algo brutal y terrible, pero la canción es muy chistosa y tiene un tonito juguetón. Me gustaba ese contraste entre lo juguetón-absurdo y el trasfondo más serio. Quería que en el cuento se sintiera también ese contraste. En el caso de ‘Vueltas’, con ‘Goodbye yellow brick road’ me gusta la relación de amistad, el lugar de la música, estos personajes que quieren tener una canción que escuchan al terminar el día. También tengo esa relación con la música: una canción para despertar, o una que pongo cuando estoy triste o cuando escribo.

Ahora mismo estoy muy feliz pero debo volver a un cuento que estoy escribiendo, que es triste, y mi manera de bajar de esa nube de felicidad es escuchando canciones tristes que me dejan en ese tono, como ‘The ship song’ de Nick Cave and the Bad Seeds. Ese es mi clásico cuando estoy muy feliz para volver a la melancolía.

—Hay otro asunto transversal en sus cuentos, la maternidad y la dualidad entre lo idealizado del concepto y la realidad que implica.

En este libro y en el anterior la conversación es más sobre las no madres que sobre las madres. Por ejemplo, en mi libro anterior, ‘Kintsugi’, yo quería desarrollar el vínculo que establece con su sobrina la tía que no ha tenido hijos —más que el de madre-hija o abuela-nieta, que son los vínculos entre mujeres que más se ven en la ficción— porque esa relación me parece muy rica. En ‘Una música futura’ está la maternidad, que también trae siempre consigo una idea de futuro —la mujer embarazada está esperando que algo llegue, que algo pase—. En el caso de ‘Los tíos’ está la pareja que arrienda hijos, no porque quiera saber cómo se siente, sino porque quiere volver a pertenecer al grupo de amigos. En otros cuentos están estas mujeres que no son madres, por distintas razones, envueltas en situaciones donde hay hijos de otros, y surge esa ambivalencia y lejanía respecto a la maternidad. También está ese tema: frente a una mujer que no ha tenido hijos, se piensa que no quiso o no pudo, pero hay muchos claroscuros ahí y variaciones que hay que explorar. Por ahí voy ahora.

—¿Cómo construyó el cuento ‘Una música futura’ desde tres narradores?

Quería contar la historia de esos niños pero no me sentía con la autoridad para hacerlo desde el punto de vista de un niño. Lo conté desde el punto de vista de adultos que se enfrentan a esta situación de manera cómplice, culposa o conflictuada, y todo dentro del tema de la migración. Me interesaba esta suerte de canon musical, las voces que se van entremezclando. Por eso decidí estas tres voces o tres realidades que se van acercando a lo que pasó con este niño, sin tocarlo, sin entenderlo. Eso es lo que me gusta de la literatura: que ofrezca una mirada sin pretender ser una resolución o una respuesta clara de lo que hay que hacer. La literatura es para hacer exploraciones y provocar reacciones, rabia, pena. Margo Glantz, una escritora mexicana a quien admiro muchísimo, dice que la lectura es el encuentro de un cuerpo con un texto; entonces, si ese cuerpo y ese texto no se encuentran, es lo más triste. Ese encuentro puede ser de muchas maneras, de odio, de amor, de dolor, de felicidad… eso es lo que me interesa: la reacción de los cuerpos con los textos.

—¿Por qué le gustan los finales abiertos?

En ‘La velocidad de las cosas’, Rodrigo Fresán, mi escritor favorito, dice que no hay nada más ufano que pretender que una historia está terminada porque se acaba de contar, porque llega a un final. La vida continúa y siempre desborda todas las historias. Creo que aquí pasa lo mismo: en general, como lectora no me gustan las novelas ni los cuentos que me atan todos los cabos al final, porque me parece que la vida nunca ata todos los cabos. Virginia Woolf, otra de mis favoritas, tiene un texto que se llama ‘Modern Fiction’, donde dice que la realidad es un caos. La vida no tiene sentido, el día a día no lo tiene, todo es contradictorio y la literatura, para Woolf, tenía que retratar todas esas contradicciones. Me gustan las historias que terminan y dejan cabos sueltos. Desconfío un poco de los textos que quieren atar todos los cabos porque me parece que no confían mucho en sus lectores y piensan que, si no se les explica todo, no van a entender. Yo prefiero que realmente no se entienda lo que quise decir, pero tampoco quiero forzar una interpretación.