La ‘Antología de cuento latinoamericano’ recopilada por Diana Diaconu y Alejandro Alba García, y publicada por Panamericana Editorial, se trata de una selección pensada y profundizada, no producida desde el azar ni desde lo cuantitativo, porque los nombres y los relatos aquí contenidos no la dejan pensarse jamás así. Con un prólogo muy académico se destaca la potencia de un género que es rico en vértigo y unidad temática, el cuento como el disparo a la diana. Gabriel García Márquez no lo podría haber dicho mejor.

Ese tránsito entre las voces clásicas y nuevas del cuento en Latinoamérica constituye un refrescante paseo dentro de la antología, páginas mágicas siguen fortaleciendo hoy un género que además de necesario es también uno de los mejores que tiene la literatura. Ajeno a figuras mediáticas por su relación con editoriales, este libro es realmente una linterna para los amantes del género. Un trabajo limpio desde las interioridades del cuento, sus aproximaciones semánticas y esa iluminación profana que se desprende desde todos sus intersticios.

Deambulan por estas páginas las descripciones casi gráficas de Quiroga, su naturalismo inmisericorde, el cuento usado por él como una ventana para asomarse a la condición humana; una belleza brutal. Sin reponernos aún de la tinta asesina y descomunal del uruguayo saltamos al infinito, inevitable no enamorarse del inicio de ‘El inmortal’, Borges sabe hacernos quedar con él hasta el final para salir de nuevo confundidos, enrevesados, rotos. Las imágenes del mundo clásico, su transición al mundo moderno, los registros poéticos salpicando la narración, el argentino de otro mundo con su galería de dioses muertos.

La atmósfera de Arlt, la dignidad de sus personajes, los espacios y los climas dibujados con su tinta. Jamás entenderé, aunque entienda las razones, de ese porqué de la muerte del ‘Jorobadito’. La vertiginosidad del género nos encontrará con Rulfo, el maestro de muchos de los escritores del boom; la noche con sus palabras siempre será más noche que cualquiera de las que hayamos avistado; tan cotidianas, tan desbordantes. Nunca las tristezas de las ruralidades se contaron tan maravillosamente. García Márquez tenía, por necesidad, que ser la secuencia lógica de esta galería maravillosa, el sopor del Caribe, el naufragio de los ángeles. El humor del Nobel de literatura colombiano, su crítica, la idiosincrasia de nuestros pueblos que se narran desde su híbrido de tragedias y de fiestas. Que las enormes alas de su inolvidable personaje hayan encontrado en el cielo de su viaje la deferencia que él jamás halló en el gallinero de Pelayo y Elisenda. La hondura de Inés Arredondo cierra estas poéticas modernas, no dejándonos sobreponer ante la inmensidad de la bondad y las extrañas concepciones de milagro que operan en los hombres.

El salto en el libro a las poéticas contemporáneas en el género de corto aliento es un cambio de estilos, de tonos, un saber dejar atrás el embrujo de los maestros primeros en este lado del mundo y adentrarse en otros recursos, en otras transgresiones. Albalucía Ángel escinde la grafémica en su escritura. La grandiosa destreza de contar cuentos que se cae de los dedos de Ricardo Piglia y su loca genial que dilucida crímenes. El detalle de Bolaño, su prosa tan necesaria para configurarnos como habitantes de este rincón del orbe. Nunca olvidaremos al ‘Aprendiz de brujo’ de Fresán y el cómo el mundo es un nicho maravilloso de incontables posibilidades. De victimarios a víctimas ‘Las palomas celestiales’, de Rosero, nos enseñarán la entropía y para algunos serán salvadoras, en tanto que para otros lo mejor sería no haber tocado con ellas. La pasión es una forma de la elocuencia, Villoro nos lo dejara claro mientras el mundo se acaba en su ‘Apocalipsis’. ¡Lectores! Si quieren ser felices no analicen, la felicidad así será siempre repulsiva. Guillermo Martínez nos configura las herencias más temidas de nuestros padres, esas que nos andan por dentro.

El epílogo de esta prolífica antología es un maravilloso recorrido por borradores, apuntes de clases, comentarios, fragmentos de vidas, pasajes de obras y una serie de particularidades alrededor de los autores recopilados que nos traen los antologistas, para sentirnos aún más identificados con las voces de quienes palpitan entre las páginas de este libro. Trece voces necesarias, trece lugares de enunciación distintos en esta comarca del mundo llamada Latinoamérica, trece plumas potentes, candiles del ciego por océanos interiores. Gonzalo Márquez Cristo lo escribió alguna vez, y yo me adhiero a su verdad después de haber leído este conjunto excelso de contadores de historias en el género del arte de la palabra que más amo: “Exceptuando la literatura, lo demás es pérdida”.