Religión y literatura son campos que hoy parecen distantes, incluso contrapuestos, pero las creencias y la escritura no pocas veces engendraron obras maestras de la humanidad. ‘La divina Comedia’ de Dante Alighieri, y ‘El Quijote’ de Cervantes, son aventuras del espíritu soportadas en el cristianismo que, no obstante, pueden ser leídas por cualquier persona, independiente de su credo. No hay que ser católico para acceder a toda la sabiduría y belleza de estas obras. Como no hay que ser católico ortodoxo para leer ‘Los hermanos Karamázov’ de Dostoievski, o anglicano para leer el ‘Paraíso perdido’ de John Milton, o las obras de Shakespeare, o puritano para leer los cuentos de Hawthorne, o hinduista para leer los Upanishads, o islamista para leer ‘Las mil y una noches’, o...
Pablo d’Ors, escritor y sacerdote español, consciente de esta relación indisociable, transita por los linderos entre religión y literatura, con absoluta honestidad espiritual y exigencia en el arte. En la actualidad, es uno de los pocos escritores que practican la novela lírica y de formación, como en su momento Hermann Hesse con libros paradigmáticos del género, como son ‘Demian’, ‘El lobo estepario’ y ‘Siddhartha’.
La obra de d’Ors está formada por ciclos novelísticos en los que aborda momentos de la vida espiritual, como su ‘Trilogía de la ilusión’, compuesto por: ‘Andanzas del impresor Zollinger’, ‘El estupor y la maravilla’ y ‘Lecciones de ilusión’. Pero, su más reciente obra es la ‘Trilogía del silencio’, en la que se encuentran ‘El amigo del desierto’, ‘El olvido de sí’ y ‘La biografía del silencio’. Este último, un ensayo que describe su experiencia personal acercándose a la práctica de la meditación, se convirtió en uno de los libros más vendidos de Europa, que finalmente se publicó en Colombia en 2023.
A su paso por nuestro país, Pablo d’Ors, quien es fundador de la asociación Amigos del Desierto para promover la vida contemplativa, y consejero cultural pontificio por designación del Papa Francisco, habla de su encuentro con la meditación, una práctica oriental que, aun siendo sacerdote, lo ayudó a encontrar en el silencio su verdadero ser.
—¿Cómo descubrió la meditación?
Con 15 años, al leer ‘El tercer ojo’, de Lobsang Rampa, un falso lama. Luego, a los veintitantos, con las comunidades neo gandhianas de El Arca.
—¿Por qué como sacerdote católico sintió la necesidad de practicar la meditación?
Estaba en un momento de crisis profunda y no encontraba en mi propia tradición el instrumental para la aventura interior. Lo encontré en el zen, pero luego el zen me hizo descubrir los tesoros de la contemplación cristiana.
—¿De qué modo logró conectar la religión católica y la filosofía zen en torno a la meditación?
Existen sus diferencias, como es natural, pero hay una profunda afinidad. En realidad, las diferencias son formales y la afinidad es de fondo. La verdad no es una posesión, sino una gestación; y el diálogo (interreligioso en este caso) es el espacio más apropiado para ello.
—¿Por qué desde la religión católica se han presentado, más que en ningún otro credo, acercamientos con prácticas y tradiciones espirituales de oriente como el budismo zen? Pienso en lo realizado por Thomas Merton, Ernesto Cardenal, y en su propia obra.
Porque el cristianismo es una religión del diá-logos, es decir, donde importa el otro, el extranjero (el samaritano), y donde importa el logos, lo que no sucede, al menos en igual medida, en otras tradiciones de sabiduría.
—Como sacerdote y practicante de la meditación, ¿podría explicar de qué modo orar y meditar se pueden complementar?
La meditación es oración contemplativa. La oración cristiana reviste, sustancialmente, cuatro formas: la verbal o vocal, la mental o discursiva, la afectiva y, en fin, la silenciosa o contemplativa. Más allá de las palabras, los pensamientos y los sentimientos, está la pura presencia. Eso es la contemplación, eso es la meditación.
—En ‘Biografía del silencio’ explica que una de las condiciones para la meditación plena es evitar las distracciones, ¿por qué resulta tan difícil hoy en día la concentración?
La distracción no es un fenómeno meramente contemporáneo, aunque hoy se ha acentuado. Lo propio de la mente es el parloteo interior, y de eso somos víctimas todos. Estamos sobre estimulados y eso, como no podía ser diversamente, nos pone las cosas más difíciles.
—Nos hemos acostumbrado a vivir en ciudades insomnes y caóticas, encontrar lugares alejados del “mundanal ruido” es casi un privilegio en la actualidad, ¿es posible encontrar el silencio entre el bullicio urbano?
Es posible hacer silencio en la ciudad, pero es precisa una gran determinación y una gran sed interior. El silencio no es simplemente ausencia de ruido, claro que no; es también y sobre todo ausencia de ego. Mis consejos son dos. Ser constantes y encontrar una guía y unos compañeros de camino. Con esas dos claves, la práctica meditativa está casi asegurada.
—En su ensayo menciona que para meditar sintió la necesidad de dejar de leer, ¿por qué la lectura puede resultar un impedimento para la meditación y cómo lo resolvió?
Porque la lectura busca riqueza (de ideas, de experiencias, de imágenes…) y la meditación busca pobreza, vacío… La lectura no es la única forma de cultivar la interioridad. Quien lee demasiado embota su mente. El alimento mental, como el físico o material, debe tener sus medidas. Lo resolví fácilmente. Si antes dedicaba tres horas diarias a leer, ahora dedico una a leer y dos a meditar, pues tanto más silencio hay, tanto más hondamente se acogen las palabras.
—También habla de la meditación como un ejercicio de asimilación de la realidad en toda su desnudez, despojada de las ficciones del yo y los simulacros mentales. En este sentido, ¿hay algo en nuestra fascinación por la ficción que complica llegar a ese estado de conciencia de sí mismo y contemplación de la realidad que se alcanza con la meditación? ¿Cómo entender la literatura, por ejemplo, la lectura de ficción y poesía, desde la perspectiva de la meditación?
Escribo fundamentalmente ficción, no ensayo, así que entiendo bien la pregunta. Las imágenes, propias de la ficción, alimentan el alma, mientras que las ideas, al menos en general, sólo la cabeza. Lo sagrado se ha dicho normalmente de forma más elocuente en la forma del relato y de la poesía que en el de la teoría o la especulación, lo que muestra que las historias están más cerca de la espiritualidad que, digamos, el pensamiento o la doctrina. La ficción de calidad no se queda en la seducción de las formas, sino que apunta al corazón, y ese es el lugar en que se medita. La experiencia estética y la extática son afines.
—Para usted, como escritor, ¿la literatura puede ser también una práctica espiritual?
Lo es. No escribiría si no lo fuera. La escritura es una vocación o voz interior que impele, un oficio o práctica y, en fin, un estilo de vida. Lo difícil no es escribir, sino ser uno mismo. Si eres tú mismo y escribes, tienes la oportunidad de transmitir algo que llegue al corazón de los lectores.
—La meditación, como escribe en su libro, “coloca al ser humano en una posición más humilde”, y esto implica ir en contra de la moral individualista y de éxito que predomina en nuestro tiempo, ¿por qué es tan importante esa lección de fracaso que enseña la meditación?
Yo fracaso casi constantemente y tengo éxito sólo de vez en cuando. Hasta tal punto que he llegado a decir que tener éxito es perseverar en el fracaso. Yo empecé a meditar porque quería liberarme de buscar el éxito literario. Paradójicamente, el libro que escribí sobre meditación fue el que me trajo el éxito. Siempre es así: el mejor modo de conseguir algo es no perseguirlo.
—¿De qué modo la meditación implica una crítica del altruismo y la hipocresía de las grandes causas en nuestra sociedad?
Mucho del llamado altruismo, no todo, es sólo frenesí e incapacidad de estar con uno mismo. Santo Tomás decía que el sentido de la vida activa era la vida contemplativa, que trabajamos para finalmente descansar. Byung-Chul Han retoma esta idea en su último y espléndido ensayo ‘La vida contemplativa’. Los problemas, en mi opinión, no están fuera, sino dentro. Si todos resolviéramos nuestros problemas interiores no habría problemas exteriores. Dicho más sencillamente: si todos gozáramos de la paz interior, habría paz en el mundo.
—¿La meditación podría convertirse en una práctica generalizada, por ejemplo, para enseñar a los niños en las escuelas? ¿O es un camino individual?
Se convertirá en una enseñanza pública en poco tiempo. El paradigma de la razón está llegando a su fin y estamos entrando en el paradigma de la consciencia, que incluye pero trasciende la razón. La humanidad está subiendo su nivel de consciencia.
—¿En qué consiste la “virginidad espiritual” que considera como la pregunta esencial para encontrar el verdadero yo en la meditación?
Thomas Merton, a quien citó antes, lo llama el punto virgen. Dice, y lo comparto, que hay en todo ser humano un punto que no ha sido contaminado, algo así como una inocencia primordial. Y que es ahí donde hay que ir para meditar y para vivir de verdad.
—¿Por qué considera a Cristo y a Buda como modelos en el “olvido de sí” y “el amor a los demás”? ¿De qué modo estos dos maestros espirituales son afines?
El camino de la impasibilidad (superación de los deseos en vistas a liberarse del sufrimiento) como el de la pasión (liberación del sufrimiento atravesándolo con amor) condujeron a Buda y a Cristo al mismo punto: la compasión.
—¿Se podría correr el riesgo de que esa mirada al vacío que conlleva la meditación, el contemplar nuestra conciencia y volverse peregrino del yo interior, pueda generar una desconexión con la realidad más mundana y llevar a la persona a una vida ascética?
La vida interior debe complementarse con la exterior, puesto que no somos pura interioridad o fondo, somos también exterioridad y formas. Lo sano es la circularidad entre el desierto y la ciudad, la noche y el día, la inspiración y la exhalación. Ese vacío al que hay que mirar en la meditación está vivo y está lleno (de vida). El riesgo de perderse en ese viaje existe, por supuesto, no sería un viaje verdadero si no comportara riesgos. Por eso he hablado de la importancia de un guía y de un maestro.
—En su libro ‘Biografía de la luz’ plantea que es posible “leer desde el interior”, hacer una “lectura existencial”, ¿es esto una respuesta a las limitaciones sobre la lectura que encontró en sus prácticas de meditación?
‘Biografía de la luz’ es un ensayo que no propone una lectura histórico-crítica ni teológica del evangelio, que es a lo que estamos acostumbrados, sino existencial, mística o sapiencial, lo que significa entender a Cristo no ya tanto como un personaje histórico o como Hijo de Dios, sino como un arquetipo del yo profundo, esto es, como un modelo de humanidad. Esta lectura, no necesariamente confesional, es urgente para nuestro tiempo.
—¿Es ‘Biografía de la luz’ un complemento a la ‘Biografía del silencio’?
Sí, son las dos caras de la misma medalla: el silencio permite escuchar la palabra, y la palabra abre a más silencio. Redescubrir la meditación es posiblemente lo más urgente en este momento, después de dar de comer al hambriento. Y Cristo es un faro para toda la humanidad, no puede quedarse encerrado en los credos y creencias.
La comunidad de Amigos del Desierto cuenta con miles de seguidores que buscan practicar la meditación. Pablo d’Ors también es fundador de Tabor, una orden de monacato secular.
El hesicasmo, la meditación cristiana
En su búsqueda de las prácticas contemplativas, Pablo d’Ors encontró el hesicasmo, una práctica de meditación que desarrollaron en el siglo IV, los llamados Padres del Desierto, que fueron un grupo de monjes que se exiliaron de Roma y se internaron en Medio Oriente donde accedieron a otras tradiciones espirituales.
El hesiquiasmo promueve un encuentro místico con Dios a través de la soledad, el silencio y la quietud, lo que coincide con la meditación zen.
“Es la meditación silenciosa y en quietud propia de la tradición occidental. No he encontrado ninguna práctica más poderosa y sencilla de cara al autoconocimiento”, expresa el escritor.