Cuando Gonzalo Arango estuvo en Cali buscando adeptos para su movimiento literario, se conoció con un muchacho del Colegio Santa Librada, quien entusiasmado le dio a leer sus primeros poemas. Después de mirarlos por unos segundos, el creador del Nadaísmo le respondió tajante: “Los rompemos ahora o los rompes cuando llegues a tu casa”. Ese fue el ritual de bautismo con el que, a finales de los años 50, Jotamario Arbeláez se convirtió en nadaísta.
Hoy, a sus 82 años, el poeta caleño sigue siendo severo como su maestro antioqueño, no obstante, algunos de sus poemas se han salvado de la basura, y esos son los que están reunidos en el volumen de poesía completa ‘Mi reino por este mundo, los poemas de la vida’, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México para toda Hispanoamérica y que fue presentado en el marco de la Feria Internacional de Bogotá (FILBo 2023).
—¿De dónde sale el título ‘Mi reino por este mundo’, de su volumen de poesía reunida?
De la frase de Jesucristo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo”, para aclarar que no era un conspirador contra Roma. Del libro ‘El reino de este mundo’, de Carpentier, para denunciar la dolorosa cautividad de los negros del África en las colonias americanas. Y del grito de Ricardo III al final de una batalla nefasta: “¡Mi reino por un caballo!”, que implica que es más importante un medio para escapar que todo un imperio. Para completar, utilicé como epígrafe el lema de Cassisus Clay en el cuadrilátero: “Yo soy el más grande. Yo soy el más lindo. Yo soy el Rey”. Y claro, con ese paquete, que contenía mis poemas de 1960 a 1980, gané el Premio Nacional de Poesía de La Oveja Negra.
Jotamario Arbeláez, poetaEn 2021, la Universidad del Valle hizo una preciosa reedición, complementada con los poemas del 80 al 2000, que coincidió con el Premio a la Vida y a la Obra que me otorgó la Gobernación de Valle del Cauca. Y el Fondo de Cultura Económica de México acaba de lanzar en la Feria del Libro de Bogotá una nueva edición para el mundo hispanoparlante.
—En tiempos de cambio climático, pandemias y fanatismos, ¿en qué radica esa santidad del mundo y la vida corporal que manifiesta en su poesía?
Se piensa que la santidad es virtud del alma, pero la santidad del cuerpo es más venerable. Es con el cuerpo con el que se hace la lucha por la supervivencia y por lograr el placer de los órganos. Aunque el santón de Gonzalo Arango exclamó en un exceso de pacifismo: “No hay que luchar, ni por la vida”. Por ello en el poema ‘Zen y santidad’ sentencié: “Los nadaístas somos los verdaderos santos… y sanseacabó”.
—¿Cómo es el proceso creativo para escribir sus poemas?
A estas alturas de la vida ya no escribo el poema. El poema me escribe a mí. Una variante de la escritura automática que enseñaba Breton. Pero no pedaleando el absurdo, sino manteniendo la coherencia. Me siento a impresionar el teclado sin premeditar el tema y sin mediación del consciente. Y soy el primero en ir leyendo lo que aparece en pantalla. El inconsciente tiene ya un ritmo predeterminado y una lúdica facilidad para el chascarrillo, y lo único que uno controla es el corte de los versos. No es un método que se estudie. Es una cualidad que a algunos perseverantes nos llega.
—¿Cómo nació su interés por la poesía? ¿Recuerda su primer poema?
En la escuela me ponían a recitar poemas en el día de la madre. Y la madre que me quedó gustando que me sacaran en andas. Así que mi primer héroe fue Julio Flórez. Pero cuando llegó el Nadaísmo, a mis 17, me hicieron cambiar de rumbo. A escribir poemas patas arriba. Y el primero que escribí en ese tren fue “Santa Librada College”, que me hizo famoso en un dos por tres.
—Desde sus primeros poemas nadaístas a la actualidad, ¿cómo ha evolucionado su poesía?
Esos primeros poemas nadaístas eran sin pies ni cabeza, tal vez calcados de dadaístas y futuristas. Pero a mediados de los 60 el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, que estudiaba en el Seminario de Vocaciones Tardías de La Ceja Antioquia, me hizo cambiar de tónica. Me incorporó a la poesía coloquial, urbana, con cierto contenido social pero nada panfletaria, sin perder el humorismo rijoso.
—¿En algún momento dejó de ser nadaísta y experimentó con otras estéticas en su obra? ¿Se puede dejar de ser Nadaísta?
Experimenté con la patafísica, con el surrealismo, con el hiperrealismo, pero en un momento descubrí que el poeta Amílcar Osorio había planteado desde muy joven un género literario transgenerista que llamó la “Naditación”, pues fusionaba el poema, el cuento, el diario, el ensayo, la crónica. A ello me he dedicado en los últimos 20 años y así he compuesto otra serie de libros, cada uno con un tema: la familia, los amigos, los libros, la violencia, las drogas, los viajes, los amores, la trascendencia, bajo el título general de ‘Los días contados’.
—¿Qué opina de la corrección política y la cultura de la cancelación? ¿Cómo afecta esto a la literatura y el arte en general?
Estar contra la política, como fue nuestro caso, era hacerle el juego. Pero no podíamos amainar la protesta contra todo lo que significaba atentados contra la dignidad del ser. Para ello editamos revistas y dictamos conferencias y utilizamos las columnas de prensa que nos ofrecieron casi todos los periódicos del país. Un político nadaísta logró la firma de la paz de Colombia, Humberto de la Calle, por lo que debió haber llegado a la presidencia. O merecer el Nobel de Paz. Con una teatrera aguerrida y nadaísta frentera, Patricia Ariza, llegamos a dirigir la cultura de Colombia durante 200 días. Pero nuestro digno presidente, sin razón conocida, la echó para atrás. Como diría Condorito: “Exijo una explicación”.
—¿Cuál considera que ha sido el papel de la poesía en la sociedad colombiana?
Casi siempre fue papel de envolver, de envolver romances cursilongos, ceremonias patrióticas, cántigas maternales, loas religiosas. Con la llegada del Nadaísmo fue otro cantar. Un movimiento experimental de vanguardia que ha cumplido 65 años resistiendo el rechazo del establecimiento no se ve en ninguna otra parte. Tenemos la guerrilla y el movimiento literario más viejos del mundo. Por algo nos ganamos en cada etapa el reconocimiento y afecto de la juventud. Lo decía el sofista Gonzalo: “Usted es joven, luego es nadaísta. Usted es nadaísta, luego es joven”.
—¿Cómo ve el panorama actual de la poesía en Colombia? ¿Aún sobrevive el espíritu nadaísta?
Actualmente la poesía de Colombia es algo que maravilla ante el mundo. Hay poetas merecedores del Nobel o de los premios mayores de la poesía castellana. Los poetas jóvenes, sin ser nadaístas, escriben igual o mejor que los nadaístas. De los nuestros, Jaime Jaramillo Escobar todo el tiempo mereció el respeto unánime, menos de uno. En las ediciones digitales de la Biblioteca Nacional existe el tomo de libre consulta ‘33 poetas nadaístas de los últimos días’. Y en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, y en la Biblioteca Piloto de Medellín, reposan los Sagrados Archivos del Nadaísmo. Como quien dice, el Nadaísmo pasó a la Historia, y no al cuarto de los trebejos de San Alejo.
—Muchos años después, ¿cuál considera que ha sido el aporte del Nadaísmo a la cultura colombiana?
Le quitó los calzones y la puso a bailar go-gó. Jajá. Nunca nos aceptaron a los nadaístas en la cultura porque éramos contracultura. Y hoy podemos repetir la frase de entonces de Manuel V: “Nosotros somos la sociedad. Los rebeldes son ustedes”.
—¿Qué importancia tuvo Cali en el surgimiento del Nadaísmo?
En Cali, en la oficina del publicista Hernán Nicholls, donde pasaba las noches, escribió Gonzalo Arango el Manifiesto Nadaísta, en lo que se tardó durante tres meses. Pero se devolvió a explosionarlo en Medellín, porque Cali es una ciudad pagana que no se escandaliza con nada. Y muy pronto regresó a conformar el Nadaísmo caleño. Y ahí caí yo, con Alfredo Sánchez, Jaime Jaramillo Escobar, Elmo Valencia, Pedro Alcántara, Diego León Giraldo, Dukardo Hinestrosa, Augusto Hoyos, el nadaísta de Cartago, Armando Romero y Jan Arb. En Cali, como suplemento del diario El Crisol, hicimos Esquirla, que duró muchos años, y en la Librería Nacional hicimos los Festivales de Vanguardia, que competían con el Festival Oficial de Arte de Fanny Mikey, que heredó La Tertulia.
—¿Considera que la literatura caleña está teniendo reconocimiento nacional e internacional actualmente?
Aparte del gran Andrés Caicedo, que se tomó el mundo vivando la música, y su hermana Rosario, nuestra ciudad –y alrededores– tiene grandes escritores y poetas nacidos o residentes, como Fernando Cruz Kronfly, Gardeazábal, Umberto Valverde, Óscar Collazos, Armando Barona Mesa, Santiago Gamboa, Horacio Benavides, Águeda Pizarro, Pepe Zuleta, Alejandra Lerma, Julio César Londoño, Pilar Quintana, Fabio Martínez, Paola Guevara, Julián Chang, Edgar Collazos, Orietta Lozano, Medardo Arias, Melba Escobar, Hernando Revelo, Carmiña Navia, Javier Tafur, Aníbal Arias, Amparo Romero, Luis Carlos Bermeo, Jan Arb, Leonardo Medina y Armando Romero (desde Cincinnati). Y el recién partido Gerardo Rivera. Y ya sé que me metí en la verraca con los que no nombré, por olvido y nunca por mala leche.
—¿Qué consejos le daría a los jóvenes poetas?
Que no le tengan miedo al estigma de que la poesía y la escritura y el arte no dan para vivir. El poeta-novelista García Márquez y Fernando Botero comenzaron comiendo mierda y terminaron cagando oro.
—¿Cómo fue la participación femenina en el Nadaísmo, hubo mujeres poetas quizá o fue un grupo eminentemente masculino?
En el libro de la Biblioteca Nacional figuran asombrosas poetas: Raquel Jodorowsky, Tita Pulido, Dina Merlini, Rosa Girasol, Rocío Neuto, Patricia Ariza y María de las Estrellas. De estas últimas se presentaron en la Feria Internacional del Libro de Bogotá sus obras ‘Hojas de papel volando’ y ‘Cumpleaños del tiempo’. Hay que disolver la idea de que el Nadaísmo fue un movimiento netamente unisexual, por no decir otra cosa.