Deseosa de conocer las cataratas del Niágara, una mujer atraviesa el mundo en avión. Una vez allí, se sienta en unas gradas al borde de la caída y mira en dirección contraria al agua. Posa para una foto. Su equilibrio es precario. Un hombre la observa angustiado e imagina que se cae. Otro hombre dice que ella no sería la primera. Ambos contemplan a la turista y la muerte. Son la misma. Si ella cae, desaparecerá, pero dejará atrás la evidencia de que estuvo allí: la foto de un cuerpo de espaldas al abismo.
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A menudo se dice que «la literatura es un viaje». Partimos, nos transformamos y llegamos (o retornamos) a un destino. La metáfora es cierta y, a la vez, escuece. Uno la reproduce con la culpa de estar trillando la complejidad de dos conceptos. Como sucede con cualquier fórmula manoseada, incluso objetarla —diría alguien— es otro lugar común.
Entonces aparece Afonso Cruz. En la última década, este autor se ha convertido en uno de los portugueses más leídos en Colombia, con títulos como ‘Los libros que devoraron a mi padre’ (2014) y ‘Flores’ (2020). ‘Jalan jalan’ (2022) —su última obra publicada por Panamericana y traducida al español por Juan Fernando Merino— es una colección de reflexiones y relatos de viaje que estudian de qué forma viajar es leer el mundo, tanto como leer es desplazarse por un mundo.
‘Jalan jalan’ no pretende convencernos de que nos dice nada nuevo. Nos recuerda que su objeto de estudio (la literatura y el viaje) es el mismo que nuestra tradición literaria ha examinado desde siempre. En un disfraz de solemnidad, Cruz se burla de sí mismo. Recorre incontables clichés sin ninguna intención de abandonarlos. Desde la ironía y lo manido, su libro reconoce que todos los caminos ya existen y que la novedad está en la forma como los recorremos.
En su itinerario vertiginoso por recuerdos, filosofías, anécdotas, citas, falsedades, fotografías y monólogos, ‘Jalan jalan’ demuestra que incluso en el suelo más trillado siempre hay algo más por hallar. Entre los efectos del “jetlag” y los turistas frívolos —entre viajeros que inconscientemente buscan su inmortalidad en la trascendencia de una selfi peligrosa—, es decir, a partir de lo mundano, Cruz crea el mundo de nuevo y como nuevo.
«Cuando un escritor intenta redactar una frase perfecta, solo está tratando de encontrar a Dios», nos confiesa. Entonces comprendemos que este libro es la foto en la que Afonso Cruz revela el cliché —o sea, el negativo— de su espíritu. Para hacerlo se desnuda. Nos cuenta que la suya es una labor inoficiosa. Nos revela el envés del mundo y nos recuerda que todos somos obreros de la Torre de Babel. Pasamos el tiempo construyendo un edificio de palabras, con la aspiración —imposible y fatal— de encontrar a Dios.
Leer ‘Jalan jalan’ es emprender una expedición en círculos por la mente de uno de los pensadores más inusuales que hoy tiene Portugal. Quien recorra sus páginas se reconocerá a sí mismo en un autor que, como un libro y un continente, es transitable y legible. Andar por sus hojas escritas es atravesar un campo surcado por la trilla o palpar un cerebro en cuyos pliegues fluyen las ideas.
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«Dios es desafiado por el Diablo a crear una piedra tan grande que no la pueda levantar. Si crea una piedra con estas características, no será omnipotente porque no podrá alzar la piedra. Si logra levantar la piedra, entonces no logró crear una lo suficientemente grande, por lo que, una vez más pondrá en jaque su omnipotencia».
A medida que recorre los pormenores de sus viajes, el autor examina la naturaleza de Dios y se pregunta por la contradicción de las cosas absolutas. El título del libro, por ejemplo, es el resultado de un viaje a Bali, donde Cruz aprende que, en indonesio, «jalan» significa «andar»; y «jalan jalan», «pasear».
En esta particularidad de la lengua indonesia está la naturaleza universal de los viajes, pues, como explica el autor, pasear siempre es «andar dos veces». El viaje es un círculo, pero incluso cuando nuestro destino final es el origen, jamás regresamos al mismo lugar, «sino a una superposición». Entonces el círculo se convierte en espiral.
De igual forma, Cruz reconoce que un autor escribe «siempre la misma cosa». Y no miente. En efecto, cada libro suyo es una reescritura de todos los demás. Antes que autor, Cruz es un espejero, y esta vez nos entrega un libro que contiene todo lo que ha escrito —como también lo que está por escribir—.
‘Jalan jalan’ nos lleva por el mar, la ciudad, la selva, el desierto, la Antigüedad, los cementerios, la física cuántica, la poesía y el sistema solar. Nos guía por cada fonema de la palabra «viaje», mostrándonos que en todo «viaje» hay una «vía» y que en toda «vía» hay un «yo vi».
Al igual que el resto de la obra de Cruz, ‘Jalan jalan’ defiende que la vida se condensa en lo trivial: una letra o un avión o una selfi. La vida entera cabe en cada acto efímero que la compone. Por eso recorrer las oraciones de Afonso Cruz no exige que nos movamos, pero sí que demos a luz un mundo donde los túneles lleven hacia la luz. Allí, en esa oscuridad iluminada, vemos que «lo absoluto requiere de contradicción» y vislumbramos por qué incluso Dios puede ser desafiado por el Diablo.