Donato inspiró a Joao Gilberto para crear el sonido del Bossa. Donato fue el elegido de Tom Jobim para acompañarlo en el piano. Donato tocó para Mongo Santamaría y Cal Tjader. Donato fue trombón en el primer disco de Eddie Palmieri. Donato hizo arreglos para Tito Puente. Donato compartió el escenario del Palladium con Machito. Donato creó música para Bud Shank. Donato hizo giras con Chucho Valdés. Donato es el ‘parceiro’ preferido de Gilberto Gil, Caetano Veloso, Gal Costa, Agostinho dos Santos. Donato es el súper héroe de los músicos electrónicos del Siglo XXI. Todos los caminos llevan a Donato...

Joao Donato, la más importante leyenda viva de la música brasilera, será el ‘plato fuerte’ del inicio de la temporada de festivales de jazz de Colombia, con un concierto virtual en el Barranquijazz el próximo 1 de octubre.

A sus 87 años sigue haciendo música como si tuviera 15. Pero pocos en su país y en América Latina parecen estar conscientes del tesoro vivo que Donato representa para la música.

Y basta solo un dato para comprenderlo: en sus manos y en su cabeza reposa parte de la memoria de tres grandes fenómenos que marcaron la historia del jazz a finales de los años 50 -el Bossa Nova, el Latin Jazz y el West Coast Jazz- y cuyos lazos comunicantes no se han terminado de descifrar por la arqueología musical.

Como si eso fuera poco, en el último medio siglo ha recorrido todos los caminos de la música de su patria. Sobre ese recorrido vital y lo que representa, habló con El País.

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Joao Gilberto sorprendió a todos cuando reveló que él creó el sonido característico de la guitarra en el Bossa inspirándose en usted. ¿Cómo fue eso?

Es posible que eso haya pasado, porque nuestra conexión fue algo inexplicable, inenarrable. Cuando Joao Gilberto y yo nos conocimos, tuvimos conciencia de que éramos casi iguales, y desde ese momento salimos por el mundo como dos niños. Entonces, como andábamos muy juntos, yo aprendí muchas cosas con él y tal vez él muchas cosas conmigo. Por la convivencia, empezamos a usar las mismas palabras, los mismos acordes. Joao parecía un ser sobrenatural y era más que un hermano para mí. Nuestra amistad nunca terminó y es un amigo que nunca podré olvidar.

Pero esa amistad se consolidó por una coincidencia: ¡a ustedes dos nadie quería oirlos!

Sí, es verdad. Eso fue antes de desarrollarse la Bossa Nova. Yo quería tocar, pero no tenía dónde. Y Joao quería cantar, pero tampoco tenía dónde. A la gente no le gustaba lo que hacíamos. Una vez fuimos a hacer una semana de trabajo en un hotel de Minas Gerais y después de la primera noche el gerente nos dijo: “No se preocupen por el pago, ni por la estadía, ni por la alimentación, ni por el viaje, pero, por favor, no toquen ni canten más nada”.
Era imposible, la gente quería alguna cosa más animada y lo que Joao y yo hacíamos en esos días previos al Bossa era una música un poquito tristona, no gustaba. Nos decían que no era comercial, pero después se tornó comercial, fue un suceso en todo el mundo y Joao se convirtió en ‘El rey de la Bossa Nova’.

Y usted se va a Estados Unidos en 1959, en busca del jazz, que era lo que intentaba hacer...

Sí, por eso tuve que viajar para América, donde yo sabía que se podía conectar más fácilmente con el jazz. Pero cuando llegué a Los Ángeles descubrí que los sitios que tenían bandas de jazz permanecían casi vacíos y había solo bailes latinos para trabajar.
Entonces fui a una audición de un sitio donde buscaban un pianista, pero no me fue bien. El dueño me preguntó: ¿No tocas latino? Y yo no tenía eso todavía. Eso es un modo de tocar, pero yo aún no sabía eso, yo tocaba ‘free’. Quedé muy triste, porque necesitaba trabajar, no tenía dinero, no tenía donde dormir y no quería llamar al consulado brasileño a pedir ayuda. Pero entonces vi un aviso que decía: ‘Tonight: Cal Tjader Quintet, with Mongo Santamaría & Willie Bobo’. Y decidí ir a verlos porque recordaba que en Brasil yo escuchaba los discos de ellos con mis amigos Joao Gilberto, Tom Jobim y toda la gente del Bossa.
Nos reuníamos para escuchar nuevos discos raros que llegaban y escuchábamos mucho un disco llamado ‘Ritmo caliente’, de Cal Tjader. Y cuando fui a verlos, me presenté a Tjader, le conté eso y él me invitó a tocar con ellos. Pero le pedí que no fuera algo muy difícil porque yo no sabía tocar latino y él me dijo: “Tranquilo, vamos a hacer ‘Filadelfia Mambo’, que es un acorde solo”. Ahí comenzó todo. Fui a Estados Unidos para pasar cuatro semanas y me quedé doce años.

¿Y cómo es que termina tocando el trombón en el primer disco de Eddie Palmieri y La Perfecta, uno de los más emblemáticos de la salsa?

Esa misma noche Mongo me dice que él se va con varios músicos de Tjader a Nueva York para montar su propio grupo, una charanga llamada ‘La Sabrosa’. Y me convidó para ser el pianista. Yo le dije que no sabía tocar el ritmo latino, pero él me contestó: “Eso que hiciste ahí está muy bien”. Y me fui con él.
El trombón es un instrumento por el que tengo gran admiración. Lo empecé a estudiar ya muy tarde, con 25 años, pero al viajar a Estados Unidos me llevé uno. Y cuando me fui con Mongo también empecé a tocar trombón.
Yo iba al Bronx, a un lugar llamado ‘Triton Club’, y allá conocí a Palmieri y a Barry Rogers. Y allí yo me subía a tocar con ellos para vacilar, para descargar, pero la cosa se ponía a fuego cuando Barry y yo nos poníamos a ‘incendiar’ el lugar tocando por pura intuición.
Y Eddie se volvió loco con eso y me dijo: “Oye, voy a grabar en pocos días, vente a grabar conmigo”. A Mongo no le gustó cuando le conté la idea, pero yo le dije: “Quédate quieto, muchacho”. Y me fui a grabar con Palmieri ese disco.
Luego conocí a Tito Puente, le escribí arreglos y grabé con él. Y luego a Dizzy Gillespie, que me invitó a tocar con él, pero yo no quise. Le dije: “Yo ya no sé tocar el jazz, Dizzie, ya estoy en otra dirección, es muy tarde para mí”.
Más conocí a toda la gente: Herbie Mann, Lalo Schifrin, fui encontrando a Perazza, a Francisco Aguabella, a todos los grandes congueros; y toqué mucho en las ‘Mambo Nights’ del ‘Palladium’ de Nueva York con todas las orquestas que te puedas imaginar: Cortijo, Fajardo, Pacheco, Palmieri, Cal Tjader, Machito, Tito Puente, Tito Rodríguez.
Pero después retorné a Los Ángeles, porque no me gustó el clima de Nueva York, y me pasé la mayor parte del tiempo entre Los Ángeles y San Francisco.

Y ahí es cuando comienza su nueva etapa con la gente del West Coast...

Sí, después de Nueva York toqué con Bud Shank, con Chat Baker, con mi gran amigo Clare Fischer. Anita O’ Day me invitó a trabajar con ella. Y un día apareció Astrud Gilberto, que después del fenómeno mundial de ‘Girl from Ipanema’ con Stan Getz me invitó a formar un nuevo grupo. Recuerdo mucho que en Londres Paul McCartney fue a vernos tocar.
En un viaje a Brasil grabé el disco ‘Muito a Vontade’, que después retomamos con Bud Shank para ser lanzado por la discográfica Pacífic Jazz en los Estados Unidos. Se llamó ‘Bud Shank and his brazilian friends’ y esa fue la primera introducción de mi música en el mercado americano. Y después seguí la jornada, hasta cuando me cansé de todo eso y me regresé a Brasil. Y decidí no salir más de aquí.

¿Y qué aprendió en todo ese recorrido?

Aprendí todas las cosas que hoy hacen parte de mi personalidad. Hay gente que quiere describir mi música y no lo consigue. Porque mi música natural es una mixtura de Brasil, de lo afrocubano, de lo latino y del jazz; de todo lo alegre, la ‘saudade’ y lo amoroso que hay en esas músicas. Yo soy, simplemente, un ‘cóctel’, un ‘blended’.

En 2016, Donato fue nominado al premio Grammy Latino al Mejor Álbum Instrumental por su álbum Donato Elétrico.