Por L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País
Los mitos son eternos, puesto que bajo su apariencia fantástica, subyacen emociones completamente humanas, como el deseo, la ira y el miedo, que determinan hoy y siempre las decisiones de las personas. De ahí que cuando leemos historias de ciencia ficción, ubicadas en escenarios futuristas y distópicos, en otros planetas o en mundos apocalípticos, los conflictos humanos conserven su fuerza más primitiva y básica.
En los cuentos de Anna Starobinets, la maestra rusa de la ciencia ficción y el terror distópico, los lectores pueden hacer el doble abordaje a futuros posibles, al tiempo que descubren el tribalismo que hay en cada ser humano, que llevado a situaciones extremas puede desencadenar la barbarie.
Su más reciente conjunto de cuentos, titulado ‘La glándula de Ícaro’ (Editorial Impedimenta), reúne 7 historias que inquietan y turban la sensibilidad del lector, porque demuestran esa paradoja descrita por Chesterton sobre que “en el pasado la humanidad luchaba contra dragones y en la modernidad lucha contra microbios”, pero llevando a nuevos cuestionamientos sobre la naturaleza humana y la sociedad.
Como en el cuento que da nombre al libro, ubicado en un tiempo probable cuando descubren el órgano del cuerpo humano que desencadena el errático comportamiento de los hombres —su lujuria incontrolable y su instinto violento—, de modo que por políticas de salud pública y progreso social, los varones pueden acceder a cirugías que extirpen este órgano, para que puedan llevar una vida más estable y cómoda con sus familias. La historia es narrada por una mujer escéptica, quien por una infidelidad de su esposo, considera la posibilidad de exigirle que se practique la cirugía para salvar su matrimonio, es allí cuando un miedo antiguo se activa, ante la posibilidad de aplicar en seres humanos soluciones inhumanas.
Breve conversación —gracias a la mediación de la traductora Blanca Domínguez Trejo— con una de las escritoras rusas más importantes, heredera directa de Yevgueni Zamiatin, George Orwell y Margaret Atwood, quien habla sobre los mitos en la ciencia ficción y las realidades distópicas del mundo actual.
—¿Por qué ‘La glándula de Ícaro’, tiene como subtítulo “El libro de las metamorfosis”? ¿Estos cuentos hacen parte de un proyecto literario más grande?
No forma parte de una obra más grande, realmente el subtítulo establece una conexión con la tradición de Kafka, hay alusiones muy directas a lo kafkiano dentro de los relatos y, al mismo tiempo, quería transformar el concepto de metamorfosis, llevar esta tradición a otro lugar, como a un ambiente futurístico, que me permitiera reformular el concepto de metamorfosis.
—¿Qué importancia tiene el feminismo dentro de su narrativa? ¿Asume algún compromiso al momento de escribir?
No me considero una escritora especialmente feminista, no concuerdo con que se me ponga esa etiqueta. Por supuesto que apoyo las ideas feministas, en particular las que defienden los derechos humanos básicos, o las que denuncian la sumisión y la violencia doméstica, pero más que una escritora feminista, creo soy una escritora humanista.
—Sin embargo, el cuento ‘La glándula de Ícaro’ puede leerse en clave feminista…
Me sorprende mucho saberlo, no pensé que este relato pudiera dejar tal impresión, porque de hecho, el personaje femenino es la agresora en esa historia. Aunque ella es la protagonista, a medida que lo lees, te das cuenta que es la antagonista, la victimaria. En ese sentido, yo creo que podría entenderse como una historia anti-feminista. Pero, lo que quería plasmar en ‘La glándula de Ícaro’ son los límites de nuestro poder personal sobre los otros, independiente del género. Me interesa explorar el punto límite donde debemos parar de actuar, porque nos estamos acercando a la violencia, cuando llegamos a vulnerar la individualidad de la otra persona.
—La lectura feminista es una de muchas posibilidades. Pero, la idea de que extirpar una parte del cuerpo que puede detener la naturaleza bélica y lujuriosa de los hombres, remite al gran mito de la castración. Me llama la atención este aspecto, porque en estos tiempos, inevitablemente, esa va a ser una de las lecturas que va a tener el libro o ese cuento en particular.
Por supuesto que se puede leer en clave feminista, pero también en clave anti-feminista. Y, en efecto, es una historia de castración, pero la metáfora del órgano cercenado puede entenderse de diferentes formas, por ejemplo, que al extraer del hombre esta glándula que le faculta para ser más infiel o más agresivo, mejorarán las relaciones de género, es decir, llegaremos a una conclusión feminista, pero a nada más allá. Por otro lado, mi intención es que al extirpar esta glándula, que es una metáfora de muchas cosas que nos hacen humanos, en realidad estamos extirpando parte del alma, estamos extrayendo la personalidad de cada uno, y eso, para mí, es lo más interesante dentro de la historia.
Quiero aclarar que ‘La glándula de Ícaro’ no es una historia de mujeres que castran a hombres, en el relato hay hombres que deciden castrase por su propia voluntad, para estar más calmados, que sus relaciones y carreras mejoren, porque desean no depender de las emociones. Por eso, me parece que el dilema de la historia es mucho más grande que una guerra de géneros, se trata de una cuestión distópica, donde se definen los intereses del colectivismo, la forma en que te obligan a integrarte, versus el individualismo, lo que somos como seres humanos.
—A pesar de que sus historias tienen escenarios futuristas, los dramas humanos remiten a miedos muy primitivos, ¿por qué se interesa por explorar esta paradoja?
El miedo es uno de nuestros sentimientos más básicos, que se puede expresar en muchísimas situaciones. Lo que pasa en mis historias es que cuando quitamos todas las construcciones sociales, lo que encontramos es simplemente un cuerpo que está encerrado en sí mismo. Al final, no somos más que animales con una sola vida y eso alimenta el miedo primario, que es absolutamente esencial en la pirámide social, donde todos buscan mantener la integridad de sus cuerpos en una cadena cronológica.
Pero más que el miedo, me interesa la relación del cuerpo con el espacio y las cosas que lo rodean. En García Márquez, de quien leí hace muchísimos años ‘Cien años de soledad’, hay muchas ideas filosóficas, históricas, debates entre la guerra y la paz, pero todo se sustenta en elementos fisiológicos del cuerpo, como en la escena de una mujer embarazada que puede oler cosas a grandes distancias, que están al otro lado de la ciudad. Ese es un buen ejemplo de cómo los escritores siempre necesitamos el elemento fisiológico, un cuerpo para que la historia tenga un nivel de realidad.
—Como escritora rusa, ¿qué importancia tuvo en su formación la obra distópica de Yevgueni Zamiatin?
Es un escritor importante en la literatura distópica, pero Orwell fue más esencial para mí, porque lo leí desde mi adolescencia. Siempre he sido muy aficionada a las distopías y la ciencia ficción. Me parece que todos los autores de este género pueden tener una piel distinta, carne diferente, pero el esqueleto distópico es el mismo.
Por otro lado, leo todo tipo de literatura sin mayores distinciones, ni por nacionalidad o fronteras, leo autores rusos y ucranianos, como Nikolái Gógol, cuyos cuentos me impresionaron mucho. Y así como Orwell, de la literatura anglosajona, para mí fue muy importante Aldous Huxley, que escribió ‘Un mundo feliz’. De Latinoamérica me han encantado escritores como Julio Cortázar y García Márquez, con su realismo mágico.
—¿La guerra de Rusia contra Ucrania podría considerarse como una distopía?
Pensemos en esto, los rusos expatriados y los ucranianos, dicen algo que no se conoce mucho, ellos llaman Mordor a la Rusia actual. De modo que, por supuesto, Rusia se ha convertido en un lugar distópico, es como si hubieran copiado el argumento de una novela de este género y se propusieron hacerlo realidad. Uno de los argumentos que me parecen más tangibles, es toda la retórica utilizada en los medios, a la que dieron la vuelta completa, porque hoy se utilizan consignas como sacadas de ‘1984′, puedes encontrarte con discursos que dicen algo así como “la guerra es para la paz”.
También, siguiendo las convenciones de este género, podemos encontrar héroes que descubren la verdad e intentan destruir el estado distópico. Hace solo unos días, se realizó el funeral de Alekséi Navalni, quien fue un poco ese héroe que intentó mostrar la verdad en Rusia, pero en cuanto infringió las reglas de la distopía, fue silenciado por el sistema. Yo rechazo esta guerra, pero tristemente no creo que termine pronto, como toda distopía puede llegar a convertirse en un régimen de terror duradero. No puedo predecir el futuro, pero sé que la realidad dentro de Rusia es distópica, y aunque termine la guerra, el resentimiento continuará por mucho más tiempo.