Manuel Lago, o Manolo Lago, le concedió esta entrevista a El País, a sus 88 años, cuando le fue otorgado el Honoris Causa en Arquitectura, por parte de la Universidad del Valle. También se le rindió homenaje con una retrospectiva de su obra.
¿Qué significado tiene recibir un Honoris Causa en este momento?
Este Honoris Causa en Arquitectura, me complace y llena de orgullo. El lenguaje pictórico se graba en la mente de quien lo ve una y otra vez, y las partes de esa constante realización de una idea, con diferentes elementos de juicio, una universidad o una casita, sin embargo todas mantienen un ritmo y una pertenencia en el tiempo igual, desde la casa de una familia en particular que tiene 2000 mts cuadrados para dos personas hasta una chiquita, o la de vacaciones que tuve la oportunidad de reconstruir con la ayuda de mi hija Paola, es una reiteración de lo que yo quería hacer con esa casita de 9 metros cuadrados.
¿Qué significado tiene para usted esta exposición sobre su vida y obra?
Me pareció perfecta, es la única vez que se ha hecho en Colombia una exposición de toda una vida, eso sí es raro, porque siempre hay pedazos de estos y pedazos de aquellos, y volver a transcribir los elogios que le dieron a uno en esas bienales. Pero en esta exposición hay un constante idioma físico y dialéctico y eso me impresionó y gustó mucho.
¿Qué hizo que sus creaciones se volvieran icónicas?
Hay una influencia muy fuerte de los arquitectos de todos los tiempos, no solo de Estados Unidos, de todos los tiempos, y eso me hizo un bien tremendo. Cuando nos sentábamos en la mesa con un monstruo de estos arquitectos que había en esos momentos, como los italianos que son todavía inigualables, eso era único y especialísimo. Al acabarse la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó destruida y llena de soldados triunfantes. Eso no se le conoce en Colombia, pero era una serie de arquitectos que trabajaban para el Estado, se conocían entre ellos y me conocían a mí, yo era alumno de ellos, y gozaba del genio y estructura de estos italianos. Italia y Alemania fueron continentes desbaratados que hubo que volverlos a hacer.
El mismo Ludwig Mies tenía una oficina en Berlín y había montado otra en Nueva York y esa clase de tipos si bien no hicieron grandes cosas como arquitectos, sí lo hicieron como maestros de la arquitectura en las universidades. Estaba también Pietro Belluschi, y fuera de eso estaban otros que salieron como de la nada, porque el único cliente era el estado y el país estaba desbaratado. Era un mundo muy distinto al de ahora. Actualmente uno va a Europa y se queda aterrado de lo barato y sencillo que puede ser la construcción. Cuando yo estaba allá eran unas cosas más difíciles y costosas, pero luego se vinieron grandes ingenieros comoo Pier Luigi Nervi y la gran ingeniería de estados Unidos es producto de este italiano, una relación cliente - arquitecto dolorosa pero cierta. En Colombia también se vino con gran fuerza una arquitectura delgadita y estructural que vino de esa época de penuria. Hitler expulsó a Albert Einstein, Mies, Tomas Mann, monstruos de la inteligencia, le hizo un gran favor a Estados Unidos, y perjudicó a Europa.
¿Cómo era la ciudad cuando se creó el Museo La Tertulia?
Yo hice La Tertulia con Jaime Sáenz, fue recién llegados ambos a Colombia en los años 50 y 52. Nos unimos formalmente en el 55, pero desde que llegué empecé a trabajar con él informalmente porque yo no sabía construir y mucho menos en el lenguaje colombiano, él me enseñó cómo se hacían muchas cosas ya en la realidad. Y el caso de La Tertulia fue único porque yo me di cuenta, para no ser masiado ostentoso, que se necesitaba un centro cultural en Cali y estaba todo lo que era el Conservatorio de Música. Había algunos genios como Antonio María Valencia, gran amigo de mi mamá, uno llegaba a la casa y lo encontraba en pleno concierto de piano. Lo único que había era producto del estado y toda clase de dificultades de tipo político.
¿Quién le encomendó la realización del Museo?
Alfonso Bonilla Aragón era muy amigo mío, un poco mayor que yo, quien tenía una librería con sus hermanos, que tomaban los libros en préstamo y terminaron quebrando la librería ellos mismos. Pero de Alfonso con sus hermanos salió gran parte de la idea.
Y de tanta conversación deliciosa fue saliendo la idea. Y Octavio Gamboa era el hombre más gracioso, uno se moría de la risa de sus ocurrencias. Una vez volando una avioneta piloteada por él y por Alfonoso Bonilla, que no tenían idea, no sé cómo se estrelló contra Cali, porque se la pasaba en esas sin tener idea de volar, en uno de esos vuelos vieron un pantano para hacer el Museo, y como era abogado y sus hermanos también, encontraron la forma jurídica que eso pasara como un regalo de ese señor Antonio Obeso y vendérselo por cuatro reales al municipio de Cali y este es el momento en que todavía es del municipio. Es una de las cosas que hizo reir a la gente el día de la inauguración de mi exposición, que les hablé de La Tertulia que pertenece al municipio, pero este no hace sino cobrarle impuestos y tratar de hundirla.
En ese paseo por la avioneta de tres motores, vimos un área llena de barro y había un bailadero espantoso, El Pailón 70, donde estaba el Charco del Burro, había toda clase de personas bailando allí desnudas. Nosotros vivíamos en la Avenida Colombia en una casa que ya no existe, donde está el Hotel Inter y mi mamá no le gustaba que yo fuera a ese bar. A ella le parecía el colmo y a nosotros nos parecía lo último. Una vez hubo una balacera y en El Relator decía “por favor no dañemos el Pailón 70 que ya se parece al Club Colombia” donde hubo otra balacera.
Un piloto, el copiloto y el pasajero íbamos en la avioneta y ahí nos dimos cuenta de esa maravilla. No deja de ser un milagro. Me parece recordar que yo había trabajado en Roma en la oficina de Arquitectura con dos de los profesores míos más famosos en el mundo, pero no tenían ni con qué coger un taxi, Luigi Nervi, el ingeniero, y Carlo Ponti, que hacía la revista Domus, hicimos un anteproyecto para seguir edificando Roma y llegar hasta el mar en Ostia, porque las grandes ciudades las hacían lejos del mar para que no se metieran los enemigos río arriba, como Londres, Nueva York y Roma antigua. Se veía claramente que en ese terreno en Cali se podía hacer eso.
Y logramos un entendimiento con Antonio, que era el dueño de esto, tenía cancha de tenis, un pequeño club. Convencimos a la ciudad de que era bueno tener un punto focal bonito, que no se lo llevara la corriente del mal gusto, sino que se hiciera algo muy especial.
¿Cuál fue el referente para hacer la Tertulia?
Fue precisamente el EUR de Roma que estábamos dibujando y en este momentico, en el año en que estamos, se está empezando a construir ese proyecto de unir a Roma con Ostia, hazme el favor, un guayabo que me produce del bueno. Después vinieron toda clase detalles a tener en cuenta, uno de ellos era que el barrial ese tenía que sostener ese edificio y había que soportarlo no en cuatro columnas sino en muchas, y en los primeros dibujos que yo hice salió ese estilo, esa forma de La Tertulia.
Quería algo que no tuviera el sello de ningún movimiento arquitectónico y político, sino que fuera único y que pareciera que estaba desde tiempos inmemoriales. Y finalmente ha seguido como un árbol. Había un señor que tenía una venta de carros y le vendimos una escuela en el aire,
¿Qué tanto su infancia en Popayán influyó en esa pasión arquitectónica, caracterizándose esa ciudad por su arquitectura?
Hay una muy clara que al decirla se aclara y es que yo tengo una influencia muy fuerte de morisca y es que en el caso de la arquitectura del medio evo en España, que es una arquitectura que tiene una base común, primero con una pintura igual, y con unas formas supremamente definidas, pero eso no debe llenar sino una parte y lo otro son elementos, en Nueva York hablamos de cómo debería ser la ciudad, y es que hay una cierta uniformidad y de pronto, las ciudades que son maravillosas son las que están llenas de misterio sino cada cierto tiempo y hay una cosa en Nueva York y es la calle 14, o la 42 y la 53 que son más grandes, la idea es hacer una ciudad más o menos uniforme y hacerle de pronto unos brincos en la mitad.
¿Qué tan claves fueron en su trabajo las apreciaciones de sus hermanas Consuelo y Pilar?
En mi casa no había ninguna gran influencia de un pianista, un violinista o de un escritor, que hiciera que los hijos tuvieran esa imagen, sino que había un ambiente de cultura y de exteriorizar a través del arte cualquier tipo de emoción, entonces Consuelo encontró una negrita que ella dibuja, que ha ido creciendo y creciendo, y la otra toca piano, y yo hago dibujos desde que era niño.
Ellas me influenciaron a crear. Consuelo insistió mucho en que le compraran a Pilar un piano, que eso era un costo inusitado en una familia caleña, pero ella impulsó mucho a Pilar, que era la más chiquita, yo siempre pinté y mis papás me consiguieron un profesor de música en Popayán, debió ser extraordinario y había un ambiente de poesía.
Una vez iba por una calle con mi papá y venía un señor con una capa y un sombrero muy grande, rodeado de otros señores, y mi papá me dijo “te voy a presentar al maestro Guillermo León Valencia, un hombre que siempre está pensando en cosas del espíritu y haga el favor de saludarlo porque también quiere ser presidente de la república”. Y me estrechó la mano y me dijo: “He sabido Manolito que tú haces poemas y los vendes”,