Por: Margarita Vidal, para El País
Cuando estaba próxima a cumplir 88 años la Poeta colombiana habló con El País y contó algunos secretos y anécdotas de su dificil vida, pues se hizo Poeta en una época en las mujeres no podían leer ni escribir, sin embargo pese a su duro camino se encargó junto a otras mujeres escritoras de abrirle los espacios a las damas en la literatura colombiana.
Maruja Vieira publicó su primer libro ‘Campanario de Lluvia’ en 1947 y se casó en 1959 con el poeta caucano José María Vivas Balcázar, quien murió a los siete meses, cuando sólo contaba 42 años de edad. 50 años después y envuelta la mirada en un brilloso vaho de lágrimas, me cuenta que nunca volvió a casarse porque un amor así no puede reemplazarse.
Con Meira Delmar, Dora Castellanos y Matilde Espinosa conformaban el cuarteto de las más grandes poetas veteranas de Colombia. Periodista y catedrática, es Miembro de Número de la Academia Colombiana de la Lengua y Correspondiente Hispanoamericana de la Real Academia Española.
Sus méritos literarios y académicos la han hecho merecedora de la Gran Orden de la Cultura, la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación y la Medalla Honor al Mérito Artístico de Bogotá. Chile le concedió la Orden Gabriela Mistral. En el año 2004 recibió el Premio de la Fundación Mujeres de Éxito en la categoría de Artes y Letras no sólo por su trayectoria sino por su lucha incansable por los derechos de la mujer.
Su hija, la también poeta y periodista Ana Mercedes Vivas, resume entrañablemente su personalidad y su vida extraordinarias: “Mi mamá es una mujer tan especial, que cuando encuentro a alguien triste o con problemas muy gordos, quisiera preguntarle: “¿quieres que te preste a mi mamá?”.
¿Por qué nunca se volvió a casar?
Porque uno no se gana dos veces la lotería. Yo prefiero conservar este gran amor por él porque no hay nada igual a su recuerdo. La poeta Guiomar Cuesta escribió que mi libro ‘Campanario de Lluvia’ es la historia del amor eterno.
Ha sido testigo de la vida del país y habrá tenido amigos inolvidables.
Cuando miro para atrás me maravillo de los personajes que formaron parte de mi entorno personal y literario: Baldomero Sanín Cano, Luis Eduardo Nieto Caballero, Enrique Uribe White, un personaje especial que me enseñó todo lo que sé y que fue la luz que encontré en mi camino. Fue el responsable de mi estructura mental. Era un hombre del Renacimiento, que lo abarcaba todo: música, pintura, poesía, historia, astronomía, astrología, pintura. Tenía una formación integral y un gran carácter.
César Uribe Piedrahita, con quien tuve una amistad entrañable y que figura en mi libro ‘Los Nombres de la Ausencia’ donde habitan todos esos amigos maravillosos que se han ido. Lo escribí porque creo que la única manera de detener el olvido, que es la verdadera muerte, es recordándolos.
Fue contertulia del Café Automático, donde reinaba León de Greiff…
También iban Juan Lozano y Lozano, Eduardo Castillo, Jorge Zalamea, Luis Vidales, Hernando Téllez, Alberto Galindo, Germán Espinosa, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Alejandro Obregón, en fin, toda la flor y nata de la intelectualidad bogotana y de la que ocasionalmente pasaba por Bogotá. Se vivía una bohemia apasionantey se hacían tertulias sobre temas literarios y políticos. Entre otras cosas, De Greiff nos dio entrada a las mujeres porque, como cosa rara, no se nos tenía en cuenta para nada. Las tertulias a veces eran acaloradas porque Zalamea vociferaba que Saint-John Perse estaba divinamente traducido por Tello y Jorge Gaitán Durán gritaba que no, y se armaba el zafarrancho.
¿Se iban a los puños a veces?
Mmm…me temo que sí.
¿Y cuál de los dos le gustaba más como poeta, Jorge Zalamea con ‘El Sueño de las Escalinatas’ o Jorge Gaitán Durán con ‘Si Mañana Despierto’?
Pues la respuesta no tiene pierde porque Jorge Gaitán era mi novio en ese momento.
Ah, usted sí no se privó de nada. Risa.
Risa. Sí. También iba al Automático porque Jorge me decía: “llego a tal hora” y yo me quedaba esperándolo todo el día. En cambio allá casi siempre lo encontraba en medio del humo y de la discusión. Recuerdo que cada que una mujer entraba, el maestro De Greiff hacía una señal de bienvenida y recitaba el comienzo de su Ritornelo: “Esta rosa fue testigo de ese que si amor no fue ninguno otro amor sería…
¿Cuánto duró su noviazgo con Gaitán y por qué no se casaron?
Dos años. Sucedía que Jorge era muy celoso y a mi papá le preocupaba mucho ese temperamento tan fuerte, posesivo, como buen santandereano. Allí fue cuando decidí irme para Venezuela.
En su casa había conservadores, liberales, comunistas. ¿Cómo salir incólume de semejante batiburrillo político?
Risa. Siiii…la mesa del comedor de mi casa era una especie de Naciones Unidas. Mi padre era conservador. Teniente Coronel en la Guerra Civil en el ejército conservador, pero tenía una mente muy abierta y muy de fines de siglo. Mi madre era prima hermana del General Rafael Uribe Uribe y por consiguiente mi abuela y ella eran rabiosamente liberales. Mi hermano, Gilberto Vieira, decidió ser comunista desde que estaba en el Instituto Universitario de Manizales, cuando lo expulsaron por haber dicho que Cristo había sido ¡el primer comunista de la historia! Risa. A mí me ocurrió que por tratar de entenderlos a todos me convertí en una especie de Suiza, de terreno neutral.
¿No era muy duro para su papá, godo recalcitrante, que su hijo Gilberto le hubiera salido comunista?
Él decía que lo que mi hermano quería era el bienestar del pueblo. No le gustaba que se lo metieran a la cárcel cada rato. A mí me tocaba ir a visitarlo con mi papá y por eso no me casé con Jorge Regueros Peralta, mi primer novio y, quien acaba de morir, a los 100 años.
¿Qué hacía ese otro novio?
Era el número dos del Partido Comunista.
Usted era una mujer muy bella, inteligente, intelectual, con criterio propio. Es decir, todo lo contrario al dicho actual de “los caballeros las prefieren brutas” porque dizque a los hombres los asustan las mujeres inteligentes. ¿Cómo era en su caso?
Eso es un cliché. Cuando el hombre tiene una categoría superior, le parece atractiva la inteligencia de la mujer porque en ella encuentra una contraparte atractiva, estimulante, alguien con quien conversar y discurrir. Y hasta discutir!, ¿por qué no? Por la lista que le he hecho en esta entrevista, ya ve usted que: “de que los hay los hay”. Risa.
Fue noviera. En media hora de conversación ya me ha hablado de tres.
Risa. Y todavía faltan datos de otros municipios.
Bueno, cuénteme de otros.
Un hombre importante, inteligente, no solamente desde el punto de vista político sino intelectual, un historiador liberal: Indalecio Liévano Aguirre.
¡No me diga! Creo que Indalecio nunca se casó o estaba a punto de hacerlo cuando murió, a los 62 años.
Es que con él no se sabía si lo quería a uno o no. Era tan parco en sus expresiones. De una gran inteligencia y una hermosa condición humana. Eso nos permitió —cuando vimos que la cosa no iba para ninguna parte, sino que era más que todo un encaprichamiento (más mío que de él)— seguir siendo buenos amigos toda la vida. Me gustaba tanto, que yo comencé a escribir y a publicar, a ver si él se fijaba en mí.
“Mi marido José M. Vivas Balcázar era conservador laureanista y fue el único diplomático que le renunció a Rojas Pimilla, cuando el golpe”.
¿Y cómo conoció a su marido?
Yo estuve en Venezuela por un tiempo, y frecuentaba la Casa Mérida, donde Ana Mercedes Hernández declamaba poesía de José María Vivas Balcázar, un poeta caucano, y en especial su poema bolivariano ‘En la Mansión del Padre³. Me impresionó tanto que le escribí y le mandé unos libros. Luego me fui a vivir a Cali donde dieron una fiesta en mi honor. Estando con todos mis amigos vi entrar a un hombre apuesto y sentí un fogonazo que me invadió: Era él. Y, ¿qué cree usted que sentí, cuando empezó a recitar ‘En la Mansión del Padre³?
¡Ni me diga! ¿Hubo como una especie de predestinación?
Sí, qué cosa tan impresionante, ¿no? Se me salieron las lágrimas. Entonces, el poeta vio mis lágrimas, se sentó a mi lado, me agarró la mano y no me la ha vuelto a soltar en toda la vida.
No se la volvió a soltar en la vida ni en la muerte, según veo , porque el flechazo sigue poniendo lágrimas en sus ojos, 50 años después…
Así es. El amor a primera vista existe…nuestro enamoramiento fue fulminante, como de locos.
¿Cómo era él?
Alto, bien configurado, de pelo blanco desde muy joven, que le lucía una barbaridad. Tenía una inteligencia mística. Era espiritual. Él iba a ser sacerdote pero no lo fue y siguió en la vida haciendo el bien y pensando lo mejor para todo el mundo. Tanto que una vez en Tuluá donde dictó una conferencia titulada ‘El Cristiano ante la realidad colombiana’, la alcaldesa, Gertrudis Potes, famosa por los libros de Álvarez Gardeazábal, le dijo: “Vea José María, si yo no supiera que usted es conservador laureanista, y que Laureano lo quiere tanto, lo mandaba detener por comunista!”. Risa.
¿Y cuánto duraron casados?
Menos de un año. Nos casamos en septiembre del 59 y él murió en mayo del 60 poco antes de nacer Ana Mercedes. Murió de un infarto, a los 42 años.
Qué barbaridad. Y se ha pasado todos estos años añorándolo.
Al morir. Publiqué ‘Sombra del Amor’, con más de 50 poemas que he escrito a lo largo de estos años, para él.
Tuvo usted a su hija Ana Mercedes después de su muerte. ¿Cómo hizo para sobrevivir sin dinero?
No tenía ni cinco, pero la gente de Cali es tan absolutamente maravillosa que abrió una cuenta corriente para que yo pudiera tener las bases para comprar una casa. Eso es Cali.
¿Cuánto tiempo vivió allí y quiénes eran sus amigos?
Gente maravillosa y solidaria como el poeta Gilberto Garrido, Mario Carvajal, René Quintero. René vendía muebles Camacho Roldán y como yo tenía un programa radial que se llamaba ‘Mundo Cultural’, me canjeó estos muebles, que todavía tengo, por publicidad. Yo tenía una sección en ‘El País’: ‘País Cultural’.
O sea que usted es de la casa…
Y Ana Mercedes también. Ella empezó su carrera en El País con ‘Gente Joven’.
¿Cuándo y dónde conoció a Neruda?
En la década de los 40, cuando él vino por primera vez a Colombia. Enrique Santos, Calibán, había empezado a publicarme versos en El Tiempo y me había dicho: “Ay mija, ese apellido tuyo huele terriblemente a chamusquina!¿Por qué no te consigues un seudónimo?”. Le dije: no, don Enrique, si llego a alguna parte lo hago con mi apellido, o no llego. Y firmaba María Vieira White. Se los llevé a Neruda y me dijo: “No están mal pero ese nombre es como si yo siguiera firmando Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Y me sugirió que como en Chile a las Marías le dicen Maruka y en Colombia Maruja me bautizaba Maruja Vieira. Yo acepté porque cuando uno estaba con él se impregnaba de una sensación enorme de calidez. Tenía la impresión de que algo enorme, parecido al Himalaya, se había acercado, había tendido el brazo y se lo había puesto sobre el hombro. Era un ser muy marino, parecía un joven cetáceo, una especie de pequeña ballena, tan dulce y tan agradable, que resultaba maravilloso estar con él y oírlo, especialmente leyendo su poesía, que era única, aunque el tono a la larga resultaba un poco monótono. Así podría ser, pero era Neruda. Y yo adoro su recuerdo.