Las “seedbombs” o bombas de semillas son un artefacto muy parecido a una granada, pero cuyas ‘explosiones’ causan —en vez de destrucción— vida. El movimiento Green Guerrilla de Nueva York, las creó a finales de los años 90, para oponerse a las políticas del alcalde Giuliani, que pretendía vender los terrenos para jardines comunitarios en la ciudad, que posee más de 6.000. Cada una de estas bombas ecológicas está diseñada para lanzarse en lotes baldíos, pequeños espacios abiertos en las casas o en zonas abandonadas, donde caen en tierra esparciendo un compuesto de semillas, abono y fertilizante que iniciarán un proceso de germinación vegetal, un árbol frutal, una planta que florecerá otorgando belleza y salud a la urbe, convirtiendo un espacio olvidado por la sociedad, en un jardín.

Santiago Beruete también fue uno de los invitados internacionales a la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá 2024, que tuvo como temática las letras y la naturaleza. | Foto: Montse Pongiluppi

La historia de esta y otras revoluciones verdes en el mundo, la cuenta el escritor, antropólogo y filósofo español, Santiago Beruete, en su esperanzador libro ‘Jardinosofía: una historia filosófica de los jardines’, donde sostiene que estos espacios “substancian, dan forma y visibilidad a los ideales de perfección latentes en una sociedad y materializan su imagen de una buena vida”.

Los jardines perfectos y gigantes de la realeza, los pequeños en hogares urbanos, en parques y escuelas, los diseños lógicos de algunos, el rebelde desorden con el que crecen otros, evidencian el profundo deseo de “los seres humanos de convertir un trozo de tierra en un edén (...) su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos. Ese es su propósito, su razón de ser: aunar arte y naturaleza creando belleza, la cual es promesa de felicidad”.

Santiago Beruete, autor también de ensayos como ‘Verdolatría: la naturaleza nos enseña a ser humanos’ y ‘Aprendívoros: el cultivo de la curiosidad’, visitará Cali por primera vez, invitado por la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle, a una serie de charlas, entre el 27 y 30 de agosto, sobre el pensamiento humanista en clave vegetal y, además, para hacer una aproximación desde su filosofía a la relación de nuestra ciudad con la naturaleza.

Desde la pequeña isla rocosa de Ibiza, en el mar Mediterráneo, donde cultiva su propio jardín del que no es erradicada la “mala hierba”, Santiago Beruete habla de su “verdolatría” y la urgencia con la que deberíamos “aprender de nuestros remotos antepasados filogenéticos, las plantas, y no es la menor de ellas el apoyo mutuo”.

¿Cómo descubrió la conexión entre filosofía y naturaleza?

Siempre me he dedicado a la filosofía profesional, como docente, y para mi desahogo personal tenía como afición cultivar un huerto y un jardín, pero conforme fueron pasando los años, en un momento crucial de mi vida, durante una crisis existencial, con la muerte de mi padre y una separación matrimonial, pues me fui refugiando cada vez más en este en el cultivo y, poco a poco, empecé a cobrar conciencia de que, en vez de alejarme de la filosofía, me estaba acercando mucho más, y estaban cobrando sentido muchos de los conceptos y las ideas que había estudiado, pero ahora su valor lo encontraba en la práctica de pensar con las manos en el jardín.

Reflexiones sobre cómo las plantas han definido lo humano (2018). | Foto: Editorial Turner

Así fue como empecé a tirar de un hilito que me llevó a redescubrir las grandes escuelas filosóficas de la antigüedad en Grecia donde se pensaba en la naturaleza, como el jardín de Epicuro, la Academia platónica, el Liceo aristotélico, y las escuelas de pensamiento que surgieron en Japón alrededor de los parques, cuyo destino era transmitir saberes.

¿Y qué valores encontró en la jardinería que se corresponden con la filosofía?

La humildad, la paciencia, la contemplación y la esperanza, están encarnados en las prácticas de hacer un jardín, todo esto lo descubrí mientras estuve como unos ocho años dedicado a cultivar un trozo de bosque, que tenía la intención de convertir en un jardín, pero más allá de esto, fue una escuela ética y una experiencia espiritual de reconexión con la tierra.

¿En qué momento se rompió esa conexión?

Los primeros pensadores fueron filósofos de la naturaleza, el propio Aristóteles, en ‘La metafísica’, indica que el origen de la filosofía fue el asombro, un gran estupor ante el estar vivo y ante los fenómenos naturales, con esa emoción fundamental, que desencadenaría la curiosidad humana, arrancaría la filosofía. Pero, en un momento dado, ya con Sócrates y Platón, la filosofía se desentiende del mundo de los sentidos, que señalan de dar una información engañosa, dejando el conocimiento sensible en segundo término y encumbrando el conocimiento intelectual.

Se contrapuso el entendimiento abstracto al conocimiento de los oficios y de la técnica, entre los que se encuentran la jardinería y la horticultura. Así que la filosofía se fue volcando cada vez más al mundo de las ideas y se desconectó durante siglos, abriéndose una brecha entre entendimiento y experiencia vivida, pero mucho más profunda, porque en muchos sentidos se sobrevaloró el conocimiento intelectual frente a otras formas de sabiduría más vivenciales, propias de otras culturas no occidentales.

¿Cómo analiza el caso de las comunidades que viven entre la naturaleza, en el Amazonas o en el Pacífico colombiano?

Es que vosotros no tenéis un jardín, vosotros vivís en un jardín. En el año 2023, como parte del Hay Festival, he estado en Jericó (Antioquia), que es un pueblo jardín. También estuve en el Jardín Botánico de Medellín, pero lo que más me interesó fue el recorrido que hicimos por la comuna de alrededor, aunque hasta cierto punto es una comunidad deprimida, me maravillaron los jardines humildes que tenían, hechos con llantas de camión, casitas con jardines que engalanaban el espacio y daban bienestar a la vida cotidiana, son valiosos homenajes a la belleza, que no dependen tanto del tamaño o la ambición, como de la voluntad. Todo esto me suscitó muchas preguntas, porque en Europa hay jardines inmensos donde conservan plantas con mucho esmero, pero que aquí se encuentran en cualquier casa familiar.

El pensamiento nacido desde la percepción de la naturaleza (2016). | Foto: Editorial Turner

Todos los seres humanos, principalmente en Europa, nos sentimos como expulsados de ese jardín primordial, el paraíso perdido, algo que resulta muy irónico estando aquí, porque pareciese que no hubiera ruptura, hay lugares donde la naturaleza se conserva en todo su esplendor, y la gente puede llevar una vida sencilla como si jamás hubieran sido expulsados del paraíso. Creo que los saberes ancestrales que se mantienen en muchas de estas comunidades son esenciales para restaurar nuestra alianza con la naturaleza.

Charlas con Santiago Beruete

Martes

9: 00 a. m. No hay cultura sin natura: conversatorio de Santiago Beruete con estudiantes de arquitectura y recorrido por el campus. Edificio D1, Univalle. Entrada libre.

5:00 p. m. Libros y jardines: conversatorio en la plazoleta de Las Palmas, Biblioteca Mario Carvajal, Univalle. Entrada libre.

Miércoles

4:15 p. m. Replant(e)ar la ciudad. Conferencia: auditorio Carlos Restrepo, Edificio Tulio Ramírez, Univalle. Entrada libre.

Jueves

3:00 p. m. Conversatorio y recorrido con estudiantes de arquitectura y asistentes. Edificio D1, Univalle. Entrada libre.