Fue en una iglesia de Tumaco. Patricia se encontró conversando con una mujer que tenía este hijo adolescente -el único que le quedaba-, que ya quería ir para arriba y para abajo. Ella estaba enloqueciendo, porque el suyo era el único muchacho de la cuadra al que las bandas que ejercían el poder en el barrio Nuevo Milenio no habían reclutado. Y, mamá, estaba decidida a que tal cosa no sucediera...
Catorce años después, tras muchos, muchos retornos al municipio costero, varios reconocimientos a la historia surgida y un dispendioso pero entusiasta trabajo de producción, la idea que entonces tuvo la directora acaba de llegar a la pantalla grande para, en forma de largometraje de ficción, mostrarle al país y al mundo una realidad muy verdadera que carcome a todo el Pacífico colombiano.
También fue posible porque Patricia Ayala, hasta entonces documentalista, en el 2019 obtuvo recursos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, “que es como el primer paso para poder hacer una película de forma independiente en Colombia”. Al año siguiente llegaron los de Ibermedia, una red de países de apoyo al cine, y después los de una coproducción con Rtvc Play.
Listo el presupuesto y apenas superando el fantasma de la pandemia, en el 2021 comenzó la aventura que transformó en película el guion, en actores naturales, a varios chicos tumaqueños y en centro de producción cinematográfica al convento que los padres carmelitas descalzados tienen en la Perla del Pacífico.
“Es una comunidad que todo el tiempo está levantando la cabeza, demostrando que están por encima de los violentos, de los armados, que mantienen el corazón limpio, dispuesto, y eso era lo que me interesaba mostrar. Obviamente, el conflicto es el telón de fondo, pero no quería hacer una película de personajes que se quedan en el rol de víctimas, porque la gente en Tumaco nunca se queja. Pueden contar historias muy rudas, dolorosas, pero lo hacen con serenidad. Son personajes épicos, que ganan batallas con su forma de hablar suavecita, casi silenciosa”, cuenta la directora desde Medellín.
Esa fue la tonalidad que Catalina Mosquera, actriz bogotana de raíces chocoanas, logró imprimirle a ‘Alicia’, la madre que quiere cuidar la integridad de su hijo, después de irse a vivir un mes al municipio nariñense y de aprender a pelar camarón y a caminar por entre los frágiles puentes que unen los palafitos que se levantan sobre el Pacífico y que al final le dieron el título a la película.
Pero también los personajes que, luego de trabajar casi cuatro meses con Patricia Ayala, construyeron Pedro Luis Dájome y Jáiler Cortés Hurtado, los coprotagonistas de la historia que, al igual que el resto del elenco, fueron actores naturales.
“Hicimos un trabajo de mucha paciencia, muy bonito, tres veces por semana, tres horas, realizando un taller de formación, aprendiendo yo de ellos y ellos de mí, porque era mi primera vez dirigiendo actores y ellos se estaban convirtiendo en actores”, dice la directora que, así quiso también retratar el territorio tumaqueño.
Esa intensidad y ese frenesí eran los que convencían a Pedro Luis de levantarse a las tres de la madrugada para rodar, aprovechando que a esa hora la marea se corre casi un kilómetro, creando el escenario natural ideal para la filmación.
Todavía recuerda cuánto le costó la última escena, pero dice que todos los sacrificios los compensó el ver la reacción de su mamá cuando se presentó la película en Tumaco: “¡Todavía no se la cree! Le causó mucho impacto que su hijo pudiera llegar tan lejos. Estamos muy felices y agradecidos con Dios por habernos presentado esta oportunidad”.
Él, músico, líder juvenil, peluquero y diseñador de modas en la vida real, interpretó a ‘Jason’, un muchacho arriesgado y divertido que sueña con irse de su pueblo y encontrar mejor fortuna en otros lugares.
Y ‘Michael’, el protagonista de la historia, el chico tímido que termina dando pasos mal calculados sin darse cuenta, es en realidad Jáiler, de 17 años, ya casi bachiller, y quiere que la película de su vida siga siendo la de estar delante de una cámara.
Esa sería una ganancia adicional al propósito que tuvo hace catorce años la documentalista que quiso recrear para Colombia y el mundo los rostros y los paisajes de Nuevo Milenio. Y si bien la violencia no permitió que esa fuera la localización exacta de las grabaciones, la historia dirá que, gracias a la intermediación de la Asociación de Turismo Comunitario, este pequeño Hollywood se asentó en El Bajito. Luces, cámara, ¡acción!
De convento a centro de producción
“Yo hice una maestría en escritura de guion y a la directora de la película le hablan de mí y hacemos los vínculos para que el convento y todos los salones pastorales se convirtieran en un centro de operaciones. En el convento fue donde se hizo el casting para los jóvenes de la película y donde durante mes y medio se reunió todo el equipo de producción que provenía de Bogotá para que se pudieran desarrollar las estrategias de rodaje”, explica el párroco Hevert Lizcano, quien agregó que el convento también se convirtió en salón de maquillaje y en departamento de vestuario.
Trayectoria de Patricia Ayala
Es Fundadora de Pathos Audiovisual, además directora, productora y docente.
Su ópera prima, Don Ca, se estrenó en Visions Du Réel y recorrió algunos de los festivales más significativos del cine documental. Obtuvo el premio Macondo a Mejor documental colombiano.
Un asunto de tierras, su segunda película, se estrenó en el emblemático festival Cinema Du Réel.