Por L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País
Cuando se publicó ‘Sexografías’, el primer libro de Gabriela Wiener, donde reúne sus crónicas sobre la diversidad sexual, las críticas se dividieron entre los que la señalaron de pornógrafa y los que desacreditaron la veracidad de esas historias narradas, siempre en primera persona, por una escritora que no dudó en traspasar, con todo su cuerpo, los límites morales y heteronormativos del sexo.
Era el año 2008, una nueva generación de lectoras y lectores, con una mirada más amplia y liberal del sexo, así como el reconocimiento que ganaron en este siglo las colectividades con identidades de género diversas, entraron a contrarrestar las descalificaciones de los más conservadores, y encontraron en este libro una descripción abierta, libre, divertida, incluso conmovedora, de las formas que toma el deseo y el placer sexual en nuestro tiempo, con toda su humanidad, dramatismo, exceso, abuso y, desde luego, toda su satisfacción.
En 2023, quince años después, cuando aún se siguen publicando nuevas ediciones, es indudable que ‘Sexografías’ se convirtió en un libro de culto del periodismo literario en Latinoamérica, un clásico provocador como en el siglo pasado fue ‘La mujer de tu prójimo’ de Gay Talese.
En el mismo periodo de tiempo, Gabriela Wiener se consolidó como una de las voces más fuertes y desafiantes de la literatura en toda Hispanoamérica, entregando libros siempre reveladores y honestos como ‘Nueve lunas’, sobre su maternidad; ‘Llamada perdida’, ensayos y crónicas sobre su migración a España, sus viajes y algunas cuentas pendientes con escritoras como Isabel Allende y Corín Tellado.
Pero su libro definitivo es ‘Huaco retrato’, una narración magistral donde cohabitan novela, crónica, ensayo y poesía, haciendo que su historia familiar atraviese continentes y tiempos, en un viaje de ida y vuelta, que termina por configurar una profunda crítica antirracista, poscolonial y de libertad sexual, que podría parecer un reclamo histórico, cuando es una reivindicación —en contenido y forma— del inmenso poder creativo del mestizaje.
La escritora peruana fue una de las invitadas a la novena edición del Festival Internacional de Literatura Oiga Mire Lea, que finalizó este domingo, 17 de septiembre, en Cali. Diálogo con la “queen del periodismo gonzo” en Latinoamérica, como la definió Camila Sosa Villada.
—¿A qué atribuye la vigencia de un libro como ‘Sexografías’?
Me parece que responde al momento que vivimos, desde hace varios años, que ha generado mucha literatura, no un corpus nuevo, pero sí uno que cambió el foco de atención y está mirando la escritura de las mujeres, la escritura del cuerpo, la escritura performance o la escritura encarnada. Hace más de una década, cuando se publicó, este libro era un poco difícil de clasificar, siempre lo empobrecía un poco el hecho de querer generalizarlo y colocarlo en estanterías a veces de teoría sexual o sexología, o como libro de periodismo, cuando esencialmente es un libro narrativo, de crónicas en las que busqué conectar con esas realidades que iba explorando de una forma muy íntima, creando una conexión personal con las historias, que no eran solo mías, eran de otras personas que me abrían sus mundos, cuerpos y vidas.
Crear ese vínculo fue algo fundacional en mi escritura, tratar de buscar siempre esa manera de mirar adentro y afuera, de abrir un espacio de encuentro entre quien mira y quien es mirado, y eso, cuando hablamos de crónicas sexuales o de la intimidad, es una perspectiva que tiene mucha importancia y hace la diferencia.
En ‘Sexografías’ ya había una conciencia muy fuerte acerca del lugar desde donde podemos contar, que es precisamente desde mis limitaciones, mis prejuicios, desde mi contexto, es decir, una escritura muy situada. Esto tiene que ver con mirarnos y revisarnos desde qué lugar escribimos, porque en el periodismo y la no ficción suele haber muchas escrituras que cuentan desde la superioridad, el paternalismo, y pretenden querer dar voz a otra gente cuando esa gente tiene su propia voz. En este libro me esforcé porque la escritura brotara de las mismas protagonistas de la historia y dejando arrastrar mi yo, que se implica, se ve envuelto en sus historias y se desborda.
—¿Qué prejuicios enfrentó para escribir sobre la sexualidad desde la experiencia femenina con autenticidad, sin caer en los tópicos sexuales que la mirada masculina ha impuesto sobre el sexo?
No me acomplejé en ningún momento, porque para escribir crónicas de sexo, a inicios del 2000, todavía existían muchos estigmas sobre la escritora que habla de su cuerpo, o que escribe sobre su intimidad y sexualidad; era rápidamente denostada como una escritora no literaria, no universal, sin calidad en su escritura o lenguaje. Solo recién se dejó de satanizar, sin embargo, durante mucho tiempo, se utilizaron etiquetas como literatura femenina, para minimizar o menospreciar la literatura escrita por mujeres o por disidencias. En ese momento creo que me pasó eso, pero tuve la suerte de que llevaba tiempo escribiendo en primera persona, porque eran las cosas que yo había estado leyendo, sobre todo poesía, y en los principales medios me dieron un espacio y tuve la suerte de ser como una especie de pionera en este tipo de escritura, así lo hice en periódicos y revistas donde colaborada, como en Etiqueta Negra.
El problema con muchos escritores es que el mundo y los medios no te dan la oportunidad, y no puedes desarrollar tu escritura precisamente porque no hay una demanda. En mi caso, tuve la suerte de hacerme un hueco, en tiempos cuando lo que prevalecía realmente era una escritura del típico hombre blanco, heterosexual, mirando todo el mundo de esa manera, diciendo además que era universal. Pero como estábamos en los dos mil y algunas cosas se habían liberalizado, había un pequeño espacio para una mujer. Aunque en los últimos años, mi esfuerzo ha sido de pasar de sentirme más o menos en una zona de confort, siendo la cuota femenina, a empezar a luchar porque esos espacios se abran hacia otras mujeres y hacia las disidencias, y que esas escrituras sean valoradas, porque son escritas justamente desde el cuerpo y son nuevas subjetividades, historias de identidades que han recibido violencias. Creo que ya hemos convencido al mundo de la necesidad de estas historias, de su calidad, y de que estas voces se escuchen.
—En ese momento, ¿Cuáles fueron las escritoras que la guiaron?
En cada época aparecen esas voces que estaban soterradas, para esos años yo había leído mucho a peruanas como Carmen Ollé, Blanca Varela, Rocío Silva-Santisteban, entre otras, que son escritoras del cuerpo y muy viscerales, que exploraron el erotismo y el deseo. Fueron escritoras menospreciadas, incluso ridiculizadas. Recuerdo que cuando yo entré a los medios de comunicación, me encontré con directores y editores que se burlaban de la producción literaria femenina, y era muy difícil que abrieran espacios para ellas, en mayor medida se destacaba a escritores. Finalmente estas escritoras son referentes para la literatura contemporánea, hoy muchas consideramos que con ellas empezamos a soltarnos, a hablar de nosotras mismas y escribir de nuestros deseos, algo muy importante en el proceso de liberación de una voz que se revela contra opresiones, porque la literatura, la academia y el medio periodístico han sido unos escenarios muy patriarcales y opresivos. De ser solo una cuota femenina pasamos a un proceso de ruptura, en el que hemos venido ampliando y recuperando, sobre todo esas voces silenciadas en el pasado, como sucedió en el Boom Latinoamericano, donde no aparece una sola mujer, cuando en la misma época estaba Clarice Lispector en toda su plenitud literaria.
Por eso ahora mismo se reeditan muchísimo estas escritoras, como ha pasado también con mis libros, y si te pones a revisar está pasando con muchas autoras, ¿y por qué pasa eso? Porque recién en este momento tenemos las condiciones y un mercado que lo demanda. Las escritoras están siendo traducidas y ganando los premios, porque es cuando por fin se les mira, entonces esos libros que se publicaron hace 10 años o más, como ‘Sexografías’ en mi caso, y los primeros y segundos libros de tantas compañeras, hoy se reeditan porque fueron ignorados en su tiempo, y no fue reconocida su calidad ni su condición literaria.
—¿Cómo es su relación con el periodismo tradicional, de qué prácticas se ha alejado para construir su obra de no ficción desde un yo narrativo más honesto?
Por mi propia vivencia de escribir desde el género, la corporalidad y la racialidad, he tenido que darme encontronazos con el sistema, con esa estructura que domina la academia, el arte y el periodismo. Así que siempre estoy en un estado irónico, siempre estoy al límite entre el humor, la amargura y la mofa del ‘establishment’. Cuando uno escribe desde abajo hacia arriba, la poética de tu escritura es el cuestionamiento, sobre todo cuando te etiquetan y te ponen de alguna manera aparte de tu lucha artística, de tu lucha poética, en fin. Mi lucha política está muy intrincada con mi lucha artística. Por eso no he dejado de señalar el poder en cada lugar donde he estado, porque eso es un poco lo que me enseñaron en la vida, a diferencia de tantísima gente, que con muy poca conciencia sigue atacando de arriba hacia abajo, desde sus privilegios y, además, clamando por libertad, cuando la tienen toda. Algo que a mí me da me da mucha risa.
En el periodismo siempre lo tuve claro, como se puede leer en el prólogo de ‘Criaturas fenomenales’ (antología de nuevas cronistas), un libro de cronistas mujeres el libro de cronistas mujeres seleccionadas por María Angulo Egea y Marcela Aguilar Guzmán. En el prólogo cuento un poco cómo fue mi proceso de penetrar ese mundillo tan masculino, todo de maestros cronistas y de escuelas, de fundaciones… en las que recién hace nada se pueden invitar a mujeres, como Luciana Peker, por ejemplo, a que dé una charla en el Festival Gabo. Este ha sido un trabajo de muchas que nos esforzamos para tocar la puerta fría y tumbarla de un patadón y, entre otras cosas, esto se debió precisamente a que escribíamos desde la corporalidad y desde esa primera persona que de pronto los maestros habituales del decálogo del buen cronista nos decían que no podíamos usar. Eso se lo he reclamado en su propia cara a Martín Caparrós, cuando hemos presentado hace poco juntos un libro de crónicas, obviamente lo hice con la mayor cordialidad, pero confrontando.
Nos ha costado mucho vernos colectivamente como mujeres cronistas, que escriben no ficción, y que, haciendo la salvedad, aunque no todas escriban desde lo personal, están incidiendo en las cuestiones sociales, dando una visión del mundo y accionando en la realidad, siendo capaces de crear universos y contarlos con maestría. Porque nos veíamos solas en esas épocas en que publiqué ‘Sexografías’, no como los hombres cronistas se ven, hay fotos donde se pueden ver los bloques, ellos de alguna manera protegidos y las cronistas siempre eran una o dos en una mesa o en un congreso. Son cosas que hemos tenido que soportar, por eso cuando empezamos a tener más atención aprovechamos que nos ponen el foco para levantar la voz y hablar por esta historia de desaparecidas, historia de invisibilizadas, historia de silenciadas.
—¿Y cómo percibe ahora el medio periodístico y literario?
Ahora lo que hacemos es leernos entre nosotras, promocionarnos entre nosotras, cosas que han hecho los hombres durante mucho tiempo.
No me interesa seguir en la tradición tan patriarcal e individualista, de esa figura del escritor o escritora como alguien tocado por la gracia y el talento, tampoco la del obrero de la escritura que está horas en su biblioteca escribiendo frente al mar, me interesa mucho más lo que podemos hacer en red, lo que podemos trabajar en colectivo o comunitariamente, las historias que podemos contar así.
Claro que la escritura puede ser una actividad solitaria, pero luego eso lo devolvemos al mundo cuando se publica, en este sentido las mujeres son las que están promoviendo, por ejemplo, los clubes de lectura porque hay necesidad de un compartir miradas de escritura, hay ahí una cosa muy bonita, de humildad y aprendizaje, también de homenajearnos entre nosotras, entre lectoras y escritoras, buscando siempre establecer una comunicación no jerárquica, sino más bien horizontal, que las lectoras nos puedan decir lo que sienten, cómo nos leen y encontrarnos de otra manera, no como siempre se ha encontrado la figura del escritor desde ese lugar del elegido, una concepción en la que todavía siguen viéndose algunas escritoras. A mí esta postura me parece muy aburrida y conservadora.
—En la crónica llamada “Trans” emplea los nombres y pronombres para representar con mayor precisión las identidades de las y los protagonistas. De acuerdo a su experiencia, ¿cuál es la importancia del lenguaje cuando escribimos historias sobre personas trans, no binarias o de identidades de género diversas?
Para mí lo más importante es que toda persona tiene derecho a autoidentificarse y que su nombre y pronombre elegidos sean respetados. Sobre todo de parte de las personas que hablan con ellas, se refieren a ellas, escriben sobre elles, él o ella, porque a sabiendas no pueden las personas no estar entrenadas en lenguaje inclusivo, puede que se confundan o cometan errores por falta de contacto con gente con pronombres neutros o personas trans, pero eso se va aprendiendo a manejar.
El problema es cuando conscientemente alguien decide no llamar a esa persona por su nombre y el pronombre con el que se identifica, porque piensa que sabe más de la otra persona que ella misma, eso es desde luego discriminatorio, y en el caso de las personas trans es transfóbico. Ahora mismo hay muchísima información en redes, pódcast y plataformas, para aprender acerca del lenguaje inclusivo. Lo que hace tres años o cinco años era un tema polémico, aunque todavía hay tontitos que aparecen en Twitter para criticar cuando dices niñes o lo que sea, cada vez está más normalizado, porque en efecto hay unas comunidades que están demandando ser llamadas por su nombre y cómo ellas desean ser nombradas.
Hay países donde esto está mucho más instalado que en otros, donde el lenguaje inclusivo y el género se emplea en el espacio público con mucha naturalidad. Esto es una cuestión de derechos humanos, porque si alguien decide llamarte con otro nombre para aferrarte a un hecho biológico o por cualquier otra razón, pero que no es el nombre que elegiste y con el que te identificas, eso pasa a través la libertad individual. Esto es muy peligroso y violento.
“Trans” fue una crónica que escribí en la primera década del 2000, de hecho fui a reportearla y escribirla en el año que nació mi hija. En ese momento todavía había poco conocimiento sobre el tema de las identidades de género tan diversas, que ahora mismo están ampliamente documentadas. Mi crónica es muy curiosa por eso, porque hay una exploración lúdica del lenguaje trans o lenguaje travestido, también tiene un poco de intriga para hablar de los personajes; al inicio parece que estuviera hablando de cuatro, pero que en realidad son dos, porque precisamente han tenido una vida pasada, un dead name, un pronombre perdido, para poder hablar de su presente y su identificación actual.
El tema de la identidad de género en esta crónica es una parte, porque ahí hay otros temas, como la precariedad, la migración, la maternidad, la paternidad, las violencias, la discriminación y el odio de la fobia dentro de las familias, porque yo trato de que mis historias se abran lo más posible a temas que nos importan y preocupan a todas, temas humanos más allá de los géneros.
—La condición transgénero podría aplicarse también a su escritura en la que mezcla diferentes géneros literarios: la crónica, la autobiografía, el ensayo, la novela, la poesía… Sus libros, en particular ‘Huaco Retrato’ son inclasificables.
Me ha gustado mucho llamar a ‘Huaco retrato’ como un libro de género degenerado, y género fluido, porque justo hablamos de estar contra la binariedad también en la literatura. Me gustan los libros confunden los géneros como las identidades no binarias y creo que eso siempre me ha caracterizado, además que he practicado durante mucho tiempo un género híbrido, como es la crónica. Y, aunque en la crónica se tiene la línea roja de no mezclar con la ficción, en todo caso en ‘Huaco retrato’ sí que me atrevo con la ficción.
Todos sabemos que la novela es un cajón de sastre de géneros, que puede haber un poco todo en ella, por eso, porque mezcla muchos géneros y porque tiene ficción, y a falta de un término mejor, es que considero a este libro una novela. Pero creo que cada vez hay más interés en estas escrituras que no quieren llamarse específicamente algo, sino que más bien se abren a una diversidad, que juegan y mezclan todo en un cóctel.