Por César Polanía - Editor de Afición / Buenos Aires
El nombre de Julio César Falcioni está anclado en la historia del América de Cali. Y el del América viaja con Julio adonde quiera que él va. “Es una simbiosis”, como lo describe el propio entrenador y exarquero, quien viene siendo una especie de ‘dios’ para los diablos.
Podría decirse, en otra dimensión, que sucede lo mismo con el café El Cóndor, en toda la esquina de las calles José Pedro Varela y Cuenca, en Villa del Parque, uno de los 48 barrios porteños de Buenos Aires.
Allí, Julio también es eterno. Apenas pisa el establecimiento, saben que en la mesa deben tener un café con crema, un pastel y un cenicero. Los mozos, entre ellos un chico colombiano nacido en Ibagué, lo consienten. También el propietario, con quien bromea una frase tras otra.
Y bueno, los lugareños no son ajenos a esa idolatría. Pasan y lo saludan afectuosamente. Como un hombre de unos 80 años, que cruza el café ataviado con un sombrero, un grueso abrigo y una bufanda, bajo los cerca de cero grados centígrados que enfrían la capital argentina en esta noche del 14 de junio, en vísperas del invierno. “Gracias por lo que le ha dado a nuestro club, señor”, le dice aquel hombre. Julio le corresponde con un abrazo, una sonrisa y breves palabras que despide esa voz ronca que lo acompaña desde 2017, cuando fue operado de cáncer en la laringe por culpa del cigarrillo.
“¿Viste? Esas son las cosas bonitas del fútbol, y nadie te las quita”, dice quien fuera arquero del América entre 1981 y 1990, tiempo en el que logró el único pentacampeonato que tiene un equipo en la Liga colombiana, jugó tres finales de la Copa Libertadores y marcó cinco goles, todos de tiro penal.
Allí, en el café El Cóndor, un sitio frecuentado particularmente por gente tan adulta como Julio (66 años), Falcioni tuvo una charla muy íntima con el diario El País de Cali. Antes de comenzar, el mejor arquero que se haya puesto la camiseta roja ya tenía un cigarrillo Camel con filtro en la boca.
¿Por qué sigue fumando? ¿No se le prohibieron luego de la operación por cáncer en la laringe?
Sí.
¿Y entonces?
Cosas que te pasan en la vida te hacen volver a fumar.
¿Como qué?
¿Siempre lo acompañó ella en el fútbol?
Desde novios. Estuvimos juntos, con el tiempo de casados, más de 40 años.
Fue ella el amor de su vida…
Sí, total. Iba a los partidos acá en Buenos Aires y también en Cali. Se volvió hincha del América y siempre estaba en primera fila, en segundo piso de occidental.
¿Cómo fue la vida de ustedes en Cali, más allá del fútbol?
Muy buena, en todo sentido. Hicimos muchos amigos.
Este vicio de fumar lo ha acompañado a usted toda la vida…
Desde los 14 años.
Y fumaba aun siendo jugador profesional…
Sí, antes de los partidos, en el entretiempo, me metía al baño y me fumaba un cigarrillo rápido antes de la charla. El médico Ochoa sabía, pero se hacía, y me lo permitía porque sabía que yo rendía, era como una distensión entre el primer tiempo y el segundo.
Usted es un ídolo eterno del América. Más allá de los logros suyos con la camiseta roja, ¿qué hizo que se metiera tan hondo en el corazón de los hinchas?
Desde el comienzo hubo una simbiosis, una atracción mutua. Yo me volví muy hincha del América y traté de defender siempre la camiseta con todo lo que tenía, con lesiones, operaciones, con todo lo que conlleva la exigencia del fútbol, y el hincha me lo reconoció siempre.
El hincha siempre ha querido verlo en el banco dirigiendo al equipo. ¿Usted sueña con eso?
Es algo que siempre pensé, pero siempre me dio temor.
¿Por qué temor?
Porque pasaron tantos años después de que me fui como jugador, y si como técnico te toca perder dos o tres partidos... No, no me gustaría que ese cariño se perdiera o se volviera un insulto.
Pero usted es un técnico ganador, ganó con Banfield, con Boca…
Sí, pero el fútbol a veces te da dos o tres resultados negativos y bueno… Ojalá algún día se dé esa posibilidad. Ha pasado mucho tiempo ya.
¿Pero esa posibilidad estuvo cerca alguna vez?
Concreta, concreta, no. Tuve ofertas concretas de otros equipos de Colombia.
¿Y qué pasó?
Nunca quise. Por amor al América.
¿De qué equipos tuvo ofertas?
Nacional, Millonarios y Deportivo Cali.
¿Hubiera dirigido al Cali?
Nunca traicionaría al hincha del América. Me pareció que no correspondía.
Pero los futbolistas y los técnicos viven de su trabajo…
Sí, pero con el América soy especial, quizá por eso me quieren tanto (risas).
¿Qué es lo que más extraña del América?
El cariño. En la institución había gente muy buena, como doña Beatriz, doña Nur, don Álvaro Guerrero, que todavía vive. Aprovecho y le mando un saludo al viejo, siempre estoy en contacto con su hijo, con Alvarito. Y después, extraño el día a día, cuando entrenábamos en Águila Roja, luego en Cascajal y, cómo no, los triunfos. En América siempre me sentí querido y respetado. Y todavía recibo ese cariño.
Justamente por eso quiere el hincha verlo en el banco…
Me sorprende que el cariño de los hinchas del América hacia mí ha pasado de generación en generación. Y es difícil que eso suceda. América me ayudó a formar mi familia, mi hogar, porque lo iniciamos en Cali. Me ayudó en la educación de mis hijas desde su infancia. Yo estoy muy agradecido con la institución y los hinchas, porque su cariño ha traspasado fronteras y tiempos.
A propósito de sus hijas, alguna vez Laila me escribió y me pidió una foto suya que yo publiqué. ¿Es ella quien colecciona los recuerdos de un arquero grande?
Laila escucha todo, lee todo, se mete en Twitter, en Instagram, y está atenta a esas cosas. Y las guarda.
¿El apellido Falcioni se va a alargar en el fútbol?
Tengo cinco nietos, cuatro varones y una nena. Y todos los varones están involucrados en el fútbol. Dos atajan, otro juega bien a la pelota. Son chiquitos, tienen 10, 9 años, veremos qué pasa.
Pero esa posición de arquero es muy ingrata…
No, es muy linda. Siempre me dijeron eso, que era una posición ingrata, y yo, siempre que estuve en el arco, fui feliz. No creo haber sentido nunca la ingratitud.
Pero sí los agravios. Le gritaban todas las ofensas los hinchas rivales y hasta le lanzaban naranjas…
Sí, y yo las pelaba y me las comía (risas).
Una respuesta irreverente…
Noooo, era una forma de decirles que no me importaba; que, al contrario, me agrandaba. En esa época, especialmente cuando jugaba el América, los estadios de todo el país se llenaban y los rivales jugaban a ganarnos como fuera. Había mucha rivalidad, fuimos pentacampeones, y muchos se metían conmigo, pero eso me hacía sentir mejor. Era algo negativo para los rivales y positivo para mí.
¿Contra qué rival se sentía más grande?
Contra Nacional, Millonarios y Cali. Los tres.
Contra Nacional nadie olvida los dos penales atajados en Medellín…
Es que veníamos muy golpeados de la Copa Libertadores. Muchos jugadores venían tocados y no podían jugar después del duelo contra Peñarol. Veníamos zarandeando y si Nacional nos ganaba, era campeón, tenía toda una fiesta montada en el estadio. Pero tuvimos una tarde iluminada, corrí con la suerte de atajar dos penales y Willington hizo el gol.
Hubo un penal que casi se le escapa…
Casi se va para adentro, el del final, que pateó Humberto Sierra.
Pero Falcioni siempre tenía una tercera mano…
O una pierna más larga (risas)…
¿Fue más grande esa gesta en el Atanasio que haberle atajado dos penales a Maradona en la liga argentina?
Fueron diferentes. Lo de Maradona, por la trascendencia de lo que significaba él como jugador; pero los del Atanasio significaron dejar sin título a Nacional y clasificar a otra Libertadores.
A propósito de Willington, Ricardo Gareca dice que después de Maradona, nunca jugó con un futbolista más grande que Willy. ¿Piensa igual?
Willington era un fenómeno. Jugué un ratico con Freddy Rincón, tuve grandísimos compañeros como el propio Gareca, Cabañas, Battaglia, González Aquino, Porras, ‘Pitillo’, que era mi lateral derecho permanente; muchos, pero Willinton era un genio.
Y toda esa pléyade dirigida por otro genio, el médico Ochoa…
El médico me hizo grande a mí, me entrenada todos los días de todo el año, era mi propio entrenador de arqueros en una época en la que eso no existía. Cuando llegué al América, yo tenía seis años de jugar en primera división, pero el médico me corrigió varias cosas que me ayudaron a ser mejor y por eso lo valoro tanto.
Usted ha estado con el América en las buenas y en las malas. Los acompañó, por ejemplo, el día del ascenso. ¿Cómo recuerda esa fecha?
Fue un día espectacular. Primero, porque viajé casi 24 horas para estar en el partido. Yo dirigía a Banfield, jugamos contra Estudiantes de La Plata. Me llevé al partido mi maletita para salir para el aeropuerto y de ahí salí para Panamá y luego a Cali, y llegué dos horas antes del partido. Y segundo, porque me reencontré con Willington, Reyes, Anthony y Freddy, y nos tomamos unos aguardienticos en el palco. Y después, don Tulio me invitó a la fiesta y compartí esa felicidad con los americanos.
¿Siendo jugador, también se tomaba unos aguardienticos?
No, empecé a tomarlo más grandecito. Mi vicio siempre ha sido el cigarrillo.
Y el juego, porque se volaba para los casinos…
¡Ah bueno!, pero eso lo fui dejando con el tiempo. Era una manera de soltar la tensión.
¿Alguna vez sintió miedo de jugar en América por la guerra entre los carteles de Cali y Medellín?
No, nunca.
¿Su esposa no le decía nada?
No. Mi mujer se dio cuenta de muchas cosas cuando vimos las series colombianas acá en Argentina (risas). Un día me dijo: “vivías en una cajita de cristal”.
¿Siente que lo quiere más la hinchada del Banfield o la del América?
Son dos sentimientos especiales. Con América gané muchas cosas bonitas, como el título del 82 contra Millonarios en Bogotá dos fechas antes, con un golazo de Juan Caicedo. Y a Banfield le di su primer y único título hasta el momento después de 113 años de historia. Todo título tiene un sabor diferente, pero todos son especiales.
Alguna vez hablando con Pedro Antonio Zape, decía él que tuvo el honor de ser suplente suyo, y esas son palabras mayores…
Con Pedro siempre nos tuvimos respeto. Era el arquero de la Selección Colombia, un hombre de mucha experiencia. Nos llevábamos muy bien, teníamos muy buena onda y nos ayudábamos muchísimo.
Usted tuvo a James Rodríguez en ese Banfield campeón, usted lo pulió. ¿Cómo ve al James de hoy?
En esa época James tenía 17 años y yo decía que ese jugador no tenía techo. Era enganche y yo lo puse como volante por izquierda. No sé adónde va a llegar, repetía yo. Y llegó a las grandes ligas y los grandes equipos del mundo, jugó un Mundial y fue goleador, y aquella vez se acordó de mí y me dio mucha alegría. Y fíjate, no lo veo desde que salió de Banfield para Portugal. Solo me mensajeó el día de la muerte de mi esposa. Hoy creo que ha cumplido muchas metas personales y tiene que encontrar una nueva motivación para seguir brillando. Tiene mucho para darle al fútbol y a la Selección Colombia. Es de esos jugadores que transmiten algo diferente dentro de la cancha.
¿Un jugador siempre necesita motivación o hay quienes no?
Todos los jugadores necesitan una motivación. Lo que pasa es que uno va cumpliendo metas y a veces esas metas como que te llenan los bolsillos y la cabeza; entonces, es bueno encontrar de nuevo una motivación. Jugó en España, en el Real Madrid, en la Selección, en un Mundial y fue goleador… debe encontrar una nueva motivación para sostener esa llama prendida.
¿Julio se llenó los bolsillos?
No. No soy un hombre rico. Podría no trabajar más, pero tengo motivación para seguirlo haciendo.
¿Banfield, Vélez o América?
Son tres equipos que me llenan el corazón y el alma en diferentes etapas de mi vida. Vélez fue mi juventud. América es mi atracción, mi amor. Y Banfield me ha hecho técnico; es la quinta vez que estoy en el club, y eso no es normal.
¿Cuál es su asignatura pendiente?
La Libertadores es una. Fui subcampeón cuatro veces, tres con América y una con Boca. Debo ser de los jugadores y técnicos que más partidos jugó en la Copa. Y la otra, un Mundial. Antes, cuando jugabas por fuera de tu país, no se enteraban de toda tu trayectoria. Solo te veían en las finales de la Libertadores.
¿Cuándo lo veremos en Colombia de nuevo?
Iba a ir antes de tener nuevamente trabajo. Quería llenarme el corazón y el alma con el cariño americano, pero surgió esto de Banfield y acepté. Soy un encaprichado del trabajo y espero tener salud para darme una vuelta por Colombia otra vez y saludar a los amigos. Y si no, pues parte de mis cenizas estarán allá en Cali.
Falta mucho para eso, Julio. Pero, hablando de la salud, ¿quedó totalmente curado del cáncer de laringe?
Total. Lo único que me cambió fue la voz. La operación fue delicada, y después la quimioterapia me afectó las cuerdas vocales. Al principio no hablaba. Después gané algo de voz, es esta la que me sale, y los médicos dijeron que ya no tengo nada. Por eso me puedo dar el lujo de fumar cigarrillo y quiero otro. Con permiso.